Los ¨²ltimos mineros
En cuanto presienten los rayos del sol, en la misma bocamina, despu¨¦s de siete horas en tinieblas, los mineros respiran con ansia. Saltan de las vagonetas en marcha e inician la estampida. Es imposible hablar con ellos. No se detienen. La salida de la mina transcurre en segundos. Es casi una huida. Mudos y ciegos. Sin palabras ni sonrisas. Sucios, cansados, empapados, con el rostro tiznado e inexpresivo, entregan sus l¨¢mparas sin mirar al lampistero y corren a las duchas. All¨ª los m¨²sculos y gestos se relajan. Tras media hora de ascenso por el fr¨ªo t¨²nel de salida, donde la corriente creada por la ventilaci¨®n hiela el sudor de una jornada, los vestuarios, opacos por el vapor del agua caliente, son el para¨ªso. Ruedan por el suelo el mono, la camisa y los guantes; la ¨¢spera ropa interior; el pa?uelo a cuadros y los calcetines; el casco, las rodilleras y las botas. El carb¨®n se agarra al cuerpo como alquitr¨¢n. Se cuela por todos los orificios. Se pega en la garganta. Cuesta deshacerse de ¨¦l. Algo que sorprende a los dos periodistas que han bajado por primera vez a la mina. Hay que emplearse a fondo con el cepillo y la esponja. Corre el agua negra. Sobre las taquillas, p¨¢ginas centrales de Intervi¨² y Playboy. Comienzan las bromas. Hay muchas risas. Es gente joven. Los m¨¢s viejos apenas superan los 40. Cruzado ese l¨ªmite, la mayor¨ªa accede a la prejubilaci¨®n. Un a?o por cada dos trabajados. Un d¨ªa m¨¢s en la mina. Un d¨ªa m¨¢s con vida.
Los mineros m¨¢s viejos apenas superan los 40 a?os, luego se prejubilan
En la mayor¨ªa de las minas a¨²n se trabaja con el martillo, el hacho y la madera
Todos son nietos, bisnietos, hermanos y sobrinos de mineros
Los municipios mineros han vivido una sangr¨ªa de habitantes
Ya en la calle, sin l¨¢mpara ni carb¨®n, nada indica que los mineros sean mineros. Son tipos corrientes y educados; de una fortaleza f¨ªsica dif¨ªcil de visualizar fuera del tajo; visten de urbanitas: vaqueros y deportivas; inmaculados tras una ducha a conciencia. Buenos coches. Su pr¨®xima estaci¨®n es cualquier bar de esta zona del manch¨®n del Bierzo o de la comarca de Villablino. No quedan muchos. Nada que ver con los 32 que se contabilizaban en Tremor de Arriba en los a?os gloriosos del carb¨®n. Hoy sobrevive un par. Y dos minas de las 28 que hab¨ªa en funcionamiento en 1990.
Religiosamente, en Tombrio, P¨¢ramo, Langre, Torre, Fabero o en cualquiera de los otros 20 municipios que hist¨®ricamente han vivido de la miner¨ªa en esta provincia, los trabajadores conjuran el polvo ingerido en los tajos a base de calimocho, cervezas con lim¨®n y banderillas. Se suceden las rondas. Arrastran fama de borrachos y pendencieros. Ellos dicen que es una leyenda: "Ahora la gente se cuida. No se fuma ni se bebe como antes. Hace unos a?os iban al tajo con la bota de vino y el paquete de tabaco; ahora llevan agua y est¨¢ prohibido fumar. Los mineros se jubilaban para marchar al cementerio. Yo me cuido. Cuando me jubile, me dedicar¨¦ a vivir la vida", explica Horacio, de 35 a?os, minero desde los 18: "A esa edad me met¨ª en la boca del lobo". Como su padre. Como su abuelo.
