F¨²tbol y cardiopat¨ªa
Hab¨ªamos llegado hasta Brujas despu¨¦s de sucesivas desazones que empezaron en una gripe mal curada. En primer lugar se nos agarr¨® al pecho aquel partido g¨¦lido que los chicos de la selecci¨®n jugaron contra los ping¨¹inos de Noruega. Salimos del congelador con el tiempo justo para sufrir ante Eslovenia una especie de fiebre malaria con la que se cruzaba un ataque de amnesia colectiva: ni los muchachos recordaban la utilidad de la pelota ni nosotros acert¨¢bamos a reconocerlos como las estrellas de la Liga. As¨ª nos presentamos ante Yugoslavia, un equipo formado por soldados de fortuna, gente reacia a cumplir ¨®rdenes y a respetar horarios que s¨®lo se re¨²ne para celebrar el d¨ªa del antiguo alumno y s¨®lo se conjura para ejecutar operaciones especiales. De pronto ca¨ªamos en que Stojkovic, Jugovic, Mijatovic y compa?¨ªa tienen un pasado de p¨®lvora y brillantina que les convierte en tipos imprevisibles. ?Sabe alguien qu¨¦ planes tienen tal d¨ªa como ¨¦ste? ?Pasar¨¢n por una de esas tribulaciones balc¨¢nicas que les hacen tan vulnerables? ?O se habr¨¢n despertado dispuestos a jugar de memoria? Tardamos muy poco en resolver las dudas: hoy estaban conchabados con el genio de la l¨¢mpara, y por tanto eran temibles. Simplemente deseaban un gol, y acto seguido lo ten¨ªan. ?Necesitaban un cabezazo espl¨¦ndido? Ah¨ª estaba. ?Un tiro a la curva interior del larguero? Voil¨¤.
Cuando faltaba un cuarto de hora hab¨ªan realizado puntualmente todos sus deseos. Ganaban por un gol, y nosotros, los seguidores, siempre tan comprensivos con nuestros juguetes animados, dijimos que ya estaba bien de pa?os calientes; nos sobrepusimos a la taquicardia que nos hab¨ªa sumido en un lamentable estado de postraci¨®n y fuimos a la cocina a afilar el cuchillo. Qu¨¦ Yugoslavia ni qu¨¦ gaitas. Se iban a enterar estos mangantes que cobran sumas millonarias. Ah¨ª estaba el ejemplo rampante de esa Noruega defendida por un par de bomberos en paro, alg¨²n conductor de autob¨²s, alg¨²n paseante de perros y unos pocos profesionales que se hab¨ªan atrevido a asomar por la Liga inglesa.
Pero ahora, minuto noventa y tantos, cuando est¨¢bamos prepar¨¢ndonos para dar su merecido a nuestros felones, cuando busc¨¢bamos una cuerda para ahorcar, por riguroso orden de antig¨¹edad, a Camacho, Guardiola y Ra¨²l, una pelota desesperada cay¨® sobre la cabeza que pens¨¢bamos cortarle a Urzaiz.
Y lleg¨® Alfonso con sus botines blancos y se bail¨® un gol definitivo, y t¨² me preguntas qu¨¦ hago yo con este cuchillo de cocina. ?Pues no lo ves, amor m¨ªo? Iba a cortarte unos taquitos de jam¨®n.
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