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Gregory Porter, la voz que salv¨® al jazz

Erik Umphery
Guillermo Abril

Mide 1,95, pesa 115 kilos y fue jugador de f¨²tbol americano. No estudi¨® m¨²sica, pero ha resucitado un g¨¦nero en horas bajas

LA ORQUESTA afina mientras las luces se apagan en esta iglesia londinense del siglo XVIII convertida en sala de espect¨¢culos. Hay casi m¨¢s m¨²sicos que p¨²blico, y ya solo el sonido mientras templan apabulla. ¡°Dad la bienvenida a Mr. Gregory Porter¡±, anuncia una mujer. El se?or Porter entra en la sala, viste traje elegante, blanco y negro; se acerca al escenario con paso cadencioso y el porte de un oso. Lleva una gorra, y oculta parcialmente su rostro tras una balaclava, lo cual le confiere un aire intrigante, de mat¨®n con clase. Pero, cuando toma el micr¨®fono, sonr¨ªe y saluda con tono dulce: ¡°Imaginaos sentados en el sal¨®n de casa. Os pon¨¦is m¨²sica, os serv¨ªs una copa. Esa es la onda: voy a tocar unas canciones para mis amigos¡±. Ruge la orquesta con los primeros compases de Mona Lisa, el cl¨¢sico de Nat King Cole, y la voz de Porter golpea en la piedra centenaria de la parroquia de Saint Luke¡¯s. Hay una buena definici¨®n del poder hipn¨®tico de su canto en una cr¨ªtica de The New York Times de 2011. El artista ten¨ªa 39 a?os, acababa de grabar un primer disco con un sello independiente y se dejaba caer cada jueves por Smoke, un diminuto garito de jazz en Manhattan. ¡°Su robusta voz de bar¨ªtono¡±, dec¨ªa la rese?a, ¡°y su proyecci¨®n segura lo convierten en un talento natural, pero sabe c¨®mo deslizarse por una melod¨ªa, trabajando sigilosamente la tensi¨®n y la relajaci¨®n. Tambi¨¦n sabe escribir canciones, y armar un espect¨¢culo¡±. La vida de este afroamericano desconocido, curtido de madrugada encdecenas de sesiones y jam sessions, y quiz¨¢ demasiado viejo para comenzar una carrera, se encontraba entonces en uno de esos momentos en que la bola acaba de golpear la red y puede caer a un lado u otro de la cancha. El viento empezaba a soplar a su favor: su disco hab¨ªa sido nominado a un Grammy como mejor ¨¢lbum vocal de jazz. No lo gan¨® esa primera vez, ni la segunda. Pero llegar¨ªan los premios. Y las giras de 250 conciertos al a?o. Y los lanzamientos discogr¨¢ficos a la altura de los crooners, los viejos baladistas, como el de esta velada en Londres.

Sobre el escenario, en la iglesia, Porter va desgranando temas de su quinto ¨¢lbum, Nat King Cole & Me, un tributo al m¨²sico que marc¨® su infancia. Introduce el siguiente tema, Nature Boy, explicando c¨®mo le ha influido en su escritura, en su forma de vivir: ¡°Solo trato de amar¡±. Abre las palmas hacia el cielo, cabalga la m¨²sica y, a sus pies, en primera fila, ejecutivos trajeados de la industria musical sorben un c¨®ctel y contonean la cabeza: se les ve satisfechos de tener en su cat¨¢logo a uno de los pocos artistas de jazz capaces de batir r¨¦cords de escuchas online y vender cientos de miles de copias f¨ªsicas. Destaca un tipo con sombrero texano, pelos de n¨¢ufrago y calzado con chanclas. Cuando uno viste as¨ª, conviene desconfiar. Puede tratarse de la persona con m¨¢s poder de la sala. Menea el sombrero con ganas, aplaude como un loco. Y, cuando acaba el directo, sube a dar un abrazo a Porter y saca a todos de dudas: se presenta como Don Was, presidente de Blue Note Records, un sello con casi 80 a?os de historia, por donde pasaron Miles Davis, Thelonious Monk y Horace Silver y se parieron est¨¢ndares inmortales que hoy repiten los j¨®venes aprendices de brujo.

