¡®Roma¡¯: sororidad de mujeres solas
Alfonso Cuar¨®n hace un perfecto retrato de cu¨¢l ha sido y es el lugar de las mujeres en un orden patriarcal en el que el poder¨ªo masculino es posible gracias a la subordinaci¨®n de ellas
Un coche enorme que, procedente del espacio p¨²blico (masculino), entra con dificultad en el portal¨®n de la casa (femenina). No vemos el rostro del patriarca. Lo intuimos a trav¨¦s de sus manos que sostienen un cigarrillo y que maniobran al volante. El profesor, el marido, el padre, el proveedor. Un hombre con traje que, ausente del hogar, vuelve a ¨¦l con el poder que le da haber nacido con un pene entre las piernas. El tipo que, aunque apenas ocupe un par de escenas, y del que apenas escuchamos su voz, es en gran medida el detonante de lo que pasa en las habitaciones. Esa escena del coche que, al entrar, va pisando mierdas de perro, es solo una de las muchas con las que Alfonso Cuar¨®n, con unos planos que parecen querer mantener una cierta distancia objetiva y con una narrativa que no impone ning¨²n credo, dibuja a la perfecci¨®n el contexto y los personajes de su Roma.
Es esta una de esas pel¨ªculas milagrosas en las que la mirada de un hombre creador es capaz de situarse m¨¢s all¨¢ de su ombligo de genio y de posarse sobre la realidad las mujeres que siempre han existido para que nosotros fu¨¦ramos justamente los divinos, los aut¨®nomos, los protagonistas. Con evidentes tintes autobiogr¨¢ficos, el director de Gravity nos adentra en el universo de una familia o, mejor dicho, de una familia en crisis, y lo hace a trav¨¦s de los pasos medidos, prudentes y domesticados de las que cuidan. Esos seres para otros, que dir¨ªa Marcela Lagarde, que, de la ma?ana a la noche, viven entregados a las necesidades, materiales y emocionales, de los dem¨¢s.
Con la ayuda de un blanco y negro que consigue situarnos en un espacio temporal concreto, y que contribuye a que los hilos narrativos lleguen a nosotros sin apenas florituras, Cuar¨®n nos hace un perfecto retrato de cu¨¢l ha sido, y es, me temo, el lugar de las mujeres en un orden patriarcal en el que nuestro poder¨ªo es posible gracias a la subordinaci¨®n de ellas. Basta con seguir la rutina de Cleo, encarnada m¨¢s que interpretada por ese brutal descubrimiento que es Yalitza Aparicio, para ir sumando las renuncias, las dependencias y los sometimientos. Todo ello al tiempo que encontramos todas las claves que podr¨ªan servir para explicar con ejemplos la ¨¦tica del cuidado, as¨ª como para poner en evidencia c¨®mo ellas, y no solo las que est¨¢n en peores condiciones socioecon¨®micas, han sido siempre seres disponibles. Las encargadas de satisfacer los deseos y las necesidades, por supuesto incluidas las sexuales, de un var¨®n que las considera intercambiables y que vive proyectado en el trabajo, en la lucha, en la fortaleza que da sentido a su rol de h¨¦roe.
Ese joven entregado a las artes marciales, al que luego vemos empu?ando una pistola, es otro retrato magn¨ªfico de c¨®mo la masculinidad hegem¨®nica se construye sobre el m¨²sculo grasiento, y con frecuencia ensangrentado, de los cuerpos que compiten, se pelean y hasta se matan entre s¨ª. La violencia normalizada que con demasiada frecuencia acaba convertida en humillaci¨®n de las que no son consideradas equivalentes.
Cleo es una de esas mujeres, de esos millones de mujeres, que sufren una discriminaci¨®n interseccional. Su singular vulnerabilidad deriva en primer lugar de su condici¨®n de mujer, que es la que la sit¨²a en una subordinaci¨®n estructural, a la que habr¨ªa que sumar su condici¨®n de ind¨ªgena y su pobreza. La suma de todos estos factores no hace sino situarla en una posici¨®n de extrema fragilidad: una especie de nadie, en palabras de Eduardo Galeano, que solo puede ser identificado socialmente en funci¨®n de aquellos a los que sirve. Es decir, Cleo es una de esas mujeres que carecen incluso de subjetividad ¡ªas¨ª, cuando llega al hospital, es imposible saber su apellido o su procedencia¡ª y que podr¨ªa ser otra cualquiera. Una id¨¦ntica en un mundo en el que la igualdad ha sido siempre monopolio disfrutado y administrado por los varones. Ellas: las paridoras, las esposas, las limpiadoras, las putas. O sea, las cautivas.
M¨¢s all¨¢ pues del magn¨ªfico retrato de una ¨¦poca y de un lugar determinado, Roma es un emocionante relato sobre c¨®mo el patriarcado genera v¨ªctimas y silencios. De c¨®mo el amor, Roma al rev¨¦s, ha sido durante siglos la excusa perfecta para mantener a las mujeres en una situaci¨®n de dependencia. De c¨®mo los hombres nos hemos servido de quienes se han ocupado de la intendencia material y emocional para poder ocupar los p¨²lpitos. De c¨®mo la sororidad ha sido siempre la estrategia afectiva y pol¨ªtica que ha permitido que mujeres diversas, y en clara contradicci¨®n con el discurso patriarcal que las convierte en enemigas entre s¨ª, se apoyen mutuamente y sobrevivan en condiciones adversas. ¡°Estamos solas¡±. La soledad que supone carencia de voz, sentirse manejadas en funci¨®n de los intereses del macho dominante, habitar como de prestado el espacio p¨²blico de las oportunidades y los derechos.
El paso lento de Cleo, sus ojos tristes, sus abrazos amorosos, sus sonrisas dif¨ªciles de descubrir, son una bell¨ªsima lecci¨®n sobre cu¨¢l ha sido la historia interminable de las mujeres. De tantas y tantas mujeres. Las que Cuar¨®n conoci¨® en su infancia y las que todas y todos podemos identificar en nuestras vidas. Las que rescatadas del olvido y convertidas en memoria deber¨ªan ser hoy palanca m¨¢s que luminosa para pensar en un futuro sin siervas. Es decir, con mujeres que puedan elegir su soledad ¡ªcu¨¢nto he pensado en Carmen Alborch al ver esta pel¨ªcula¡ª y que tengan en sus manos las herramientas necesarias para modelar sus proyectos de vida. Unas vidas no construidas para salvar a los dem¨¢s sino para salvarse a s¨ª mismas. La revoluci¨®n del amor que empieza por la de unas leyes, escritas y no escritas, que liberen a todos los seres humanos de la servidumbre consistente en limpiar las mierdas de los perros ajenos. La revoluci¨®n que pide a gritos hombres sin cochazos y sin may¨²sculas. El feminismo que nunca deber¨ªa olvidar que la desigualdad social y econ¨®mica es la madre de todas las batallas.
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