Laudino Garc¨ªa, un viejo minero de Igue?a, prejubilado con dos tercios de invalidez, esboza un r¨¢pido perfil del minero: "Es gente dura, rara, que siempre ha estado en sitios jodidos. Que ha pasado miedo. Ha visto morir. Y ha desarrollado ese car¨¢cter extra?o, forjado por el riesgo, que te hace vivir al d¨ªa. ?ramos de no ahorrar un duro por si no hab¨ªa un ma?ana. Los mineros somos as¨ª. Educados para picar carb¨®n. Somos dif¨ªciles de reciclar. Y lo mismo pasa en Polonia o Ucrania. Los polacos que han venido a trabajar aqu¨ª se pegan 10 horas en el tajo y luego se sientan en una tasca, y hasta que no tienen la mesa repleta de cervezas vac¨ªas, no se levantan. La empresa manda directamente la mitad del sueldo a sus familias en Polonia, para que no se lo gasten todo aqu¨ª en juerga".
A los mineros en activo se suma en este bar un pu?ado de prejubilados que hacen un alto en su partida de cartas para charlar con los viejos compa?eros de fatigas. Son un muestrario de dedos, piernas y brazos machacados en el tajo. De silicosis, "la enfermedad del oficio" (una dolencia pulmonar que a¨²n diagnostican a una veintena de mineros cada a?o); lesiones oculares; de espalda, codos y rodillas. "En la mina nadie se va de rositas". No se lamentan. Relatan sus accidentes con profesionalidad. Como Al¨ªder, un minero de 35 a?os que describe c¨®mo se reban¨® la falange con su hacha mientras entibaba una rampla. A¨²n trabaja en Antracitas de Bra?uelas. O este otro picador que se pill¨® la mano con el panzer (una cinta met¨¢lica arrastrada por cadenas que transporta el carb¨®n del tajo a la galer¨ªa); apenas sinti¨® dolor, pero al quitarse el guante descubri¨® que la ten¨ªa seccionada por la mitad. No ha vuelto a la mina. O este otro que pas¨® horas enterrado tras un derrumbe. Y a¨²n tiene pesadillas. Todos describen las ca¨ªdas de costeros (rocas), "que si son de 20 kilos, te rompen algo; pero si son de 80, te machacan". "Lo primero que aprendes en la mina es a mirar lo que tienes sobre tu cabeza". Gajes del oficio. Son nietos, bisnietos, hermanos y sobrinos de mineros. De ni?os pasaban por la bocamina mientras apacentaban el ganado y escuchaban las peripecias de sus h¨¦roes. Jugaban con las l¨¢mparas y probaban a levantar el martillo picador de ocho kilos, que los veteranos manejan con un solo brazo en ratoneras de 30 cent¨ªmetros. Antes de los 18 a?os ingresaron de pinches. La mina ha sido su vida. Su ¨²nica salida. "La mina engancha; un minero es el due?o de su tajo, no tiene al jefe detr¨¢s. Y tambi¨¦n nos enganch¨® por el sueldo: era la ¨²nica forma f¨¢cil que ten¨ªamos de ganar".
-?F¨¢cil?
-Bueno, yo le digo f¨¢cil.
-?Quiere que sus hijos bajen a la mina?
-S¨ª, pero de ingenieros.
Son los ¨²ltimos mineros. Una raza condenada a desaparecer. Estamos en su territorio, en el alma de la provincia de Le¨®n, la gran despensa de antracita de nuestro pa¨ªs. Los expertos hablan de reservas probadas para 50 a?os. En estas cuencas olvidadas, tan duras y aisladas como su gente, en el interior de estas oscuras monta?as descansan los yacimientos m¨¢s ricos de ese mineral que ya Gaspar Melchor de Jovellanos defini¨® hace dos siglos como "m¨¢s precioso que el oro y la plata".
No exageraba. Fue durante d¨¦cadas la ¨²nica energ¨ªa. El motor de la econom¨ªa. Del progreso. De la revoluci¨®n industrial. Del transporte y las guerras. Incluso de la lucha obrera. A finales de los a?os sesenta, el carb¨®n comenzar¨ªa su imparable declive en Europa. Siempre amortiguado por las ayudas del Estado. En 1990 a¨²n hab¨ªa en la industria del carb¨®n espa?ola 45.000 trabajadores y 234 empresas; hoy, 8.000 y una veintena de compa?¨ªas. La mitad, en este reducto berciano; el resto, entre Palencia y Asturias. En esa ¨²ltima regi¨®n, la mayor¨ªa engrosa la plantilla de la p¨²blica Hunosa, creada en 1967 como salvavidas para la miner¨ªa del Principado.