Gregory Porter, durante su actuaci¨®n en la parroquia londinense de Saint Luke¡¯s.
Gregory Porter, durante su actuaci¨®n en la parroquia londinense de Saint Luke¡¯s.Dominic Nicholls

Poco despu¨¦s, mientras los m¨²sicos y el p¨²blico se mezclan, al artista lo acosan a selfies y los camareros reparten canap¨¦s, Was se sienta y echa la vista atr¨¢s, a ese momento en que la bola se encontraba en el aire: la primera vez que escuch¨® a Porter. Debi¨® de ser en 2010. Entonces ¨¦l no presid¨ªa ning¨²n sello, solo era un productor conduciendo su todoterreno por Los ?ngeles de camino al estudio. Pero no un productor cualquiera. Was hab¨ªa cocinado ¨¢lbumes de The Rolling Stones, Bob Dylan, Jackson Browne y Willie Nelson. Hab¨ªa ganado tres Grammy, aunque en ese momento, rememora, se sent¨ªa atascado en la grabaci¨®n de un artista que prefiere no citar. Llevaba la radio en el coche y son¨® la voz de Porter. ¡°Pens¨¦: ¡®Mierda, qu¨¦ bueno¡±. Se da por vencido con la grabaci¨®n porque al escucharlo comprende que el artista que no cita nunca ser¨¢ capaz de igualarlo. A?o y medio despu¨¦s, Was se encuentra en Nueva York. Hojea la revista Village Voice y descubre que Porter act¨²a en un club cuyo nombre proviene de una pel¨ªcula con guion de Paul Auster: Smoke. Acude solo, pide costillas y caf¨¦. Se traga los tres sets del cantante con la salita a reventar. Piensa que es lo mejor que ha visto en d¨¦cadas. Y ha visto mucho. Un ejemplo: ¡°T¨ªo, yo vi a Sinatra muchas veces. Y no solo cuando era viejo y ya no pod¨ªa cantar. Lo vi cuando a¨²n estaba muy fuerte. Y Gregory est¨¢ ah¨ª arriba¡±.

Al d¨ªa siguiente, Was tiene una cita: ha quedado a desayunar con un amigo, m¨²sico como ¨¦l, y en ese momento presidente de Capitol Records, una discogr¨¢fica de peso, pero venida a menos. En ella editaron The Beatles, The Beach Boys, Pink Floyd y Sinatra. Capitol formaba parte de EMI Music, una compa?¨ªa a la que devor¨® la crisis de la industria: en 2007 EMI pas¨® a manos de un fondo de inversi¨®n, que termin¨® de hundirla, y, m¨¢s tarde, en 2012, la recompr¨® Universal Music. Con ella, incluidas en el lote, ven¨ªan Capitol Records y tambi¨¦n su sello especializado en jazz, Blue Note. Pero en ese momento nadie estaba muy seguro, en medio de la marejada de quiebras y fusiones, de qui¨¦n era qu¨¦, as¨ª que Was pregunta al presidente de Capitol en el desayuno: ¡°?Blue Note sigue formando parte de vuestra compa?¨ªa? Si es as¨ª, deber¨ªais fichar a este tipo que vi ayer en directo¡±.

