A favor del conocimiento
Escribir tan deprisa acerca de alguien que ha muerto tan despacio encierra un cierto sarcasmo. Es como si desde alg¨²n sitio se nos dijera: ah¨ª os qued¨¢is con vuestras urgencias, con vuestros tiempos acelerados hasta el paroxismo, con vuestro estupor (?os sorprende?) ante lo que ocurre, empezando por este final que es la muerte. Las ¨²ltimas noticias de Louis Althusser que fueron llegando por estas latitudes eran ya muy extra?as. Nos recordaban un pasado religioso, casi m¨ªstico, del joven fil¨®sofo. Incluso se deslizaba, creo recordar, la insinuaci¨®n de que algo de aquellas actitudes se hab¨ªa reavivado en sus ¨²ltimos a?os. Tal vez fuera verdad, no hay porqu¨¦ dudar de la informaci¨®n. En todo caso parec¨ªa coherente, permit¨ªa sacar una conclusi¨®n muy en el signo de los tiempos: Althusser, tras todo su recubrimiento doctrinal, tras toda aquella parafernalia categorial que inclu¨ªa una amplia gama de cortes, recortes, suturas y costuras, intentaba inutilmente resolver una tensi¨®n que s¨®lo la fe religiosa puede aliviar. Su propia vida, as¨ª, ejemplificar¨ªa y dar¨ªa raz¨®n al t¨®pico de que el proyecto marxista por entero no ha sido, en definitiva, otra cosa que una transposici¨®n en clave secular de una concepci¨®n escatol¨®gica de la historia.Antes de esto, se recordar¨¢, Althusser fue noticia, triste noticia, por el dram¨¢tico episodio de la muerte de su esposa. El dictamen de locura con que las autoridades intentaron despachar el asunto parec¨ªa haberle dado el definitivo carpetazo a toda su propuesta te¨®rica, haberle dejado en un instante sin lectores -sin la posibilidad misma de lectores- a trav¨¦s de un grosero argumento ad hominem: ?qui¨¦n podr¨ªa volver a leer con ojos limpios a un asesino al que la justicia, los m¨¦dicos y alg¨²n que otro periodista han condenado a la lo cura? No pretendo insinuar oscuros designios o turbias maquinaciones para acallar la ¨²ltima voz cr¨ªtica del marxismo occidental Me limito a decir que las lecturas sintomales, que tan generosamente cr¨ªticos e historiadores suelen repartir entre los autores que examinan, deber¨ªan aplicarse, aunque s¨®lo fuera de vez en cuando a sus propias lecturas.
La terminolog¨ªa
Tal vez as¨ª algo ir¨ªamos conociendo de nuestra propia suerte. Podr¨ªamos echar la vista atr¨¢s procurando no quedar atrapados, o por lo menos no quedar atrapados demasiado pronto en alguno de los estereotipos dominantes que se nos ofrecen para pensar el propio pasado (individual y colectivo). El conocimiento no gana nada en las est¨²pidas disyuntivas del tipo: o nostalgia (pasado heroico) o mal sue?o (error de juventud). Poner el acento en lo m¨¢s llamativo de la propuesta althusseriana que, como casi siempre, era su terminolog¨ªa -convertida en escol¨¢stica, tambi¨¦n como casi siempre, por sus ep¨ªgonos-, para as¨ª justificar una aliviada mirada burlona sobre aquella ¨¦poca no deja de ser un pobre y triste recurso, indicio de la pobreza te¨®rica y/o moral de quienes lo emplean. A fin de cuentas, el formidable esfuerzo de Althusser no apuntaba a otra cosa que a aportar alg¨²n elemento de inteligibilidad sobre el proceso hist¨®rico en general, y sobre la concreta realidad que le hab¨ªa tocado vivir en particular.
