Un bronce de rabia
Joane Somarriba se desquita con su medalla en fondo de su cuarto puesto en la contrarreloj
En Zolder hubo minas de carb¨®n hasta 1992. Los mineros llevaban caramelos duros, bolas de az¨²car quemado, moradas, con sabor a an¨ªs. Los chupaban sin parar. As¨ª evitaban tragar polvo. Los organizadores del Mundial de ciclismo de Zolder han entregado a cada participante caramelos de an¨ªs. Ya no son trozos de az¨²car, sino un s¨ªmbolo: el del trabajo, el sufrimiento, el dolor, el orgullo, la rabia... Tambi¨¦n, el s¨ªmbolo de Joane Somarriba.
'Aquello era un gallinero', contaba Somarriba, feliz, con una medalla de bronce al cuello; 'un circuito estrecho, lleno de curvas, peligroso, con las patas de las vallas en mitad de las cunetas. Y todas nosotras, nervios¨ªsimas'. La espa?ola estaba en medio de una pesadilla, en el peor de los mundos, ella, fina escaladora, mujer de garra, ganadora de dos Giros, de dos Tours, mujer de monta?a, all¨ª, en un circuito de coches, en terreno llano.
'Ten¨ªa que huir como fuera', dec¨ªa. Huy¨®. Se fue cuando parec¨ªa imposible; cuando, a falta de dos vueltas, el grupo, desazonado, se preparaba para el sprint. En el repecho, la cuestecilla de 400 metros que era la gran dificultad, Somarriba se puso en cabeza, baj¨® un pi?¨®n, aceler¨®, tens¨® la cuerda, la rompi¨®. A su rueda s¨®lo aguantaron la suiza Nicole Br?ndli y la australiana Sara Carrigan. Eran m¨¢s r¨¢pidas que ella. Pero daba igual. Las tres llegar¨ªan. 'Y yo s¨®lo pensaba en subir en el caj¨®n. Era lo ¨²nico que me importaba', explicaba. Llegar¨ªan tres. Medalla para todas. Somarriba borrar¨ªa el disgusto del mi¨¦rcoles, de su cuarto puesto en la contrarreloj, de aquella medalla de chocolate que se qued¨® a s¨®lo tres cent¨¦simas del bronce. Una pel¨ªcula preciosa. Ma non troppo, no tan deprisa.
Es la ¨²ltima vuelta. Faltan dos kil¨®metros. Las tres de delante, Somarriba dejando el alma en cada relevo, mantienen 15 segundos sobre el pelot¨®n. Van a llegar. Por detr¨¢s empiezan a bajar el repecho. Llueve. La carretera es un espejo. Se lanzan detr¨¢s. Las m¨¢s peligrosas. La sueca Susanne Ljungskog, la segunda del ¨²ltimo Tour, la desconocida que se meti¨® en un corte tonto y ape¨® a Somarriba de la segunda plaza, la corredora potente que desde aquel d¨ªa de agosto es otra; la holandesa Mirjam Melchers, potent¨ªsima rodadora; la bielorrusa Zinaida Stahurskaya, ganadora del ¨²ltimo Tour, campeona mundial de 2000. Si las cogen, Somarriba est¨¢ muerta.
Se lanzan y Melchers se cae y Stahurskaya tropieza con ella y da una vuelta de campana. Las coge s¨®lo la sueca. S¨®lo una, pero suficiente para echar del podio a la vasca. 'Ya est¨¢', se dijo Somarriba; 'ya somos cuatro. Otra vez ser¨¦ cuarta. Y en el mismo momento en que lo pens¨¦ me negu¨¦ a cre¨¦rmelo. Yo era la m¨¢s lenta, pero me dije que no ser¨ªa la cuarta. Y llegu¨¦ sin fuerzas. No s¨¦ de d¨®nde las saqu¨¦. Y yo era pura rabia. Y era la m¨¢s lenta, pero termin¨¦ tercera. El bronce me sabe a oro'. S¨®lo la superaron Ljungskog y Br?ndli.
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