Turismofobia, ciudades de alquiler
EN LOS INCESANTES aterrizajes y despegues del aeropuerto de Son San Juan, los aviones sobrevuelan grandes manchas oscuras, como de tierra quemada, que a vista de p¨¢jaro se revelan conglomerados de veh¨ªculos de alquiler, unos 90.000, puestos a disposici¨®n del turista. Y si llega a Palma de Mallorca por mar en una embarcaci¨®n que no posea la colosal altura de los cruceros, el viajero se topar¨¢ con el espeso bosque de m¨¢stiles que taponan la vista de la ciudad. Entre el 1 de abril y el 1 de noviembre, lo que dura aqu¨ª la temporada, Baleares exhibe con exultante frecuencia la vitola de ¡°completo¡± pese a sus 600.000 plazas tur¨ªsticas, 24.000 amarres y 1.500 vuelos diarios. El archipi¨¦lago es una fiesta continua que las halag¨¹e?as expectativas de ocupaci¨®n no han dejado de cebar. R¨¦cord sobre r¨¦cord, todo el mundo da por supuesto que este agosto se alcanzar¨¢ la ecuaci¨®n: 1,1 millones de poblaci¨®n aut¨®ctona, 1,1 millones de visitantes. La pregunta es si estamos verdaderamente de enhorabuena.
Mientras unos se frotan las manos, otros se las echan a la cabeza. ¡°Antes, hab¨ªa un turismo amable y conviv¨ªamos a gusto con ¨¦l. Ahora, el verano no apetece, se vive con resignaci¨®n. Estamos sufriendo una p¨¦rdida brutal de calidad de vida¡±, afirma Neus Prats, 48 a?os, portavoz del Grup d¡¯Estudis de la Naturalesa (GEN-GOB) de Ibiza. En contraste con el recuerdo nost¨¢lgico, idealizado, quiz¨¢s, de un pasado pleno de visitantes ilustres: intelectuales, artistas, famosos y gentes adineradas, la avalancha actual y el fen¨®meno creciente de los pisos tur¨ªsticos de alquiler est¨¢ colmatando el modelo de monocultivo del turismo de masas. La primitiva complacencia ciudadana se resquebraja, particularmente en ciudades y espacios limitados o sometidas con anterioridad a la presi¨®n visitante intensiva.
En Baleares creen que, por primera vez, este agosto los turistas igualar¨¢n a los locales.
Este verano, las alarmas ciudadanas y pol¨ªticas suenan con fuerza mayor en varios puntos de Espa?a a la vista de que la emergencia habitacional est¨¢ haciendo saltar las costuras sociales y pol¨ªticas. Aunque el fen¨®meno tiene su exponente m¨¢s avanzado en Ibiza, Barcelona y Palma, el problema es com¨²n al conjunto del archipi¨¦lago balear y a otras ciudades espa?olas. Ibiza ofrece, en efecto, un escandaloso muestrario de situaciones l¨ªmite producidas por la recurrente y cronificada escasez de vivienda veraniega. Faltan m¨¦dicos, radi¨®logos, anestesistas, enfermeros, polic¨ªas y bomberos para atender a una poblaci¨®n multiplicada por dos porque, pese a los esfuerzos por habilitar instalaciones sanitarias, docentes y militares, no hay alojamientos disponibles o los hay en condiciones indignas.
Los 70.000-80.000 trabajadores estacionales que llegan de la Pen¨ªnsula para cubrir el verano se hacinan en pisos compartidos hasta 12 personas, a veces, al precio de 500 euros la cama o sof¨¢, o pernoctan en coches y tiendas de campa?a. No es imposible que este verano llegue a superarse el list¨®n de la desfachatez fijado por los estramb¨®ticos anuncios que han ofrecido un balc¨®n con colch¨®n por 500 euros al mes o una furgoneta con cama incorporada por 700. ?Qu¨¦ le queda al trabajador, de la hosteler¨ªa, por ejemplo, si debe pagar 700-800 euros por una habitaci¨®n? ¡°No le queda casi nada porque tenemos sueldos tercermundistas de 1.100-1.200 euros. Esto se ha puesto imposible. Llevo aqu¨ª 18 a?os, pero al igual que otra gente estoy pensando en irme¡±, comenta Yolanda Navas, de 39 a?os, natural de Granada. Este a?o, excepcionalmente, el hotel en el que trabaja ha aceptado darle cama en su propio establecimiento. ¡°Conozco los casos de tres compa?eros que vinieron a reforzar la hosteler¨ªa y tuvieron que volverse a la Pen¨ªnsula por la falta de alojamiento¡±, se?ala Carlo Crespo, 44 a?os, responsable del servicio de habitaciones en uno de los hoteles de Ibiza.
