Se hunde Madrid
Se cay¨® una casa en la calle Mayor. Catapl¨²n all¨¢ fueron las vigas, los muros medianeros, las mamposter¨ªas y escayolas. Hace apenas diez d¨ªas se hundi¨® otro edificio en Cardenal Cisneros, y hoy ofrece a los peatones el bochorno y la impudicia de sus restos, habitaciones colgantes tajadas por el desplome, cuartos de ba?o retorcidos, un armario de tres lunas al desgaire all¨¢ a la altura del quinto. Es una desazonadora casita de mu?ecas para hijos de gigante.En realidad los hombres tenemos la casa que nos merecemos, es como un otro yo enladrillado. Y as¨ª, hay casas de pl¨¢stico para mentes sint¨¦ticas, casas apelotonadas para esp¨ªritus confusos y casas que se caen con la misma inercia de los due?os. Ser¨¢ quiz¨¢ por esto por lo que los hundimientos urbanos nos dejan as¨ª, azarados y m¨¢s bien sobrecogidos, repentinamente conscientes del deslizamiento de nuestros inestables interiores, temiendo que en una de ¨¦stas fallen las baldosas y nos derrumbemos tontamente, dejando al aire los retretes, que, adem¨¢s, hay retretes y retretes, y algunos son francamente impresentables, a juzgar por el portal y la escalera del inmueble.
La casa de Mayor comenz¨® hundi¨¦ndose por dentro, planta a planta, intentando mantener su fachada de teatro, igualito que aquellas personas que pasean por el mundo un cuerpo que es puro pellejo, porque ya tienen un socav¨®n en el cerebro y las pesta?as enredadas con una polvareda de neuronas de mala calidad, neuronas de derribo.
Claro que estos desplomes no son de la noche a la ma?ana. Se advierten con tiempo en la grieta de la esquina, o en el estupor que a veces te acomete cuando calculas que en veinte a?os m¨¢s seguir¨¢s repiti¨¦ndote lo mismo, rutina tras rutina cada a?o. O en el espasmo estomacal sufrido una de esas ma?anas en las que, al afeitarte o espachurrarte una espinilla ante el espejo, comprendes que has alcanzado los cuarenta y que en cambio no guardas de tu vida ni siquiera cuarenta recuerdos rescatables. Entonces se sospecha la fisura y uno se apresura al apuntalaje, es el momento de meterse en un partido o salirse de ¨¦l, de romper con un amante o de busc¨¢rselo, de hacer un viaje mundicoloreado o comprarse un coche m¨¢s potente, y nos creemos que con estas chapuzas se remedia el roto, cuando de todos es sabido que no hay m¨¢s que apuntalar un muro para que ¨¦ste se desplome, el insensato, o sea, que cuando el derrumbe acomete suele cogernos a todos con las impudicias al viento y desolados.
Se cay¨®, pues, la casa de Mayor, como tantas otras, y escogi¨® para hacerlo un domingo, que es, precisamente, un d¨ªa proclive a ca¨ªdas interiores. Porque los domingos el ocio nos sorprende y aturulla, el domingo hay tiempo para constatar que odiamos a esos hijos tan pelmazos que durante la semana apenas vemos y a los que creemos adorar, y hay tiempo sobrado para no hablar con la familia, y tiempo incluso para admitir que no sabernos qu¨¦ hacer con nuestro tiempo.
Corno la casa de Mayor, tambi¨¦n hay muchos que se derrumban en domingo con gran despliegue de tibias y peron¨¦s por los suelos. En cambio otros, puntillosos, prefieren hacerlo en la festividad de su santo patrono predilecto, movidos por un af¨¢n de p¨®stuma originalidad, y los hay tambi¨¦n humildes que se escurren calladamente cualquier viernes. Mientras tanto, los restantes, que a¨²n resisten, observan desde enfrente, temerosos, con el o¨ªdo atento al susurro de sus propios comentarios. Y es que, de seguir as¨ª, Madrid y yo terminaremos hechos ruinas.
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