El ¨²ltimo vuelo del 'Sunbreeze'
Relato del peor accidente de aviaci¨®n en Espa?a en 25 a?os
-Spanair 5022. Viento 180 7. Autorizado a despegar. Pista 36 izquierda.
La orden de la torre de control de Barajas retumba en el auricular del comandante Antonio Garc¨ªa Luna cuando el Sunbreeze, los dos motores al ralent¨ª, encara el ancho camino negro, cuatro kil¨®metros y medio que se abren hacia el norte en el aeropuerto de Barajas. Una de las pistas m¨¢s largas de Europa.
En la consola de instrumentos, el reloj se acerca a las 14.23 del mi¨¦rcoles 20 de agosto. El sol hace brillar la afilada estructura del Mc Donnell Douglas MD-82 blanco, sus dos motores pegados a la cola azul oscuro. El copiloto, Javier Mulet, est¨¢ pendiente de las comunicaciones. La joven azafata Toni Mart¨ªnez se abrocha el cintur¨®n en la butaca 1E.
En la estilizada barriga del avi¨®n hay sombrillas. Equipaje de vacaciones
El avi¨®n supera la V1, unos cuantos d¨ªgitos que implican el punto de no retorno
Primera llamada al 112: "He visto un avi¨®n despegar. Se ha ca¨ªdo y ha explotado
Hay un hombre atrapado. Resbalan cuerpos y butacas sobre ¨¦l
Un ni?o peque?o dice que su hermana est¨¢ dormida. No lo est¨¢
El comandante empuja la palanca del gas para que el Brisa del Sol, matr¨ªcula EC-HFP, se lance sobre la pista. La aceleraci¨®n aplasta a los 162 pasajeros y a los 10 tripulantes contra sus butacas cuando el p¨¢jaro de metal inicia la carrera.
Puede que sobre la cabina haya planeado cierta inquietud al bramar los motores. Dejar la tierra da respeto. Volar tiene algo de at¨¢vico.
Y m¨¢s porque es el segundo intento. Una hora y media antes, mientras el avi¨®n, a tope de pasaje, rueda desde un finger de la T-2 hacia la cabecera de pista, el comandante ha pulsado el bot¨®n de comunicaci¨®n con la cabina:
-Se?ores pasajeros, tenemos un problema t¨¦cnico. Se ha encendido un piloto. Necesitamos suspender el despegue y volver para una revisi¨®n.
Algo as¨ª debi¨® de decir el comandante Garc¨ªa Luna, 38 a?os, un veterano con abultada hoja de servicios como piloto de rescate en el Ej¨¦rcito del Aire.
Una frase muy distinta de aquello que tanto le gustaba contar en cada vuelo: la altitud, la ruta, el tiempo. Detalles de un aviador nato que disfruta comunicando una pasi¨®n: esas vistas ¨²nicas que mueven a pegar la nariz a una diminuta ventanilla para adivinar en qu¨¦ punto del mapa colocar¨ªas esa lejana l¨ªnea blanca de olas que lamen una extensi¨®n verde: "A la izquierda, la costa de Marruecos"; "al abandonar la Pen¨ªnsula, pasaremos cerca del Parque Nacional de Do?ana".
El vuelo de Spanair JK5022, con salida a las 13.00, con destino al aeropuerto de Gando, en Gran Canaria, se retrasaba.
Probablemente, Javier, en su capazo, no oyera los murmullos de fastidio, o de miedo, que seguramente cruzaron la cabina. El beb¨¦, de tres meses, puede que fuese dormido. Iba a ser bautizado en la tierra de su joven madre, Zenaida, 19 a?os, que estaba sentada con su marido, Javier padre, casi tan joven como ella. Hab¨ªan dejado el bar de Arg¨¹elles, un negocio familiar en el que trabaja ¨¦l, para cristianar a su primer hijo.
Probablemente, Mar¨ªa Jes¨²s Font estaba m¨¢s pendiente de Rub¨¦n, el hombre con el que se hab¨ªa casado cuatro d¨ªas antes en un peque?o pueblo de Madrid, que del retraso.
Probablemente, la directiva de banca canaria Beatriz Reyes, de 41 a?os, miraba sin ver los rastrojos secos que rodeaban las pistas. Quiz¨¢s, mentalmente, a¨²n distingu¨ªa los baobabs de la sabana sudafricana, donde hab¨ªa estado de vacaciones. Puede que no le gustase mucho la idea de volver a casa.