El problema de Natalia Aguill¨®, de 34 a?os, profesora de formaci¨®n profesional, es que cuando llega julio tiene que abandonar Ibiza y volverse a Valencia, su tierra natal, porque el piso compartido en el que vive se alquila en los meses de verano a 1.600 euros por semana. ¡°Vuelvo en septiembre, pero esto de tener que hacer dos mudanzas al a?o es un incordio. No puedes pensar en estabilizarte, en tener una familia. Aqu¨ª, en Ibiza, me han llegado a pedir 10.000 euros mensuales de alquiler¡±. Con un sueldo de 900 euros, Sergio, ingeniero inform¨¢tico, paga 650 euros por una habitaci¨®n con derecho a ba?o y cocina.
Parte de la poblaci¨®n aut¨®ctona comienza a asociar la actividad tur¨ªstica con las especies invasoras, depredadoras, peligrosas para la conservaci¨®n del h¨¢bitat. Por lo mismo, y aunque nadie ignore que este es el principal y casi exclusivo recurso econ¨®mico del archipi¨¦lago balear, el turismo est¨¢ dejando de ser percibido aqu¨ª como el man¨¢ incontestable, la fuente inequ¨ªvoca del beneficio general ante el que solo cabe transigir. La otrora anhelada presencia visitante empieza a trocarse en aversi¨®n porque el modelo est¨¢ expulsando a la poblaci¨®n aut¨®ctona, incapaz de seguir el vertiginoso aumento de los precios de los alquileres, la hosteler¨ªa y el comercio, adem¨¢s de uniformizar y deformar la personalidad de la ciudad, alterar los h¨¢bitos de vida y colapsar servicios e infraestructuras que pagan el conjunto de los ciudadanos. Ha aparecido la turismofobia.
?A qui¨¦n le aprovecha tanto ¨¦xito? ?Qu¨¦ beneficio extraen los habitantes de Palma con los 20.000 o 25.000 cruceristas del todo incluido que caen de golpe sobre el centro de la ciudad? ?Qui¨¦n se lucra con el turismo gamberro de borrachera, vomitona y balconing de Magaluf? ?D¨®nde est¨¢n y ad¨®nde van los beneficios de todo esto?, se pregunta un n¨²mero creciente de ciudadanos. Surgen iniciativas, como la creaci¨®n de sindicatos de inquilinos, que buscan revertir la situaci¨®n e incluso brotan reacciones destempladas de protesta dirigidas a los visitantes: ¡°?No sois bienvenidos. Go home!¡±. Es un punto delicado, porque si algo perturba al turista es sentirse rechazado. Seg¨²n la Red de Inclusi¨®n Social del Fondo Social Europeo, batir una y otra vez los r¨¦cords tur¨ªsticos no evita que 115.000 personas vivan aqu¨ª en situaci¨®n de pobreza extrema. En las dos ¨²ltimas d¨¦cadas, Baleares ha pasado de ser la comunidad m¨¢s rica de Espa?a a ocupar la s¨¦ptima plaza.
¡°Aqu¨ª, las rentas y salarios han ido decreciendo a medida que aumentaba el turismo. A?o tras a?o, el margen de beneficio ha ido cayendo y los costes no tienen compensaciones suficientes. Vamos al colapso de las infraestructuras de los servicios p¨²blicos: sanidad, limpieza, depuraci¨®n de agua, tr¨¢fico, contaminaci¨®n¡¡±, sostiene Jaume Garau, diputado del PSOE en la comunidad balear. ¡°Cada turista consume a diario 278 litros de agua frente a los 105 de los residentes permanentes, y hay que tener en cuenta que al a?o pasan por Baleares entre 12 y 14 millones de turistas. La Administraci¨®n p¨²blica ha contra¨ªdo una deuda colosal que este a?o solo en intereses le obliga a pagar a los bancos 35 millones de euros, con lo que su margen de inversi¨®n se reduce a ¨²nicamente 170 millones. Se salvan las grandes compa?¨ªas hoteleras que tienen capacidad econ¨®mica a escala, los hoteles urbanos de lujo a 300-400 euros la noche, las grandes compa?¨ªas de distribuci¨®n y las navieras¡±, a?ade Garau, psic¨®logo social y cofundador de Palma XXI, asociaci¨®n que re¨²ne a gentes preocupadas por la evoluci¨®n de la ciudad.
