Col¨®n cre¨ªa que en el Nuevo Mundo encontrar¨ªa blemios y esci¨¢podos en vez de personas
Las ideas del explorador estaban lejos de ser anormales. Durante siglos, los intelectuales europeos hab¨ªan imaginado un mundo m¨¢s all¨¢ de sus fronteras habitado por "razas monstruosas"
En 1492, cuando Crist¨®bal Col¨®n cruz¨® el oc¨¦ano Atl¨¢ntico en busca de una ruta r¨¢pida hacia el este de Asia y el sudoeste del Pac¨ªfico, desembarc¨® en un lugar que le era desconocido. All¨ª encontr¨® ¨¢rboles extraordinarios, p¨¢jaros y oro. Pero Col¨®n esperaba encontrar otra cosa y no fue as¨ª.
A su regreso, Col¨®n escribi¨® en su informe oficial que hab¨ªa "hallado muchas islas pobladas por un sinn¨²mero de personas". Elogi¨® las riquezas naturales de las islas, pero a?adi¨®: "En estas islas no he hallado ning¨²n hombre monstruoso, como muchos pensaban". Y uno podr¨ªa preguntarse: ?por qu¨¦ esperaba encontrar monstruos?
Esta investigaci¨®n y las de otros historiadores revelan que las ideas de Col¨®n estaban lejos de ser anormales. Durante siglos, los intelectuales europeos hab¨ªan imaginado un mundo m¨¢s all¨¢ de sus fronteras habitado por "razas monstruosas".
Las "razas monstruosas" existen
Uno de los primeros relatos sobre estos seres no humanos lo escribi¨® el historiador natural romano Plinio el Viejo en el a?o 77 d. C. En un gran tratado escribi¨® sobre personas con cabeza de perro, conocidas como cinoc¨¦falos, y sobre los astoni, criaturas sin boca que no necesitaban comer.
Aunque Col¨®n no vio monstruos, su informe no fue suficiente para desechar las ideas prevalecientes sobre las criaturas que los europeos esperaban encontrar en aquellos lugares desconocidos
Los relatos sobre criaturas maravillosas e inhumanas, como c¨ªclopes, blemios ¡ªcriaturas con la cara en el pecho¡ª y esci¨¢podos ¡ªque ten¨ªan una sola pierna con un pie gigante¡ª circulaban por toda la Europa medieval en manuscritos copiados a mano por escribas que a menudo adornaban los tratados con ilustraciones de esas criaturas fant¨¢sticas.
Aunque siempre hubo algunos esc¨¦pticos, la mayor¨ªa de europeos cre¨ªa que las tierras lejanas estar¨ªan pobladas por estos monstruos, y las historias sobre ellos viajaron mucho m¨¢s all¨¢ de las exclusivas y elitistas bibliotecas.
Por ejemplo, los feligreses de Fr¨¦jus, una antigua ciudad de comerciantes del sur de Francia, pod¨ªan deambular por el claustro de la catedral de Saint-L¨¦once y analizar los monstruos en los m¨¢s de 1.200 paneles de madera pintados en el techo. Algunos representaban escenas de la vida diaria: monjes del lugar, un hombre montado en un cerdo o acr¨®batas retorcidos. Muchos otros describ¨ªan h¨ªbridos monstruosos: personas con cabeza de perro, blemios y otros desgraciados aterradores.
Quiz¨¢s nadie hizo tanto por difundir la noticia de la existencia de monstruos que un caballero ingl¨¦s del siglo XIV llamado John Mandeville, quien, en un relato sobre sus viajes a tierras lejanas, afirm¨® haber visto personas con orejas de elefante, un grupo de criaturas que ten¨ªan la cara plana con dos agujeros y otra que ten¨ªa la cabeza de un hombre y el cuerpo de una cabra.
Los acad¨¦micos debaten si Mandeville podr¨ªa haberse aventurado lo suficiente como para ver los lugares que describi¨®, e incluso si fue una persona real. Pero su libro fue copiado una y otra vez y probablemente se tradujo a todos los idiomas europeos conocidos. Leonardo da Vinci ten¨ªa una copia y Col¨®n tambi¨¦n.
Las viejas creencias son dif¨ªciles de erradicar
Aunque Col¨®n no vio monstruos, su informe no fue suficiente para desechar las ideas prevalecientes sobre las criaturas que los europeos esperaban encontrar en aquellos lugares desconocidos.
En 1493, en torno a la ¨¦poca en que comenz¨® a circular el primer informe de Col¨®n, los impresores de las Cr¨®nicas de Nuremberg, un gran volumen sobre historia, incluyeron im¨¢genes y descripciones de los monstruos.
Poco despu¨¦s del regreso del descubridor, un poeta italiano realiz¨® una traducci¨®n en verso que describ¨ªa el viaje de Col¨®n, cuyo impresor ilustr¨® con monstruos, entre ellos un esci¨¢podo y un blemio.
De hecho, la creencia de que los monstruos viv¨ªan en los confines de la Tierra pervivi¨® durante generaciones.
En la d¨¦cada de 1590, el explorador ingl¨¦s Sir Walter Raleigh escribi¨® a los lectores sobre los monstruos americanos de los que hab¨ªa o¨ªdo hablar en sus viajes a la Guyana. Algunos de ellos ten¨ªan "los ojos en los hombros, la boca en medio del pecho y les crec¨ªa un gran mech¨®n de pelo hacia atr¨¢s entre los hombros".
Poco despu¨¦s, el historiador natural ingl¨¦s Edward Topsell tradujo un tratado de mediados del siglo XVI sobre los diferentes animales del mundo, un libro que se public¨® en Londres en 1607, el mismo a?o en que los colonos fundaron una peque?a comunidad en Jamestown, Virginia. Topsell estaba ansioso por incorporar descripciones de los animales americanos en su libro. Pero junto a los cap¨ªtulos sobre caballos, cerdos y castores del Viejo Mundo, los lectores conocieron al "monstruo noruego" y a una "bestia muy deformada" que los americanos llamaban "haut". Otro era conocido como "su", era "muy deforme", ten¨ªa "una presencia horrenda" y era "despiadado, indomable, impaciente, violento [y] salvaje".
Por supuesto, en el Nuevo Mundo las ganancias de los europeos tuvieron un coste espantoso para los nativos americanos: los reci¨¦n llegados les robaron su tierra y sus tesoros, les esclavizaron, introdujeron enfermedades del Viejo Mundo y produjeron cambios medioambientales a largo plazo.
En definitiva, quiz¨¢s eran estos ind¨ªgenas americanos los que ve¨ªan a los invasores de sus tierras como una raza monstruosa: criaturas que desestabilizaron sus comunidades, les robaron sus propiedades y amenazaron sus vidas.
Este art¨ªculo fue originalmente publicado en The Conversation.
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