La librer¨ªa clandestina de Manhattan
A pocas calles de Central Park, Brazenhead Bookshop se ha instalado en un piso para ofrecer miles de libros de segunda mano, whisky sin hielo, sof¨¢s, vino, conversaci¨®n, caf¨¦s ra¨ªdos
En los tiempos de la Prohibici¨®n deb¨ªa de ser muy parecido. Alguien te daba la direcci¨®n y la contrase?a. Llamabas a una puerta cualquiera. Y, como proced¨ªas de un p¨¢ramo de sequedad extrema, aquello te parec¨ªa un para¨ªso de humedad. Las librer¨ªas desaparecen de Manhattan como lo hicieron anta?o los repartidores de diarios. El alcohol regres¨®, pero es probable que no lo hagan las tiendas de libros. A pocas calles de Central Park, Brazenhead Bookshop se ha instalado en un piso para ofrecer miles de libros de segunda mano, whisky sin hielo, sof¨¢s, vino, conversaci¨®n, caf¨¦s ra¨ªdos, clandestinidad. Se niega a ser prohibida. Se niega a desaparecer.
Han sido la traductora Mara Faye Lethem y el escritor Javier Calvo ¨Cque cambian Barcelona por Brooklyn durante algunos meses de cada a?o¨C quienes me han pasado las instrucciones pertinentes. A trav¨¦s de Facebook contacto con Michael Seidenberg, que utiliza la red social para anunciar sus intempestivos horarios. Actualmente, jueves y s¨¢bados desde las nueve de la noche hasta que la mente aguante. Me recibe en su antro cultural a las dos y pico de la tarde, reci¨¦n levantado: ¡°No soy una persona de ma?anas¡±. Yo me siento, ¨¦l habla de pie, como el actor que un d¨ªa fue: intercambiamos preguntas por respuestas, pero a mis o¨ªdos es un mon¨®logo de Philip Roth. El pelo blanco, el hueco de un diente, la barba blanca y los ojos l¨ªquidos. En la radio suena un concurso de preguntas y respuestas, como si la frecuencia llegara desde el pasado y fuera nuestra banda sonora.
¡°Mi universidad fueron las librer¨ªas. De las de mi ¨¦poca solo sobrevivi¨® Strand, que es la peor y compra a granel; yo en cambio selecciono los libros uno por uno, aunque me salgan m¨¢s caros. No lo creer¨¢s, pero este piso de tres espacios es el establecimiento m¨¢s grande que he tenido. Cuando tuve que cerrar el ¨²ltimo, fue imposible conseguir el cr¨¦dito y los seguros para continuar en el mundo de los negocios formales. As¨ª que ingres¨¦ en el submundo. Era 2007, Jonathan Lethem, que hab¨ªa trabajado para m¨ª como librero, organiz¨® un acto con 10 escritores, que tuvo su eco en de The New Yorker, pero, ?te puedes creer?, en todos estos a?os solo tres lectores de ese art¨ªculo han llegado a Brazenhead: una pareja de Florida y un ingl¨¦s que se qued¨® en la ciudad atrapado por el humo de aquel volc¨¢n island¨¦s. No arranqu¨¦ de verdad hasta el v¨ªdeo de YouTube. Entonces llegaron turistas en serio: los chinos me piden que les firme libros de Hemingway y se hacen fotos conmigo; y ahora soy bastante popular entre las chicas de Oriente Pr¨®ximo, quiz¨¢ porque soy jud¨ªo¡±.
Y sigue: ¡°Mis mejores clientes son los regulares, los que vienen cada semana, alumnos de la universidad que compran con el dinero de sus padres; despu¨¦s se independizan y se quedan sin un centavo, pero siguen viniendo, por supuesto, para charlar sobre libros y beber gratis. Son la nueva bohemia. Pero entre ellos comienzo a detectar j¨®venes que no tienen un v¨ªnculo fetichista con el libro, que no aman los libros, sino las palabras. Bueno, tambi¨¦n se aman entre ellos. Hacemos presentaciones de libros y clubes de lectura y hasta clases de literatura. No les cobro nada, porque en Nueva York es dif¨ªcil conseguir metros cuadrados y alguien tiene que regalarlos. Tampoco la bebida tiene precio. Es un modelo de negocio un poco raro, lo admito, nunca he sido bueno en eso de ganar dinero, pero te dir¨¦ una cosa: hace a?os que no voy a bares, todo lo que necesito para pasar una buena velada lo tengo aqu¨ª. ?No soy afortunado?".
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