Seg¨²n estipula el ¨²ltimo Plan del Carb¨®n ?la biblia del sector, firmado el a?o pasado?, Espa?a no podr¨¢ tener m¨¢s de 5.300 mineros en 2012; la producci¨®n no podr¨¢ superar los 9,2 millones de toneladas al a?o, que contar¨¢n con la imprescindible subvenci¨®n del Estado. "No es una producci¨®n que permita el autoabastecimiento", explica Juan Carlos ?lvarez Li¨¦bana, responsable de Miner¨ªa de CC OO. "En Espa?a, las centrales t¨¦rmicas consumen 32 millones de toneladas, de las que s¨®lo 11 son de carb¨®n aut¨®ctono; el resto se importa. La cuesti¨®n es que no muera nuestro carb¨®n". ?Por qu¨¦? "Por equilibrio territorial y razones estrat¨¦gicas".
Es la palabra clave: estrategia. Que las minas sigan con vida y mantengan una producci¨®n m¨ªnima para que, en caso de crisis energ¨¦tica, a¨²n se pueda acceder in extremis a esas reservas carbon¨ªferas. Cuando una mina se cierra, econ¨®mica y t¨¦cnicamente es muy dif¨ªcil recuperarla. Se trata, por tanto, de mantener operativas las m¨¢s rentables. Y esperar. El futuro energ¨¦tico mundial est¨¢ cubierto de nubarrones. La dependencia energ¨¦tica espa?ola es del 85%. Treinta puntos por encima de la media de la UE. Y nuestros principales proveedores de petr¨®leo y gas (Argelia, Arabia Saud¨ª, Rusia, Liberia, Nigeria, Ir¨¢n) son Estados que no est¨¢n consolidados democr¨¢ticamente y muestran una gran inestabilidad. El corte del flujo de gas de Rusia a Ucrania a comienzos de este a?o hizo saltar las alarmas. ?Qu¨¦ pasar¨ªa en Espa?a si se interrumpiera el suministro del gasoducto marroqu¨ª que conduce la mayor parte del gas que consumimos? ?O si el barril de petr¨®leo superara los 100 d¨®lares? S¨®lo nos quedar¨ªa nuestro oro negro.
Y m¨¢s all¨¢ de 2012, nadie se atreve a pronosticar el futuro del carb¨®n espa?ol. Francia, B¨¦lgica y Portugal cerraron sus pozos a comienzos de 2000. En el Reino Unido, Margaret Thatcher humill¨® a los mineros a mediados de los ochenta y castig¨® a las cuencas mineras del pa¨ªs con la clausura de la mayor¨ªa de las explotaciones. La herida social nunca se ha cerrado. En Alemania, el horizonte del cierre de las minas est¨¢ fijado en 2018, lo que supondr¨ªa el ocaso del carb¨®n, el motor del milagro econ¨®mico alem¨¢n. Sin embargo, esa tendencia no es compartida en todo el mundo. En China, Australia o EE UU es a¨²n una industria pujante. Sobre todo en China, donde representa el 70% de su producci¨®n energ¨¦tica. En ese entorno de incertidumbres, un experto afirma: "Vivimos el pen¨²ltimo cap¨ªtulo de la larga y lenta agon¨ªa del carb¨®n espa?ol".
Primero fue la guerra de precios. El carb¨®n barato de India, Rusia o Sur¨¢frica ?"donde se lavaba con la sangre de los mineros que trabajaban en condiciones de esclavitud", explica un minero leon¨¦s; "en esos pa¨ªses, las medidas de seguridad no existen; en China fallecen 6.000 mineros al a?o"?, o de otros pa¨ªses donde su extracci¨®n resultaba m¨¢s f¨¢cil y barata que en el nuestro, en el que los yacimientos siempre han sido los m¨¢s dif¨ªciles de explotar de Europa. El carb¨®n espa?ol de yacimientos subterr¨¢neos es un 25% m¨¢s caro que el que viene del exterior. Una situaci¨®n que corrige el Gobierno subvencionando a las centrales t¨¦rmicas esa diferencia de precio entre el carb¨®n aut¨®ctono y el importado.