Todo lo contrario que la m¨¦dica del Samur Ligia Palomino y Jos¨¦, su novio. No sonaba mal cambiar el peregrinar con su ambulancia por el rostro m¨¢s desgraciado de Madrid por unos d¨ªas al sol. Regalo de su 42 cumplea?os.
Porque bajo los pies de Javier, de Zenaida, de Mar¨ªa Jes¨²s, de Beatriz, de Ligia, estaba la bodega abarrotada con maletas de dos clases: unas cargadas con regalos y ropa por lavar de unos d¨ªas de asueto en la pen¨ªnsula, en Sur¨¢frica o en Orlando. Otras, con ba?adores secos y camisetas apiladas con cuidado para estrenar las vacaciones 2008.
La estilizada barriga del MD-82 ocultaba sombrillas de playa, juguetes, pa?ales y chancletas. Equipaje de vacaciones de un d¨ªa de agosto para muchos de los 22 ni?os y los 140 hombres y mujeres del pasaje.
Familias enteras a quienes el verano se les hab¨ªa agotado en un pueblo de Ciudad Real -como la de Laurencio Garc¨ªa, concejal de San Bartolom¨¦ de Tirajana, la mujer y los dos hijos- o en una playa de M¨¢laga. Era el ritual anual para una profesora y un dise?ador y sus tres hijos: ir al sitio donde se hab¨ªan conocido. Unos y otros volv¨ªan morenos del sol de la meseta o del litoral mediterr¨¢neo, distendidos, descansados. Con ganas de contar.
Y luego estaban los m¨¢s afortunados, los que ten¨ªan aquella isla redonda por descubrir en las gu¨ªas de viaje; los que hab¨ªan roto la hucha para subirse al avi¨®n, como Mari Carmen Rojo y Gabriel Ortega. El sue?o de ¨²ltima hora de un t¨¦cnico de aire acondicionado y una esteticista de Vallecas. Seguramente estar¨ªan mir¨¢ndolo todo con los ojos muy abiertos, la revista de a bordo, la cartulina con las instrucciones para abrir la ventanilla de emergencia, los movimientos como de mu?eca de la azafata Toni Mart¨ªnez cuando acompa?aba la letan¨ªa de la jefa de cabina sobre la despresurizaci¨®n. Todo era nuevo para ellos. Nunca hab¨ªan volado.
Con el anuncio del comandante Garc¨ªa, los mensajes de texto o las llamadas alcanzaron tel¨¦fonos muy distantes del h¨¢bitat quiz¨¢ festivo del avi¨®n (?qu¨¦ vuelo estival con destino a la costa no contiene una verbena de cr¨ªos ruidosos y pandillas expansivas?). Hab¨ªa que avisar del retraso a los que esperaban 1.800 kil¨®metros al sur, en Gando. Casi la mitad del avi¨®n, 79 viajeros, eran canarios. Pero quiz¨¢ tambi¨¦n sonaron en alg¨²n lugar de Alemania o de Francia. Repartidas entre 162 butacas, hab¨ªa 11 nacionalidades.
"El vuelo se retrasa, hay un problema t¨¦cnico". ?se pudo ser el SMS que Rub¨¦n Santana, 45 a?os, tecle¨® a Mari Carmen, su esposa, cuando el avi¨®n se alejaba de la pista, de vuelta a un aparcamiento. El pastor bautista de Tres Cantos estaba en la lista de espera del JK5022. Aunque ¨¦l ten¨ªa billete para un avi¨®n nocturno y el vuelo estaba sobrevendido, consigui¨® una plaza. Quer¨ªa abrazar a su madre cuanto antes, y quiz¨¢s echarle un ojo a su negocio en Mog¨¢n.
Puede que su asiento fuese uno de los que no ocuparon H¨¦ctor y su novia, un par de canarios que se retrasaron tres minutos en llegar al mostrador de facturaci¨®n. Los chavales insistieron, pero no consiguieron traspasar el control de seguridad. Mejor para Rub¨¦n, que no tendr¨ªa que aterrizar de madrugada en Gran Canaria.
En el JK5022 varios nombres de pasajeros bailaron. Lo normal. Pero uno desapareci¨®, aunque en realidad estaba sentado en la segunda fila de la primera clase. Se llamaba Rafael Vidal, y era un ingeniero de 30 a?os, madrile?o, con tres d¨ªas de vacaciones por delante.
