Una ins¨®lita arrogancia
En cierta ocasi¨®n Juan Benet pronunci¨® una conferencia sobre su propia trayectoria literaria, un tema que ¨¦l, dispuesto a charlar y discutir sobre cualquier cosa, detestaba. La conferencia, de la que fui testigo, aunque ¨¦l siempre calific¨® de ap¨®crifa mi versi¨®n de los hechos, empez¨® con una larga y premiosa introducci¨®n dando las gracias a los organizadores del acto; luego, y en vista de que, en contra de sus previsiones y deseos, el p¨²blico, algo ralo, permanec¨ªa sentado en la sala, pas¨® a exponer su trayectoria literaria. Un buen d¨ªa, empez¨® diciendo, escrib¨ª una novela.A este pronunciamento sigui¨® una de las famosas pausas de Benet, que pod¨ªan prolongarse indefinidamente. Y luego, continu¨® diciendo al t¨¦rmino de la pausa, escrib¨ª otra novela. Pausa. M¨¢s tarde, a?adi¨®, escrib¨ª otra novela. Las autoridades acad¨¦micas cabeceaban en se?al de asentimiento, los estudiantes tomaban apuntes y los despistados echaban miradas furtivas a sus relojes. Transcurridos los 45 minutos reglamentarios, la conferencia, que se hab¨ªa desarrollado ¨ªntegramente como vengo contando, concluy¨®, no s¨¦ a santo de qu¨¦ y para sobresalto del p¨²blico, con la afirmaci¨®n de que Dios, si existiera, habr¨ªa de ser forzosamente malvado.
Muchas circunstancias ins¨®litas concurr¨ªan en la persona de Juan Benet. En estos momentos quisiera destacar una que siempre admir¨¦: la arrogancia con que deambul¨® por el mundo literario de una sociedad que premia y fomenta la timidez y el vasallaje. Como no pod¨ªa ser de otro modo, la figura literaria espa?ola m¨¢s importante de los ¨²ltimos 50 a?os y probablemente la m¨¢s influyente del siglo, nunca consider¨® que la literatura fuera un oficio ni se consider¨® a s¨ª mismo como un profesional de las letras. A la larga, y cuando mantener esta postura habr¨ªa resultado extravagante, se avino a ejercer de literato: asist¨ªa a encuentros y congresos, e incluso lleg¨® a impartir un curso sobre literatura espa?ola en una universidad americana, a cuyos alumnos sum¨ªa a menudo en el desconcierto. Daba la sensaci¨®n de que se re¨ªa de los profesionales de la pluma y lo m¨¢s seguro es que as¨ª fuera. Esta actitud le permiti¨® crear una obra voluminosa y de extraordinaria calidad a lo largo de 30 a?os sin obtener jam¨¢s ning¨²n premio oficial. Por supuesto, ¨¦l, que era un hombre elegante, se burlaba de las encomiendas, pero creo que habr¨ªa muerto m¨¢s contento si, a repelo de sus inclinaciones, el pa¨ªs le hubiera hecho constar su reconocimiento en alguna forma.Cada libro una aventuraPara Juan Benet cada libro era una aventura. Sol¨ªa decir que nunca se deb¨ªa empezar a escribir algo cuyo final no fuera incierto. Le apasionaba enfrentarse a la p¨¢gina en blanco y a la terrible pregunta que asalta a todo escritor: ?y ahora, qu¨¦? Hoy he escrito la primera p¨¢gina de una novela, me dijo un d¨ªa, y no s¨¦ de qu¨¦ se trata, pero s¨¦ que me espera un a?o de obsesi¨®n. Est¨¢bamos en un bar, en Nueva York, charlando y bebiendo whisky, mientras fuera nevaba copiosamente. No me pareci¨® mal plan el suyo.No es ¨¦ste momento de hacer balance de su obra, pero no ser¨ªa un trabajo in¨²til, al hilo de los acontecimientos, echar una ojeada a los libros que se escrib¨ªan y le¨ªan en Espa?a cuando Juan Benet empez¨® a publicar. Para los que entonces nos adentr¨¢bamos en el territorio de la literatura, su aparici¨®n fue un verdadero milagro.Como estas semillas que germinan inopinadamente despu¨¦s de haber resistido el paso de las glaciaciones, la obra de Juan Benet revitalizaba algo que entonces cre¨ªamos perdido y que tal vez lo habr¨ªa estado s¨ª a ¨¦l no se le hubiera ocurrido ponerse a escribir.No es esto, sin embargo, lo que hemos perdido hoy, o no lo es para m¨ª, que le profesaba un sincero afecto y que ahora lloro la muerte del amigo antes que la del autor. Era hombre acogedor y de una extra?a generosidad, siempre dispuesto a regalar sin tasa su tiempo, su talento, su extraordinario ingenio, sus vastos conocimientos y sus juicios certeros. Estas l¨ªneas, redactadas torpemente y con prisa no tienen otro prop¨®sito que sumar mi voz a la de los que ahora lamentan su desaparici¨®n y se consuelan pensando que tuvimos la suerte de haberle conocido.
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