Regreso de un cazador de imposturas
"En el vasco hay como una impostura de s¨ª mismo", escribi¨® Jorge Oteiza hace ya 22 a?os en el famoso Quosque tandem. Seg¨²n una hip¨®tesis que no es del todo descabellada, el verdadero problema vasco -es decir, el de los hombres vascos- consiste para el escultor de Orio en haberse tomado tan en serio la imagen que de ellos se ten¨ªa allende el Ebro que han acabado, a fuerza de mirarse al espejo que se les ofrec¨ªa, pareci¨¦ndose m¨¢s a una entelequia que al modelo real y aut¨¦ntico.Durante todo el siglo XIX, el Pa¨ªs Vasco jug¨® el papel, a los ojos de los sectores m¨¢s reaccionarios de la sociedad espa?ola, de encarnaci¨®n en la tierra de su propio ideal ut¨®pico. La considerada como armoniosa sociedad rural y clerical vasca, que pint¨® el vizca¨ªno Antonio de Trueba, cuyas narraciones tanta resonancia obtuvieron en los medios integristas hispanos, se convirti¨® en un modelo fisico y en un punto de referencia moral de lo m¨¢s granado del pensamiento tradicionalista, y contrailustrado en general, de la Espa?a decimon¨®nica. Pero a finales del siglo XX, donde nos encontramos ahora, los desastrosos efectos del empe?o puesto por los habitantes de este peque?o pa¨ªs por no desentonar de la imagen que de ellos se esperaba est¨¢n ya a la vista de todo el mundo.
El escultor de Orio lleva m¨¢s de media vida rebel¨¢ndose contra esa impostura. Pero, puesto que es un conspirador por naturaleza, Oteiza se ha convertido con el tiempo en un maestro en la estrategia de la simulaci¨®n y, como Sarabia, el delantero centro del Atletico de Bilbao, acostumbra a amagar por la derech¨¢ cuando quiere salir por la izquierda, y viceversa. "Con un pie digo que s¨ª y con el otro digo que no: as¨ª avanzo". Con la ira del ap¨®stata (pero sin los rencores del, sectario: no conoce a Oteiza quien no le haya visto, a ¨¦l, que nunca tuvo hijos, hablar con un ni?o, su igual) se abre paso, si es necesario a lanzadas, este viejo vasco encerrado en el laberinto.
Un muerto fingido
Sus anatemas atemorizan por inesperados. "Hay que responder, pero hay que hacerlo en euskera", dijo el jueves d¨ªa 31, en la cena anual de la revista Euzkadi, uno de los fun cionarios y otros gram¨¢ticos, que se sintieron agredidos por la carta que hab¨ªa enviado el escultor. En euskera, no sea que no sea que nos entienda y nos fulmine. Otros funcionarios, eclesi¨¢sticos en concreto, concibieron hace 150 a?os, al norte del Bidasoa, la idea de potenciar el euskera precisamente como una barrera para las ideas laicas y liberales que llegaban del convulso Par¨ªs.
Hab¨ªa fingido Oteiza estar muerto (o huido). Pero su silenciosa ausencia era tan elocuente como persistente es el rumor del agua al desgastar los cantos. M¨¢s ruido hac¨ªa la Beocia, institucional o contrainstitucional; m¨¢s resonaba su voz de profeta. Ignoraban los funcionarios y otros oficinistas que la fuga de Oteiza era circular: ronda nocturna por los l¨ªmites, sobre la muralla, con un pie dentro y el otro fuera. "Me voy en redondo, y al irme ya estoy volviendo". Estando sin estar, Oteiza regres¨® con tal estruendo, el jueves por la noche, que algunos que ya estaban ciegos y mudos se han quedado sordos.
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