Cuando el avi¨®n regresa al aparcamiento, el reloj marca las 13.42. As¨ª lo registra el sistema inform¨¢tico Amadeus que se usa en aviaci¨®n. Los pasajeros no saben si cambiar¨¢n de avi¨®n y eso aparece en algunos mensajes. "Amor, se me averi¨® el avi¨®n. Est¨¢bamos en pista de salida y regresamos. Tengo a todos los t¨¦cnicos y mec¨¢nicos revis¨¢ndolo. A ver si me cambio de avi¨®n. Besitos amor. Hasta pronto", pudo escribir el pastor, Rub¨¦n.
Se acercan unos autobuses. Un t¨¦cnico de mantenimiento de Spanair revisa el porqu¨¦ del piloto rojo que se encendi¨® en la cabina del comandante.
Descubre que la clave est¨¢ en el morro, cerca de las letras impresas que rotulan el avi¨®n bajo la gran ventana de los pilotos. Un calentador de la sonda que mide la temperatura exterior no funciona. El dispositivo evita que aqu¨¦lla se congele y as¨ª el comandante pueda saber con exactitud los grados reales en cualquier momento, y, si es necesario, activar los sistemas de anticongelaci¨®n de los motores.
El t¨¦cnico, tal y como contar¨¢ despu¨¦s ante la comisi¨®n de investigaci¨®n y ante la Guardia Civil, dir¨¢ que se desconect¨® el calentador y punto. Seg¨²n los manuales de mantenimiento del MD-82, con una temperatura ambiental en tierra de 28 grados cent¨ªgrados, puede volar esa tarde. No hay riesgo de congelaci¨®n. Tendr¨¢ 10 d¨ªas para solucionar la aver¨ªa.
Menos de media hora despu¨¦s, el Spanair 5022 vuelve a rodar hacia la pista 36 izquierda con la autorizaci¨®n, en forma de firma, del t¨¦cnico de mantenimiento, cuya identidad no ha sido revelada, y del comandante, que es la m¨¢xima autoridad del vuelo. El pastor ha recibido un mensaje: "Vente para casa". ?l contesta: "No me dejan bajar. Vamos a salir ya".
14.22. Ya es la hora de comer cuando el Iberia 6464 procedente de Guayaquil. Ecuador, se posa, quemando queroseno, en la pista E36D. El Sunbreeze lanza sus 40 metros por la E36I con el viento de cola y la palanca de gas a tope. Las dos pistas son l¨ªneas imponentes. Cuatro kil¨®metros y medio de constante coreograf¨ªa de despegues y aterrizajes de los aviones m¨¢s grandes y pesados.
Rosa, la conductora de la furgoneta que espera a la tripulaci¨®n del avi¨®n de Iberia, se fija en el MD-82 desde su punto de espera al lado de la terminal sat¨¦lite de la T-4. Junto a ella hay dos decenas de maleteros y otros ch¨®feres.
El alcalde de la ciudad, Alberto Ruiz-Gallard¨®n, se dispone a comer en un restaurante del centro. Puede que los empleados de mantenimiento de Barajas Antonio y Jos¨¦ Antonio, padre e hijo, estuviesen tambi¨¦n en una pausa para comer. Igual que Francisco Mart¨ªnez, bombero de Barajas.
El Sunbreeze, con sus 162 pasajeros, sus 10 tripulantes, la bodega llena, ha devorado ya parte de la pista, con viento de cola, siete nudos, algo que dificulta con una temperatura tan alta el despegue. Supera la velocidad de decisi¨®n, la V1, unos cu¨¢ntos d¨ªgitos que implican el punto de no retorno. S¨®lo queda despegar.
Parece que no levanta el morro. "?Que se come la pista. Que se la come!", exclama Rosa.
El avi¨®n se eleva s¨®lo unos pocos metros. El pasajero Rafael Vidal, en la segunda fila, nota un bandazo a la izquierda, otro a la derecha. "Nos vamos a estrellar", piensa. Se encoge sobre s¨ª mismo.
La m¨¦dica, Ligia, dormita, pero se despierta en el 9A con los extra?os ruidos del aparato. Se agarra al brazo de Jos¨¦, sentado a su lado en el 9B, y mira a su cu?ada, en el asiento de delante. Beatriz Reyes se aprieta el cintur¨®n.
Rosa, la conductora, ve alzarse unos metros, 200 pies, al Spanair. Inmediatamente, oye un petardazo. Cree que es el motor izquierdo. Luego le ve descender como una hoja caduca, planeando, a la izquierda, a la derecha. Cae al suelo. Y luego, una bola de fuego.