Porter, dice su pianista, no conoce ni el nombre de los acordes. Pero los oye. La m¨²sica est¨¢ en su cabeza

El de Capitol le responde que Blue Note est¨¢ a punto de cerrar. No corren buenos tiempos para el jazz. No corren tiempos para casi nada que se pueda copiar en forma de archivo digital. Y, adem¨¢s, el tipo que lleva 30 a?os al frente del sello, cuyo olfato ha alumbrado fen¨®menos como Norah Jones, est¨¢ al borde de la jubilaci¨®n. Le propone: ¡°T¨² deber¨ªas ficharlo¡±. En otras palabras, le ofrece all¨ª mismo presidir Blue Note. Y Was acepta. Seg¨²n explica: ¡°Nadie ten¨ªa una visi¨®n de c¨®mo seguir con el sello. Cualquiera que llegara con una idea iba a ser el siguiente presidente¡±. La suya fue fichar a Porter. Y, de alg¨²n modo, se puede afirmar que Was y el cantante salvaron juntos un sello legendario. Su primera decisi¨®n al frente de Blue Note fue llamar a Paul Ewing, m¨¢nager del artista.

Ewing ronda los dos metros y tiene una coleta plateada. Dos d¨ªas despu¨¦s del concierto en la iglesia, espera en el lobby del hotel The Langham, un cinco estrellas levantado en el siglo XIX. Para romper el hielo, de camino a la zona de desayuno, cuenta que conoci¨® a Porter en 2005 en un concurso local de talentos, en Harlem. Y, como si a¨²n no se hubiera despertado del sue?o, a?ade que ayer mismo, en este mismo lugar, Porter estuvo charlando con el compositor teatral Andrew Lloyd Webber (creador de los musicales Jesucristo Superstar, El fantasma de la ¨®pera, Cats y Evita; un Oscar, cuatro Grammy, siete Tony) porque quiere contar con ¨¦l para la celebraci¨®n de su 70o cumplea?os. Al poco, se manifiesta en la estancia la enorme presencia de su representado. Porter viste un traje de lino al que no le vendr¨ªa mal un planchado y unos mocasines relucientes. Tambi¨¦n lleva la gorra y la balaclava. Quiz¨¢ incluso haya dormido con ellas: no existe una imagen suya sin los complementos. Saluda con voz cansada. Dice que a veces se levanta sin saber d¨®nde se encuentra. Viaja con maletas enormes porque nunca sabe cu¨¢l ser¨¢ su siguiente destino. Podr¨ªa hacer fr¨ªo o calor. ¡°Siempre es invierno en alguna parte¡±, concluye, y paladea la frase, como si tratara de memorizarla antes de que se la lleve el viento. Pide un capuchino, se dirige al buf¨¦ y regresa con huevos, salchichas y cruasanes. Y entonces, mientras come, bebe y recupera el tono, comienza a narrar su historia, empezando por el principio: su madre. Dos d¨ªas antes de morir, ella le dijo: ¡°Pase lo que pase, sigue cantando¡±. Ruth Porter muri¨® y su hijo Gregory, que ten¨ªa entonces 22 a?os, entr¨® en una profunda depresi¨®n. Era un ni?o de mam¨¢. ¡°A mamma¡¯s boy¡±, dice ¨¦l, con una voz grave que vibra en el cerebro de su interlocutor. El s¨¦ptimo de ocho hermanos en una familia afroamericana en la que el padre nunca estuvo presente. Como si no existiera. La madre hizo alg¨²n ¡°milagro inmobiliario¡±, as¨ª lo define, para lograr que se criaran en una ¡°hermosa¡± casa en un buen barrio en Bakersfield, California. En zona de blancos. A veces, en el jard¨ªn, aparec¨ªan cruces ardiendo. Ella era ministra en la Iglesia de Dios en Cristo, corredora de fincas y enfermera. Un d¨ªa, cuando Gregory ten¨ªa cinco a?os, Ruth lleg¨® tarde a casa y le pidi¨® al cr¨ªo que le diera un masaje en los pies. ?l, adem¨¢s, le cant¨® una canci¨®n que hab¨ªa compuesto; la letra hablaba de amor y de un barquito. Ella le acarici¨®: ¡°Hijo, suenas como Nat King Cole¡±. El ni?o no entendi¨® muy bien entonces, pero s¨ª despu¨¦s porque comenz¨® a husmear entre los discos de su madre, territorio prohibido. All¨ª estaban los vinilos de Nat, que al girar le hablaban casi como el padre que no tuvo. En Nature Boy, por seguir con el ejemplo, ese negro de Alabama le cantaba: ¡°Hab¨ªa una vez un muchacho / extra?o y embrujado. / Dicen que vag¨® muy lejos / sobre la tierra y el mar. / Era algo t¨ªmido y de ojos tristes / pero muy sabio¡±. Y aquella voz y aquellas letras en la Am¨¦rica de finales de los setenta le iban sonando como los senderos que uno espera caminar.

