El reborde de la maldad
Guillermo Salva Paradela defiende a uno de los tenientes de la Guardia Civil procesados en esta causa. Dentro del proceso es un abogado menor. Pero, a estas alturas de la vista, ya es un hecho constatado que en el frente pol¨ªtico de las defensas los letrados se reparten los juegos de preguntas al margen de los intereses estrictos de cada defendido. As¨ª, ayer este abogado pregunt¨® al teniente coronel Tejero si conoc¨ªa la existencia de un decreto de tal fecha por el que se presentaba al general Francisco Franco al Ej¨¦rcito como m¨¢ximo exponente de las virtudes militares. Ante el asombro de no pocos civiles afirm¨® que s¨ª. A lo que parece, existe tal decreto. A rengl¨®n seguido pregunt¨® a Tejero: "?No tuvo usted el 23 de febrero id¨¦nticas motivaciones que las que llevaron al general¨ªsimo Franco a iniciar la guerra de liberaci¨®n?". Otra caja de sorpresas de este pelot¨®n de defensores que daba as¨ª entreabierta para sugerir una reflexi¨®n artera (?no es tan legal la rebeli¨®n militar del 18 de julio como la del 23 de febrero?).El presidente intervino para declarar impertinente la pregunta y el abogado opt¨® por abrir m¨¢s la caja: "?No le movieron a usted id¨¦nticas motivaciones que las que impulsaron en otro tiempo a muchos generales que hoy ocupan puestos de responsabilidad?" (Resultaba inevitable no mirar hacia el Tribunal: todos hicieron la guerra civil). El presidente insisti¨® en que la nueva pregunta era tan impertinente como la anterior y el letrado Paradela, ganado el jornal, decidi¨® preguntar a Tejero si el comportamiento de sus guardias en el Congreso no hab¨ªa sido acaso exquisito: "Correct¨ªisimo y sin excepci¨®n".
Se encuentra una frase que viene a cuento en la primera Alicia de Lewis Carrol: "Lo importante no es el valor de las palabras; lo importante es saber quien manda". En Campamento, como si ya estuvi¨¦ramos al otro lado del espejo, no se sabe quien manda y se desconoce ya el valor de las palabras. Y el derecho de defensa que el decano Pedrol quiere preservar con calibrador milim¨¦trico se convierte jornada a jornada en derecho de ataque. Y todav¨ªa el ministerio Fiscal -sin duda que por prudencia- no ha dicho a cualquiera de los procesados que se amparan en la orden del Rey (todos menos Camilo Men¨¦ndez) que aunque el Monarca les hubiera dado por escrito y ante testigos la orden de asalto al Congreso recibir¨ªan el castigo adecuado a la rebeli¨®n militar.
Pero sigue la pamema. El comandante Pardo Zancada -ese espejo de virtudes castrenses, hombre gran¨ªtico, s¨®lido, perfecto, que ayer solicit¨® una breve interrupci¨®n del interrogatorio para una necesidad menor-, puso inter¨¦s en recordar a la hora habitual de la cantinela "esto contaba con el respaldo del Rey y la simpat¨ªa de la, Reina" (por supuesto que: "me dijeron que lo hab¨ªan dicho") que do?a Sof¨ªa hab¨ªa a?adido en aquella supuesta confesi¨®n de los Reyes con Armada en Baqueira Beret: "Sin esto (un gobierno de militares) Espa?a no tiene salida".
En ocasiones corta en la Sala el reborde de la maldad. No llama la atenci¨®n un acendrado deseo mayoritario por topar con la verdad de los hechos, la contricci¨®n o la gallard¨ªa del sostenella y no enmendalla aunque vaya la faja en el envite, sino la teor¨ªa de las reponsabilidades centr¨ªfugas y el paraguas de armi?o. Resucitar el fantasma de las guerras civiles, el cainismo, segar la yerba bajo los pies de las m¨¢s altas instituciones de la democracia, echar a rodar el roe-roe sobre famas y cr¨¦ditos es el encofrado de unas defensas y unos encausados que dicen estar ah¨ªtos de conceptos de honor, dignidad y patria.Finaliz¨® en la ma?ana el interrogatorio de Tejero como empez¨®: sin que nadie pareciera poner excesivo empe?o en este teniente coronel, cuya deposici¨®n despert¨® tantas expectativas. Le sigui¨® en la mesita de testigos su igual en el empleo Pedro M¨¢s, ayudante del teniente general Milans Poco de nuevo sobre lo ya sabido, no s¨®lo en la vista sino en el sumario. Como si el fiscal (el principal motor de la clarificaci¨®n de lo sucedido) se hubiera rendido, renunciando a toda esperanza de arroja m¨¢s luz sobre lo sucedido y aferr¨¢ndose exclusivamente a clave- tear firmemente sus conclusiones provisionales. Pardo dec¨ªa ayer que el 22 de febrero "ten¨ªa las mismas dudas que tengo hoy sobre lo que ha pasado aqu¨ª". Antes de ayer era Tejero quien se quejaba de no saber lo verdaderamente ocurrido en el transcurso de la conspiraci¨®n. El hecho es que al filo de los autos, Stampa Braun, defensor de Tejero en la Galaxia, se le ofreci¨® gratis como letrado "si me dices qui¨¦n era tu jefe". Tejero tuvo que procurarse otro letrado. "Todav¨ªa no lo puedo decir".