A partir de los sesenta, el auge del petr¨®leo barato releg¨® al carb¨®n a la segunda divisi¨®n. Y despu¨¦s, el gas natural. En los setenta llegar¨ªan las primeras reconversiones de las minas poco productivas. Y en los ochenta, las directivas de la UE, que exig¨ªan el final de las ayudas p¨²blicas a la miner¨ªa. La puntilla la propin¨® en 1997 el Protocolo de Kioto, que compromet¨ªa a los pa¨ªses firmantes a reducir sus emisiones de di¨®xido de carbono. Y el carb¨®n produce en su combusti¨®n m¨¢s di¨®xido de carbono que ning¨²n otro combustible f¨®sil. En s¨®lo tres d¨¦cadas, el carb¨®n ha pasado de ser el rey del progreso a convertirse en una r¨¦mora cara, sucia e impopular.
Sindicatos, pol¨ªticos y empresarios coinciden en que cualquier atisbo de futuro para el carb¨®n pasa por su respeto con el medio ambiente. Hay que reducir su impacto sobre la atm¨®sfera. Se investiga a toda m¨¢quina la captura y el almacenamiento del di¨®xido de carbono que produce en su combusti¨®n. El presidente del Gobierno, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero (leon¨¦s y con fuertes intereses pol¨ªticos en la provincia), se ha involucrado de pleno en su futuro con la creaci¨®n de la Ciudad de la Energ¨ªa, en Ponferrada (la capital del Bierzo), que investigar¨¢ la combusti¨®n limpia del carb¨®n. Y formar¨¢ cient¨ªficos. En la comarca son esc¨¦pticos. La Ciudad de la Energ¨ªa es, por el momento, un viejo solar industrial a las afueras de Ponferrada.
La lenta agon¨ªa del carb¨®n est¨¢ suponiendo, adem¨¢s, la decadencia de una comarca que jam¨¢s encontr¨® una alternativa al monocultivo de las minas; el fin de una cultura y una forma de vida; de una identidad, un lenguaje y una econom¨ªa. El ocaso de una actividad que ha marcado durante m¨¢s de cien a?os unas relaciones sociales forjadas en la miseria y basadas en el compa?erismo y la integraci¨®n del forastero. "Nunca hemos preguntado a nadie de d¨®nde viene. Primero fueron los perseguidos por Franco tras la guerra los que se refugiaron aqu¨ª; luego, los andaluces, extreme?os y portugueses en busca de una vida mejor. Y m¨¢s tarde, los paquistan¨ªes y caboverdianos. El minero, sea de donde sea, desarrolla una gran solidaridad con sus camaradas. Tu vida depende de ellos. Cuando algo va mal, haces sonar tu martillo neum¨¢tico y sabes que alguien vendr¨¢ a por ti".
La miner¨ªa era el ¨²nico horizonte laboral en un territorio cuyos habitantes pasaron de cuidar cabras y ovejas a picar en los tajos por sueldos dignos. Una sociedad que mut¨® de agr¨ªcola a industrial en un suspiro. Y adquiri¨® cierta conciencia de clase. Hoy, el ¨¦xodo es irreversible. Los municipios mineros han sufrido una sangr¨ªa de habitantes. Sobre todo de mujeres y gente joven. A comienzos de los sesenta hab¨ªa en estas comarcas 100.000 vecinos; hoy, poco m¨¢s de la mitad. El PIB por habitante est¨¢ por debajo de la media nacional, y el desempleo la supera. La economista Fredeswinda D¨ªaz cifra el impacto del estrangulamiento de la miner¨ªa en Le¨®n en un aumento del paro del 20%.
