"Print the legend!"
La figura del escritor chileno Roberto Bola?o no para de crecer. Ya antes de su muerte con 50 a?os, en 2003, empezaba a ser leyenda, especialmente en Am¨¦rica Latina. La edici¨®n de un libro de relatos y un poemario p¨®stumos sirven para revisar la figura del creador de Los detectives salvajes y 2666 a trav¨¦s de un mosaico realista seg¨²n varios escritores.
Casi cuatro a?os despu¨¦s de su muerte, la leyenda de Roberto Bola?o contin¨²a. Me refiero a la leyenda que unos y otros empezaron a construir desde el mismo momento de su muerte, claro est¨¢, no a la que el propio Bola?o escribi¨® en el frenes¨ª mon¨¢stico de sus ¨²ltimos a?os tras una vida entera consagrada con tenacidad a la literatura. Como su propio nombre indica, ambas leyendas no se ajustan a la realidad, pero la que escribi¨® Bola?o tiene la inmensa ventaja de que es, en cierto sentido, m¨¢s verdadera que la verdad, mientras que la otra es en lo esencial mentira o es una mentira forjada con ingredientes de la verdad, que es la forma m¨¢s cabal de la mentira. La leyenda que Bola?o construy¨® en sus libros vivir¨¢ muchos a?os, o eso es lo que yo creo; la que han construido los otros se esfumar¨¢ pronto, o eso es lo que yo espero. Casi sobra decir que esta ¨²ltima era previsible: m¨¢s all¨¢ (o m¨¢s ac¨¢) del valor literario de su obra, el hecho de que Bola?o muriera joven y en la cima de su potencia creadora y su prestigio vedaba, supongo, cualquier otra posibilidad; la incurable propensi¨®n mit¨®mana de nuestro medio literario, sumada a nuestra hip¨®crita e igualmente incurable propensi¨®n a hablar bien de los muertos -porque ya no molestan y pueden ser manipulados a placer, o quiz¨¢ porque queremos compensarlos por lo mal que hablamos de ellos cuando estuvieron vivos-, ha hecho el resto. La historia de la literatura, como la otra, abunda en ejemplos de este tipo de canonizaci¨®n tras una muerte prematura, as¨ª que no hay de qu¨¦ sorprenderse, al menos en lo que se refiere a este punto; en lo que a otros se refiere no ocurre lo mismo. Nada permit¨ªa presagiar, por ejemplo, que el mismo hombre que escribi¨® La pista de hielo escribiera s¨®lo tres a?os m¨¢s tarde Estrella distante, y apenas seis a?os despu¨¦s Los detectives salvajes; que entre 1996, a?o de Estrella distante, y 2003, a?o de su muerte, escribiera lo que escribi¨® entra de lleno en el terreno de lo asombroso. Tambi¨¦n es verdad, sin embargo, que en el caso de Bola?o, como en el de tantos otros escritores muertos en parecidas circunstancias, hay en la leyenda que rodea su fama p¨®stuma una cierta justicia po¨¦tica: al fin y al cabo, toda la obra de Bola?o puede leerse como un intento logrado de convertir su propia vida en leyenda y, si no fuera porque estaban socavados por un humor feroz que sus lectores m¨¢s obcecados o literales no siempre parecen percibir, los arrebatos, insolencias y provocaciones de sus a?os fugaces de escritor consagrado podr¨ªan inducirnos a pensar que Bola?o acab¨® sus d¨ªas crey¨¦ndose un personaje de Bola?o, cosa que por fortuna no es cierta o que s¨®lo es cierta en la triste medida en que todo escritor acaba resign¨¢ndose tarde o temprano a convertirse en un personaje de su propia obra. Pero no hay que ponerse pesimista: por mucho que la leyenda tergiverse la realidad a gusto de cada cual, por mucho que un muerto precoz y prestigioso sea pasto privilegiado de los desaprensivos de turno, por mucho que los muertos no puedan defenderse y los vivos que pueden defenderlo no sepan o no puedan o no quieran hacerlo, lo cierto es que a la corta este runr¨²n permanente que envuelve la vida p¨®stuma de Bola?o tiene la ventaja indudable de atraer cada d¨ªa nuevos lectores sobre su obra; no hay que descartar que a la larga -o no tan a la larga- tenga algunos inconvenientes, pero cuando lleguen, si es que llegan, la propia obra de Bola?o ya se encargar¨¢ de afrontarlos, y lo har¨¢ con entereza. Sea como sea, tal y como est¨¢n las cosas es posible que tarde o temprano a algunos de sus lectores menos perspicaces o m¨¢s atolondrados les decepcione saber que el escritor forajido en que han querido convertir a Bola?o fue en su vida real un hombre morigerado y prudente, alguien que -pongo por caso- pol¨ªticamente no pasaba de ser un socialdem¨®crata o un liberal de izquierdas -que es, supongo, lo m¨¢s prudente y morigerado que pol¨ªticamente se puede ser-, pero eso ya no es problema de Bola?o ni de su obra, sino s¨®lo de los atolondrados y de quienes alimentan su atolondramiento.