S¨®lo emerge, por las ¨²ltimas sesiones dedicadas a remover una cazuela cada vez m¨¢s espesa, un grumo novedoso: un intento de sacar a Garc¨ªa Garr¨¦s de esta historia. Comenz¨® Milans atribuyendo al hombre de las actividades diversas mero papel de ch¨®fer de alg¨²n encausado, sigui¨® Torres Rojas afirmando que no lo hab¨ªa visto en la reuni¨®n conspirativa de la calle de General Cibrera, continu¨® Tejero ignorando su nombre en la misma reuni¨®n y ayer, el teniente coronel Mas, nos sirvi¨® la tesis de que estuvo en su casa aquella fecha pero no particip¨® en la reuni¨®n. No es una afirmaci¨®n falaz atribuir a Carr¨¦s una ¨ªntima dependencia de Gir¨®n, quien, hace escasas fechas, visitaba a Milans. Carr¨¦s -que est¨¢ o no est¨¢ en la vista seg¨²n d¨ªas y sesiones- no aparece tan aquejado de males como para permanecer en una cl¨ªnica privada. Carr¨¦s podr¨ªa ser portador de interesantes noticias para esta Corte, por m¨¢s que de momento lo niegue todo. Carr¨¦s no parece dispuesto a jugarse diez a?os de presidio por simple amor a la causa. Carr¨¦s -esa ¨²nica presencia civil en el banquillo- es como el ruido del silencio. Y a Carr¨¦s, despacio, sesi¨®n a sesi¨®n, da la sensaci¨®n de que se le quiere barrer de esta causa.
El comandante Pardo Zancada (el hombre que mete en el Congreso a una columna de la Acorazada para participar de la derrota o en un ¨²ltimo intento de arrastar a su divisi¨®n, eso est¨¢ por ver) hizo una declaraci¨®n ante fiscal y abogados, correcta, atenta, fluida y respetuosa -este hombre se tom¨® la molestia de licenciarse en periodismo-. Cuenta que conoci¨® al comandante Cortina cuando ¨¦l mismo trabajaba para el Servicio Central de Documentaci¨®n -inteligencia del anterior r¨¦gimen-.
Es tan puntilloso en el desempe?o de sus atribuciones que cuando acude a Barajas a recoger a Torres Rojas lo hace con dos veh¨ªculos, el suyo personal y un auto oficial, que le sigue, por si el general desea coche de respeto. Se muestra como lo que es: el profesional repelente (escrito sea con respeto y hasta simpat¨ªa) que parece no cometer jam¨¢s un error de comportamiento. Ejemplar t¨ªpico para la caracteriolog¨ªa psicol¨®gica que acaba empedrando de errores irreparables sus buenas intenciones.
El mismo declara que cuando se enter¨® de que Armada no estaba en La Zarzuela, como cre¨ªa, se siente burlado por alguien o por algo. Por lo dem¨¢s, que la Acorazada ten¨ªa previsto ocupar tres zonas verdes de Madrid, plaza de Castilla y poco m¨¢s. Que tuvieron que buscar las direcciones de las emisoras de radio en las p¨¢ginas amarillas de la gu¨ªa telef¨®nica -sobre esta an¨¦cdota todos los jefes y oficiales de la Acorazada insinten mucho-, que hubo "alborozo" en el Estado Mayor divisionario al escuchar por radio el asalto al Congreso y desilusi¨®n -"todos cumplieron pero con poco gas y hubo quien arroj¨® los sobres con las nuevas ¨®rdenes al suelo"- ante el repliegue sobre sus acantonamientos.
Y aquella noche resulta que "Armada no est¨¢ donde deb¨ªa estar, el general Juste se echa para atr¨¢s, algo importante se desmorona para m¨ª. Veo que Tejero y sus guardias est¨¢n cumpliendo. Siento el dolor de un Cuerpo que est¨¢ siendo atacado como el de la Guardia Civil, de cuya disoluci¨®n se habla -Pardo olvida que ya Franco penso disolver la Instituci¨®n por el escaso entusiasmo que prest¨® inicialmente a su movimiento-, lo veo abandonado, advierto la desilusi¨®n del Estado Mayor de la Brunete y, salgo". Bien es verdad que no informa a los capitanes que le acompa?an de sus intenciones -unirse a Tejero- hasta haberlos sacado del Cuartel General. Los hombres que condujo lo quieren: son ya como hijos y ha recibido de ellos, ya en prisi¨®n, vino, queso, cof¨ªa y chorizo.
En el Congreso encontr¨® varios periodistas cuyo nombre "no hace al caso", aunque "uno trabajaba para la Diputaci¨®n de Madrid". Y su orgullo y soberbia final al explicar los detalles de la rendici¨®n: "All¨ª no me detiene nadie; quer¨ªa entregarme en el Cuartel General de mi divisi¨®n". Salvaguardado el honor y la dignidad militar -respetabil¨ªsimos- importa una higa la dignidad y el honor del cuerpo legislativo y gubernamental de la naci¨®n. As¨ª est¨¢n las cosas y esta es la historia del comandante ejemplar que no obedece a su Rey.
Pero todo reborde de maldad tiene sus mellas, por m¨¢s que puedan resultar modestamente dom¨¦sticas. El 23 de febrero, a las seis y veinte de la tarde, las infantas estaban en su colegio de Puerta de Hierro recibiendo una clase particular. Sus escoltas, al escuchar por radio lo que pasaba en el Congreso, avisaron a la directora del centro, quien decidi¨® enviarlas r¨¢pidamente a La Zarzuela. En la ma?ana hab¨ªan recibido en el mismo centro sus habituales lecciones de Filosof¨ªa. Lat¨ªn y Griego de su profesora, hermana del capit¨¢n de la Acorazada Carlos Alvarez Arenas, procesado en esta causa. As¨ª las cosas, por lo menos uno de los encausados puede tener noticia pr¨®xima de que el 23 de febrero en La Zarzuela no se quer¨ªa otra cosa que el cumplimiento de la Constituci¨®n y la investidura del candidato. De lo contrario no se mandan las ni?as al colegio.
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