Han pasado unos pocos segundos. Las c¨¢maras de vigilancia de AENA no registran explosiones en los motores, dicen los investigadores. El v¨ªdeo muestra que el avi¨®n rebota contra el asfalto y se desv¨ªa a la derecha. Una de las chispas del rozamiento prende en el queroseno, 15 toneladas, que atiborra los dep¨®sitos bajo las alas. En la vaguada del arroyo de la Vega, se incendia.
El comandante del Iberia 6464 grita al ver el estallido naranja. S¨®lo le oye una azafata.
-He visto un avi¨®n despegar. Se ha ca¨ªdo y ha explotado.
14.25. Un hombre que trabaja en una obra de Paracuellos se comunica con el 112. Es la primera llamada.
Bajo la gran chimenea negra hay un hombre atrapado. Resbalan cuerpos y butacas sobre el ovillo en el que se ha convertido Rafael Vidal. Oye gritos. "?Me ahogo!, ?me ahogo!". Tiene varias fracturas y un fuerte golpe en los pulmones.
Beatriz Reyes, la viajera de Sur¨¢frica, se suelta el cintur¨®n. No se ha desvanecido. Se levanta y sale. Ve que est¨¢ al lado de un riachuelo. Le sangra la pierna derecha. Se hace un torniquete. Vuelve y trata de salvar a dos ni?os que gritan. Los arropa. No se separa de ellos.
La azafata Toni Mart¨ªnez est¨¢ en el r¨ªo. Sigue consciente. No grita.
El alcalde recibe una llamada: es Pilar Mart¨ªnez, la concejal de Urbanismo.
-Un avi¨®n se ha salido de la pista. No hay muertos. Quiz¨¢ dos heridos leves. Pero hemos activado el protocolo de emergencias.
El regidor no se queda tranquilo. Sale hacia Barajas.
Antonio y Jos¨¦ Antonio ven cad¨¢veres carbonizados, un trozo de cola. El tesoro con las cajas negras dentro. Cuerpos en el riachuelo. Traen mantas. Son la avanzadilla de la caravana de ambulancias y coches de bomberos que conduce a 500 sanitarios, polic¨ªas, bomberos y guardias civiles. Expectantes. Viajando mentalmente al 11-M. S¨®lo han pasado cuatro a?os.
-?D¨®nde est¨¢ mi padre? ?Ha acabado la pel¨ªcula?
El bombero Francisco Mart¨ªnez descubre a un ni?o peque?o que deambula. Se llama Roberto, tiene sangre en la cabeza y dice que su hermana est¨¢ dormida. Pero no lo est¨¢.
Ligia se despierta. Gira la cabeza para buscar a Jos¨¦. A su lado, una silueta ennegrecida. Le palpa la mu?eca. No es el reloj de Jos¨¦. No es ¨¦l.
Ve cuerpos humeantes. Esparcidos alrededor de una inmensa pira. Cambia la direcci¨®n del viento. Abrasa la lengua de fuego, as¨ª que se tumba de lado y se cubre. Oye gritos. Llantos de ni?os. Trata de levantarse para ayudar, pero cae. Lo intenta de nuevo. Falla. Una m¨¢s. Nada. Su mente de m¨¦dica de urgencias escanea las heridas de su propio cuerpo. Sabe que tiene el f¨¦mur partido. Abandona. Pero sigue gritando los nombres de Jos¨¦ y de Gema, su cu?ada.
Los sanitarios de Samur avanzan entre los restos del incendio, mayor que dos campos de f¨²tbol. Tratan de distinguir los muertos de los heridos.
-Juanjo, soy yo.
Juanjo mira. Una mujer con la cara amoratada le llama por su nombre. ?Es Ligia, la m¨¦dica!
Horas despu¨¦s, cuando los hombres que se secan las l¨¢grimas con guantes de l¨¢tex han sacado a 20 heridos, avanza hasta la tierra abrasada otra caravana. Oscura. Son los coches f¨²nebres que se dirigen a una vaguada. El escenario de la peor cat¨¢strofe a¨¦rea que ha vivido Espa?a en 25 a?os.
Horas despu¨¦s, d¨ªas despu¨¦s de aquel mi¨¦rcoles de agosto, hay 154 vidas menos, una incalculable, difusa, marea de dolor, y muchas preguntas sobre el ¨²ltimo vuelo, el m¨¢s breve, del Sunbreeze
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