?Es posible salvar el euro?
Macron articul¨® una visi¨®n clara del futuro de Europa, pero Merkel enfri¨® todas sus propuestas
Puede que el euro est¨¦ acerc¨¢ndose a otra crisis. Italia, tercera econom¨ªa m¨¢s grande de la eurozona, eligi¨® un gobierno que, en el mejor de los casos, puede describirse como euroesc¨¦ptico. No deber¨ªa sorprender a nadie. La reacci¨®n de Italia es otro episodio predecible (y predicho) en la larga saga de un sistema monetario mal dise?ado, en el que la potencia dominante (Alemania) impide reformas necesarias e insiste en pol¨ªticas que agravan los problemas b¨¢sicos, con una ret¨®rica aparentemente dirigida a inflamar pasiones.
A Italia le fue mal desde la creaci¨®n del euro. Su PIB real (deflactado) en 2016 fue el mismo que en 2001. Pero tampoco le fue bien a la eurozona en conjunto. De 2008 a 2016, su PIB real s¨®lo aument¨® un 3% en total. En 2000, un a?o despu¨¦s de la introducci¨®n del euro, la econom¨ªa de Estados Unidos era s¨®lo 13% m¨¢s grande que la de la eurozona; en 2016 era 26% m¨¢s grande. Tras un crecimiento real cercano al 2,4% en 2017 (insuficiente para revertir el da?o de un decenio de malos resultados), la econom¨ªa de la eurozona comienza nuevamente a perder ¨ªmpetu.
Si a un solo pa¨ªs le va mal, la culpa es del pa¨ªs; si les va mal a muchos, la culpa es del sistema. Y como explico en mi libro El euro: c¨®mo la moneda com¨²n amenaza el futuro de Europa, el euro era un sistema pr¨¢cticamente dise?ado para fracasar: elimin¨® los principales mecanismos de ajuste de los gobiernos (tipos de inter¨¦s y de cambio) y, en vez de crear instituciones nuevas que ayudaran a los pa¨ªses a enfrentar la diversidad de situaciones en que se encuentran, impuso nuevas restricciones (basadas a menudo en teor¨ªas econ¨®micas y pol¨ªticas desacreditadas) al d¨¦ficit, a la deuda e incluso a las pol¨ªticas estructurales.
Supuestamente, el euro traer¨ªa prosperidad compartida, lo que afianzar¨ªa la solidaridad y promover¨ªa el objetivo de integraci¨®n europea. Pero en realidad, hizo exactamente lo contrario: fren¨® el crecimiento y sembr¨® la discordia.
El problema no es falta de ideas sobre c¨®mo continuar. El presidente franc¨¦s Emmanuel Macron, en un discurso pronunciado en la Sorbona en septiembre pasado y en otro pronunciado en mayo, cuando recibi¨® el Premio Carlomagno por sus contribuciones a la unidad europea, articul¨® una visi¨®n clara para el futuro de Europa. Pero la canciller alemana Angela Merkel ech¨® un balde de agua fr¨ªa sobre sus propuestas, al sugerir, por ejemplo, sumas de dinero rid¨ªculamente peque?as para ¨¢reas donde se necesitan inversiones con urgencia.
En mi libro destaco la necesidad urgente de contar con un esquema compartido de garant¨ªa de dep¨®sitos para prevenir embestidas contra los sistemas bancarios de los pa¨ªses d¨¦biles. Aunque Alemania parece consciente de que una uni¨®n bancaria es importante para el funcionamiento de una moneda ¨²nica, su respuesta hasta ahora ha sido similar a la de San Agust¨ªn: ¡°Oh, Se?or, hazme casto, pero no todav¨ªa¡±. Al parecer, lo de la uni¨®n bancaria es una reforma para emprender en alg¨²n momento futuro, sin importar cu¨¢nto da?o se haga en el presente.
El problema central de las uniones monetarias es c¨®mo corregir desajustes cambiarios como el que ahora afecta a Italia. La respuesta de Alemania ha sido echar la carga sobre los pa¨ªses d¨¦biles, que ya sufren alto desempleo y bajas tasas de crecimiento. Y ya sabemos c¨®mo termina: m¨¢s dolor, m¨¢s sufrimiento, m¨¢s desempleo y menos crecimiento todav¨ªa. Incluso si en alg¨²n momento el crecimiento se recupera, el PIB nunca llega al nivel que hubiera alcanzado con una estrategia m¨¢s sensata. La alternativa es trasladar una parte mayor del peso del ajuste a los pa¨ªses fuertes, que tienen salarios m¨¢s altos y una demanda m¨¢s s¨®lida sostenida por programas de inversi¨®n p¨²blica.
Ya hemos visto muchas veces el primer y segundo acto de este drama. Un nuevo gobierno asume con promesas de negociar mejor con los alemanes para poner fin a la austeridad y dise?ar un programa de reforma estructural m¨¢s razonable. Si los alemanes ceden aunque sea un poco, igual no alcanza para cambiar el rumbo econ¨®mico. El sentimiento antialem¨¢n aumenta, y cualquier gobierno (de centroizquierda o centroderecha) que insin¨²e la necesidad de hacer reformas pierde el poder. Avanzan los partidos antisistema, surge el estancamiento pol¨ªtico.
El rumbo pol¨ªtico de toda la eurozona est¨¢ entrando en un estado de par¨¢lisis: los ciudadanos quieren permanecer en la Uni¨®n Europea, pero tambi¨¦n quieren el fin de la austeridad y el regreso de la prosperidad. Se les dice que no pueden tener ambas cosas. Esperando todav¨ªa un cambio de ideas en el norte de Europa, los gobiernos en problemas mantienen el rumbo, y el sufrimiento de sus pueblos aumenta.
La excepci¨®n es el gobierno socialista del primer ministro portugu¨¦s Ant¨®nio Costa, que llev¨® a su pa¨ªs a un renovado crecimiento (2,7% en 2017) y alcanz¨® un alto nivel de popularidad (en abril de 2018, el 44% de los portugueses calificaba el desempe?o del gobierno como superior a las expectativas).
Puede que Italia sea otra excepci¨®n, pero en un sentido muy diferente. All¨ª hay oposici¨®n al euro tanto desde la izquierda cuanto desde la derecha. Ahora que la ultraderechista Liga est¨¢ en el poder, puede que su l¨ªder Matteo Salvini (un pol¨ªtico experimentado) ponga realmente en pr¨¢ctica la clase de amenazas que en otros pa¨ªses los novatos tuvieron miedo de implementar. Italia es suficientemente grande, y tiene una gran cantera de economistas buenos y creativos, para manejar un abandono de facto del euro con la implantaci¨®n en la pr¨¢ctica de un sistema bimonetario flexible, que tal vez ayude a restaurar la prosperidad. Ir¨ªa contra las reglas del euro, pero la carga de un abandono te¨®rico, con todas sus consecuencias, se trasladar¨ªa a Bruselas y Frankfurt; en tanto, Italia podr¨¢ contar con que la par¨¢lisis de la UE evite la ruptura final. Cualquiera sea el resultado, la eurozona quedar¨¢ hecha pedazos.
Pero no tiene por qu¨¦ ser as¨ª. Alemania y otros pa¨ªses del norte de Europa pueden salvar al euro si muestran m¨¢s humanidad y m¨¢s flexibilidad. Pero tras haber visto muchas veces los primeros actos de este drama, no conf¨ªo en que vayan a cambiar el argumento.
Joseph E. Stiglitz es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Econ¨®micas. Traducci¨®n: Esteban Flamini. ? Project Syndicate, 2018. www.project-syndicate.org
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