El fracaso de Hollande
La incapacidad para imponer la disciplina de partido a los jefes del 'no' deja a los socialistas abocados a un congreso extraordinario
El arma del refer¨¦ndum es, a menudo, peligrosa. Le cost¨® el cargo a Charles de Gaulle en 1969, estuvo a punto de explotarle en las manos a Fran?ois Mitterrand en 1992 (Tratado de Maastricht) y ahora ha desestabilizado, tal vez para mucho tiempo, al Partido Socialista franc¨¦s (PS). El PS crey¨® haber conjurado el peligro tras realizar una consulta entre sus militantes, en la que el 58% se mostr¨® partidario de ratificar la Constituci¨®n europea.
El primer secretario, Fran?ois Hollande, no se atrevi¨® en ese momento a imponer una norma para reforzar la disciplina interna y obligar a respetar la decisi¨®n de la mayor¨ªa a los partidarios del no -Henri Emmanuelli, Jean- Luc M¨¦lenchon, Manuel Valls, Arnaud Montebourg, Vincent Peillon y, sobre todo, Laurent Fabius-. Algunos renunciaron por iniciativa propia a hacer campa?a y acataron la decisi¨®n y eso les sit¨²a ahora en una posici¨®n de ¨¢rbitros ante el pr¨®ximo congreso. Son los casos de Peillon y Montebourg. Otros, como Valls, asumieron el resultado del voto interno y cambiaron de discurso para situarse junto a Hollande y el resto de la direcci¨®n. El resto de los cabecillas del no opt¨® por seguir haciendo campa?a en solitario -el caso de Fabius- o por colocar los cimientos de un polo de radicalidad junto a comunistas, trotskistas y ecologistas disidentes.
El retraso de Hollande en ejercer la autoridad interna, legitimada tras escuchar a la militancia, se diluy¨® mientras que Fabius, Emmanuelli y M¨¦lenchon hicieron o¨ªr sus argumentos y amenazaron con presentarse como v¨ªctimas de la libertad de expresi¨®n si se les exclu¨ªa del partido. Ayer, finalmente, el 59% de los votantes socialistas opt¨® por el no.
Los socialistas franceses han cometido muchos errores en su defensa del s¨ª. El m¨¢s serio, recurrir sistem¨¢ticamente a la desautorizaci¨®n del rival, equipando sus argumentos a los del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen. El segundo, presentar a los defensores del no como antieurope¨ªstas cuando muchos de ellos reclaman una mayor profundizaci¨®n en la construcci¨®n europea. El tercero, el presentar el s¨ª como un imperativo categ¨®rico, que s¨®lo pod¨ªan dejar de obedecer la gente sin cultura pol¨ªtica.
Despu¨¦s de tantos a?os criticando el pensamiento ¨²nico, los socialistas defendieron el s¨ª con el talante de quien no admite la existencia de otro razonamiento diferente al suyo.
El resultado es malo para todos; para los partidarios del s¨ª y para los del no, porque muestra un PS dividido y falto de liderazgo. Pensar que Fabius, con su fama de social-liberal, pueda encabezar ahora una regeneraci¨®n izquierdista del PS es confiar en un milagro en el que s¨®lo Fabius y alguno de sus fieles creen. Que los trotskistas y comunistas puedan mantener durante un cierto tiempo el espejismo de una suerte de programa com¨²n es bueno para movilizar de nuevo a sus bases y aumentar una militancia menguada. Pero esa misma l¨®gica no es v¨¢lida para un partido que aspira al gobierno como el PS.
Los socialistas, su direcci¨®n, es m¨¢s que probable que se vea abocada a un congreso extraordinario. Ah¨ª tendr¨¢n que buscar nuevas mayor¨ªas y, quiz¨¢s, nuevas caras. Dominique Strauss-Kahn, antiguo ministro de Hacienda, figura en todas las quinielas entre quienes pueden aparecer como soluci¨®n de recambio a un Hollande que no consigue mandar.
Si no se logra elaborar un programa de consenso m¨ªnimo y no cuaja la figura de un nuevo l¨ªder, entonces el PS se ver¨¢ abocado a escoger entre dos soluciones igualmente peligrosas: coronar a los defensores del no y resucitar el discurso de ruptura con el capitalismo o llamar al supuestamente jubilado Lionel Jospin para que venga a poner orden.
Puede que Europa, la Constituci¨®n, haya dado la puntilla al presidente Jacques Chirac, pero tambi¨¦n deja a los socialistas en una situaci¨®n delicada. Ahora no se les ve con posibilidades de reconquistar el poder, por m¨¢s dividida que se encuentre la derecha. En ese panorama desolador en ambos lados del espectro pol¨ªtico, s¨®lo los radicales, los partidarios del cuanto peor, mejor pueden frotarse las manos. La f¨®rmula vale tanto para los que sue?an con una futura patria de los trabajadores como para los populistas que reclaman el retorno de las fronteras.
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