Wall Street y el d¨®lar
La imposibilidad de predecir los movimientos a corto plazo de los tipos de inter¨¦s y de los tipos de cambio es una bien conocida limitaci¨®n de los modelos econ¨®micos y una maldici¨®n para los analistas, a los que, comprensible pero inevitablemente, se les pide que arriesguen su reputaci¨®n proporcionando estimaciones de ambas variables. Por eso resulta reconfortante encontrar, si no en la teor¨ªa econ¨®mica, s¨ª en la historia reciente, alg¨²n tipo de regularidad emp¨ªrica que contribuya a educar la adivinaci¨®n a la que se ven forzados los que se dedican a este oficio de tinieblas.
En el caso del d¨®lar, los ya casi treinta a?os de flotaci¨®n cambiaria proporcionan un sorprendente y sugestivo hallazgo: al d¨®lar no le prueban los secretarios del Tesoro que no provienen de Wall Street. Recuerden el historial m¨¢s reciente del billete verde: fue una divisa d¨¦bil durante el mandato de Lloyd Bentsen -el senador dem¨®crata por Tejas que en el debate presidencial de 1988 vitri¨®licamente record¨® al candidato Dan Quayle que ¨¦l no era Jack Kennedy- fue una moneda fuerte con Robert Rubin -ex Goldman Sachs-, otra vez d¨¦bil con Larry Summers -procedente de Harvard- y a¨²n m¨¢s d¨¦bil con Paul O'Neil y John Snow, dos hombres de la gran industria americana antes de convertirse en los dos secretarios del Tesoro de George W. Bush.
El d¨¦ficit corriente americano crea un exceso de oferta de d¨®lares, lo que equivale a subir el porcentaje de ahorro del resto del mundo en d¨®lares
Ciertamente la cotizaci¨®n del d¨®lar no s¨®lo depende del curr¨ªculo del n¨²mero uno del Tesoro. Pero es bastante probable que los mercados no est¨¦n permanentemente dispuestos a pasar por alto las convicciones profundas de quien est¨¢ al tim¨®n de la empresa que -juntamente con la Fed- tiene el nada despreciable poder monop¨®lico de emitir los d¨®lares.
La historia de los mercados prueba que las etapas de bonanza est¨¢n sistem¨¢ticamente asociadas a las fases en las que se produce una triada feliz: bajas tasas de inflaci¨®n, tipos de inter¨¦s a la baja y un d¨®lar fuerte. Quienes trabajan en Wall Street no suelen olvidar esos momentos. Rubin desde luego jam¨¢s lo hizo, pero esa convicci¨®n no es frecuente, ni entre los acad¨¦micos ni entre los empresarios. Los primeros, porque tienden a considerar el tipo de cambio un "instrumento" utilizable para alcanzar "objetivos" macroecon¨®micos. Por ejemplo, el d¨¦ficit de cuenta corriente. La tentaci¨®n de que la depreciaci¨®n cambiaria consiga "arreglar" el descalce entre ahorro e inversi¨®n es consustancial a la econom¨ªa pol¨ªtica y, en el caso norteamericano, una atracci¨®n tan irresistible que tiene nombre: bening neglect.
En el caso de los empresarios, porque es imposible convencer a un industrial de que la devaluaci¨®n no siempre fomenta las exportaciones. Ellos saben m¨¢s: perciben que quiz¨¢s la depreciaci¨®n no arregla el problema del d¨¦ficit comercial, pero tambi¨¦n anticipan que mejorar¨¢ la rentabilidad de las industrias nacionales que tienen que competir internacionalmente. Y, si el ajuste cambiario no alcanza, esperan el recurso a la protecci¨®n o la eficacia de la "diplomacia comercial". Hoy combinamos lo peor de ambos mundos.
En lo que va de a?o, y pese a las fuertes intervenciones de los bancos centrales de Jap¨®n y China, el d¨®lar se ha depreciado un 23% frente a las principales divisas mundiales. No hay mucho misterio en el porqu¨¦ de esa tendencia: el masivo d¨¦ficit corriente americano crea un exceso de oferta de d¨®lares, o lo que es equivalente, un aumento del porcentaje de ahorro que el resto del mundo mantiene en d¨®lares. Para que la fiesta contin¨²e es necesario que los mercados anticipen que los precios de los activos americanos van a seguir aumentando y que sus plusval¨ªas no se van a evaporar por un inoportuno desplome del billete verde.
Puede ser. Pero no estar¨ªa de m¨¢s que los mercados comenzaran a ver que para reequilibrar los flujos de inversi¨®n y ahorro norteamericanos a los secretarios del Tesoro se les ocurren m¨¢s cosas que aferrarse a la esperanza de que el deslizamiento del d¨®lar va a seguir siendo suave y predecible, o a la amenaza de una ruptura selectiva del libre comercio. Quiz¨¢s podr¨ªan ir ya pensando -y anunciando- que despu¨¦s de las elecciones habr¨¢ una pol¨ªtica fiscal m¨¢s austera y un nivel de tipos de inter¨¦s m¨¢s cercano a los valores de equilibrio de largo plazo. O eso... o volver a la seguridad que dan los profesionales.
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