Lo que importa de verdad, ya
digo, es la otra leyenda: la que Bola?o forj¨® con su vida y nos leg¨® en sus libros. ?sta, por supuesto, tambi¨¦n puede manipularse, s¨®lo que en este caso manipularla es leg¨ªtimo y a veces hasta indispensable, aunque no todas las manipulaciones son igual de inteligentes o valiosas, y no en todos los casos la obra de Bola?o las autoriza sin ser al mismo tiempo traicionada. A mi juicio, muchos de los t¨®picos m¨¢s arraigados sobre la obra de Bola?o son equivocados. Se repite, por ejemplo, que su obra surge de una reacci¨®n contra los autores del, mejor o peor llamado, boom de la literatura latinoamericana, de los que ser¨ªa a la vez el ant¨ªdoto y la v¨ªa de escape, o una de las v¨ªas de escape; aunque ciertos desplantes para la galer¨ªa del propio Bola?o parecen avalarla, esta idea s¨®lo puede ser fruto de la torpeza o la impotencia de quien la defiende (cuando no de su mala ¨ªndole) y de una lectura muy superficial de la obra de Bola?o, y tiene el inconveniente tremendo de proponer a un Bola?o torpe e impotente, adem¨¢s de casi indocumentado, incapaz en todo caso de comprender que escribir algo de provecho consiste en no ignorar a los gigantes, sino, por penoso o lesivo que resulte para el amor propio de seg¨²n qui¨¦n, en reconocerlos y en encaramarse en sus hombros, aunque sea incurriendo de vez en cuando en la coqueter¨ªa venial de despreciarlos de boquilla. Lo que quiero decir es que Bola?o no fue en modo alguno (salvo en alguna zumbona intemperancia de ¨²ltima hora) un detractor del boom, sino precisamente su continuador m¨¢s disciplinado: su obra no es s¨®lo inimaginable sin una lectura a brazo partido de Borges, sino tambi¨¦n sin la transparencia coloquial de la prosa de Cort¨¢zar o sin las astucias narrativas y las arquitecturas novelescas de Vargas Llosa, sin duda el novelista vivo en espa?ol a quien m¨¢s admir¨® Bola?o, y uno de los que con m¨¢s cuidado asimil¨®. Por otra parte, tambi¨¦n parece halagar la vanidad o aliviar las frustraciones de ciertos lectores o exegetas de Bola?o imaginarlo como un vanguardista radical, como un outsider apartado de las formas literarias de una ¨¦poca prostituida por el convencionalismo de los usos narrativos y por la rapacidad del mercado; en este caso la miop¨ªa es si cabe m¨¢s aparatosa, aunque, tambi¨¦n en este caso, ciertas declaraciones de Bola?o -aceptadas con desconcertante docilidad por sus exegetas- no han contribuido desde luego a curarla: dejando de lado el hecho evidente de que la vanguardia, sea lo que sea tal cosa a estas alturas, es en Bola?o mucho antes un adem¨¢n, o si se prefiere una actitud, y sobre todo un yacimiento tem¨¢tico que una pr¨¢ctica literaria, lo cierto es que los dos rasgos m¨¢s visibles de la obra de Bola?o son los dos rasgos m¨¢s visibles, si no de la corriente dominante de la narrativa en castellano (o quiz¨¢ deber¨ªa decir en espa?ol, puesto que Bola?o fue tambi¨¦n, y quiz¨¢ sobre todo, un escritor espa?ol), s¨ª de una cierta corriente dominante en la narrativa seria escrita en castellano en los ¨²ltimos a?os: la legibilidad y la narratividad. Como cualquier lector de buena fe comprueba en cuanto abre cualquiera de sus libros, Bola?o no fue un narrador herm¨¦tico o dif¨ªcil, gratuitamente exigente con el lector, enrocado en autofagias experimentalistas m¨¢s o menos novedosas -que suelen ser las m¨¢s viejas o las que antes envejecen-, sino un escritor al¨¦rgico a cualquier forma de logomaquia, un narrador compulsivamente legible, inmediatamente