El habla popular
Mientras en los barrios se bajan persianas y se cierran puertas, para quedarse vac¨ªos y sus gentes salir escopeteadas hacia otros lugares, llega la hora de los pueblos y de los forasteros. Cientos de alaveses se acercan a darse un garbeo y disfrutar de La Blanca, en las barracas o en los toros, en el Casco Viejo o en el Ogueta, con actividades y distracciones para los peque?os, bebida y estr¨¦pito para los dem¨¢s. Ahora se notar¨¢n las particularidades de una tierra tan diversa como plural. Los riojanos con su acento y los de Aramaio con su deje, los labradores de La Llanada y Cuartango o los vecinos de Ayala y Campezo.
En esta Gua-sin-tong-ni-song por hacer, de Ajuria Enea, Lakua y el Parlamento, ech¨¦ ra¨ªces, viv¨ª anclado a un marco recoleto, que se ensanch¨® hasta Salburua y Zabalgana. Aqu¨ª aprend¨ª casi como en los libros de la Sancho el Sabio. Me dio ristras de ajos (perd¨®n, de historias y cuentos redondos) pat¨¦ticas, hilarantes, po¨¦ticas, de rico pormenor. Tambi¨¦n me regal¨® (como a Baraibar y L¨®pez de Guere?u) palabras que sepultadas en el humus del tiempo, encontr¨¦ sin buscar: "Aguachirri", "birria", "corrusco", "loina", "sinsorgo", "zoqueta", etc¨¦tera. Las apuntaba en cualquier papelito. Algunos protagonistas hab¨ªan muerto ya o viv¨ªan y los relatores deleitaban mi o¨ªdo con un l¨¦xico que en sus bocas reviv¨ªa a¨²n sonando a rural. Debieron escucharlos antes a sus abuelos, en los sermones del cura y en la jerga del m¨¦dico, o al maestro capacitado con las cuatro reglas y caligraf¨ªa de pendolista para regentar aquella escuela autoritaria y sin medios.
Mientras en los barrios se bajan persianas y sus gentes salen escopeteadas, llega la hora de los pueblos
De esa manera, imbricadas en el lenguaje babazorro quedaron muchas palabras. Eran como pepitas de oro surgidas del Zadorra y, arrinconado aquel lenguaje, sustituido por otro, el gasteiztarra sigui¨® fiel en su uso. Perviv¨ªan obstinadas, no queriendo morir y las cog¨ª al vuelo, las rescat¨¦ en cuadernillos. Un humilde tesoro, tan nutricio como el de Stevenson. Es que los viejos, depositarios de aquellas joyas, me transmit¨ªan las palabras con duda de si eran arregladas o no y preguntaban si estaban dichas con propiedad. Yo les respond¨ªa que hablaban como Celed¨®n fija. Al maestro y al cura de coronilla los han desplazado ciertos Gargant¨²as de poco pelo y colmillo retorcido, tomboleros vociferantes, enf¨¢ticos, con descarado desparpajo a la hora de pedir el voto o vender humo.
Mis mayores, de la c, de la contumacia: el compa?ero de Isaac Puente exiliado que llevaba por apellido Conde, a pesar de su querencia republicana; el carlista, como su padre, que perdi¨® todas las guerras, incluso la que "ganaron" los suyos; los poteadores de la Cuchi, que pudieron con cosechas enteras de tintorro de lija, el colega que llenaba casi solito el Pensamiento y la hoja parroquial,... Siento no tenerlos a mano, hace tiempo que viajaron en su Ciscovery, pues beber¨ªamos un crianza acompa?ado de pintxo, habla que te habla de La Blanca o del Tau. Es que hablando con la gente, aparecen restos de un lenguaje en trance de perderse, que en esta tierra tuvo mucho vigor.
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