Ser padres (no) envejece
Cabe preguntarse si tener un hijo te hace ser mayor m¨¢s r¨¢pido o en realidad lo que sucede es que tomamos m¨¢s conciencia del tiempo
Hemos cumplido cinco a?os como padres. Cinco. S¨ª, s¨¦ que son pocos, pero nosotros ya hemos entrado en esa fase en la que todo lo vivido hasta el momento se dulcifica ¨Cy se idealiza?¨C estrepitosamente. Nos dimos cuenta un s¨¢bado por la tarde no hace mucho. Est¨¢bamos viendo un v¨ªdeo de nuestra hija mayor grabado tres a?os atr¨¢s. Era su cumplea?os. Ten¨ªa frente a ella el bizcocho que hab¨ªamos preparado juntas la tarde anterior entre harina desparramada, r¨ªos de leche sobre la encimera y huevos que incitan a ser estrujados como apoteosis de un plan perfecto. Miraba con atenci¨®n la vela verde, esa que compramos por la sonrisa y los ojitos pintados y que guardamos en una cajita en lo alto del armario. Un dos. El clic de mechero que precede al soplo. Y adi¨®s al primer a?o. Por aquel entonces nuestra hija acababa de empezar a hablar y enlazaba palabras tiernas y esponjosas con esa lengua de trapo que abre una brecha entre su yo beb¨¦ y su yo ni?a. Fue el ¡°ma, pap¨¢, ma¡± que sali¨® de su boca para que volvi¨¦ramos a cantarle cumplea?os feliz lo que descarg¨® una tromba de tiempo sobre nosotros.
El tiempo parece correr m¨¢s r¨¢pido ahora. Quiz¨¢s siempre ha sido un recurso huidizo, el tiempo, y ¨¦ramos nosotros, los?prepadres, quienes no ¨¦ramos conscientes a¨²n de su velocidad. No al menos hasta el embarazo, ese per¨ªodo nebuloso que convierte al tiempo en un director de orquesta que dirige con su batuta el ritmo del proceso. 12 semanas, 20 semanas, 37 semanas. Luego ese agujero negro que es el posparto ¨C?que debe transcurrir en un universo paralelo en el que no existe el d¨ªa o la noche¨C, seguido de un periodo asombroso de primeras y ¨²ltimas veces. Es entonces cuando el tiempo acelera o desacelera su paso en funci¨®n del acontecer de los d¨ªas.
Cinco a?os dan para mucho. Para renegar de un tiempo muerto que te convierte en la espectadora privilegiada de una sucesi¨®n de d¨ªas id¨¦nticos en los que no hay opci¨®n para la improvisaci¨®n. Un d¨¦j¨¤ vu constante. El D¨ªa de la Marmota en su versi¨®n m¨¢s punk. Pero tambi¨¦n para tomar conciencia de su volatilidad. Lo hacemos sobre todo en los momentos buenos, esos que sabes predispuestos a marcar otro hito en tu mapa mental de recuerdos felices. ¡°Una foto de la felicidad, uno de esos momentos en que se siente, clic, que crean diapositivas en la memoria¡±, escrib¨ªa Marie Darrieussecq en El beb¨¦. Tambi¨¦n en aquellos que abren la etapa que pone fin a la anterior y que te dejan un regusto agridulce. Como el d¨ªa en el que logras dormir ocho horas del tir¨®n despu¨¦s de cinco a?os de incontables despertares. O como cuando ves a tus hijos abrazarse mutuamente en un arrebato de amor improvisado.
Pero que el tiempo pasa se hace cruelmente evidente en las fotos. Nuestros hijos entran en un bucle infinito de curiosidad con ellas. Quieren saberlo todo de nuestro yo previo a la maternidad, de nuestro ¨¢lter ego; supongo que les divierte vernos m¨¢s j¨®venes, menos cansados. Pero lo dif¨ªcil no es responder al tropel de preguntas con el que nos abordan sino digerir lo que las fotos muestran: que ellos han crecido pero que por nuestros rostros han pasado por encima, como un alud, cinco a?os que parecen 10. O 20. Veo en las fotos unas caras casi adolescentes. Hasta la mirada es distinta. ¡°Las fotos en general me producen una enorme perturbaci¨®n. Vivir¨ªamos mejor en un mundo sin ellas. Seguro que hay alg¨²n estudio por ah¨ª que dice que el cien por cien de las muertes se producen por aplastamiento de recuerdos; por la tristeza de la memoria y los sonidos antiguos que vuelven a recordarnos que siempre fuimos m¨¢s felices y estuvimos m¨¢s vivos¡±, escrib¨ªa Manuel Jabois en Manu. Yo no creo que fu¨¦ramos m¨¢s felices ¨Cpuede que s¨ª m¨¢s vivos¨C, pero lo ¨¦ramos de una manera distinta, con la ignorancia de ese transcurrir del tiempo que son los hijos.
Las fotos en realidad son la traici¨®n del espejo. Aunque esto ya lo sab¨ªas. Te diste cuenta el d¨ªa en que te miraste en el del ascensor y viste los ojos de tu madre. Tres l¨ªneas marcadas en el extremo de cada ojo, justo donde la piel se arruga cuando los cierras. Las manchas en tu rostro. Las canas incipientes. A lo mejor es que cuando nos convertimos en padres el tiempo acelera el ritmo de nuestros cuerpos buscando recuperar ese per¨ªodo en pause que precede a semejante revoluci¨®n identitaria. Frenar el ritmo ya no es posible.
Dec¨ªa Rosa Montero en La rid¨ªcula idea de no volver a verte que "la vejez es una edad heroica". Lo es. Y no solo por haber llegado hasta ella sorteando los obst¨¢culos que el tiempo nos pone en el camino, sino por haberlo conseguido sin acabar siendo devorados por esa a?oranza descomunal que nos embarga con cada soplido de nuestros hijos a las velas de sus cumplea?os.
*Diana Oliver es periodista, experta en maternidad, y madre
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.