Erik Umphery

Tendr¨ªa seis a?os la primera vez que cant¨® un solo en la iglesia; recuerda el t¨ªtulo del salmo, Something beautiful ¡ª¡°Algo hermoso, / algo bueno, / toda mi confusi¨®n / ?l la entendi¨®¡±¡ª; y no cree que fuera cosa suya la excitaci¨®n que percibi¨® en los congregados, no se sinti¨® ¡°especial¡±; fue algo superior, ¡°el poder de la m¨²sica¡±, lo llama, y recuerda ver a su madre sonre¨ªr. A medida que crece muchos alaban su talento y le aconsejan cantar como este u otro artista. Siempre pop, ¡°porque vivimos en un mundo de cultura pop extrema¡±, pero ¨¦l nadaba a contracorriente y, en 1987, propone como ejemplo, participa en un concurso de talentos en su instituto. Antes que ¨¦l act¨²an unos chavales ruidosos y guitarreros: algunos de los miembros de la futura banda de metal Korn, que tambi¨¦n estudiaban all¨ª. Revolucionan a la audiencia. Luego sube Gregory al escenario y canta, con 15 a?os y a capela, un tema religioso que le grab¨® a fuego su madre, His Eye Is on the Sparrow, su favorito: ¡°Por qu¨¦ he de sentirme desalentado, / por qu¨¦ habr¨ªan de venir las sombras / si Jes¨²s est¨¢ de mi parte¡±. Gan¨® el concurso. Y volver¨ªa a cantarla en el funeral de su madre a?os despu¨¦s.

Al acabar el instituto, le concedieron una beca en la Universidad Estatal de San Diego como jugador de f¨²tbol americano. Med¨ªa 1,95, era un portento f¨ªsico. Se code¨® con otros que llegaron lejos y su cuerpo, hoy, conserva el porte de un menhir, aunque algo m¨¢s mullido: ahora pesa 115 kilos. Pero se disloc¨® un hombro el primer a?o. La lesi¨®n le apart¨® de la pista. Se qued¨® sin un camino que seguir. Su madre aprovech¨® para recordarle: ¡°Hijo, tendr¨¢s m¨¢s tiempo para la m¨²sica¡±. Poco despu¨¦s ella muere. ?l se hunde, pasa semanas sin salir de casa. Pero regresa a los vinilos de Nat. ¡°Sus canciones eran como hierbas medicinales¡±, dice. Y se acerca al profesor de m¨²sica de la Universidad. Comienza a transitar los caminos de la escena; a recorrer clubes y jam sessions, a moverse entre las sombras del jazz local de San Diego. A conocer a personas clave que le sugieren un repertorio. En esa ¨¦poca, recuerda aprender casi de forma inconsciente 30 temas a la semana, a solas, los interiorizaba en un cuartito de la biblioteca de la facultad. Empieza a mezclar el g¨®spel y el jazz. A tener voz propia. Un d¨ªa de finales de los noventa, el profesor de m¨²sica le invita a una grabaci¨®n del flautista Hubert Laws, en cuya trayectoria de cuatro d¨¦cadas figuran colaboraciones con McCoy Tyner, Ella Fitzgerald, Quincy Jones y Leonard Bernstein, entre otras leyendas. El disco es un tributo a Nat King Cole. Al final de la jornada, le piden que cante algo. Lo hace a capela. Laws se entusiasma: ¡°?Us¨¦moslo en el ¨¢lbum!¡±. All¨ª mismo, canta Smile, su primera grabaci¨®n profesional; el tema cierra ese disco del flautista de 1998.

