Segunda oportunidad
Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez, el espa?ol acusado de un doble asesinato en 1995 y cuya condena a muerte por un tribunal del Estado de Florida fue revocada en junio pasado, tendr¨¢ a partir de ma?ana una nueva oportunidad de demostrar su no culpabilidad. Es decir, la tendr¨¢ su abogado, un profesional solvente que ya consigui¨® recientemente, en la fase preliminar del juicio, la anulaci¨®n de la principal prueba material aportada por la acusaci¨®n en el primer juicio: un v¨ªdeo subrepticiamente grabado por la ex esposa de Mart¨ªnez en el que supuestamente reconoc¨ªa su crimen.
Que la frontera entre la inocencia y la culpabilidad pase por la pericia del abogado, y ¨¦sta por la minuta que cobre, es algo que ocurre, lamentablemente, en todos los pa¨ªses, incluyendo los que gozan de un sistema democr¨¢tico. Pero s¨®lo en unos pocos de estos ¨²ltimos (adem¨¢s de Estados Unidos, India y Jap¨®n) esa frontera lo es tambi¨¦n entre la vida y la muerte, por su resistencia a abolir la pena capital. El v¨ªdeo ya era inaudible en el primer juicio, pero la impericia del abogado no fue capaz de oponerse eficazmente a la utilizaci¨®n en su lugar de una transcripci¨®n realizada bajo la direcci¨®n de un polic¨ªa que, adem¨¢s, era el padre de una de las v¨ªctimas. En junio de 2000, el Tribunal Supremo de Florida reconoci¨® que el juicio condenatorio hab¨ªa estado plagado de irregularidades y que no se hab¨ªan respetado las garant¨ªas del procesado. La intervenci¨®n de Amnist¨ªa Internacional y la movilizaci¨®n del Parlamento espa?ol, as¨ª como la obtenci¨®n de fondos para contratar a un buen abogado, fueron factores decisivos en el proceso que condujo a la anulaci¨®n.
Si a lo que ese caso concreto revela se a?aden las estad¨ªsticas que demuestran que el 7% de los condenados a muerte en Estados Unidos entre 1976 y 1995 result¨® inocente, que hay una manifiesta desigualdad de criterios en los diferentes Estados de la Uni¨®n -40 veces m¨¢s ejecutados en Tejas que en Nueva York-, y no digamos en funci¨®n de que los acusados sean blancos (y ricos) o negros (o hispanos), es evidente que, adem¨¢s de inhumana, la pena de muerte es una pr¨¢ctica en buena medida arbitraria. Bastar¨ªa lo primero, pero lo segundo refuerza los motivos para oponerse a ese residuo at¨¢vico, y para desear que Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez sobreviva a esta segunda oportunidad.
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