Los escenarios de la infancia de Nabokov
Recorrido por los escenarios rusos de la infancia y adolescencia de un tit¨¢n de las letras. Desde el peque?o pueblo de Vira hasta el San Petersburgo prerrevolucionario, enclaves donde el autor de ¡®Lolita¡¯ aprendi¨® a admirar la belleza de los detalles.
Con 19 a?os, Vlad¨ªmir Nabokov (1899-1977) abandon¨® Rusia junto con su familia. Lo hizo jugando al ajedrez con su padre, en un barco rumbo a Constantinopla, uno de los puertos de llegada del exilio ruso despu¨¦s de que la revoluci¨®n ¡ªcuyo centenario se ha cumplido hace unos meses¡ª derrocara al r¨¦gimen zarista. Hab¨ªan perdido sus propiedades, su pa¨ªs natal y el roce cotidiano con su idioma, pero no fue un impedimento para que, absortos en la partida, movieran las piezas por las casillas del tablero bajo el estruendo de las ametralladoras. Esta escena sintetiza el car¨¢cter l¨²dico y vitalista del escritor y tambi¨¦n su vida en permanente movimiento al comp¨¢s de los tiempos ¡ª San Petersburgo, Crimea, Marsella, Cambridge, Berl¨ªn, Praga, Bruselas, Par¨ªs, Estados Unidos de costa a costa, Montreux¡ª, mientras compon¨ªa novelas repletas de malabarismos ling¨¹¨ªsticos, alusiones secretas y ritmos musicales.
La madre de Nabokov lo alentaba a observar de ni?o el paisaje con una f¨®rmula m¨¢gica: ¡°Vot zapomni¡± (ahora, recuerda)
Aun as¨ª, incluso un optimista redomado como ¨¦l no se salv¨® de conocer, en el exilio forzado, la fuerza implacable de la nostalgia. O, mejor dicho, de esa emoci¨®n intraducible que es la tosk¨¢, una suerte de melancol¨ªa espec¨ªficamente rusa con ciertos ecos de saudade, en la que confluye un batiburrillo de inquietudes an¨ªmicas como el temor, la a?oranza, el tedio o la aversi¨®n. En su autobiograf¨ªa Habla, memoria, el creador de Lolita afirm¨® que la prolongada nostalgia por su patria no ten¨ªa nada que ver con los bienes materiales expoliados a su familia, sino con una hipertrofiada conciencia de la infancia perdida.
Ning¨²n lugar en su ni?ez y adolescencia ¡ªpero tampoco m¨¢s tarde, desde la distancia irreversible¡ª lleg¨® a ser tan querido para Nabokov como el pueblo de Vira, 75 kil¨®metros al sur de San Petersburgo, el escenario de los momentos m¨¢s felices de su vida.
Ni siquiera la espl¨¦ndida mansi¨®n de granito finland¨¦s en pleno coraz¨®n de la capital imperial, con la biblioteca paterna de 10.000 vol¨²menes, donde pasaba los meses de curso escolar, fue objeto de una a?oranza tan punzante para ¨¦l como las tres fincas familiares ¡ªla de su madre, en Vira; la de su abuela, en B¨¢tovo, y la de su t¨ªo, en Rozhd¨¦stveno¡ª pr¨®ximas a los palacios de Ts¨¢rskoye Sel¨®, P¨¢vlovsk y G¨¢tchina, residencias de los zares. Esos ¡°tres anillos, que forman una cadena de 15 kil¨®metros que se extiende de oeste a este a ambos lados de la carretera de Luga¡±, fuente ¡°de seguridad y calor veraniego¡±, se convirtieron en su memoria en la escenograf¨ªa de su espectral pasado.
All¨ª descubri¨® los placeres no utilitarios que buscaba en el arte, los libros ilustrados de biolog¨ªa y entomolog¨ªa, la pasi¨®n por los insectos y las mariposas, los paseos solitarios a pie o en bicicleta y la libertad plena en sus exploraciones por bosques, senderos y riberas. All¨ª tambi¨¦n compuso su primer poema con siete a?os y vivi¨® su primer y ardiente amor en 1915 con Valentina Shulgina, a quien nunca olvid¨®. Fue la M¨¢shen?ka de su primera novela hom¨®nima y la Tamara de sus memorias, adem¨¢s de una de sus inspiraciones indirectas para Lolita. Aquel idilio estival no sobrevivi¨® a los rigores invernales de San Petersburgo y a la ausencia de un refugio como Rozhd¨¦stveno o Vira.
¡°El amor exige intimidad, cobijo¡ Su secreto, que tan maravilloso fue al principio, era ahora una carga¡±, escribi¨® en M¨¢shenka. Daban largos paseos por los parques, por las salas menos concurridas de los museos y por el cine Aurora de la avenida Nevski, pero nada se aproximaba a la perfecci¨®n del primer verano. En aquella inquietante b¨²squeda de un escondrijo Nabokov ver¨ªa luego un anticipo del exilio.
Hoy, de aquellas tres fincas solo queda en pie, milagrosamente, la mansi¨®n que hered¨® de su t¨ªo en 1916. Esta casa, reconvertida en museo estatal, fue la ¨²nica que Nabokov tuvo en propiedad, aunque apenas pudo disfrutarla un a?o. Vira y B¨¢tovo pertenecen ya a esas zonas de tierra inc¨®gnita del olvido que los cart¨®grafos llaman ¡°bellas durmientes¡±. Encaramada sobre una colina, desde el puente que cruza el r¨ªo, asoma en Rozhd¨¦stveno la enorme casa de madera con su porche de columnas blancas. Apoyada a una de ellas sol¨ªa esperarlo Valentina en ese verano de 1915, aprovechando la ausencia del t¨ªo Ruka.
La madre de Nabokov lo alentaba a observar ese mismo paisaje con una f¨®rmula m¨¢gica: ¡°Vot zapomni¡± (ahora, recuerda). Ese imperativo de mirar los detalles y de preservarlos en la memoria, como mariposas clavadas sobre una plancha con un alfiler, form¨® parte del rico legado de ¡°propiedades intangibles y bienes irreales¡± de Nabokov, un autor que en plena Guerra Fr¨ªa demostr¨® que se pod¨ªa ser insultantemente ruso y, al mismo tiempo, un revolucionario de la literatura occidental.
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