Elogio y rescate de Henri Lefebvre
La usurpaci¨®n de 'El derecho a la ciudad' por las nuevas pol¨ªticas urbanas
Dentro de poco, entre el 29 mayo y el 1 junio, se va a celebrar en Caen un encuentro internacional con un t¨ªtulo bien elocuente: 'El derecho a Lefebvre'. De lo que se trata no es solo de insistir en la vigencia de uno de los pensadores cr¨ªticos ¨Cy perd¨®n por el pleonasmo¨C de la segunda mitad del siglo XX. Se trata sobre todo de rescatar a Lefebvre de su usurpaci¨®n por parte de teor¨ªas y pr¨¢cticas urban¨ªsticas y pol¨ªticas que invocan su nombre y su obra para dignificar lo que son simples operaciones de reforma ¨¦tica y est¨¦tica de la apropiaci¨®n capitalista de las ciudades.
Cuesta sintetizar la hondura y la amplitud tanto del trabajo como la experiencia vital de Henri Lefebvre, algo que intent¨® Eduardo Haro Tecglen con motivo de su muerte en 1991. Su trayectoria acompa?a un buen n¨²mero de hitos del siglo XX y a veces los determina: las vanguardias, de dad¨¢ a los situacionistas; la lucha contra el fascismo y el colonialismo; las relecturas disidentes de Marx; el di¨¢logo cr¨ªtico con el existencialismo y con los estructuralismos; las revueltas de finales de los a?os 60¡. No es por azar que fuera en Par¨ªs y dos meses antes de las barricadas de mayo de 1968, que apareciera El derecho a la ciudad, el libro del que por fin hace poco ten¨ªamos una nueva edici¨®n revisada a cargo de Capit¨¢n Swing, luego de d¨¦cadas de ausencia de su primera publicaci¨®n en castellano. Una desaparici¨®n esta que da testimonio del olvido que lleg¨® a merecer una mirada l¨²cida sobre lo que estaba siendo la depredaci¨®n mercantil de las ciudades y que anticipa lo que ser¨¢ la forma atroz que ha adoptado en su fase posindustrial.
Del olvido hemos pasado, hoy, a la usurpaci¨®n de su pensamiento, empezando por el propio concepto de 'derecho a la ciudad', convertido en lema por la ret¨®rica pseudoradical ¨Cpor ejemplo, la del propio David Harvey¨C de quienes plantean el derecho a la ciudad como derecho a las prestaciones b¨¢sicas en materia de bienestar: vivienda, confort, calidad ambiental, servicios, uso del espacio p¨²blico y eso que se presenta como 'participaci¨®n', que no suele ser otra cosa que participaci¨®n de los dominados en su propia dominaci¨®n, sin dejar de recordar las propuestas de generaci¨®n de 'espacios alternativos' que acaban contribuyendo 'creativamente' a las din¨¢micas de gentrificaci¨®n. En cambio, el derecho a la ciudad que reclamaba Lefebvre era mucho m¨¢s, un superderecho que no se puede encorsetar ni resumir en proclamaciones, normas o leyes destinadas a maquillar un capitalismo 'sensible a lo social'.
Todo el trabajo de Henri Lefebvre fue justo lo contrario de lo que se est¨¢ queriendo hacer de ¨¦l, tal y como se procurar¨¢ poner de manifiesto en Caen y como ya ha sido denunciado por quien mejor encarna su herencia en la actualidad, Jean Pierre Garnier. M¨¢s pertinente que cuando la plante¨® resulta la cr¨ªtica de Lefebvre a ciencias y saberes que, presumi¨¦ndose as¨¦pticas e imparciales, asumen la tarea de generar y sistematizar la dimensi¨®n espacial de las relaciones de poder y de producci¨®n, afanosas por someter tanto los usos ordinarios o excepcionales de la ciudad ¨Cde la fiesta al mot¨ªn¨C, como la riqueza de c¨®digos que los organizan. El resultado son espacios falsos y falsificadores, aunque se disfracen tras lenguajes complejos que los hacen incuestionables. Son los espacios de los planificadores, de los administradores y los administrativos, y tambi¨¦n de los doctrinarios de la ciudadan¨ªa y del civismo, siempre dispuestos a rebozar de 'buen tono' las pol¨ªticas urban¨ªsticas para hacerlas digeribles a sus v¨ªctimas, los urbanizados.
