Dinero y poder... ?por amor al arte?
Quien se adue?e de la escultura podr¨¢ proclamarse afortunado
?C¨®mo entender que por una escultura de Giacometti, todo lo emblem¨¢tica y significativa que se quiera, se hayan pagado 104,3 millones de d¨®lares? ?C¨®mo considerar razonable desembolsar esa suma por una indefinible obra de arte?
Ni vale el entendimiento racional ni el c¨¢lculo mercantil en estos casos. Porque igualmente irracional que 100 millones de d¨®lares habr¨ªa sido pagar la mitad o, incluso una tercera, una d¨¦cima o una cent¨¦sima parte. Si la columna no llega al techo, ?qu¨¦ importar¨¢ su longitud? O, a la inversa, si la obra de arte viene a ser, por definici¨®n, "inestimable" e in¨²til, ?qu¨¦ patr¨®n de valor puede atribuirle objetivamente un precio?
S¨®lo una puja m¨¢gica o sagrada decidir¨¢ lo que se entregue efectivamente por lo que no tiene valor real. O de otro modo: su valor efectivo se computar¨¢, s¨®lo realmente, por el dinero efectivo. O m¨¢s a¨²n: la efectividad del valor se realizar¨¢ ¨²nicamente en el efecto verdad del valor, en la confirmaci¨®n del precio logrado y efectivo.
La pieza cambia de manos como en un pecado de especulaci¨®n Se han revalorizado los artistas muertos, estables y, encima, santificados
L'homme qui marche I era propiedad de un banco alem¨¢n, el Dresdner Bank y, desde el pasado mi¨¦rcoles, pertenece tras su subasta en la Sotheby's de Londres a un ser desconocido. ?Otro banco? ?Un jeque ¨¢rabe? ?Un capo ruso? ?Un narcotraficante mexicano? Cualquiera de los amos posibles no habr¨¢ actuado, como se infiere del formidable desembolso, por amor al arte. Con esta certeza, impura, puede deducirse casi todo lo dem¨¢s.
La pieza pasa de mano en mano como de un pecado de especulaci¨®n a otro. Si el Dresdner Bank, necesitado de dinero inminente, lo ha puesto en el mercado ahora, y no antes, debe de ser, primero, porque en Alemania se vislumbran signos econ¨®micos de recuperaci¨®n y, segundo, porque, tras los fiascos de las compraventas burbuja en la d¨¦cada anterior y en base a pintores j¨®venes, muy vivos y mercachifles, se ha revalorizado la creaci¨®n de los artistas muertos, completamente estables y, encima, santificados.
En todo valor del arte actual se cruzan, por lo general, dos vectores que, remedando la oferta y la demanda usual, a trav¨¦s de la marca, determinan el valor de una pieza singular, a trav¨¦s de su aura. Un vector se forma mediante la complicidad del cr¨ªtico, el galerista, el director del museo y el comisario de la estrat¨¦gica exposici¨®n. Grandes museos cobran comisiones por programar la antolog¨ªa de un artista pero, a la vez, de ese provecho pueden ser part¨ªcipes la acci¨®n del cr¨ªtico afamado, el prestigioso comisario de la muestra antol¨®gica y el apoyo de la galer¨ªa acreditada por su vanguardismo.
Este vector esencialmente pagano y compuesto de mixturas no siempre huele bien. Pero un segundo vector, sin embargo, desprende un olor de santidad irresistible. Se trata del aroma que, desde la apolog¨ªa desinteresada de los expertos, convierte la pieza en materia sacrosanta y a su posesor en un ser superior de nuestro tiempo.
Si la obra de Picasso, Matisse o Giacometti alcanza un valor asombroso en la subasta p¨²blica, esa misma cotizaci¨®n act¨²a como una potencia de gran capacidad simb¨®lica. En consecuencia, de la misma manera que en las leyendas del Santo Grial aqu¨¦l que lo conquiste se sentir¨¢ bendito, quien se adue?e de esa concreta obra de arte podr¨¢ proclamarse afortunado.
Agraciado por una envidiable fortuna en un triple sentido. Uno: la pieza es ¨²nica, luego posee la condici¨®n para proclamar a su amo El Elegido. Dos: la pieza conlleva una larga y firme relevancia hist¨®rica, luego le confiere un plus de posible perennidad biogr¨¢fica. Tres: la pieza ha sido codiciada por los m¨¢s poderosos o grandes de los que mortales que pujaron en el templo de Sotheby's, luego su posesi¨®n comporta la excelencia y la victoria sobre el m¨¢ximo poder especulador mundial.
El Poder y no el Arte es, en suma, el eje central de la liza. Pero tambi¨¦n la liza y no la compra en s¨ª confiere la m¨¢s apreciada recompensa -siempre incalculable- a cambio del precio, siempre finito que se desembolsa por la pieza. ?Qu¨¦ pieza?
La pregunta carece de pertinencia. La pertenencia es toda la contestaci¨®n.
![Subasta de<i> L'Homme qui marche l</i> de Giacometti, el mi¨¦rcoles en Sotheby's de Londres.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/TS7CA6RCWBPRABANTQBYAA7UOI.jpg?auth=e5fbc0c3da1a23a3f5b9d365db07410093b045aaff8ab243689c5b891fc614cd&width=414)
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