El fin del carb¨®n supone tambi¨¦n el fin de una actividad que ha marcado profundamente la fisonom¨ªa de la comarca con pozos, escombreras y lavaderos; explotaciones a cielo abierto; ferrocarriles hulleros, y poblados de viviendas baratas nacidos en torno a la mina. Incluso el paisaje adopta en ciertas zonas el tono del carb¨®n; es polvo de carb¨®n lo que bordea muchos caminos, y carb¨®n, las vetas negras que afloran en los desmontes junto a la carretera. Por todas partes surgen oxidados y desolados gr¨²as y castilletes, ra¨ªles y vagonetas, rudimentarios funiculares que transportaban el mineral sobre los valles inaccesibles, pistas sin retorno y bocaminas selladas. Arqueolog¨ªa industrial en los valles, junto a los r¨ªos, colgada de las cumbres. Las monta?as esconden kil¨®metros de galer¨ªas abandonadas. Nadie sabe qu¨¦ hacer con ellas.
Muchas de estas minas se abandonaron de la noche a la ma?ana. Como el Pozo Julia, cuya torre preside el perfil de Fabero. Creada en 1945, lleg¨® a tener 3.000 mineros en plantilla. Fue de las primeras en mecanizarse. En 1991 ech¨® el cierre. No era rentable. Un recorrido por sus instalaciones acongoja. Est¨¢ tal y como la dejaron. En las perchas permanece la ropa de faena de los mineros; en la lampister¨ªa, sus l¨¢mparas cubiertas de polvo; en las paredes, la propaganda sindical; la sala de m¨¢quinas est¨¢ impecable. Se pueden ver incluso las ba?eras de los capataces en sus cuartos de ba?o individuales, que contrastan con las duchas comunitarias de los picadores. El guarda es un minero al que le falta un brazo. Lo perdi¨® en el tajo. Se despide saludando con el que le queda.
Agapito Fidalgo naci¨® en Tremor de Abajo en 1931; su abuelo, propietario de una peque?a mina, ya transportaba el carb¨®n con carros de bueyes hasta la estaci¨®n de tren de Bra?uelas, de donde part¨ªa con destino a Madrid. Tardaba d¨ªas en llegar. Despu¨¦s fue su padre. Y m¨¢s tarde ¨¦l. Un empresario respetado. Se retir¨® en 2000. A su lado recorremos infinidad de instalaciones abandonadas en el valle de Boeza y paralelas al curso del r¨ªo Tremor. Cerca de Tremor de Arriba est¨¢ la ¨²ltima mina que administr¨®, se llamaba El Porvenir. Hoy est¨¢ sellada. Agapito se emociona: "No sabes la pena que me da ver esto cerrado. Aqu¨ª hubo vida, gente joven; se cre¨® empleo, empresas de transporte, de suministros, talleres, carpinter¨ªas. En los poblados hab¨ªa escuelas y hospitales. Vino gente de todos los lados. Ya no queda nada, s¨®lo viejos. Esto se acaba".
Fidalgo es muy cr¨ªtico con la clase empresarial que gestion¨® el boom del carb¨®n en esta regi¨®n. "?ste era el ¨²nico sitio de Espa?a donde hab¨ªa trabajo. En los cincuenta y luego a comienzos de los setenta, tras la crisis del petr¨®leo, hubo mucho dinero. La gente ven¨ªa a lo que hiciera falta. Aparecieron empresarios sin formaci¨®n ni escr¨²pulos. Especuladores sin cultura empresarial que no pagaban a Hacienda, pero cobraban las subvenciones; que no modernizaron sus empresas y esquilmaron la tierra. Esas explotaciones, que no eran m¨¢s que chamizos, no han sobrevivido".
Y cuando lleg¨® la hecatombe, Vitorino Alonso, un ingeniero leon¨¦s de 55 a?os, fue el ¨²nico que apost¨® por el carb¨®n. Se la jug¨®. Y se hizo muy rico. A mediados de los ochenta, a partir del embri¨®n de las empresas heredadas de su padre, comenz¨® a comprar peque?as explotaciones para hacerse con su cupo de carb¨®n subvencionado por el Estado. Cerr¨® muchas y traslad¨® esos cupos a explotaciones m¨¢s modernas y rentables de su grupo minero, la Uni¨®n Minera del Norte (Uminsa), que hoy cuenta con un cupo de carb¨®n de 2,5 millones de toneladas. En 1994 obtuvo el control, con la ayuda del Gobierno socialista, de la joya de la corona: Minero Sider¨²rgica de Ponferrada (MSP), creada en 1918 y declarada en quiebra a mediados de los noventa. Aplic¨® sus m¨¦todos. La sac¨® adelante. Y sigui¨® comprando. La ¨²ltima presa que se ha cobrado este gran aficionado a la caza es Coto Cort¨¦s, que cuenta con algunas de las minas m¨¢s rentables de Espa?a. El poder de Vitorino Alonso en el carb¨®n espa?ol es absoluto. ?l pone las reglas. Y si no se cumplen, no hay carb¨®n.
