La ciudad matrioska
Cuando has o¨ªdo hablar mucho de un lugar o una obra de arte y por fin la ves, te parece peque?a. Le pasa a quien ve, por fin, La Gioconda en el Louvre o La Piet¨¢ de Miguel ?ngel en San Pedro de Roma; la colosal estatua ecuestre de Pedro el Grande sobre la mole de granito, meollo de la historia de Rusia y centro de gravedad de San Petersburgo, tema de mil versos, alusiva al pecado original del imperio, a tanta literatura, a tantos prodigios y tragedias de la historia, es... ?peque?ita! ?Poca cosa! Otro capullo fond¨®n y presuntuoso sobre su caracoleante corcel. El centro de un jardincillo con dos bancos ideales para fumar un pitillo mientras miras pasar el r¨ªo...
Pedro el Grande, zar desp¨®tico y modernizador, fund¨® San Petersburgo y ser¨ªa el espejo en el que se mirar¨ªa Stalin (su otro modelo era Iv¨¢n el Terrible). Desde la plaza de los Decembristas, a la orilla del Neva, su estatua, la m¨¢s famosa de Rusia, cargada de connotaciones y simbolismos, mira hacia la fortaleza de Pedro y Pablo: el primer basti¨®n que Pedro mand¨® levantar para asegurar el delta despu¨¦s de arrebatar en combate al rey sueco el pantanoso e inh¨®spito terreno donde fundar¨ªa su capital. En la bas¨ªlica de esa fortaleza descansan dentro de sus sobrios catafalcos las generaciones de sus herederos, los Romanov. Y en una capilla aparte est¨¢n tambi¨¦n el ¨²ltimo zar y su familia, cuyos huesos, democr¨¢ticamente confundidos con los de los criados asesinados con ellos en la casa Ipatiev de Ekaterimburgo, al pie de los Urales, fueron exhumados hace algunos a?os y trasladados a este iglesia. Nunca les faltan flores.
El hermitage es la historia rusa. Aqu¨ª naci¨® el imperio y vivi¨® Pedro el Grande
La avenida de Nesvky es rectil¨ªnea... y europea. Un espacio destinado a la circulaci¨®n del p¨²blico
Dostoievski define San Petersburgo como la ciudad m¨¢s abstracta del mundo
"En la sombr¨ªa cumbre / sobre su inamovible pedestal / el ¨ªdolo de brazo levantado / vela montado en su corcel de bronce". El monumento al imperioso Pedro tiene mala fama desde que Pushkin en su famoso poema lo baj¨® del bloque de granito y lo puso a perseguir a un pobre trabajador llamado Eugenio que, habiendo perdido a su querida esposa y su casita en una de las crecidas del r¨ªo que pese al ingenioso sistema de canales peri¨®dicamente inundaban la "Venecia del Norte", se hab¨ªa atrevido a desafiarlo con palabras ambiguas seguramente para pasar la censura: "?Esp¨¦rate, arquitecto de milagros! / ?Ya ver¨¢s!".
Oh, y pens¨¢ndolo bien, s¨ª, Pedro esper¨® y vio...
La primera vez que estuve en San Petersburgo me aloj¨¦ a dos pasos del monumento, en el hotel Anglaterre: ped¨ª la habitaci¨®n donde Esenin, despu¨¦s de escribir su famoso poema de despedida con su propia sangre, se colg¨® de una tuber¨ªa. Esa habitaci¨®n "ya no existe", me dijeron, pero me alojaron en otra en la que desde la cama pod¨ªa ver una reproducci¨®n de Caballer¨ªa roja de Malevitch, cuyo original cuelga en las salas dedicadas a la fabulosa colecci¨®n de constructivistas y vanguardistas del Museo del Arte Ruso.
