Wimbledon abusa de su autoridad
Quien, bajo el argumento de su singularidad, se desmarca de su propio gremio hace gala de un cierto aire de superioridad que llama mucho la atenci¨®n en los tiempos que corren
Que Wimbledon define sus propias normas y somete a los jugadores a sus arbitrariedades cuando nombra a los cabezas de serie es un hecho que viene de lejos. No nos pilla por sorpresa, pues, la pol¨¦mica de la presente edici¨®n.
Hasta hace unos a?os la subjetividad era absoluta. Ellos decid¨ªan su propio orden atendiendo ¨²nica y exclusivamente a sus valoraciones. En 2000, y gracias a la intervenci¨®n de ?lex Corretja, se vieron obligados a cambiar de criterio y, desde entonces, aplican una f¨®rmula matem¨¢tica en la que eval¨²an los dos ¨²ltimos a?os de cada tenista solo en los torneos de hierba. Con lo cual, no nos enga?emos, estamos en lo mismo. Siguen haciendo lo que les da la gana.
Cuando es un individuo el que manifiestamente no quiere someterse a las normas que acatan los dem¨¢s, lo tenemos por un desconsiderado y, tal vez, un inc¨ªvico. Si quien se toma la ley a su manera es una asociaci¨®n, un club o una instituci¨®n, sea en el ¨¢mbito que sea, con poder o prestigio, la cosa va un poco m¨¢s all¨¢. Estamos hablando ya de un abuso de autoridad.
Quien, bajo el argumento de su singularidad, se desmarca de su propio gremio hace gala de un cierto aire de superioridad que llama mucho la atenci¨®n en los tiempos que corren. Wimbledon se siente con el derecho de ir a su libre albedr¨ªo porque se percibe diferente, especial y prestigioso. Los dem¨¢s torneos del Grand Slam tienen tambi¨¦n sus peculiaridades, su belleza y su reputaci¨®n, y tienen a gala, sobre todo, el empe?o de tratar bien a los jugadores; es decir, de ser justos con ellos y cumplir las normas que establece la ATP, regidora del circuito mundial. Y tambi¨¦n ellos podr¨ªan defender sus propias conveniencias.
La desconsideraci¨®n de Wimbledon no es tanto con los tenistas, o con Rafael en el presente a?o, que se ven afectados por sus particulares decisiones, como contra un mundo altamente profesionalizado y con normas que todos los implicados siguen a pies juntillas. Todos menos ellos. Es un mal principio que un organismo se crea con la autoridad de poder actuar al margen de los dem¨¢s. Si todos los clubes que albergan un evento se permitieran hacer lo mismo, nos ver¨ªamos abocados a un desbarajuste nada recomendable para el buen desarrollo de nuestra disciplina.
Lo reprobable no es tanto la norma en s¨ª, como el desprecio que con ella demuestran hacia el resto de torneos que s¨ª admiten la clasificaci¨®n del ranking. Wimbledon no debiera hacerse notar, marcando sus diferencias, cuando estas suponen posicionarse en un estamento superior. Los tiempos en los que el poderoso pod¨ªa permitirse licencias o la toma de decisiones caprichosas, por mucho que las argumenten, han pasado a mejor vida. Nadie puede seguir adelante con tradiciones que contravengan las reglas que todos debemos seguir.
Yo creo que Wimbledon ha demostrado un empe?o continuo en renovarse y en mejorar en muchos aspectos sin perjudicar la belleza del torneo brit¨¢nico. Las formas se cuidan all¨ª hasta el extremo. No estar¨ªa de m¨¢s que tambi¨¦n se preocuparan de pulir algunas cuestiones de fondo. Empezar cada edici¨®n con la misma controversia solo puede ir en detrimento de su prestigio e invitar a la desconsideraci¨®n por parte del resto de torneos.
Ser¨ªa una verdadera l¨¢stima.
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