Duro, carism¨¢tico, inflexible y con aspecto de gal¨¢n latino; un populista aficionado a recorrer durante jornadas sus posesiones subterr¨¢neas dando ejemplo a sus trabajadores, Alonso afirmaba en una entrevista: "Cuando baja un periodista a la mina se echa a llorar. Pero la verdad es que ahora, con la tecnolog¨ªa, la vida en el tajo no es dif¨ªcil ni peligrosa. Lo digo yo, que s¨¦ picar, barrenar y cargar con la pala?". Estos dos periodistas bajaron a la mina. A una de sus minas. Y tuvieron ganas de llorar. La vida a 1.000 metros de profundidad no es f¨¢cil. Diga lo que diga su propietario, Vitorino Alonso.
Es cierto, la mina Santa Cruz es una explotaci¨®n moderna. Nada que ver con otras minas del mismo Alonso y otros peque?os grupos empresariales de la comarca, "donde se trabaja como en tiempos de mi abuelo", explica un minero del grupo. "Puedes modernizar donde puedes modernizar, pero en el 70% de las minas del Bierzo se trabaja con el hacho, el martillo picador y la madera; con la diferencia de que mi abuelo estaba en la primera planta de la misma mina en que yo trabajo, y yo en la sexta, mucho m¨¢s abajo: el aire est¨¢ m¨¢s viciado, la temperatura llega a los 32 grados y la humedad al 90%. Me llevo cinco litros de agua en hielo cada d¨ªa para no deshidratarme. Salgo empapado. La mina no es ning¨²n plato de gusto. Si no fuera por los 2.000 euros que cobro, no segu¨ªa en esto ni loco".
Estamos en la mina Santa Cruz, de la que se extraen un mill¨®n de toneladas de carb¨®n al a?o. Nos acompa?an dos n¨²mero uno: el ingeniero, Enrique Fern¨¢ndez (de 52 a?os y 25 en la mina), y Marcelino (de 42, el minero de seguridad; le queda un mes para prejubilarse tras 23 a?os entre tinieblas). Enrique es un tipo escueto, did¨¢ctico y concienzudo. Empe?ado en la modernizaci¨®n de la miner¨ªa y la dignificaci¨®n del minero. Baja al tajo a diario. Marcelino es un tipo enorme y juicioso; hijo y nieto de mineros. Lo sabe todo de la mina. Se mueve con autoridad. Le gusta su trabajo, "pero cuento los d¨ªas que quedan para largarme".
Tras 20 minutos de recorrido en vagoneta por galer¨ªas fr¨ªas y h¨²medas, a 2,5 kil¨®metros del exterior, en el centro de la monta?a, llegamos a uno de los tajos. Al coraz¨®n del carb¨®n. A una grieta de 200 metros de largo por tres de ancho y 80 cent¨ªmetros de alto. Es como un s¨¢ndwich: arriba y abajo hay roca; en medio, el carb¨®n, "que es el jam¨®n", dice Enrique. Para penetrar en el carb¨®n hay que ponerse de rodillas. Centenares de peque?as vigas met¨¢licas impiden el derrumbe de la cavidad y la convierten en una especie de tela de ara?a en la que es dif¨ªcil moverse. La ¨²nica luz es la de la l¨¢mpara que cada uno porta en su casco. Y nos surge una duda: un tajo no es un lugar apto para claustrof¨®bicos. Una especie de ata¨²d. ?Entramos o no entramos?
