La fiesta de los patos
Silbones, cucharas, tarros, porrones, frisos, azulones, rabudos, cercetas, malvas¨ªas, negrones, serretas... Denominaciones que con la palabra pato o ¨¢nade delante designan hasta 22 especies de este tipo de aves, las que pueden llegar a verse por nuestros aguazales. A las que se suman media docena de gansos y cisnes, m¨¢s casi un centenar de variedades de garzas, gaviotas, ¨ªbises, cig¨¹e?as, lim¨ªcolas, somormujos y cormoranes.
Todas esas especies nos regalan su tendencia al gregarismo en cuanto el oto?o se despliega por completo. Un regalo para nuestros sentidos. Bandadas de miles, a veces decenas de miles, de estas aves, en efecto, se concentran en algunos enclaves lagunares.
Los destinos para obsequiarnos con el fabuloso espect¨¢culo son bastante numerosos. Acapara la condici¨®n de primer refugio invernal el conjunto marisme?o de la orilla oeste del Guadalquivir, a partir de su paso por Sevilla. Nos referimos, por tanto, al parque nacional de Do?ana, su preparque y al cintur¨®n de arrozales que los perimetrea. All¨ª, muchos inviernos, sobre todo los que resultan crudos en el resto de Europa, no es raro que se den cita hasta medio mill¨®n de estas aves.
El litoral mediterr¨¢neo, con los Aiguamolls del Ampurd¨¢, el delta del Ebro, la albufera de Valencia, las salinas de Santa Pola, El Hondo y el mar Menor, es la gran segunda fonda de la pater¨ªa europea en Iberia. Las lagunas manchegas, casi medio centenar, atraen a otros contingentes de invernantes alados. Tambi¨¦n alcanza condici¨®n significativa el conjunto de graveras inundadas situadas al sur de la comunidad de Madrid. No menos los estep¨¢ricos enlagunados de Arag¨®n, casi todos ellos situados en los Monegros, con la excepci¨®n de la primera laguna espa?ola, la de Gallocanta, que espejea en los l¨ªmites de Zaragoza, Guadalajara y Teruel.
Los campos zamoranos del derredor de Villaf¨¢fila pueden hacer que nuestros pasos se dirijan al noroeste. Y ya en la costa podremos acudir en varias de las r¨ªas que desde Urdabai, cerca de Gernika, hasta la de Vigo quedan asim¨¦tricamente salpicadas. De las que conviene no olvidar a Villaviciosa, en Asturias; Oyambre, en Santander, o las r¨ªas de Vigo y Arosa.
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