La costa de los poetas chilenos
Los refugios mar¨ªtimos de Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Nicanor Parra
Nadie sabe muy bien por qu¨¦, pero en Chile los poetas suelen buscar una playa y retirarse a ella. El retiro es, por cierto, cualquier cosa menos total. La playa m¨¢s cercana a Santiago, la capital, queda a s¨®lo 110 kil¨®metros de la ciudad. Tres de las m¨¢s importantes voces de la poes¨ªa chilena, Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Nicanor Parra, han buscado justamente refugio en esa costa cercana (Gonzalo Rojas, en cambio, se ha internado en el lejano Chill¨¢n). De alguna forma, ese refugio cercano y lejano a la vez les ha permitido a los poetas quedarse en la capital e irse al mismo tiempo, mirar por una ventana la grandiosidad del Pac¨ªfico, y por otra, las rencillas, peleas y glorias pasajeras de Santiago.
La costa de los poetas alguna vez se hizo llamar la costa azul. Una serie de balnearios encopetados que quer¨ªan parecer Deauville o la Concha de San Sebasti¨¢n se instalaron entre las rocas y las dunas a principios del siglo pasado. La carretera y los t¨²neles que progresivamente unieron estas localidades cada vez m¨¢s con Santiago convirtieron El Quisco, Cartagena y Algarrobo en centros de vacaciones populares. Hoy, entre los eucaliptos y los bosques de oscuros pinos surgen toda suerte de pensiones, hoteles, caba?as y rutas para boy scouts. La costa de los poetas es ruidosa, viva, llena de contrastes. Campos de golf en Las Brisas, carruseles y circos en El Quisco, desnudos acantilados en Tunqu¨¦n y funcionarios jubilados en Algarrobo (en donde los ex presidentes Allende y Frei ten¨ªan casas vecinas). Cuando el verano se retira, la costa de los poetas vuelve a so?arse se?orial, decadente, salvaje, amable y crepuscular.
Epitafio en el mar
Asombrosamente, o quiz¨¢ no tanto, los lugares en que vivieron nuestros tres poetas se parecen de alg¨²n modo a su poes¨ªa. Huidobro, el gran se?or de la poes¨ªa chilena, el amigo de Apollinaire, el propagador de todas las vanguardias, se retir¨® a Cartagena despu¨¦s de haber recibido dos heridas de bala como corresponsal de guerra en la II Guerra Mundial. Su residencia, un caser¨®n de campo que se supone que serv¨ªa de casa patronal para el fundo que el padre del poeta fue loteando de a poco, sobrevuela el balneario de Cartagena desde un cerro. En su tumba dej¨® el creador del creacionismo escrito: "Aqu¨ª yace Vicente Huidobro. Abrid la tumba, al fondo de ella se ve el mar". La invitaci¨®n del epitafio era demasiado tentadora, y varias veces los desconocidos de siempre han destrozado la l¨¢pida buscando el mar en el fondo del agujero.
Esa tumba con vista al mar mira tambi¨¦n a una ciudad que como ninguna otra representa en sus calles el encanto ligeramente pasado de moda que ba?a la voluntariosa poes¨ªa de Vicente Huidobro. Vivi¨® el balneario la misma transformaci¨®n que la vida del poeta. A principios del siglo XX, Cartagena fue el balneario elegante por excelencia; despu¨¦s, la modernidad que tanto enamor¨® a Huidobro la convirti¨® en el balneario popular m¨¢s famoso. Pas¨® de ser sobrio, exclusivo y desvitalizado a ser bullicioso, demencial, abierto y vivo. La playa grande se llena en verano de carpas hechas de restos de pl¨¢stico. Su se?orial paseo mar¨ªtimo es el hogar privilegiado de la fritura, el reggaet¨®n y las botellas de pl¨¢stico y pitos de marihuana.
En invierno, Cartagena queda casi desierta: sus pensiones vuelven a ser palacios en ruinas, sus calles vuelven a mirar, no a la multitud bullente que devora todo lo que encuentra en la caleta de San Pedro, sino al mar, que llega manso y fr¨ªo a la playa de arena morena. Escritores como Poli Delano y el desaparecido Adolfo Couve han escrito y vivido ah¨ª. De tarde en tarde, un equipo de cine viene a captar este Valpara¨ªso en miniatura y sus asombrosos atardeceres.
