Si golpeas a una mujer, golpeas a una roca

En la Marcha de las Mujeres de 1956 contra el apartheid un lema resonaba con fuerza en las calles de Sud¨¢frica: ¡°wathint 'abafazi, wathint' imbokodo'¡±, es decir, ¡°si golpeas a una mujer, golpeas una roca¡±. Un s¨ªmbolo del coraje y fuerza de las mujeres sudafricanas que se negaron a ceder frente a la creciente opresi¨®n del Gobierno blanco. Y esta es una clave que se pasa a menudo por alto. Debido a que muchos de los l¨ªderes del movimiento antiapartheid en Sud¨¢frica eran hombres y fueron encarcelados o exiliados, el pa¨ªs se mantuvo unido en gran parte por la determinaci¨®n de las mujeres. Como subrayaba el comentarista y humorista pol¨ªtico sudafricano Trevor Noah: ¡°Yo crec¨ª en un mundo muy matriarcal, y donde las mujeres eran las luchadoras por la libertad m¨¢s peligrosas que exist¨ªan. Nelson Mandela era un ¨ªcono, pero la polic¨ªa en el pa¨ªs le ten¨ªa miedo a Winnie Mandela¡±.

Una buena prueba de ello es el documental Strike a Rock (2017) del joven realizador sudafricano Aliki Saragas quien sigue las historias de un grupo de mujeres que luchan por la justicia despu¨¦s de la masacre de 2012 en Marikana. La p¨¦rdida de hermanos, esposos, padres y amigos a manos de la polic¨ªa sudafricana el 16 de agosto de 2012 hizo a?icos su mundo y su esperanza por un salario digno.

La pel¨ªcula se centra en la historia de dos madres y amigas, Primrose Sonti y Thumeka Magwangqana. Viven en Nkaneng, Marikana, un asentamiento informal en la zona rural de Sud¨¢frica, a una hora y media en coche desde Johanesburgo, que surgi¨® alrededor de una mina operada por Lonmin, el tercer extractor de platino m¨¢s grande del mundo. Como explica el realizador entre l¨ªneas, la compa?¨ªa tiene obligaciones significativas con la comunidad que se escampa alrededor de la multinacional (como la construcci¨®n de 5.500 casas) pero no cumple con todas sus responsabilidades; en lugar de mejorar las condiciones de vida que motivaron la huelga de 2012, las contin¨²an empeorando. Y esto es contra lo que Primrose y Thumeka est¨¢n luchando. La confrontaci¨®n se ha convertido en un momento decisivo en la historia de la Sud¨¢frica post apartheid. Una historia de mineros explotados en un conflicto violento con los patrones, la polic¨ªa, el gobernante Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en ingl¨¦s) y el Sindicato Nacional de Mineros.

Esta realidad ya fue documentada en 2015 por el poderoso film Miners Shot Down, del tambi¨¦n sudafricano Rehad Desai. Sin embargo, en Strike a Rock (apoyado por la ONG War on Want como parte de su trabajo contra el neocolonialismo) la historia nace de los sobrevivientes. En una ir¨®nica escena de apertura el director ejecutivo de Lonmin, Ben Magara, celebra que los ¡°tiempos dif¨ªciles se han superado¡±. Pero no es as¨ª. Bajo este contexto nace la organizaci¨®n Sikhala Sonke (Estamos llorando juntos) que tiene como misi¨®n llevar a las mujeres de Marikana a asumir la compleja tarea de construir la unidad en la confrontaci¨®n diaria contra los muchos niveles de una estructura de poder despiadada. Strike a Rock combina una variedad de escenas bellas como el paisaje, las mujeres en su vida cotidiana, la cercan¨ªa, la risa, las canciones y sus horrores circundantes. Pero tambi¨¦n, la suciedad y la miseria de vivir en un suburbio.

Este documental puede recordar a la pel¨ªcula La sal de la tierra (1954) del director Herbert Biberman que explicaba la historia de los mineros en huelga en una mina de zinc de Nuevo M¨¦xico. En un giro inolvidable, esta cintase centra en la resistencia de las mujeres de la comunidad que deben sustituir a los hombres cuando se les proh¨ªbe un piquete en una huelga. Con una distancia de sesenta a?os, las dos pel¨ªculas comparten el ¨¦nfasis de situar a las mujeres como n¨²cleo humano de una comunidad minera.

El logro de la obra es fijar el ojo de la c¨¢mara en la vida del pueblo y sus mujeres, donde la resistencia crece fuera de las duras condiciones de vida para nutrir la solidaridad

El logro de Strike a Rock es fijar el ojo de la c¨¢mara en la vida del pueblo y sus mujeres, donde la resistencia crece fuera de esas duras condiciones (la lluvia, los charcos, la lucha por la comida y el combustible) para nutrir la solidaridad. Adem¨¢s, el documental no pierde de vista la pol¨ªtica, y concluye con una reiteraci¨®n de las demandas razonables (pero supuestamente ¡°imposibles¡±) de Sikhala Sonke: una disculpa completa por la masacre, el castigo de los culpables de los tiroteos, la implementaci¨®n inmediata de la construcci¨®n prometida de vivienda asequible y un salario digno. Queda por ver si Sud¨¢frica, a¨²n dominada por su relaci¨®n neocolonial con la industria minera, puede lograr la segunda revoluci¨®n que esto implicar¨ªa.