cordial, arrebatadoramente atractivo, y un inagotable contador de historias cuya escritura, propulsada por una tracci¨®n sin freno, arrastra de una an¨¦cdota a otra, de un personaje a otro, de un paisaje al otro en un torbellino alucinado que deja al lector sin resuello. No: como tantos grandes escritores de cualquier ¨¦poca, Bola?o no fue en absoluto una excepci¨®n; fue, sin que tal vez ¨¦l mismo lo sospechara -sin que acaso su obstinado esp¨ªritu de contradicci¨®n se sintiera demasiado c¨®modo con ello-, una inesperada y soberbia confirmaci¨®n de la regla.
Si no me enga?o, pese a ser una evidencia palmaria lo anterior no ser¨ªa aceptado sin esc¨¢ndalo por los admiradores m¨¢s superficiales o esquinados de Bola?o, que ser¨¢n los m¨¢s ef¨ªmeros; me alegra pensar que tampoco lo aceptar¨ªan sus detractores m¨¢s severos, a quienes ni siquiera la muerte de Bola?o ha silenciado del todo. No me refiero ahora a quienes parecen querer escatimar a la obra de Bola?o su valor incuestionable por las declaraciones o actitudes personales de su autor, lo que es una estupidez y una indignidad, o m¨¢s bien las dos cosas a la vez: alegar, digamos, que el rencor contra su pa¨ªs, o contra el establishment de la literatura en lengua espa?ola, fue el principal carburante de la escritura de Bola?o no es s¨®lo probablemente falso; es algo bastante peor: es ignorar que para un escritor el rencor puede ser un carburante tan leg¨ªtimo como cualquier otro, y quiz¨¢ m¨¢s eficaz, y que en todo caso ese rencor no es un argumento contra Bola?o ni contra la obra de Bola?o, como no es un argumento, digamos, contra James Joyce ni contra la obra de James Joyce, cuyo fervoroso rencor contra Irlanda aliment¨® de por vida su escritura. Me refiero, por supuesto, a reproches propiamente literarios. De todos ellos hay dos que son, creo, los m¨¢s comunes. El primero afirma que la prosa de Bola?o es pedestre, plana, elemental ("del tipo yo Tarz¨¢n, t¨² Chita", ha dicho Fernando Vallejo, con una maldad que parece sacada de cualquiera de los libros de Bola?o); el segundo afirma que el ¨²nico tema de Bola?o es la literatura o, peor a¨²n, la vida literaria. Puedo entender que algunos admiradores desprejuiciados de Bola?o concedan que ninguno de los dos reproches es del todo injusto, pero yo les recordar¨ªa que ambos son insuficientes: salvando todas las distancias, el primero de ellos olvida que tambi¨¦n a Cervantes se le reprocha, y no sin raz¨®n, el uso de una prosa de sobremesa, a ratos ramplona y conversacional, y que, si Bola?o sacrifica las suntuosidades del lenguaje y las complejidades de la sintaxis y hasta del pensamiento, lo hace en aras de la eficacia torrencial, delirante y exact¨ªsima de sus fabulaciones; o dicho de forma m¨¢s clara: esa prosa atonal y por momentos sin relieve es la prosa que Bola?o necesita -¨¦sa y no otra- para contar lo que cuenta. En cuanto al segundo reproche, parte de una premisa verdadera, porque es un hecho que la escritura de Bola?o se tensa hasta el l¨ªmite cuando el asunto que aborda es s¨®lo literario, pero llega a una conclusi¨®n err¨®nea, porque eso no lo convierte en un escritor endog¨¢mico, autocomplaciente o solipsista: en los libros de Bola?o la literatura o la vida literaria es s¨®lo una met¨¢fora de la vida a secas, y uno de los principales m¨¦ritos de Bola?o consiste en haber dotado al chisme literario de una dimensi¨®n casi ¨¦pica en la que todas las pasiones, los v¨¦rtigos y las perplejidades del ser humano hallan una expresi¨®n desgarrada y nueva.