En las calles de Palma de Mallorca, el estridente soniquete de las maletas rodantes sobre el empedrado marca el contrapunto imperioso de la actualidad por encima del bullicio y la m¨²sica, los confusos sonidos que brotan de bares, restaurantes, tiendas de souvenirs¡ Es el trasiego continuo de los inquilinos de los pisos tur¨ªsticos, una gigantesca red ilegal de decenas de miles de viviendas o habitaciones en alquiler surgida al calor de la pretendida econom¨ªa colaborativa y al abrigo de las grandes plataformas digitales de intermediaci¨®n. La fiebre vecinal por alquilar a trav¨¦s de Airbnb, que gestiona el 54% de la oferta, Wimbu y el resto de las plataformas digitales se explica con los estudios que muestran que los beneficios de esta modalidad opaca al fisco multiplica por 2,5 los ingresos obtenibles a trav¨¦s de un alquiler convencional.
¡°A principio de la temporada, las tarifas de alquiler tur¨ªstico normal en Palma estaban en 200 euros por piso y d¨ªa y entre 70 y 80 euros por habitaci¨®n y d¨ªa¡±, indica Marisa, empleada en una agencia de tasaci¨®n inmobiliaria. La gran demanda de alojamiento desatada estimula la voracidad general y muchos isle?os reclaman por esa v¨ªa irregular su parte de la tarta tur¨ªstica, a despecho de los 4.000 euros de multa establecidos. El problema es que esta oferta habitacional que, seg¨²n asociaciones ecologistas como Terraferida (Tierra herida), suma en el archipi¨¦lago hasta 200.000 plazas supletorias a las hoteleras y a las legalizadas, contribuye directamente al incremento de los precios de los alquileres. ?Por qu¨¦ alquilar por a?os a la poblaci¨®n aut¨®ctona si se puede sacar mucho m¨¢s alquilando a los turistas por d¨ªas o semanas?
¡°A muchos inquilinos les imponen subidas de 700 a 1. 500 euros para que se marchen¡±.
No es un asunto pac¨ªfico entre el vecindario ni entre la ciudadan¨ªa. Las continuas idas y venidas de inquilinos en estado de ¨¢nimo vacacional chocan a menudo, y frontalmente, con la tranquilidad y seguridad que reclaman los residentes permanentes. ¡°S¨ª que dan guerra, s¨ª. El otro d¨ªa, sin ir m¨¢s lejos, unos alemanes subieron a la terraza por la noche con sillas a montar su fiesta¡±, indica Francisco Aguilar, presidente de la comunidad de vecinos del n¨²mero 5 de la calle de Cervantes en Palma de Mallorca. ¡°Alquilan habitaciones pero no pagan impuestos. Los vecinos asistimos a un movimiento continuo de gentes con otro modo de vida¡±, apunta Antonia Pascual, soci¨®loga, vecina del mismo bloque. ¡°Tuvimos que darle un serio aviso a uno de nuestros vecinos por los esc¨¢ndalos que montaban sus inquilinos¡±, abunda un taxista. De ah¨ª, este mensaje: ¡°Queridos visitantes: Os hemos abierto nuestras casas. Al principio, os comportabais, pero enseguida hab¨¦is ocupado el sal¨®n, hac¨¦is fiestas en la cocina y est¨¢is meando desde el balc¨®n. Ya no sois bienvenidos¡±, publicado por el autodenominado Comando Art¨ªstico Isle?o Nihilista (CAIN), un colectivo ibicenco que denuncia el incremento de la desigualdad, la privatizaci¨®n de las costas y el agotamiento de los acu¨ªferos.
Pese a todo, el Gobierno balear ha accedido a legalizar los pisos tur¨ªsticos, con la condici¨®n de que se regularice la actividad, se paguen los impuestos correspondientes y se obtenga el visto bueno del vecindario. Lo hace frente al criterio de las asociaciones de vecinos y otros colectivos partidarios de la aplicaci¨®n de la ley estatal y de la prohibici¨®n pura y dura, pero con el apoyo de grupos como Desahuciados por la Hipoteca (PAH). ¡°Mucha gente est¨¢ pagando su hipoteca gracias al alquiler tur¨ªstico. Prohibirlo es un ejercicio de hipocres¨ªa¡±, afirma su representante, ?ngela Pons. ¡°A los desahucios por impago de hipoteca se les est¨¢n sumando masivamente los desahucios por impago de alquileres. A muchos inquilinos no les renuevan el contrato o les imponen subidas imposibles de 700 a 1.500 euros para quit¨¢rselos de encima. Y no son necesariamente alquileres bajos. Mucha gente no tiene adonde ir, hablo de familias con ingresos regulares¡±, destaca Marga Clareda, coordinadora de la Oficina Antidesahucios del Ayuntamiento de Palma. El 77% de los 18.000 desahucios que se produjeron entre 2003 y 2014 fue debido a la imposibilidad de pagar el alquiler.