El Museo de Arte Ruso, testimonio de una acelerada, fant¨¢stica carga de caballer¨ªa de los pintores nativos hasta ser frenados por el kitsch del realismo socialista, queda a veinte minutos caminando. M¨¢s cerca a¨²n queda el Hermitage, "el orgullo de Rusia", seg¨²n Putin (Leningrado, 1952). En ese orgullo yo entraba, por privilegio, por una puerta lateral y ve¨ªa las perchas donde el personal cuelga sus gorros y abrigos y deja sus botas sobre charquitos, pasaba ante unos despachos vac¨ªos y empujando otra puertecita aparec¨ªa de repente en la sala de Rubens.
Igual que el marqu¨¦s de Custine y el equipo de cineastas que en sus salas rodaron El arca rusa, la gran pel¨ªcula en un solo plano secuencia, un alarde de fuerza y talento para resumir en 95 minutos el pasado de la naci¨®n: Catalina la Grande asistiendo a una ¨®pera, el cambio de guardia en el palacio de invierno (o sea, aqu¨ª, en el Hermitage), un baile de ¨¦poca salido de las p¨¢ginas de Ana Karenina o de Guerra y paz, la matanza de la multitud que se manifestaba en 1905 delante del Palacio de Invierno, en la plaza de Palacio, un vecino de Leningrado construyendo su propio ata¨²d durante el espantoso asedio de la Segunda Guerra Mundial... y toda esa multitud multicolor, dos mil actores y figurantes, al final de la pel¨ªcula bajaba como una catarata humana por la escalinata que da al Neva...
Por cierto que Alexander Sokurov, el muy creativo director de la pel¨ªcula, en vez de felicitar y agradecer a su cameraman Tillman B¨¹ttner por su esfuerzo y su logro, le reprochaba que, siendo como era alem¨¢n, le faltase verdadera profundidad de alma, esa espiritualidad que solo tienen los rusos...
El hombre m¨¢s privilegiado de San Petersburgo vive all¨ª, en el Hermitage, en un apartamento encima de las salas donde se exponen las mejores entre los tres millones de piezas de sus fondos. Es el director y se llama Mija¨ªl Pietrovski.
No nos cuesta (y a m¨ª me es grato) imaginar que las noches que no tiene cenas de representaci¨®n con magnates y altos funcionarios en alg¨²n restaurante disparatado, esas noches fr¨ªas en que el viento de Asia sopla y le da "a cada nariz un papirotazo" (seg¨²n Gogol), esas noches en que no apetece salir pero es que nada y todos los petersburgueses se encierran en sus palacios -oh, bueno... claro, los que tienen palacio-, el se?or director se pasea por las salas a la luz de la luna que se cuela por los lucernarios (que de d¨ªa brindan a las salas una luz natural), para disfrutar a solas de una de las pinacotecas m¨¢s importantes del mundo y lanzar de vez en cuando una risita de satisfacci¨®n y plenitud o una carcajada de Belfegor.
?Qu¨¦ preferir¨¢ contemplar esta noche? ?La galer¨ªa de los rembrandt? ?Los leonardos? ?Los m¨¢rmoles de Canova? ?Los gauguin de Tahit¨ª? Yo en su lugar me detendr¨ªa ante -?o por qu¨¦ no sencillamente descolgarlo y subirlo a mi despacho?- esa Judith singular y misteriosa como todos los lienzos de Giorgione, que apoy¨¢ndose graciosamente en su espada y asomando la pierna por la raja de la falda pisa con indiferencia la cercenada cabeza de Holofernes, en quien se represent¨® el pintor, con el cutis verdoso y extra?a sonrisa masoquista. O si no, el conmovedor retrato de la actriz Antonia Z¨¢rate enferma de tuberculosis, que Goya represent¨® p¨¢lida, envuelta en tules y cubierta con un ostentoso abrigo de piel en sus ¨²ltimos d¨ªas.
Piotrovski "hered¨®" el cargo: su padre ya dirig¨ªa el Hermitage hasta morir en 1990. Dice:
-Este museo es la historia rusa. Aqu¨ª naci¨® el Imperio, aqu¨ª vivi¨® Pedro el Grande. Aqu¨ª, en el mismo despacho donde veinte a?os antes emancip¨® a los siervos, muri¨® con las piernas tronchadas por la bomba terrorista Alejandro II, ante los ojos alucinados de un joven Nicol¨¢s... que sali¨® de aqu¨ª apagando la luz del imperio.
