¡®Malaventure¡¯ Courtois
Nadie se llama Bonaventure porque s¨ª. Dennis lo demostr¨® marcando dos goles al portero belga que dejaron temblando al Bernab¨¦u. Ambos tantos tuvieron la virtud de recordarnos la eficacia del amague
Cuando la realidad se agranda, el f¨²tbol se achica. Miles de polic¨ªas movilizados para cuidar un acto de amor: el de los hinchas apasionados. Otra vez River y Boca para refrendar o refutar el resultado de aquel partido que aterriz¨® de emergencia en Madrid y que a¨²n no cicatriz¨®. La temporada pasada las aficiones se volvieron locas por La Final,pero esta semifinal rebaja a semilocura las expectativas, las extravagancias y las posibilidades de violencia. Tambi¨¦n porque Argentina vive una situaci¨®n social y econ¨®mica dram¨¢tica. Dentro de un contexto tan dif¨ªcil, el f¨²tbol rebaja su importancia porque no existe ficci¨®n que disimule tan fea realidad. Aunque en Argentina sea poco menos que sagrado, este momento demuestra que el f¨²tbol no tiene una funci¨®n consoladora, como la religi¨®n, sino apenas una funci¨®n compensadora de la rutina, como todo juego. Y Argentina encontr¨® la peor manera de poner al f¨²tbol en el lugar que le corresponde dentro de la escala social.
Una paradoja ordinaria. El Milan, proyecto empresarial y pol¨ªtico de Silvio Berlusconi, rompi¨® paradigmas a finales de los ochenta. El f¨²tbol, popular hasta parecer vulgar, alcanz¨® un glamour desconocido. Aquel equipo jugaba de maravilla, pero adem¨¢s exudaba poder en los detalles. Los jugadores cambiaron el ch¨¢ndal por trajes de Armani; se hospedaban en el Ritz (primera delegaci¨®n deportiva con ese honor); cada rueda de prensa serv¨ªa para fortalecer la imagen del club y su imparable presidente. Pero la decadencia de Berlusconi arrastr¨® al Milan, hoy perteneciente a un fondo de inversi¨®n que utiliza a exjugadores para dar el pego de la identidad. Cada temporada la decadencia se va pronunciando m¨¢s, hasta el punto de que en este comienzo de temporada est¨¢ a tiro de piedra del descenso. Empobrecido competitiva y simb¨®licamente, aquel club que hizo m¨¢s aristocr¨¢tico el f¨²tbol, hoy es el m¨¢s vulgar entre la nobleza.
El amague accidental. Nadie se llama Bonaventure porque s¨ª. Dennis Bonaventure lo demostr¨® marcando dos goles para el Brujas que dejaron temblando al Bernab¨¦u. El primero fue c¨®mico y el segundo, siendo generosos, singular. En el minuto ocho, Dennis recibi¨® un bal¨®n en el ¨¢rea del Madrid, lo control¨® con la pierna derecha, pero lo atropell¨® sin querer con la izquierda. La pelota entr¨® llorando en la porter¨ªa mientras Courtois esperaba un remate l¨®gico. Media hora m¨¢s tarde, Dennis se aprovech¨® de un bal¨®n perdido y sali¨® escopeteado hac¨ªa la porter¨ªa, tan r¨¢pido que tropez¨® al pisar el ¨¢rea y, cuando todos esper¨¢bamos la ca¨ªda (tambi¨¦n Malaventure Courtois), empalm¨® el bal¨®n y lo clav¨® arriba. Los dos goles tuvieron la virtud de recordarnos la eficacia de los amagues. Cuando un jugador hace lo contrario de lo que parece, es gol aunque no se lo proponga.
El VAR no sabe de f¨²tbol. Mendilibar se enfad¨® porque el ¨¢rbitro entendi¨® como falta un cuerpeo de su delantero dentro del ¨¢rea. Fue una ametralladora disparando su amarga queja: ¡°Es f¨²tbol, es f¨²tbol, es f¨²tbol¡¡±. A m¨ª me dan ganas de grit¨¢rselo al VAR en cada partido en el que interviene para decidir jugadas cr¨ªticas. Porque una cosa es la acci¨®n pura y dura, y otra el examen minucioso en una sala fr¨ªa y remota. El ojo televisivo no siempre cuenta la verdad sobre la intensidad del golpe, del empuj¨®n o del agarr¨®n, y la c¨¢mara lenta, en lugar de ayudar, en ocasiones exagera el error. Tambi¨¦n son debatibles los fueras de juego por una u?a. No tengo duda de que las rayas trazadas en la repetici¨®n miden con rigor, pero no es tan f¨¢cil saber con precisi¨®n milim¨¦trica el momento en que el bal¨®n sale del pie del lanzador. Por no hablar de las interpretaciones de las manos dentro del ¨¢rea. A este ritmo, Mendilibar se convertir¨¢ en mi fil¨®sofo de cabecera.
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