El Alav¨¦s cae repleto de gloria
Un gol en propia meta a dos minutos de los penaltis concede el t¨ªtulo al Liverpool tras una final maravillosa
Las p¨¢ginas de oro del f¨²tbol tienen desde ayer un cap¨ªtulo de honor para una final imborrable, para un encuentro cuya cr¨®nica se transmitir¨¢ de generaci¨®n en generaci¨®n sin que el relato pierda un ¨¢pice de incertidumbre. Porque no cabe conjugar m¨¢s pasiones sobre un campo de f¨²tbol convertido en una fiesta de gala con un invitado de abolengo y un comensal sin galones pero con esp¨ªritu heroico envidiable. S¨®lo as¨ª se explica la gesta de un Alav¨¦s que supo mantenerse de pie ante un ilustre enemigo que le tuvo al borde del precipicio una y otra vez, pero al que devolvi¨® golpe por golpe tras un ejercicio de autoestima may¨²sculo, que termin¨® tr¨¢gicamente con un autogol de oro en una pr¨®rroga pasional como pocas.
Para empezar, con un nudo en la garganta, el Alav¨¦s se desplom¨® reci¨¦n abierto el tel¨®n. P¨¢lido por la relevancia del evento, como si saliera descosido desde el vestuario, el equipo vitoriano vio como su rival le atropellaba en un santiam¨¦n, los tres minutos que tard¨® el Liverpool en sondear el ¨¢rea de Herrera y su tropa de centrales, que tiritaban, como todos sus compa?eros, desde la ronda de calentamiento previa. Mientras Tomic ped¨ªa instrucciones al banquillo sobre cu¨¢l era el marcaje adecuado, Babbel estir¨® el cuello y, sin escolta alguna, empin¨® la noche para el Alav¨¦s. Los de Man¨¦ se quedaron a¨²n m¨¢s destemplados. A los tres centrales les quemaba la pelota y cada aliento de Heskey y Owen les supon¨ªa una tortura. Apenas cumplido el cuarto de hora y con el Alav¨¦s hecho trizas, Eggen se la dio a un enemigo y Owen exprimi¨® toda su clase para asistir a Gerrard, que no perdon¨® a Herrera. Dos azotes tan s¨²bitos que hac¨ªan prever que el Alav¨¦s quedar¨ªa definitivamente sepultado.
Pero Man¨¦ reaccion¨® con valent¨ªa y decidi¨® pujar con Iv¨¢n Alonso a costa de un central (Eggen). Un sencillo trueque que sirvi¨® como toque de diana en todo el equipo. Jordi, el m¨¢s clarividente, comenz¨® a reclamar la pelota, hizo de faro para todos su compa?eros, que a su amparo se quitaron el polvo, levantaron la barbilla y se lanzaron a una aventura quim¨¦rica mientras el Liverpool bajaba la persiana durante un rato. S¨®lo sostenido por un incre¨ªble acto de fe -cualquier otro novato simplemente hubiera rezado por que el baile acabara pronto-, los alaveses se la jugaron y contribuyeron a sellar en la retina de todos los aficionados un partido esquizofr¨¦nico, pero inolvidable. El empe?o alavesista deriv¨® en un soberbio remate de Iv¨¢n Alonso, un argentino con muelles en los pies para remediar su poca estatura que posee un excelente remate de cabeza.
Su gol espabil¨® m¨¢s si cabe a los de Man¨¦, que, con m¨¢s remango que otra cosa, asfixiaron por momentos a Westerveld, decisivo en dos remates de T¨¦llez y en un mano a mano con Javi Moreno. Pero no era la noche de los vitorianos, que cuando masticaban el empate por la heroica se vieron con un penalti en contra. A un suspiro del descanso, McAllister abri¨® otro boquete en el marcador.
Otro palo dur¨ªsimo para el Alav¨¦s, pero del que volvi¨® a levantarse a base de coraje y decisi¨®n, porque la noche nunca estuvo para exquisiteces. Lejos de entregar los trastos definitivamente toc¨® de nuevo la corneta y peg¨® otro arre¨®n. Nada de achicarse ante un contrario de semejante talla, con un escudo de muchos quilates y las vitrinas empapeladas de oro. Un enemigo que para entonces manejaba el partido como le gusta en estos tiempos, con los riesgos justos y el freno de mano caliente. El Alav¨¦s meti¨® el partido en la caldera y encontr¨® la inspiraci¨®n de Javi Moreno, que con dos goles casi encadenados incendi¨® el partido. Otra gesta de un modesto equipo que ha sido capaz de marcarle nueve goles al Kaiserslautern, cinco al Inter y cuatro al Liverpool. Una haza?a que ni siquiera el traspi¨¦ ante Fowler pudo empa?ar, porque a Jordi Cruyff y todos sus colegas a¨²n le quedaba un gramo de fe para alimentar un marcador que parpadeaba d¨ªgitos impensables mientras millones de aficionados se frotaban los ojos al tiempo, en Dortmund o frente al televisor. La pr¨®rroga, con el jaque mate del gol de oro en el reglamento, exigi¨® un nuevo sacrificio a los de Man¨¦, que terminaron con nueve jugadores y una desgracia incre¨ªble: un gol en propia puerta para cerrar un partido dislocado e insuperable que justific¨® el sobrenombre de los vitorianos: Glorioso Alav¨¦s.
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