Dos d¨ªas antes de morir, su madre le dijo: ¡°Pase lo que pase, sigue cantando¡±, y eso marc¨® su carrera

Con la apuesta por la m¨²sica, se queda a una asignatura de acabar la carrera de Urbanismo. Lo combina con todo tipo de trabajos. El peor, en una f¨¢brica de comida para perros: ¡°No se te ocurra probar una de esas galletitas; era horrible, mezclaban carne de rata¡±. Una noche, tras actuar, alguien le habla de un musical para el que est¨¢n haciendo audiciones; no se atreve hasta el ¨²ltimo d¨ªa, llega a la prueba en el ¨²ltimo minuto y canta un tema de Sam Cooke. Lo contratan al instante; mueven todos los ensayos para que cuadren con su horario. Ya bordea los 30, y uno puede pensar que a¨²n no ha hecho demasiado con su vida, m¨¢s all¨¢ de los 300 d¨®lares a la semana que le pagan ahora por un musical sin mucha proyecci¨®n. Pero al poco se gesta otro espect¨¢culo en la ciudad, It Ain¡¯t Nothin But the Blues, se gana un hueco en el elenco, esta vez recorre Estados Unidos, llega a Broadway, y le expone, dice, ¡°a un p¨²blico internacional¡±. Pero a¨²n inestable, poco despu¨¦s entra de nuevo en fase depresiva. Para aliviar el alma, se propone montar un espect¨¢culo con temas, lo han adivinado, de Nat King Cole. Cuando le preguntaban por qu¨¦, ¨¦l hablaba de su madre, de la forma en que descubri¨® al int¨¦rprete, de que era como un padre para ¨¦l. Le respond¨ªan: ¡°?Por qu¨¦ no cuentas esa historia?¡±. Sigue el consejo. Titula el musical igual que el disco que presenta ahora, Nat King Cole & Me. Lo estrena en 2004 y lo pasea por salas peque?as de todo el pa¨ªs. Por esa ¨¦poca se muda a Nueva York, donde uno de sus hermanos tiene un restaurante y le busca un hueco en la cocina. Y as¨ª, una noche que casi nadie es capaz de situar, quiz¨¢ fuera 2005, tras el trabajo entre fogones, Porter se adentra en un tugurio en Harlem llamado St. Nicks.