El rosario de damnificados por las brutales subidas de los alquileres es extenso y variado, pero incide con especial da?o en las familias monoparentales y en las personas que perdieron pie en su vida laboral y cayeron por los intersticios del sistema. ¡°Lo que m¨¢s me duele es tener que vivir separada de mis hijos. Trabajo en la ONCE y tengo una n¨®mina de 700 euros, pero me piden m¨¢s de 1.000 euros al mes para vivir en un piso de las viviendas de Can Red¨®, que llaman Corea. He tenido que enviar a mis hijos a casa de su abuela y yo irme a vivir con mi hermana. Me siento cansada, muy cansada¡±, dice Isabel Mas. Con cuatro hijos, Jackeline Garc¨ªa pelea en los juzgados para que la empresa gestora del piso de protecci¨®n oficial no ejecute el desahucio. Gracias a la ayuda del Ayuntamiento, Valeria Viyerio, madre de dos hijos, ha logrado pagar la factura que ten¨ªa pendiente y sortear moment¨¢neamente la expulsi¨®n.
?Cu¨¢ntos turistas juran no volver a una isla masificada, con atascos y facturas abusivas?.
¡°He decidido que no me voy, no pienso salir de esta casa¡±, anuncia ?ngela, 47 a?os, divorciada, madre de un hijo de 8 a?os. Pagaba un alquiler de 780 y ahora le exigen 1.400. Obtener un pr¨¦stamo para pagar el alquiler, casi al precio que sea, y realquilar habitaciones a los turistas es una alternativa, aunque, como dice Beatriz, 45 a?os, separada, ¡°casi no hay ya pisos de alquiler que no tengan un precio imposible¡±. Otra de las f¨®rmulas al uso entre las familias en apuros es reagruparse en una ¨²nica vivienda y poner la otra en alquiler para as¨ª sufragar las hipotecas.
Aunque sin el dramatismo que palpita detr¨¢s de estos casos, tambi¨¦n los profesionales cualificados padecen los efectos de la fiebre del alquiler tur¨ªstico que expulsa a los aut¨®ctonos hacia la periferia. Ana Bel¨¦n Esteva, de 43 a?os, profesora de lengua espa?ola, se dio de bruces con la realidad el d¨ªa que se le acab¨® el contrato. ¡°De la noche a la ma?ana, me encontr¨¦ formando parte de un r¨ªo de gente desesperada, muchos de ellos, empleados de la sanidad y la educaci¨®n, que buscaban, buscaban y no encontraban nada en ninguna parte¡±. Al contrario que muchos j¨®venes de entre 30 y 40 a?os que firmaron alquileres por tres a?os que ahora expiran masivamente, ella pudo hacer frente a las subidas brutales de los alquileres y mantenerse en el barrio. Desde el estallido de la crisis econ¨®mica, es habitual que el arrendador fije el tiempo del alquiler en funci¨®n de la duraci¨®n del contrato de trabajo del inquilino.
¡°El derecho a la vivienda no puede estar en manos del mercado. Requiere un liderazgo p¨²blico comprometido con la protecci¨®n de ese derecho y con el acceso a la vivienda de la poblaci¨®n expulsada por los procesos especulativos¡±, afirma Josep Maria Montaner, concejal de Vivienda del Ayuntamiento de Barcelona. Experimentado urbanista y arquitecto, est¨¢ convencido de que el Plan Especial Urban¨ªstico sobre Alojamientos Tur¨ªsticos aprobado en enero por su Ayuntamiento es el instrumento adecuado para abordar el problema. ¡°Adem¨¢s de impedir el traspaso de vivienda a hotel o a apartamento tur¨ªstico, el plan regula la construcci¨®n de nuevos alojamientos tur¨ªsticos en los barrios en los que se amenazan las condiciones de vida y los derechos de los residentes. Nuestros problemas de exclusi¨®n residencial est¨¢n a¨²n ah¨ª, pero ahora podemos poner orden en la industria tur¨ªstica. Barcelona tiene un modelo¡±.