"Print the legend!", exclama al
final de El hombre que mat¨® al Liberty Valance el director del Morning Star tras comprender que la leyenda es m¨¢s poderosa que la realidad, o que la ficci¨®n es m¨¢s verdadera que la historia. Para Bola?o, la escritura consisti¨® precisamente en eso: en imprimir la propia leyenda; para los lectores de Bola?o, como para los de cualquier otro escritor, ¨¦sa es la ¨²nica leyenda que cuenta, porque ¨¦sa es la ¨²nica que ¨¦l quiso o supo o pudo contarnos y porque en los recovecos y l¨ªneas de fuga de esa leyenda se encuentra el ¨²nico Bola?o de verdad. Lo dem¨¢s es s¨®lo literatura. Literatura en el sentido pestilente de la palabra, que es el que Bola?o detestaba m¨¢s que ninguna otra cosa y el que con harta frecuencia se le ha infligido tras su muerte. As¨ª que lo mejor es prescindir de todo eso. Prescindir de los ventajistas que se lanzaron desde el primer momento sobre su cad¨¢ver, de quienes lo ridiculizaron y humillaron en vida y lo canonizan cuando est¨¢ muerto para humillar y ridiculizar a otros vivos a quienes quiz¨¢ canonizar¨ªan de estar muertos, de la idolatr¨ªa sonrojante de quienes suspiran por convertirlo en una especie de James Dean chileno, de los rencores est¨¦riles y extraviados de sus exegetas, de las ingenuidades y cursiler¨ªas de sus lectores cursis e ingenuos y hasta de los exabruptos e insolencias a que el propio Bola?o se sinti¨® tal vez obligado por la celebridad o con los que le gust¨® jugar en sus ¨²ltimos a?os. Prescindir de todo eso y quedarnos con lo ¨²nico que era seguro cuando estaba vivo y sigue si¨¦ndolo cuando est¨¢ muerto: el coraje y la honestidad inauditos con que Bola?o asumi¨® su vocaci¨®n de escritor y el hecho incontrovertible de que es, hasta donde alcanzo y a menos que alguien se apresure a demostrar lo contrario, el escritor latinoamericano menos prescindible de su generaci¨®n.
Javier Cercas (C¨¢ceres, 1962) es autor de Soldados de Salamina y La velocidad de la luz.
BIBLIOGRAF?A
NARRATIVA2666(Anagrama, 2004)Una novelita Lumpen(Mondadori, 2002)Amberes(Anagrama, 2002)Putas asesinas (Anagrama, 2001)Nocturno deChile (Anagrama, 2000)Monsieur Pain (Anagrama, 1999)Amuleto(Anagrama, 1999)Los detectives salvajes(Anagrama, 1998)Estrella distante (Anagrama, 1996)La literaturanazi en Am¨¦rica (Seix Barral, 1996)POES?ALos perrosrom¨¢nticos(Lumen, 2000)Tres (Acantilado, 2000)
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