Por el honor de Pantani
Beloki se queda a dos segundos de Ullrich tras una etapa de monta?a ganada a lo grande por El Pirata
Al final del gran d¨ªa todo fueron lamentaciones en el bando de los so?adores. Los ilusos. So?aba El Chava con su etapa, pero a tres kil¨®metros del orgasmo lleg¨® Pantani para evitarlo. So?aba Beloki con un puesto m¨¢s alto, con un extraordinario segundo lugar en el gran Tour, pero a 55 segundos, dos antes de los necesarios, surgi¨® Ullrich de entre la nada para devolverle a la realidad; so?aba Ullrich con que por fin iba a llegar el mal d¨ªa del inaccesible Armstrong, y estaba gozando viendo que en efecto lleg¨®, y ya estaba sufriendo porque, en efecto, ¨¦l no estaba a la altura de sus deseos. So?aba Virenque en un sue?o de lunares rojos; y so?aba Botero en repetirse el gustazo del Izoard; Escart¨ªn, con sus ataques de Piau Engaly; Heras, en estar a la altura de los m¨¢s grandes. Terminada la jornada, pasadas las m¨¢s de cinco horas y media sufridas a 31 por hora; olvidados el Galibier blando, la dura Madeleine, la interminable subida a la estaci¨®n de Courchevel, todos ellos se miraron las manos y las vieron vac¨ªas. El lamento dur¨®, sin embargo, poco: todos miraron las manos de los dem¨¢s y las vieron m¨¢s vac¨ªas que las suyas. Como lo vivieron durante la etapa, la m¨¢s dura de los Alpes, la ¨²ltima gran etapa antes de Par¨ªs, todos acabar¨¢n conform¨¢ndose con lo que tienen: y luchando para guardarlo.Mancebo no sue?a: se aferra a su maillot blanco y no lo suelta: vive en su sue?o. Armstrong tampoco sue?a: Armstrong tem¨ªa La Madeleine, el puerto m¨¢s duro del Tour. Pantani tampoco sue?a: Pantani vuela. Ninguno de los tres se lament¨®. Los tres tienen lo que desean: un maillot amarillo, un amor del Tour, una monta?a a sus pies.
Pas¨® la gran etapa y tres cosas quedaron claras. 1. Armstrong ha empezado a ir cuesta abajo, pero ha visto Par¨ªs desde la cima de La Madeleine. 2. Todos est¨¢n yendo cuesta abajo. 3. Pantani es Pantani.
Todo ganador de Tour pasa un momento malo alg¨²n d¨ªa de su conquista, dicen. Todo consiste para los pretendientes, a?aden, en aprovecharlo para atacarle. Como se suele decir a posteriori, todo queda en teor¨ªa bonita y en, ay qu¨¦ l¨¢stima, qu¨¦ ocasi¨®n he perdido. Con Armstrong, el ostentoso americano de amarillo, todo se sab¨ªa de antemano. La v¨ªspera, todo el que tuviera ojos para ver y o¨ªdos para o¨ªr se enter¨®: en los dos primeros puertos, Vars y Allos, Armstrong no estuvo a gusto. Nadie le atac¨®. Nadie lo comprob¨®. Por la noche lo confes¨®: "Uff, qu¨¦ d¨ªa m¨¢s largo, largo, largo", dijo. "Uff", a?adi¨®, "qu¨¦ Madeleine m¨¢s larga, larga, larga viene. La temo". S¨ª. La tem¨ªa. La sufri¨®. Todo el mundo lo vio. Nadie le atac¨®.
Fue m¨¢s o menos as¨ª. El Banesto se hab¨ªa mostrado una estrategia con Jim¨¦nez que consist¨ªa en atacar desde el primer puerto, el descenso del Galibier y el repecho del T¨¦l¨¦graphe. En ese ataque fueron sus Arrieta y Txente para llevarle en el valle y subirle a su rueda todo lo que pudieran; y tambi¨¦n fue Otxoa, el escalador vizca¨ªno que se ha descubierto fuerte. Y dado que el de Berango era un hombre preocupante (a menos de siete minutos de las plazas del podio) no parec¨ªa buena idea dejarle coger minutos como si tal cosa. As¨ª que el pelot¨®n, en vez de ascender La Madeleine al tran-tran del US Postal como habr¨ªa deseado Armstrong, la subi¨® al ritmo desaforado que le impuso el bestia de Udo Bolts, una m¨¢quina de hombre al servicio de Ullrich. Resultado: Armstrong empez¨® a jadear. Hasta se le vio hablar con Pantani pidiendo ayuda. Entonces atac¨® Escart¨ªn un par de veces. Con el aragon¨¦s se iba Ullrich y a Armstrong le costaba trabajo recuperarse. Pero los ataques fueron suspiros sin continuaci¨®n. Ullrich no lo intent¨® m¨¢s. Parec¨ªa que m¨¢s que atacar al l¨ªder defend¨ªan su posici¨®n. Beloki, siempre a la defensiva, ni intent¨® probar. Nadie se movi¨®. Hasta Guerini, el fiel escalador de Ullrich, le ech¨® la bronca a su jefe: c¨®mo iba a marcar un ritmo de subida: se trataba de atacar a Armstrong, no de llevarlo en carroza. En la carroza del miedo de sus rivales viaj¨® el l¨ªder. Vio Par¨ªs desde la cima y fue un hombre nuevo. Dio, entonces, v¨ªa libre a Pantani.
De Pantani se esperaba un ataque lejano, rompedor, explosivo. Pero en su papel de aliado de Armstrong no puede sino dedicarse a las voladuras controladas. En el valle hacia Courchevel compr¨® los servicios del exagerado Commesso para reducir a la mitad la ventaja del grupo de Jim¨¦nez, al que se le hab¨ªa unido el siempre fuerte Botero. El napolitano cumpli¨®. Pantani atac¨®. Armstrong, avisado y ya superado el mal trago, se fue con ¨¦l. Ullrich, que dej¨® pasar la oportunidad, fue el m¨¢s perjudicado. Beloki tambi¨¦n sufri¨® y subi¨® a rueda de su compa?ero, y rival para el podio, Moreau. Heras intent¨® el imposible y se fue con la pareja de gigantes. Pero Pantani volvi¨® a atacar. Despleg¨® sus alas y vol¨® El Pirata. Pas¨® volando al doctor Jim¨¦nez, m¨ªster Chava, el fascinante personaje de la estepa abulense. A Pantani, el mejor escalador, nadie le podr¨ªa coger. Corr¨ªa detr¨¢s de su honor.
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