?l. mismo evoc¨®, en el Prefacio a su Pour Marx, "el marco te¨®rico-pol¨ªtico" (yo preferir¨ªa llamarlo hist¨®rico sin m¨¢s) en el que deb¨ªan ser entendidos sus primeros textos. Releer esas p¨¢ginas, esa mirada a vista de p¨¢jaro sobre su circunstancia, no puede dejar de impresionar. En ellas se nos aparece un fil¨®sofo debati¨¦ndose con las militancias febriles al uso, rechazando el intento de marcarle de por vida con el estigina originario de no haber nacido proletario, pugnando, en definitiva, por pensar. Pero no por un pensar meramente especulativo y, en esa misma medida, autocomplaciente Sus juicios respecto a los fil¨®sofos fueron siempre extremadamente cr¨ªticos. En alg¨²n momento lleg¨® a definirlos como "moscas en continuo aleteo", intelectuales sin pr¨¢ctica, cuyo discurso no es m¨¢s que el comentario y la negaci¨®n de dicha carencia. La filosof¨ªa de tales fil¨®sofos s¨®lo pod¨ªa el discurso de la impotencia te¨®rica sobre el verdadero trabajo de los dem¨¢s (la pr¨¢ctica cient¨ªfica, art¨ªstica, pol¨ªtica, etc¨¦tera). La s¨ªntesis de aquella reivindicaci¨®n (de lo te¨®rico) y de este rechazo (de la pr¨¢ctica filos¨®fica tradicional) es su idea del marxismo. En m¨¢s de una ocasi¨®n lo enunci¨® con su peculiar gusto por las formulaciones rotundas: lo que el marxismo introduce de nuevo en la filosofia es una nueva pr¨¢ctica de la filosofia. O tambi¨¦n (mirando de reojo a Grarrisci): el marxismo no es una nueva filosof¨ªa de la praxis, si no una pr¨¢ctica (nueva) de la filosofia.
Ninguna de estas afirmaciones se entiende sin referencia a aquel marco frente al que Althusser reaccion¨®. El postestalinismo, el per¨ªodo abierto con el XX Congreso del PCUS, vino a representar un deshielo que dej¨® a la vista, no ya s¨®lo los problemas que la anterior etapa hab¨ªa ocultado, sino, lo que es m¨¢s importante, la inexistencia de instrumentos te¨®ricos con los que resolver tales problemas. El tan denostado teoricismo althusseriano, que lo hubo, tiene su origen profundo en esta carencia, igualmente real. Althusser se propuso dar existencia,y consistencia te¨®rica a la filosor¨ªa marxista. Mostrar su especificidad oponiendo al magma pseudo-te¨®rico que entonces empez¨® a surgir (marxismos existencialistas, cristianos, fenomenol¨®gicos ... ) lo que ¨¦l consider¨® la ¨²nica instancia posible: el propio Marx.
El esplendor y la crisis
Probablemente desde esta ambici¨®n, desde este singular aliento te¨®rico, quepa explicar tanto el esplendor como la crisis de la propuesta althusseriana. El esplendor, o cuanto menos su atractivo inicial, tuvo que ver con el car¨¢cter global de su reflexi¨®n, con su condici¨®n de alternativa frente a lo marxismos precedentes". Althusser apareci¨® como un pensador innovador porque su alternativa no dud¨® en mostrar sus aristas pol¨¦micas, hasta el punto de que llegaron a convertirse casi en los rasgos idenfiticadores de su doctrina Historicismo y humanismo constituyeron, en muchos de sus textos, el objeto te¨®rico a rebatir. Probablemente no sea ahora el momento de hacer el balance de aquel combate, entre otras razones porque el combate mismo resulta ahora de dudosa inteligibilidad, pero m¨¢s de uno recordar¨¢ todav¨ªa los sarpullidos que levantaba, especialmente entre humanistas m¨¢s o menos residuales, su afirmaci¨®n de que no hay Sujeto de la historia. O la de que el marxismo no es historicismo.
Ya en 1971 un fil¨®sofo espa?ol describ¨ªa a Althusser como "el crispado escritor cuyo agitado filosofar a hachazos mejor puede representar el desasosiego del marxismo en Occidente". No le falta raz¨®n, como el tiempo se ha encargado de demostrar.
Pero no nos beneficiemos del privilegio del presente. Desde el derrumbe del socialismo real, y del marxismo que parec¨ªa inspirarlo, nada, m¨¢s f¨¢cil, mediante una teleolog¨ªa invertida, que se?alar con el dedo los errores del pasado. Deber¨ªamos instaurar el principio de que todo lo que nos reafirme excesivamente en lo que hay es sospechoso. Los pormenores de los textos althusserianos, acaso hoy nos resulten lejanos, pero lo fundamental de su apuesta debiera, siquiera por un instante, perturbarnos. Althusser estuvo siempre a favor del conocimiento y contra el mal social. Una doble apuesta que, por lo visto, ha ido languidenciendo en nuestra sociedad, se ha ido apagando como la vida del fil¨®sofo. ?Alguien se atrever¨¢ a decir "equivoc¨® el camino?". Es posible. Para quienes se vena con fuerzas para ello, s¨®lo un consejo. Sed prudentes: a los mejores de entre vosotros, tambi¨¦n os despedir¨¢n con un lamento.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y autor, entre otros, de La crisis del Stalinismo: el caso Althusser.
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