El monocultivo tur¨ªstico masivo ha entrado en la fase parad¨®jica de que, adem¨¢s de amenazar el privilegiado h¨¢bitat, puede morir de ¨¦xito si no se reorienta y pone coto a sus excesos. Algunos municipios empiezan a reaccionar siguiendo la estela del Ayuntamiento de Barcelona, que ha adoptado una resuelta actitud sancionadora de los alquileres irregulares y limitado la instalaci¨®n de plazas hoteleras en zonas urbanas saturadas. En Palma de Mallorca, la rica diversidad local ha quedado arrumbada hasta el punto de que el 85% de sus 550.000 habitantes se dedican actualmente a los servicios. Un peligro bien a la vista es que la masificaci¨®n conduzca a la degradaci¨®n. Hace tiempo que los visitantes con dinero abandonaron ¨¢reas urbanas, como la del Terreno, ahora convertido en escenario de peleas entre bandas latinas. Cabe preguntarse cu¨¢ntos visitantes vuelven a sus pa¨ªses decididos a no regresar, frustrados por la sensaci¨®n de haber pasado las vacaciones en un centro tem¨¢tico de ocio masivo, con atascos, facturas abusivas y salinidad del agua de las duchas porque las desaladoras no dan abasto.
Contra lo que pudiera pensarse, el alquiler a los extranjeros no es una pr¨¢ctica exclusiva de la poblaci¨®n aut¨®ctona. ¡°El arrendador de pisos tur¨ªsticos ha cambiado desde lo familiar a los grandes grupos de inversi¨®n, que son opacos, no cotizan y se esconden detr¨¢s de la imagen del Airbnb original¡±, sostiene Jaime Valdivielso, de la asociaci¨®n Terraferida. De acuerdo con datos extra¨ªdos a la propia Airbnb, esa plataforma digital ofrece 78.543 plazas de alquiler tur¨ªstico en Mallorca. ¡°S¨ª, nosotros tambi¨¦n anunciamos en Airbnb¡±, admiten los empleados de las agencias inmobiliarias, dirigidas, en su mayor¨ªa, por escandinavos, alemanes, austriacos, rusos y brit¨¢nicos. Los extranjeros, que en barrios como Santa Catalina en Palma suponen ya el 40% de los residentes, ejercen igualmente el alquiler tur¨ªstico con sus compatriotas, perfectamente integrados en la opacidad fiscal reinante.
¡°Somos pobres¡±, resume Joan Forteza, presidente de la Federaci¨®n de Asociaciones de Vecinos, que ?re¨²ne firmas contra la legalizaci¨®n de los pisos tur¨ªsticos. ¡°Nuestros salarios y pensiones son la mitad que en otros pa¨ªses europeos. Hay capital extranjero, grupos de inversi¨®n escandinavos, detr¨¢s de muchas empresas inmobiliarias que compran incluso edificios enteros. Venden o alquilan esas viviendas y a los 10 a?os las tienen amortizadas. Si no hacemos nada, la gentrificaci¨®n (proceso por el que el aumento de los alquileres expulsa de sus barrios a los residentes tradicionales) acabar¨¢ con la personalidad de Palma. Estamos en el camino de convertirnos en una ciudad fantasma, con tiendas en alem¨¢n, ingl¨¦s y sueco, sin cines, escuelas, ni comercio local; una ciudad de souvenirs y franquicias, de cadenas hoteleras. ?Acaso no somos capaces de ver el futuro?¡±, se pregunta Joan Forteza.
En Muerte y vida de las grandes ciudades, la urbanista Jane Jacobs alert¨® contra la concepci¨®n de la ciudad ¡°en t¨¦rminos de valor de cambio, de obtenci¨®n de beneficios, sometida a la ley de la oferta y la demanda, en lugar de mirarse como espacio de encuentro y diversidad. El para¨ªso que descubrieron aqu¨ª Fr¨¦d¨¦ric Chopin y George Sand, Robert Graves y Bernanos, Rub¨¦n Dar¨ªo, Camilo Jos¨¦ Cela y tantos otros intelectuales y artistas est¨¢ lejos de haberse desvanecido, pero cabe preguntarse si encontrar¨ªan hoy la fuente de inspiraci¨®n y la paz que alent¨® sus obras. El reto balear es combinar sabiamente el provecho de la actividad tur¨ªstica con el derecho a la vivienda y al disfrute de la historia, la personalidad y el encanto de la ciudad propia.
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