?C¨®mo de grande es su tri¨¢ngulo?
La b¨²squeda de beneficios ha llevado a las empresas a?transformar las oficinas en?latas de sardinas
El verano pasado, me invitaron a una boda en Mallorca, donde me sent¨¦ junto a una persona muy interesante. Tras una breve presentaci¨®n, me pregunt¨®: ¡°?C¨®mo de grande es tu tri¨¢ngulo?¡±. Al principio me puse un poco a la defensiva, pensando que estaba cuestionando el tama?o de mi ego. Pero no pod¨ªa estar m¨¢s equivocado. De hecho, se trataba de una famosa psic¨®loga de Nueva York y su pregunta trataba sobre la distancia que recorremos diariamente entre nuestro trabajo, nuestra casa y nuestros lugares de ocio. Tres espacios que componen los v¨¦rtices del tri¨¢ngulo.
El esquema es muy sencillo: nuestra casa, arriba; el trabajo, a la derecha, y los sitios de ocio, a la izquierda. Por ejemplo, si vives a 10 minutos del trabajo y a 15 de tu restaurante favorito, est¨¢s m¨¢s cerca de la felicidad que una persona que vive a 45 minutos del trabajo y a 30 de su restaurante favorito. Cuanto m¨¢s peque?o sea el tri¨¢ngulo, m¨¢s feliz eres. As¨ª de f¨¢cil.
Esta simple ecuaci¨®n de espacio y tiempo, que tiene todo el sentido del mundo, hace que me cuestione el encaje del teletrabajo. Si eliminamos el tiempo de desplazamiento, podr¨ªamos pensar que estamos minimizando el tri¨¢ngulo y, en consecuencia, maximizando nuestra felicidad. Sin embargo, la belleza de esta teor¨ªa consiste en que los tres polos de nuestra vida (casa, trabajo y ocio) tienen que estar pr¨®ximos, s¨ª, pero tambi¨¦n tienen que ser distintos. Por lo tanto, el teletrabajo colapsar¨ªa el tri¨¢ngulo.
Estudios recientes demuestran que, para el 50% de las personas que teletrabajan, lo peor es el sentimiento de soledad. En mi caso, durante el confinamiento de la covid, lo que m¨¢s ech¨¦ de menos en el trabajo fue interactuar con mi equipo. Al pasar m¨¢s tiempo en la oficina que en casa, mis compa?eros se hab¨ªan convertido en mi familia extensa. La realidad es que somos animales sociales y, si intentamos estrechar el tri¨¢ngulo mediante el teletrabajo, nos enfrentaremos a una pandemia muy distinta: la soledad. En esta nueva realidad, los l¨ªmites de la pantalla se han convertido en los l¨ªmites del mundo. Pens¨¢ndolo bien, el teletrabajo puede llegar a tener los mismos efectos perniciosos que las redes sociales: eludimos el contacto f¨ªsico, miramos fotos retocadas de personas con sobredosis de felicidad y vivimos la ilusi¨®n de estar cerca de nuestros amigos. Todo ello, mientras los porcentajes de depresi¨®n se disparan entre los adolescentes.
En los ¨²ltimos 20 a?os, la b¨²squeda de beneficios a cualquier precio ha llevado al mundo empresarial a transformar las oficinas en latas de sardinas. Una tendencia que comienza a revertirse, gracias a compa?¨ªas que buscan atraer a los empleados a sus lugares de trabajo. Para ello, ofrecen espacios que se aproximan est¨¦tica y conceptualmente a un segundo hogar. Porque, aunque el teletrabajo supone un gran logro en t¨¦rminos de flexibilidad y conciliaci¨®n, nunca podr¨¢ reemplazar por completo la interacci¨®n en persona. Es m¨¢s, si eliminamos el trabajo presencial, estaremos destruyendo un factor de socializaci¨®n irremplazable en nuestra vida cotidiana.
Hace 10 a?os, en la pel¨ªcula Her, Joaquin Phoenix se enamoraba de una inteligencia artificial. Hoy, cientos de miles de japoneses comparten a la misma novia digital, una tal Manaka. Al mismo tiempo, m¨¢s de un mill¨®n de j¨®venes son hikikomori, personas enclaustradas que nunca salen de casa. Trabajan, duermen, comen y se relacionan en una habitaci¨®n donde solo est¨¢n ellos. El problema es tan grande que han tenido que crear un Ministerio de la Soledad, pero no es un asunto tan distante: en el Reino Unido, una instituci¨®n similar abri¨® sus puertas en 2018 y, en Espa?a, los j¨®venes son los que m¨¢s solos se sienten y los que corren un mayor riesgo de depresi¨®n.
Quiz¨¢s todo empez¨® hace 30 a?os con el Tamagotchi, tambi¨¦n en Jap¨®n. Primero una mascota virtual y, progresivamente, todo lo dem¨¢s. Cada vez m¨¢s aspectos de nuestra vida est¨¢n digitaliz¨¢ndose a un ritmo exponencial, transformando nuestra realidad ?real en una realidad virtual. Si no recobramos el pulso que da sentido a nuestro lugar en la sociedad, tarde o temprano, terminaremos todos convertidos en hikikomoris.
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