All¨ª donde Alejandro cay¨® fulminado se alz¨® en memoria del magnicidio el monumento m¨¢s llamativo de la ciudad y el m¨¢s incongruente con su armoniosa continuidad de los palacios barrocos y neocl¨¢sicos, que tambi¨¦n es uno de los centros de mayor atracci¨®n tur¨ªstica: la iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, paradigma de la arquitectura nacionalista rom¨¢ntica, alarde de torres con bulbos, interior de mosaicos a la manera tradicional, y alrededor de este anacronismo los mercadillos al aire libre, con sus matrioskas, juegos de ajedrez y dem¨¢s souvenirs, los mercados y grandes almacenes.
En Memorias del subsuelo, Dostoievski, que ambient¨® en San Petersburgo una veintena de sus treinta novelas -la plaza del Heno y las calles y canales alrededor donde ¨¦l ocup¨® sucesivos pisos y donde transcurren las tramas de Noches blancas y Crimen y castigo, entre otras, ya no es ni mucho menos aquel barrio mugriento-, la define como "la ciudad m¨¢s abstracta del mundo": a diferencia de las que crecen y se desarrollan a lo largo de los siglos, esta se levant¨® de un solo impulso, seg¨²n un plano y la voluntad de un solo hombre: triunfo de la raz¨®n sobre la naturaleza, all¨ª tan ¨¢spera y hostil, o un escenario espl¨¦ndido que despierta sospechas de irrealidad y trampantojo.
Cuando Gogol lleg¨® a la Perspectiva Nevsky, principal arteria de la ciudad, le fascinaron los r¨®tulos de las tiendas y el hecho de que los transe¨²ntes hablasen solos y gesticulasen en voz baja mientras caminaban. "Petersburgo no era del todo real", dice Vlad¨ªmir Nabokov en su ensayo sobre Gogol, y habla de los espaciosos cielos "de un extra?o tinte verde claro", de "los cielos de cobalto, las noches de color gris claro en vez de negras", del mes de abril en que el sol sale a las cuatro, y al vagar por las calles desiertas se oye el crujir y el retumbar del hielo:
"... ma?anas de San Petersburgo en que, fiera y tierna, h¨²meda y deslumbrante, la primavera ¨¢rtica facturaba lejos de nosotros los bloques de hielo que arrastraba con su corriente aquel Neva tan luminoso como el mar. Esa primavera hac¨ªa brillar los tejados. Pintaba la enlodada nieve de las calles de una intensa tonalidad morada del azul que luego no he vuelto a ver en ning¨²n lugar".
Sobre el fr¨ªo y las inhumanas dimensiones de esa ciudad-monumento: el funcionario de ¨ªnfimo nivel Akaki Ak¨¢kievich, protagonista de El capote, abrigado con su flamante abrigo que le ha costado un ojo de la cara, cruza una noche de nieve una plaza desierta, una de esas plazas inmensas, azotada por la ventisca, y mientras la cruza en la neblina turbia de nieve, va viendo perfilarse lo que parecen dos siluetas... y cuando alcanza el centro del despejado espacio circular resulta que son dos bellacos que le roban el abrigo y lo condenan a muerte por pulmon¨ªa...
En la literatura de San Petersburgo destaca Petersburgo, fantas¨ªa hist¨¦rica de Andr¨¦i Biely que Nabokov rescat¨® del olvido al mencionarla, durante una entrevista en la tele, como una de las cuatro grandes novelas del siglo XX, junto al Ulises de Joyce, La metamorfosis de Kafka y En busca del tiempo perdido de Proust. Petersburgo pinta una ciudad espectral, fr¨ªa, descoyuntada, dominada por la bruma, pose¨ªda por una pulsi¨®n de muerte y recorrida por el joven protagonista vestido con un disfraz de arlequ¨ªn en seda roja. As¨ª describe Biely la arteria principal de la ciudad:
"La Avenida de NevskY tiene una sorprendente propiedad: es un espacio destinado a la circulaci¨®n del p¨²blico; est¨¢ delimitada por casas numeradas; la numeraci¨®n coincide con el orden de las casas, lo que facilita en grado sumo la identificaci¨®n de la casa buscada. La avenida de Nevsky, como cualquier avenida, es una avenida p¨²blica; esto es, una avenida para que circule el p¨²blico. Por la noche, la avenida de Nevsky no requiere alumbrado.