No es un azar, en cambio, que Isla Negra se parezca a la poes¨ªa de Neruda. El balneario fue creado enteramente por el poeta. Cuando, cansado de errar por el mundo, decidi¨® imitar a su amigo y enemigo Vicente Huidobro y vivir con vista al mar, el pueblo no era m¨¢s que una calle. Viv¨ªan y viven a¨²n, en esta isla que no est¨¢ separada del continente por ning¨²n mar, s¨®lo unas tejedoras de arpilleras. Neruda y un par de amigos decidieron conservar, e incluso acentuar, el car¨¢cter silvestre del pueblo. Pinos entre los que el viento silba, rocas oscuras que se aventuran al agua, casas que se pierden en el bosque, y bosques que se internan en las casas. Todav¨ªa hoy no se han instalado, por voluntad expresa de los vecinos, faroles ni luces en las calles de tierra. Hasta el hotel principal del lugar, la hoster¨ªa de Isla Negra, conserva ese encanto r¨²stico, de un mundo reci¨¦n creado, tal vez ayer por la ma?ana. Por desgracia, la industria nerudiana -sus pescados de piedras, sus bajorrelieves de cobre y frases hechas- ha invadido el pueblo. La propia casa de Neruda -una caba?a que fue agrandando con diversos pabellones, alas, locomotoras, mascarones de proa, conchas de caracol- es ahora un museo que rinde culto a la irreprimible necesidad del poeta de seguir de adulto acumulando juguetes y talismanes. Durante d¨¦cadas resid¨ªa tambi¨¦n en Isla Negra Nicanor Parra. En broma dec¨ªa que no le importaba ser el mejor poeta de Chile, con tal de que fuera el mejor poeta de Isla Negra. Luego de la muerte de Neruda, Parra se traslad¨® unos kil¨®metros m¨¢s al sur, al discreto y misterioso balneario de Las Cruces. Un cruce perfecto entre la se?orial Cartagena de Huidobro y la rural y selv¨¢tica Isla Negra de Neruda, Las Cruces posee una peque?a playa rodeada de mansiones, algunas de ellas carcomidas por las termitas, y casas de madera m¨¢s sencillas. M¨¢s all¨¢, las rocas al borde est¨¢n habitadas por pel¨ªcanos y lobos marinos. La casa de un estudiante eterno.
La casa de Parra es como toda su obra, un proyecto en eterna construcci¨®n. Una torre que era su lugar para escribir se quem¨®, y a sus 94 a?os, el poeta piensa reconstruirla. De este mismo incendio se salv¨® una casa de madera, modesta pero c¨®moda, llena de colecciones -como las de Neruda-. Esta colecci¨®n no era de objetos bellos o po¨¦ticos, sino de fotos con leyendas que la deforman, m¨¢quinas de escribir difuntas, bandejas de pasteles sobre las que Parra todav¨ªa escribe sus l¨²cidos decretos antipo¨¦ticos. Una casa que parece la de un estudiante eterno, que recopila pruebas contra la poes¨ªa y sus abusos de lenguaje.
Y por el ventanal abierto, una vista privilegiada a la bah¨ªa y al mar, que indiferente a los versos y declaraciones de los tres poetas que lo habitaron, ataca las rocas y las convierte en arena.
Rafael Gumucio. (Santiago de Chile, 1970) es autor de P¨¢ginas coloniales (Mondadori) y Memorias prematuras (Debate)
GU?A PR?CTICA
Datos b¨¢sicos- Prefijo telef¨®nico desde Espa?a: 0056.- Moneda: peso chileno (un euro equivale a unos 715 pesos chilenos).Visitas- Casa Museo de Neruda en Isla Negra (35 46 12 84; www.fundacionneruda.org). Camino Vecinal, s/n. Isla Negra. Abre de martes a domingo de 10.00 a 18.00. Precio de entrada, 4,20 euros.Informaci¨®n- Oficina de turismo de Chile en Espa?a (900 10 20 60).- www.sernatur.cl.- www.visit-chile.org.- www.quintaregion.cl.- www.elquiscochile.cl.
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