Una visita al museo para ver animales vivos
En un mundo que cierra zool¨®gicos resulta anacr¨®nico que ahora los bichos vivos sean objetos de museo
El Guggenheim de Bilbao mostrar¨¢ en unos d¨ªas una exposici¨®n con animales vivos (tambi¨¦n en v¨ªdeo) del artista chino Huang Yong Ping que pas¨® por Nueva York inmersa en tal pol¨¦mica y rechazo de los animalistas que el museo decidi¨® anular algunas de las obras de arte. El v¨ªdeo con dos cerdos copulando fue apagado y los terrarios quedaron vac¨ªos. Otro v¨ªdeo de Sun Yuan y Peng Yu con unos perros sujetos con arneses y subidos a una cinta de correr tampoco se expuso. La recogida de firmas abierta entonces sigue activa hoy y llevan m¨¢s de 820.000.
Sin pretensi¨®n de despachar en este espacio qu¨¦ es arte y qu¨¦ no, no estorba preguntarse si el cerebro humano, con una capacidad singular de interpretaci¨®n abstracta, precisa una borrachera de realidad para reflexionar sobre cualquier cosa que el arte plantee. Quiz¨¢ un perro, que no se altera por m¨¢s gatos que salgan en la tele delante de su hocico mismo, necesita salir al campo y ver un conejo para que se active su instinto de caza. Pero los humanos no tienen que ir a la guerra para espeluznarse con su horror: basta con mirar el Guernica unos minutos para sentir toda la congoja, espanto y horror filos¨®fico que el ¨®leo instila.
No se trata aqu¨ª, pues, de hablar de sufrimiento animal, que para eso hay ejemplos mejores que meter una tortuga en un terrario, sino del uso animal para disfrute (si ese es el caso de esta obra de arte), reflexi¨®n o interlocuci¨®n art¨ªstica con el visitante. Una de las comisarias de esta exposici¨®n en Bilbao, Alexandra Munroe, explica que los cerdos copulando son una ¡°alegor¨ªa cultural en tono humor¨ªstico¡±. El museo parece conformarse con la ausencia de maltrato ¡ªalgo cuestionable¡ª y se justifica en la libertad de creaci¨®n art¨ªstica para la exposici¨®n de estas obras. Bien, hasta esa libertad tendr¨¢ l¨ªmites, pero el caso no es d¨®nde ponerlos, sino la pertinencia de usar esos bichos pudiendo representarlos de cualquier manera que la creaci¨®n fecunde.
Es casi un lugar com¨²n mencionar a esta altura del siglo los cambios socioculturales que se est¨¢n produciendo, sobre todo aquellos que tienen que ver con la convivencia entre el ser humano y la naturaleza, desde una piedra hasta los seres vivos con el sistema nervioso m¨¢s desarrollado entre aquellos que llamamos animales. Precisamente, la comisaria Munroe dice que estas obras exploran esa relaci¨®n entre las personas, la naturaleza y la cultura. Los zool¨®gicos han servido para indagar sobre eso ¡ªtambi¨¦n aquellos antiguos museos de ciencias naturales¡ª y algunos siglos de reflexiones al respecto han concluido con el cierre de estos recintos sin que ning¨²n maltrato animal decantara la decisi¨®n. Tambi¨¦n se enterr¨® al negro de Banyoles y se ha revisado la dignidad expositiva de huesos humanos o cierto uso del cuerpo femenino en el arte, como manda una sociedad que modifica sus gustos y costumbres, que ampl¨ªa su sensibilidad al dictado de un cr¨¢neo privilegiado.
En un mundo donde la televisi¨®n traslada la curiosidad all¨¢ donde no alcanzan los numerosos viajes, la pregunta no es tanto si estos animales son arte o no son arte, ni si un museo debe o no exponerlos. La pregunta es para los artistas: ?es esto necesario?
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