Entramos. El ingeniero se mueve r¨¢pido, como un primate, con las piernas por delante e impuls¨¢ndose con los brazos. Marcelino cierra el cortejo sin inmutarse. Los dos novatos lo tienen mucho m¨¢s dif¨ªcil: vamos a gatas. Nuestras cabezas impactan constantemente con las vigas de la parte superior que sujetan la monta?a. Sudamos. Las rodillas sufren con los guijarros del suelo. La atm¨®sfera est¨¢ cubierta de polvo. No es f¨¢cil respirar. A un lado del t¨²nel, a medio metro de nosotros, la rozadora autom¨¢tica va ara?ando la capa de carb¨®n como mantequilla; el mineral sale del tajo sobre una cinta met¨¢lica. A medida que se penetra en la capa de carb¨®n, varios mineros apuntalan el techo de la parte nueva con peque?as vigas met¨¢licas. Cada avance de 60 cent¨ªmetros supone el derrumbe del terreno que ya se ha explotado. "Es m¨¢s seguro". Un minero suelta las vigas del techo de un golpe de maza. Enfocas hacia arriba con tu l¨¢mpara y, de repente, todo ese confuso material rocoso que tienes sobre la cabeza cede "de forma controlada" a un metro de ti. Todo se llena de polvo y cascotes. "No se preocupen, que no pasa nada", explica El Chino, el vigilante del tajo. Tiene la cara negra, y en ella brillan dos ojos muy azules. Es como una ilusi¨®n ¨®ptica. Su tatarabuelo ya era minero. En el tajo trabajan 19 hombres m¨¢s. Algunos usan mascarillas. "Por la silicosis". Recorrer 200 metros reptando nos lleva una hora larga. Sufren las cervicales. La posici¨®n m¨¢s c¨®moda es sentado, pero hay que continuar. A un lado, la rozadora; al otro, los derrumbes. En medio, nosotros. Cuando salimos del tajo me prometo no volver.
Los mineros que trabajan en este tajo, en la capa inglesa, cobran entre 1.800 y 2.300 euros al mes, trabajan jornadas de siete horas y se prejubilan pronto. No todos tienen esa suerte: los trabajadores que provienen de las subcontratas cobran 1.100 euros por nueve horas en la oscuridad. Y su convenio es el de la construcci¨®n. Su ¨²nica esperanza es ser contratados directamente por las minas, pasar al R¨¦gimen Especial de la Miner¨ªa del Carb¨®n, cobrar sueldos decentes y prejubilarse a los 52 a?os. Ser mineros, no esclavos. Entre tanto, son los grandes perdedores de esta historia. No todos aguantan.
El ingeniero Enrique Fern¨¢ndez recuerda que cuando empez¨® en la mina eran las mulas las que transportaban el carb¨®n, los escombros se paleaban a mano y las ratas anunciaban los derrumbes con sus chillidos. Mor¨ªa mucha gente en el tajo. "Hoy esto ha cambiado y tiene futuro. Pero s¨®lo van a sobrevivir las minas modernas, automatizadas, rentables, con la imprescindible aportaci¨®n de la miner¨ªa a cielo abierto, cuya extracci¨®n es mucho m¨¢s barata que la subterr¨¢nea, y las necesarias ayudas del Estado".
?sas son las reglas del juego. Pero la triste conclusi¨®n que se obtiene al abandonar estas monta?as del Bierzo, donde hace un par de d¨¦cadas hab¨ªa 140 empresas y hoy subsiste media docena, es que el porvenir del carb¨®n es muy negro. Quiz¨¢ sea una met¨¢fora barata, pero es que cada apuesta por su futuro parece tener siempre su correspondiente contrapartida negativa. El carb¨®n est¨¢ gafado. Un ejemplo: el tremendo impacto medioambiental de los rentables yacimientos a cielo abierto que ya ha provocado el cierre administrativo de una explotaci¨®n de Vitorino Alonso. En el carb¨®n, siempre es un paso adelante y dos atr¨¢s.
Por eso da la sensaci¨®n de que este es el punto final de una raza que vivi¨® durante siglos en la mina, de la mina y para la mina. Pronto, los mineros del carb¨®n pueden ser un simple recuerdo del pasado.
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