Lo que nos dice Lefebvre es que tras ese espacio maquetado de los planes y los planos no hay otra cosa que ideolog¨ªa, en el sentido marxista cl¨¢sico, es decir, fantasma que fetichiza las relaciones sociales reales e impide su transformaci¨®n futura. Es o quisiera ser espacio dominante, hegemonizar los espacios percibidos, practicados, vividos o so?ados y doblegarlos a los intereses de quienes encargan ¡®reformas¡¯ o ¡®rehabilitaciones¡¯. Es el espacio del poder, aunque ese poder aparezca como 'organizaci¨®n del espacio', un espacio del que se omite o expulsa todo lo que se le opone, primero por la violencia inherente a iniciativas que se presentan como urban¨ªsticas y, si esta no basta, mediante la violencia abierta. Y todo ello al servicio de la producci¨®n de territorios claros, etiquetados, homog¨¦neos, seguros, obedientes..., colocados en el mercado a disposici¨®n de quienes se creen de 'clase media' y sue?an con ese universo urbano tranquilo, previsible, desconflictivizado y sin sobresaltos que se dise?a para ellos como mera ilusi¨®n, dado que est¨¢ condenado a sufrir todo tipo de desmentidos y desgarros como consecuencia de su fragilidad ante los embates de esa misma verdad social sobre la que pugna in¨²tilmente por imponerse.
En efecto, lo propio de la tecnocracia urban¨ªstica es la voluntad de controlar la vida urbana real, que va pareja a su incompetencia cr¨®nica a la hora de entenderla. Consider¨¢ndose a s¨ª mismos gestores de un sistema, los expertos en materia urbana pretenden abarcar una totalidad a la que llaman la ciudad y ordenarla de acuerdo con una filosof¨ªa ¡ªel humanismo liberal¡ª y una utop¨ªa, que es, como corresponde, una utop¨ªa tecnocr¨¢tica. Su meta contin¨²a siendo la de implantar como sea la sagrada trinidad del urbanismo moderno: legibilidad, visibilidad, inteligibilidad. En pos de ese objetivo creen los especialistas que pueden escapar de las constricciones que supeditan el espacio a las relaciones de producci¨®n capitalista. Buena fe no les falta, ya hac¨ªa notar Lefebvre, pero esa buena conciencia de quienes dise?an las ciudades agrava a¨²n m¨¢s su responsabilidad a la hora de suplantar la vida urbana real, una vida que para ellos es un aut¨¦ntico punto ciego, puesto que viven en ella, pretenden regularla e incluso vivir de ella, pero no la ven en tanto que tal.
Para asesinarla o impedir que nazca esa vida urbana ¨Clo urbano como vida¨C trabajan los programadores de ciudades. Est¨¢n convencidos de que su sabidur¨ªa es filos¨®fica y su competencia funcional, pero no saben o no quieren dar la impresi¨®n de saber de d¨®nde proceden las representaciones a las que sirven, a qu¨¦ l¨®gicas y a qu¨¦ estrategias siguen desde su aparentemente inocente y limpia caja de herramientas. Est¨¢n disuadidos de que el espacio que reciben el mandato de racionalizar est¨¢ vac¨ªo y se equivocan, porque en el espacio urbano siempre hay y sucede algo. De manera al tiempo ingenua y arrogante, piensan que el espacio urbano es algo que est¨¢ ah¨ª, esper¨¢ndoles, disponible por completo para sus haza?as creativas. No reconocen o hacen como si no reconociesen hasta qu¨¦ punto no hacen otra cosa que obedecer, que acatan ¨®rdenes.
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