De muro a muro
Democracia y liberalismo son hoy un matrimonio de conveniencia. No hay amor entre ellos
En Espa?a, a los largos a?os de terrible franquismo sus protagonistas les denominaron ¡°democracia org¨¢nica¡±. A los pa¨ªses del tel¨®n de acero, en tiempo del socialismo real, sus dirigentes les llamaron ¡°democracias populares¡±. Dos ejemplos del mal asunto que supone que al concepto ¡°democracia¡± se le a?adan apellidos. Ahora se han puesto en circulaci¨®n, entre otros, los de ¡°democracias iliberales¡± y ¡°democracias diab¨¦ticas¡±, que camuflan nuevas formas de autoritarismo y tiran¨ªa.
Las ¡°democracias iliberales¡± y ¡°democracias diab¨¦ticas¡± camuflan nuevas formas de autoritarismo y tiran¨ªa
Antes, los extremos ideol¨®gicos llegaban al poder a trav¨¦s de revoluciones violentas o de golpes de Estado militares. Hoy, l¨ªderes o formaciones pol¨ªticas de extrema derecha copan diversos Gobiernos ganando las elecciones o poni¨¦ndose en primera fila de la oposici¨®n. No hace falta poner ejemplos; todos los tenemos en la cabeza. Se trata de democracias de baja intensidad, de baja calidad, que tampoco son exactamente dictaduras: mantienen algunas libertades pol¨ªticas, civiles o sociales, eliminando otras. El primer ministro h¨²ngaro, Viktor Orb¨¢n, uno de sus representantes m¨¢s eximios, ha dicho: ¡°La era de la democracia liberal ha terminado. Necesitamos afirmar que una democracia no es necesariamente liberal. Aun sin ser liberal, puede ser una democracia¡±. Extra?o artefacto.
Las ¡°democracias diab¨¦ticas¡± (Latinobar¨®metro) son aquellas que van perdiendo calidad poco a poco, silenciosamente, sin escandalizar a la ciudadan¨ªa, hasta que un d¨ªa han perdido sus caracter¨ªsticas fundamentales y son irreconocibles. Hay un alejamiento continuo de los ciudadanos de las ideolog¨ªas.
Ambas tipolog¨ªas de democracias con apellido est¨¢n sustentadas en dos circunstancias que se repiten constantemente. En primer lugar, una creciente disociaci¨®n entre el sistema econ¨®mico (el capitalismo) y el mundo pol¨ªtico (la democracia). Para muchos ciudadanos el mundo de la econom¨ªa (no representativo) es m¨¢s fuerte que el de la pol¨ªtica (representativo), y ello genera un enorme desequilibrio en las maneras de convivir y de cohesionarse. Segundo, los dem¨®cratas instrumentales, aquellos que prefieren las sociedades abiertas a las cerradas, las democracias a las dictaduras, pero que est¨¢n dispuestos a sacrificar parte de sus libertades en beneficio de un mayor confort. La democracia deja de ser un objetivo finalista.
Los 15 minutos de gloria, hasta ahora, de estas democracias tan heterodoxas surgen en el entorno de la crisis econ¨®mica que ha acechado al mundo en la ¨²ltima d¨¦cada. En primer lugar, por la activaci¨®n de lo que el soci¨®logo Robert Merton denomin¨® ¡°el efecto Mateo¡± en el a?o 1968: al que tiene m¨¢s, m¨¢s se le dar¨¢, y al que menos se le quitar¨¢ para d¨¢rselo al m¨¢s poderoso. Esto es, una intensa redistribuci¨®n de la renta, la riqueza y el poder en sentido inverso.
Es por ello que muchos de los afectados por la Gran Recesi¨®n la califican como una gigantesca estafa. Lo que quiebra los contenidos del contrato social que impl¨ªcitamente se codific¨® despu¨¦s de las dos guerras mundiales: se aceptaba que una minor¨ªa se quedase con la parte m¨¢s grande de la tarta a cambio de que la mayor¨ªa prosperase de modo continuo, con un puesto de trabajo m¨¢s o menos seguro y suficientemente remunerado, y la protecci¨®n social (educaci¨®n, sanidad, pensiones, seguro de desempleo, dependencia, socializaci¨®n de la negociaci¨®n¡) en caso de entrar en alguna situaci¨®n de debilidad coyuntural. La Gran Recesi¨®n y la gesti¨®n ¡ª?pol¨ªtico-econ¨®mica¡ª que se puso en pr¨¢ctica para salir de ella mantuvieron vigente la primera parte del contrato (la minor¨ªa que se beneficia), pero no la segunda (la mayor¨ªa que mejora). El progreso se ha detenido para ellos. De todas las desigualdades, la m¨¢s lacerante es la de oportunidades: cuando el bienestar de una persona depende m¨¢s de la renta y la riqueza de sus antecesores que de su propio esfuerzo.
Las crisis son consustanciales a las democracias, est¨¢n en su naturaleza. Pero ¨¦sta no es una crisis ordinaria, una crisis m¨¢s. Se conoce que han existido formas de neoliberalismo sin democracia, pero no al rev¨¦s, como ahora sugieren Orb¨¢n y sus ep¨ªgonos. El polit¨®logo mexicano Jes¨²s Silva Herzog ha establecido un s¨ªmil afortunado: democracia y liberalismo es hoy un matrimonio de conveniencia, pero no hay amor entre ellos.
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