El imperio farmac¨¦utico que provoc¨® miles de adicciones a un analg¨¦sico
Los Sackler est¨¢n en el origen de miles de adicciones, pero se las han apa?ado para lavar su nombre a golpe de dinero
GANARON. SU ?apellido refulge en las fachadas m¨¢s prestigiosas de este mundo: los Sackler lo han esculpido, a fuerza de donativos de millones, en salas e institutos del Louvre, el Guggenheim, el Metropolitan, Harvard, Columbia, Stanford, Oxford y docenas m¨¢s; si nada lo remedia, all¨ª estar¨¢n por siglos. O no.
Los primeros Sackler fueron tres hijos de inmigrantes polacos que nacieron en Brooklyn entre 1914 y 1920, estudiaron medicina y fundaron, en los 50, una peque?a compa?¨ªa farmac¨¦utica, Purdue Pharma. El mayor, Arthur, era un gran vendedor: sus t¨¦cnicas de marketing cambiaron la forma de comercializar medicinas y llenaron las arcas de los tres hermanos. Pero su ¨¦xito mayor empez¨® en 1995, siete a?os despu¨¦s de su muerte: fue entonces cuando los dos menores, Mortimer y Raymond, lanzaron el Oxy-Contin ¡ªque, desde entonces, ha producido m¨¢s de 30.000 millones de euros.
Oxy-Contin ¡ªque en Espa?a se llama Oxycodone¡ª es un invento astuto: una pastilla que libera poco a poco un opi¨¢ceo conocido, la oxicodona, muy eficaz como analg¨¦sico. El mecanismo permite que la droga act¨²e durante ocho, diez, doce horas; su difusi¨®n fue veloz y sus efectos discutidos: mucha literatura m¨¦dica lo acusa por la epidemia de adicciones que ha vuelto a sacudir a los Estados Unidos en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Porque el Oxy-Contin se usa para tratamientos prolongados y, como todas las drogas, necesita dosis crecientes para producir los mismos efectos. Y porque hubo quienes descubrieron que, si abr¨ªan la c¨¢psula y la mol¨ªan, la pod¨ªan inhalar o inyectar ¡ªy que la dosis masiva, liberada de su mecanismo de regulaci¨®n, les procuraba tremebundo viaje. Ahora, un estudio del National Institute on Drug Abuse americano dice que el 10% de los usuarios de esos analg¨¦sicos se hace adicto y que la mitad se pasa a la hero¨ªna. Aprendimos a pensar que el tiempo es una flecha lanzada hacia delante, que lo que queda atr¨¢s se qued¨® atr¨¢s ¡ªy en verdad vuelve tantas veces. Hace 30 a?os la hero¨ªna era epidemia; hace 15 parec¨ªa superada; en Estados Unidos, ahora, cada d¨ªa mata a 115 personas y 50 beb¨¦s nacen adictos.
Purdue Pharma y los Sackler se ponen de perfil. La empresa paga institutos, m¨¦dicos y estudios que dicen que la culpa no es suya sino de los consumidores. Y, pese a la catarata de denuncias, nunca fue condenada porque sus abogados siempre arreglan por mucha plata antes del juicio. Mientras, sus due?os siguen limpiando sus nombres a golpe de millones. Como dec¨ªa hace m¨¢s de cien a?os un directivo del Metropolitan Museum de Nueva York ¡ªcitado por The New Yorker en un art¨ªculo excelente¡ª para pedir donaciones a los millonarios de entonces: ¡°Piensen ustedes que la gloria puede ser suya si siguen nuestros consejos y convierten puercos en porcelana, granos en cer¨¢micas antiguas, el rudo plomo del comercio en m¨¢rmol esculpido¡±.
Entonces se llamaba beneficencia o, mejor, filantrop¨ªa; ahora se llama responsabilidad social. De ¡°hacer el bien¡± o ¡°amar a los hombres¡± pasamos a ¡°hacerse responsable¡±. Los nombres cambian y designan lo mismo: alguien que consigue apropiarse de muchas riquezas entrega unas pocas para dorar su imagen. Petroleros que calientan la atm¨®sfera, financistas que empobrecieron a millones, fabricantes de ?drogas que matan dentro de la ley imponen sus nombres a la cultura, la solidaridad, la ayuda humanitaria.
Es un sistema de estos tiempos: los riqu¨ªsimos no solo controlan los mercados; tambi¨¦n controlan los trabajos que pretenden reparar los da?os que esos mercados causan. Que alguien posea miles de millones es monstruoso: que los use para decidir a qui¨¦n se ayuda es la guinda del pastel. Son dineros que deber¨ªan entregar en impuestos para que los Estados definan, seg¨²n los mecanismos democr¨¢ticos, qu¨¦ vidas mejorar con ellos, c¨®mo. Y, en cambio, gracias al desprestigio de esos estados y a sus batallones de abogados fiscalistas, los que deciden son Gates, Soros o Sackler. Y esperan, faltaba m¨¢s, que se lo agradezcamos.?
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