Es la guerra de Obama
La peor de todas es la que se libra en nuestros cerebros. Puede darse por perdida en cuanto se aceptan sus t¨¦rminos. Y hay que escribirlo con todas las letras: en Europa se est¨¢ perdiendo. Es la guerra cultural, en la que las acciones violentas tienen una doble funci¨®n persuasiva: amedrentar al conjunto de la poblaci¨®n y transferir la responsabilidad, la culpa, a quienes act¨²an en disconformidad con el Islam radical, convirti¨¦ndose con ello en objetivos potenciales. El resultado es que conducen a la restricci¨®n de la libertad de expresi¨®n y a la censura. Esta guerra tiene muchos c¨®mplices, porque no son s¨®lo los musulmanes radicales quienes piden un estatuto especial para su religi¨®n. En Irlanda entr¨® el primer d¨ªa del a?o en vigor la ley antiblasfemia, que castiga con multa de hasta 25.000 euros a quienes las profieran en p¨²blico. Un soldado de esta guerra es el somal¨ª que el primer d¨ªa del a?o intent¨® asesinar, hacha y cuchillo en mano, a Kurt Westergard, el dibujante que public¨® una caricatura de Mahoma en el diario dan¨¦s Jylland Posten en 2005, y que desde entonces se halla bajo protecci¨®n policial. En las cr¨ªticas a las caricaturas de Mahoma coincidieron el Papa, Tony Blair e incluso George Bush, a pesar de que en su pa¨ªs la libertad de expresi¨®n est¨¢ mucho mejor protegida que en Europa.
La aut¨¦ntica guerra se libra con 'drones', que golpean a Al Qaeda en sus nidos
No le anda a la zaga la siguiente guerra, que se libra a la vista de todos, en la calle y en las instituciones. Como la anterior, tiene la virtud de que se empieza a perder en cuanto se acepta que existe. El sue?o de la invulnerabilidad puede conducir a las mayores aberraciones. Dura ser¨¢ la vida de quienes utilizan el transporte a¨¦reo. Pero lo mismo puede suceder con trenes, autobuses, metros e incluso autom¨®viles privados. Hay sin embargo una inversi¨®n de t¨¦rminos en este caso. En Europa, de momento m¨¢s acostumbrada a la sociedad de riesgo, la reacci¨®n es moderada. En Estados Unidos, en cambio, donde ha prosperado la leyenda de un pa¨ªs invulnerable, ni siquiera Obama ha conseguido revertir los efectos de la guerra sobre el Estado de derecho y las libertades. El soldado de esta guerra es el nigeriano que intent¨® volar el avi¨®n de Northwest a su llegada a Detroit desde ?msterdam el d¨ªa de Navidad. Guant¨¢namo seguir¨¢ abierto gracias a ella. Como seguir¨¢ habiendo presos sin juicio, ¨®rdenes de detenci¨®n secretas, escuchas sin control judicial y todo lo que Bush hizo, eso s¨ª al por mayor, ahora al detalle y con mayor cuidados y prevenciones.
Pero donde m¨¢s se nota que estamos perdiendo la segunda guerra, la de los valores, es en la tercera, que es donde de verdad hay combatientes, batallas y estados mayores enfrentados y es, en el fondo, la verdadera guerra de Obama. Es lamentable y repugnante como toda guerra, pero es la m¨¢s cierta y eficaz. Se libra en secreto, sin bravuconer¨ªas, calladamente. Aunque sus efectos emergen de vez en cuando, con no poca alarma. Por ejemplo, en el ataque suicida a la base de la CIA en Afganist¨¢n, un rev¨¦s hist¨®rico para Estados Unidos, que cre¨ªa tener a Bin Laden al alcance de la mano a trav¨¦s de un agente doble y se ha encontrado con que ha perdido a seis agentes propios y a uno de un pa¨ªs aliado como Jordania. Esta acci¨®n de Al Qaeda es la respuesta a una guerra cibern¨¦tica, a trav¨¦s de aviones teledirigidos, que mantiene la CIA en Afganist¨¢n y Pakist¨¢n, y que ha costado la vida al menos a una veintena de destacados dirigentes terroristas.
Con Obama se ha intensificado este tipo de guerra, hasta el punto de que algunos expertos aseguran que sustituir¨¢ la actual presencia masiva de tropas en la zona de conflictos que se extiende desde Pakist¨¢n hasta Somalia. La CIA ha realizado 55 ataques, contando los dos de ayer, desde sus drones Predator (Depredador) y Reaper (Segador) durante el primer a?o de Obama en la Casa Blanca, una cifra que duplica la de 2008 con Bush y supera toda la actividad durante los ocho de la anterior presidencia. Formalmente se trata de un programa de asesinatos selectivos que Bush autoriz¨®, despu¨¦s de que otro presidente republicano, Gerald Ford, lo prohibiera en 1976. El australiano Philip Alston, relator especial de Naciones Unidas sobre Ejecuciones Extrajudiciales y profesor de Derecho en la Universidad de Nueva York, considera que este tipo de acciones pueden ser legales en condiciones de guerra justa: cuando no hay otro medio para detener o impedir que el enemigo prosiga su actividad y cuando se toman todas las precauciones para evitar las v¨ªctimas civiles. Pero no parece ser el caso, porque ni siquiera hay informaci¨®n oficial ni posibilidad de control judicial o parlamentario sobre este tipo de acciones.
Bush hac¨ªa un paquete con todas las guerras, al que denominaba Guerra Global contra el Terror, que algunos confund¨ªan con una guerra contra los ¨¢rabes o contra el islam. Las facturas por aquellos errores, cada vez m¨¢s elevadas, siguen llegando ahora. Obama matiza y distingue: pero esto no le hace inmune a las cr¨ªticas, desde la derecha, por su excesiva moderaci¨®n y, desde la izquierda, por su continuidad con la guerra ilegal de Bush. De su pericia para librarla sin mucho desgaste y para ganarla, es decir, terminar con el peligro cierto de Al Qaeda, no depende ¨²nicamente su presidencia, sino tambi¨¦n la seguridad de todos.
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