La avenida de Nevsky es (debo decirlo) rectil¨ªnea, siendo como es una avenida europea; toda avenida europea es algo m¨¢s que una avenida, es (como queda dicho) una avenida europea, ya que... bien mirado...
Por eso precisamente la avenida de Nevsky es una avenida rectil¨ªnea.
La avenida de Nevsky es una avenida de mucha importancia en esta ciudad-capital no rusa".
La ir¨®nica displicencia del novelista de Petersburgo me exime, tal vez, de esforzarme en ulteriores y penosas descripciones de edificios italianizantes, iglesias, barrios y palacios de esta ciudad de lujo extravagante como esos huevos de Faberg¨¦ que tanto gustaban a los Romanov. Pero me gustar¨ªa decir que puede ser interesante dar un paseo por el Muelle de los Ingleses, ante las casas de vecinos y palacios que se asoman al mar, y ver enfrente la isla Vasilevsky; y una vez ah¨ª, acercarse a la casa museo de Alexander Blok, en la calle de Dekabristov, donde recibi¨® el ansiado permiso de las autoridades bolcheviques para salir del pa¨ªs hacia alg¨²n balneario occidental... el d¨ªa despu¨¦s de morir. O pasear por el lienzo m¨¢s famoso de Bocklin: por el barrio de Nueva Holanda, antes los astilleros militares. Siete hect¨¢reas de tierra triangular aislada por una red de canales, con frondosa vegetaci¨®n entre los edificios de ladrillo, que recuerdan efectivamente a ?msterdam. Este conf¨ªn algo melanc¨®lico pertenec¨ªa al Ministerio de Defensa, pero lo ha cedido al municipio y ahora construyen ah¨ª un barrio residencial, convirtiendo las atarazanas en pisos y levantando modernos edificios de cristal.
Recomiendo visitar la casa de Pushkin en el malec¨®n del Moika, y ver la biblioteca donde, despu¨¦s del duelo con el infame Dant¨¦s, tumbado en ese div¨¢n, se despidi¨® de sus libros:
-Adi¨®s, amigos.
Hay que rendir pleites¨ªa a la estatua de Kutuzov, vencedor del usurpador Napole¨®n, ante la catedral de Kaz¨¢n...
San Petersburgo tampoco se acaba nunca. La tinta de mi pluma s¨ª. Pero antes de poner punto final vamos a despedirnos de Biely y Nabokov, en el ¨²nico no-encuentro que sostuvieron aquellos dos grandes talentos petersburgueses.
El no-encuentro sucedi¨® en 1921 o 1922 en un restaurante de Berl¨ªn frecuentado por exiliados rusos. Dice Nabokov: "Yo estaba cenando con dos muchachas y sucedi¨® que estuve sentado espalda contra espalda con Andr¨¦i Biely, quien cenaba con otro escritor, Alexei Tolst¨®i, en la mesa detr¨¢s de la m¨ªa. Ambos escritores eran por entonces abiertamente prosovi¨¦ticos (y estaban a punto de regresar a Rusia), y un ruso blanco, cosa que todav¨ªa soy en ese sentido particular, por cierto que no quer¨ªa hablar con un bolchevique. Conoc¨ªa a Alexei Tolst¨®i, pero desde luego que le ignor¨¦".
Y as¨ª fue como el autor de Petersburgo y el de Ada o el ardor se no-encontraron por ¨²ltima vez, lejos de Petersburgo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.