Dividiendo inmisericordemente hasta con Cuba
La concentraci¨®n a favor de la democracia en Cuba, celebrada el 26 de abril en la Puerta del Sol, estuvo a punto de ser algo moralmente relevante, y no estoy seguro de que pueda llegar a ser una fecha a recordar. Escribo estas consideraciones con la esperanza de convencer a quienes disfrutaron abronc¨¢ndonos a algunos de los que estuvimos all¨ª de que no fue una buena idea si el objetivo era avanzar hacia la libertad en Cuba, y no tan s¨®lo desahogar comprensibles amarguras acumuladas durante decenios. Fue un fracaso doble. Una vez m¨¢s, de espa?oles y cubanos juntos. Pudo ser el momento de la inflexi¨®n de unas simpat¨ªas por Castro muy extendidas a¨²n en la sociedad espa?ola, pero el extremismo ruidoso de una parte de los congregados malogr¨® en desagradable bronca lo que iba a nacer como un simb¨®lico consenso pol¨ªtico denunciando a Castro y apoyando el cambio democr¨¢tico en Cuba. No habr¨¢ esp¨ªritu de la Puerta del Sol. Fue incre¨ªble ver c¨®mo nos insultaban personas por el hecho de estar voluntariamente con ellas compartiendo sus ilusiones. Pero lo peor es la sensaci¨®n oprimente de haber participado en un acto a favor de la libertad en el que hubo gestos y actitudes que asociamos a las concentraciones de los nost¨¢lgicos del franquismo.
Los esfuerzos de los organizadores llamando a la unidad y las palabras de Rosa Montero y de Fernando Trueba elogiando el significado del pluralismo pol¨ªtico no pudieron enfriar racionalmente un ambiente previamente fogueado. A pesar del encomiable esfuerzo que realizan personalidades pol¨ªticas o proyectos editoriales, como "Encuentro de la cultura cubana", el exilio cubano en Espa?a va con retraso respecto de lo est¨¢ sucediendo en Cuba; singularmente, la estrategia de Oswaldo Pay¨¢ para forzar una transici¨®n pol¨ªtica a partir de las leyes del r¨¦gimen comunista y ofreciendo di¨¢logo incluso al mismo aparato castrista. Nuestro Gobierno lo sabe, pero da igual. Si todav¨ªa quedan en Exteriores alguno de los muchos diplom¨¢ticos que durante los ¨²ltimos veinticinco a?os definieron las relaciones con Cuba como pol¨ªtica de Estado, tendr¨¢n v¨¦rtigos hist¨®ricos. En lugar de aprovechar las profundas coincidencias existentes con los partidos de la oposici¨®n, socialistas y nacionalistas, expresadas en resoluciones aprobadas en las C¨¢maras, nuestra pol¨ªtica exterior se ha uncido al carro, en una morbosa interacci¨®n, del amarillismo period¨ªstico. Anson recordar¨¢ el an¨¢lisis que Jes¨²s Pab¨®n realiz¨® de una parte de la prensa espa?ola de los a?os previos a la independencia de Cuba en 1898, y que Jos¨¦ Mar¨ªa Jover ha citado, para se?alar la dependencia de los pol¨ªticos "de una prensa al servicio de una consigna, esencialmente falsa, porque aparenta representar una opini¨®n cuando la est¨¢ creando en la mentira". "Sobre una fe y un sentimiento sagrados -la integridad del territorio nacional- se pone en marcha una colosal mentira: No hab¨ªa m¨¢s alternativa que el deshonor o la guerra".