En este momento, conviene hacer un par¨¦ntesis e introducir al pianista Chip Crawford, que tiene voz de rata, el rostro ajado, fuma un pitillo tras otro, y en aquel instante en que Porter cruza el umbral del St. Nicks se encuentra sentado al piano. Chip tiene ahora 64 a?os. ¡°Soy un viejo hijo de puta¡±, dice. El tipo de persona que, cuando habla, hace resonar los bajos fondos del jazz neoyorquino: ¡°Era un club de m¨²sica entre la 49 y la plaza de St. Nicholas¡±, sit¨²a el antro. ¡°Ya sabes: juego, drogas, prostitutas¡±. Contin¨²a: ¡°Yo llevaba un tiempo tocando all¨ª con la banda cada lunes y martes por la noche, estuvimos siete a?os ininterrumpidos. Los martes ven¨ªan artistas algo conocidos. Sub¨ªan a tocar y la prensa los entrevistaba. Aquella noche, Gregory caus¨® tal impresi¨®n que le dejaron a partir de entonces actuar cada martes. As¨ª fue durante dos a?os. Ven¨ªa y cantaba su material, est¨¢bamos de once de la noche a tres de la madrugada¡±. Pero a Chip no le impresion¨® demasiado. ¡°En Nueva York hay muchos con talento. Uno m¨¢s, pens¨¦. Quiz¨¢ mejor que el resto, vale, pero eso da igual. ¡®Eres muy bueno, a qui¨¦n le importa¡¯. As¨ª es Nueva York. Pero entonces empezamos a componer. Gregory vino a mi casa con una canci¨®n, me dijo: ¡®Toca el piano¡¯. Toqu¨¦ lo que sent¨ª que deb¨ªa tocar. Y funcion¨®. Un tema llamado Illusion. Dios m¨ªo, la letra era incre¨ªble, la melod¨ªa y la armon¨ªa impl¨ªcita, maravillosas. Llegu¨¦ al club la noche siguiente. Le dije, Gregory, toqu¨¦mosla. Incluso lo anunci¨¦ al p¨²blico: ¡®No vais a creer lo que vais a escuchar¡¯. A la gente all¨ª no le importa una mierda, est¨¢n t drog¨¢ndose, tonteando con putas. La mayor¨ªa es solo chusma. Pero pens¨¦: ¡®Esto es algo grande. Una persona con un talento superior¡¯. No conozco a nadie que escriba cosas as¨ª, a la altura de su maldita voz. Compone, escribe. Y adem¨¢s canta. Yo lo llamo el triple filamento. Y eso es lo que le coloc¨® en una categor¨ªa superior al resto¡±.

¡°T¨ªo, yo vi actuar a Sinatra muchas veces¡±, dice el presidente de Blue Note. ¡°Y Gregory est¨¢ ah¨ª arriba¡±

De esa forma, poco a poco, Porter se va haciendo un nombre y en 2010 graba su ¨¢lbum de debut, Water. El sello, Mot¨¦ma, es chiquitito, pero el ¨¢lbum se vuelve grande: la noticia de que ha sido nominado a los Grammy le sorprende caminando por Manhattan. Entra en un hotel y lo celebra en el bar con un bourbon. No lo gan¨®. Pero la mecha ya estaba prendida: act¨²a por todo el pa¨ªs; aparece en los principales diarios y llega la llamada de Blue Note Records. Les pide paciencia: publica antes un segundo ¨¢lbum con su antigua discogr¨¢fica (Be Good, 2012). Vuelve a lograr una nominaci¨®n a los Grammy, y esto catapulta su primer ¨¢lbum a lo m¨¢s alto de las listas de iTunes y Amazon. El ¨¦xito del jazz en la era de la m¨²sica digital. Los premios llegan por fin con su tercer y cuarto disco, ya bajo el paraguas de Blue Note; sus cifras de ventas se vuelven de seis d¨ªgitos; el reconocimiento, sobre todo, viene desde Europa, recorre todos los festivales de jazz. Y, en su ascenso, Porter arrastra a la banda con la que vio la luz en el St. Nicks; le acompa?an incluso en las noches en que act¨²an con una orquesta que no entrar¨ªa en un autob¨²s. All¨ª siguen junto a ¨¦l, entre otros, el bater¨ªa Emanuel Harrold y el contrabajista Jahmal Nichols ¡ªque sustituy¨® al anterior cuando sus borracheras y ganas de bronca se volvieron inviables¡ª, siempre elegantes, con pajarita en el escenario, ambos de St. Louis (Misuri) y alumnos destacados en las clases de teor¨ªa de jazz que sol¨ªa impartir Chip, el pianista.

Porter, en cambio, no ha estudiado m¨²sica. Seg¨²n ¨¦l, sabe leer partituras, pero de forma tan lenta que resulta impracticable. Seg¨²n su pianista, no conoce ni el nombre de los acordes. Llega con letras y melod¨ªas y armon¨ªas que ¨¦l adapta al piano. No conoce la teor¨ªa. Pero en palabras de Chip, ¡°lo oye¡±. ?l tiene el privilegio de ser el primer filtro entre el cerebro del artista y el mundo exterior. Y resume as¨ª su relaci¨®n: ¡°Oh, mierda. Me ha tocado ser Salieri con Mozart¡±. Sus letras, ya lo hab¨ªa dicho, son parte del secreto. Viajan del amor rom¨¢ntico a una noche de juerga. Del Papa al movimiento por los derechos civiles. Muchas rezuman la espiritualidad del g¨®spel. O beben de episodios personales, como aquel disparo racista que hiri¨® a su hermano cuando ¨¦l era un cr¨ªo. En 1960 What?, uno de los temas de su primer disco, habla del asesinato de Martin Luther King: ¡°Hab¨ªa un hombre, voz del pueblo, / en pie en el balc¨®n del Lorraine Motel¡±. En Liquid Spirit, tema que daba t¨ªtulo a su tercer ¨¢lbum, invita a llenar las copas y liberar nuestro ¡°esp¨ªritu l¨ªquido¡±. Un remix de este tema figur¨® entre los m¨¢s buscados de la m¨²sica electr¨®nica en el verano de 2015. Su aura de crooner del siglo XXI le ha hecho transitar entre estilos. Ha compuesto junto a DJ, incendiado a una jaur¨ªa en la macrodiscoteca Ushuaia de Ibiza, compartido escenario con Stevie Wonder, Van Morrison y Herbie Hancock; e interpretado, este verano, una versi¨®n del Probably Me, de Sting, ante el mismo Sting, en una gala que la Academia Sueca de M¨²sica organiz¨® en honor al brit¨¢nico, junto a otros como Annie Lennox y Bruce Springsteen. Tras la actuaci¨®n, el homenajeado le dijo: ¡°Qu¨¦ grand¨ªsimo hijo de puta, ahora el tema es tuyo¡±.

Entre tanto, se ha casado con una blanca, tienen un hijo mulato y ha regresado a vivir a Bakersfield, al mismo barrio donde su madre encontr¨® una ¡°hermosa¡± casa. Y esa, a grandes rasgos, es su historia. Con el capuchino acabado y el plato vac¨ªo, dice que muchos pensaban que el jazz estaba moribundo. Quiz¨¢ incluso ¨¦l lo compartiera hace a?os, cuando actuaba una vez por semana a cambio de 35 d¨®lares. Su trayectoria ha contribuido a la resurrecci¨®n. A?ade que toca cuidar a los j¨®venes para que la m¨²sica perviva. ¡°Las leyendas no estar¨¢n aqu¨ª para siempre¡±. Antes de abandonar la mesa, queda una pregunta obligada. La balaclava. Porter responde: ¡°Debajo tengo unas orejas enormes¡±. Suelta una risotada. En otra entrevista, en 2012, dijo que le hab¨ªan practicado una cirug¨ªa. En una m¨¢s, se puede leer que esconde ¡°cicatrices faciales¡±. Se mira con coqueter¨ªa en el espejo que tiene delante, se recoloca el atrezo y a?ade que comenz¨® a llevarla cuando trabajaba de cocinero. ¡°Iba directo a los conciertos en St. Nicks, y este era mi look¡±. Solo ha cambiado ligeramente la gorra. Sol¨ªa llevar la visera ca¨ªda hasta que una anciana se le acerc¨® tras un concierto con el trompetista Wynton Marsalis y le recrimin¨®: ¡°Chico, no puedo ver tus ojos¡±. Le levant¨® el ala y le descubri¨® la vista.

El disco Nat King Cole & Me (Blue Note Records, Universal) se edit¨® en oto?o. Gregory Porter actuar¨¢ en el Liceu de Barcelona (13 de marzo) y en el Universal Music Festival de Madrid (23 de julio), entre otras fechas.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pek¨ªn. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante m¨¢s de una d¨¦cada reportajes de gran formato en ¡®El Pa¨ªs Semanal¡¯, lo que le ha llevado a viajar por numerosos pa¨ªses y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ¡®Los irrelevantes¡¯.

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