Pero no dramaticemos. El Gobierno aparenta esa firmeza intransigente porque a continuaci¨®n exige a Zapatero que se presente en la Puerta del Sol como un penitente. En Cuba, nuestra diplomacia procura seguir ayudando a los inversionistas. Obviamente, no vamos a romper con Castro, ni el Gobierno va re?ir a Fraga, el m¨¢s efervescente de sus justificadores despu¨¦s de Nikita Kruschev, tal vez el otro personaje mundial capaz de atreverse a jugar al domin¨® con Fidel. Tampoco se preve¨ªa que se advirtiera al Papa, con ocasi¨®n de su visita, de sus errores por haber viajado a Cuba o por no haber pedido la dimisi¨®n del cardenal arzobispo de La Habana, monse?or Jaime Ortega, quien suele recordar a la oposici¨®n democristiana, cuando ¨¦sta pide apoyo eclesi¨¢stico, que su misi¨®n no es pol¨ªtica. Por cierto, que es la misma teor¨ªa que prominentes miembros del PP sostuvieron en una reuni¨®n con empresarios espa?oles en La Habana, cuando aclararon que la pol¨ªtica del Gobierno difer¨ªa de los criterios de su diputado Guillermo Gort¨¢zar, entonces -su dimisi¨®n fue inmediata- presidente de la delegaci¨®n espa?ola ante el congreso de la Uni¨®n Interparlamentaria que se celebr¨® all¨¢. Uno de los empresarios -me parece que el favorecido por el r¨¦gimen con una licencia de importaci¨®n de pollos para festejar la llegada del Papa- nos reproch¨® dos cosas a los parlamentarios: que nos meti¨¦ramos en pol¨ªtica entrevist¨¢ndonos con la disidencia, perjudicando as¨ª su imagen de despolitizados emprendedores espa?oles, y que no entendi¨¦semos que el comunismo all¨ª no era como hab¨ªa sido en Europa, sino caribe?o. Quien, ofendido, contest¨® que la actividad empresarial que se ve¨ªa en la isla consist¨ªa en algo tan neutro como lograr del poder una concesi¨®n monopol¨ªstica, y quien dijo que en materia de comunismos no distingu¨ªa variantes caribe?as fui yo y no mis colegas del PP, que ahora nos piden una firmeza que no tuvieron cuando se sab¨ªan grabados por las c¨¢maras ocultas del r¨¦gimen en aquel hotel habanero.
Estas incongruencias explican por qu¨¦ Espa?a est¨¢ perdiendo influencia pol¨ªtica en Cuba, con el riesgo de que en el proceso de cambio de r¨¦gimen decidamos menos que Canad¨¢, Francia u otros pa¨ªses que hasta los tiempos de la bromita de Aznar y su corbata con Fidel Castro aceptaban nuestro liderazgo en la isla. Churchill opinaba que para gobernar Gran Breta?a se necesitaba saber algo de historia y dormir ocho horas al d¨ªa. La atenci¨®n hacia el consenso que nuestra historia con Cuba recomienda resulta ingenuo esperarla de un presidente del Gobierno que parece haberse levantado malhumorado de una siesta con pesadillas cuando ¨²ltimamente asocia con Castro a todos sus competidores electorales. Pero si lo que sucedi¨® en Cuba en 1898 nos produjo da?os duraderos en nuestra autoestima nacional, no parece que vaya a ser muy conveniente, en ese orden de cosas, que Espa?a, porque a su Gobierno le interesa provocar a toda costa disensos, est¨¦ fuera de juego cuando se aceleren los cambios pol¨ªticos en Cuba. El extremismo en el que Aznar juega con ventaja ni siquiera es ya mayoritario en la fundaci¨®n que presid¨ªa Mas Canosa. Espa?a deber¨ªa hacer suya la inteligente pol¨ªtica opositora que est¨¢ ya prevaleciendo entre los dem¨®cratas dentro de Cuba. Los cubanos tienen derecho a no incurrir en los errores del pasado. La ansiada independencia nacional, perdida primero ante EE UU y despu¨¦s ante la URSS, exige que la transici¨®n la hagan los cubanos. Nosotros deber¨ªamos ser vistos como una garant¨ªa frente a posibles injerencias. Pero sin consenso entre nosotros no ser¨¢ posible. El inmisericorde divisor se har¨ªa un gran favor convirti¨¦ndose en sumando.
El autor afirma que en la protesta de Madrid por
las ejecuciones en Cuba se malogr¨® el consenso
pol¨ªtico para denunciar al r¨¦gimen castrista.
Juan Jos¨¦ Laborda es portavoz del Grupo Socialista en el Senado.
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