La canci¨®n de Omar
Al cumplir la mayor¨ªa de edad, un chico marroqu¨ª queda en la calle sin amparo. Est¨¢ esperando plaza en un albergue de acogida
Las sillas est¨¢n colocadas sobre los pupitres; algunas mochilas, colgadas, y hay restos de un d¨ªa m¨¢s en la pizarra. Ahora entran los que estudian despu¨¦s. Los de por la tarde. Son casi tan ni?os como los estudiantes de la ESO del colegio Escolapios de Bilbao, que apuesta por el programa Ojal¨¢ de Itaka Escolapios para ense?ar castellano, euskera o inform¨¢tica a estas personas, a quienes no han nacido aqu¨ª.
En silencio, se quitan la visera y se sientan. Omar, que lleva poco tiempo en el curso de castellano, viste una chilaba azul. Fuera, los term¨®metros marcan cinco grados con un 75% de humedad. Sus tobillos est¨¢n morados bajo esa tela. En seguida se da cuenta de que le estoy mirando y me pregunta: ¡°?Esto no es bien aqu¨ª?¡±
Le digo que no pasa nada por llevar puesto lo que quiera, pero que hace bastante fr¨ªo.
¡ª¡°Si llevo esto ahora, por la noche me pongo toda la ropa y me meto en el saco y, entonces, menos fr¨ªo¡±.
Desde el d¨ªa que dej¨® el centro de menores, Omar ha dormido en la calle, sobre un colch¨®n junto al lugar donde estudia un curso de electricidad gracias a la organizaci¨®n ben¨¦fica Pe?ascal Cooperativa. Ese mismo colch¨®n lo comparte con su amigo Anas, tambi¨¦n de T¨¢nger, como ¨¦l. Se conocieron en Bilbao y les uni¨® el miedo.
Omar lleg¨® a Espa?a en patera a los 17 a?os, en una lanchita artesanal, casi infantil. Uno de sus hermanos, que entonces ten¨ªa 14, ya hab¨ªa llegado unos meses antes. Durante la traves¨ªa, Omar y sus compa?eros volcaron en medio del Estrecho y pensaron que se iban a ahogar. Pero era pasar a Europa y ayudar en casa o la nada. Finalmente, lleg¨® a una playa de Tarifa y durante tres d¨ªas, los integrantes de la expedici¨®n comieron galletas y bebieron zumos en una celda. El adolescente tiene seis hermanos m¨¢s: el mayor de 21 a?os y el peque?o de tres, y un padre que hace m¨¢s de una d¨¦cada que no puede trabajar por problemas f¨ªsicos. Su madre limpia casas para sacar adelante a toda la familia. ¡°Muy duro¡±, explica el chico. ¡°Ahora hay que cuidar de mi hermano Ibrahim¡¡±.
Todo el mundo en clase conoce la historia de Ibrahim, de 19 a?os. Los mejaznis, que son los ojos y orejas del r¨¦gimen marroqu¨ª, llegaron el 21 de abril pasado a desalojar a su manera el mercadillo de vendedores ambulantes del barrio de Beni Makada. Con su semta, un cintur¨®n militar que visten, golpearon de forma brutal a Ibrahim hasta dejarle paralizado. Despu¨¦s fue hallado inconsciente junto a la puerta de un cine. Cuenta que le golpearon y amenazaron con violarle, que le insultaron y vejaron. Despu¨¦s de ocho d¨ªas en el hospital, su familia decidi¨® difundir lo ocurrido en redes.
En los peri¨®dicos y televisiones de T¨¢nger su caso fue conocido, pero despu¨¦s la luz de las c¨¢maras se apag¨®. Omar, Ibrahim y su familia ten¨ªan que seguir adelante, pero con muchas m¨¢s barreras y el hostigamiento constante de la polic¨ªa. Por eso decidieron venir aqu¨ª: el peque?o con la infantil ilusi¨®n de jugar a f¨²tbol, y Omar con el proyecto de convertirse en educador social alg¨²n d¨ªa.
Sin acogida
El hermano peque?o sigue en un centro de menores, mientras que Omar espera a ser aceptado en un albergue, pero todo est¨¢ saturado y asegura que le han dicho que debe esperar tres meses debido a que durante la ¨²ltima ola de fr¨ªo durmi¨® dos noches en un centro de acogida invernal. Dos noches bajo techo le cuestan tres meses en la calle, seg¨²n las explicaciones que ha recibido el muchacho. Es un c¨ªrculo interminable de puertas cerradas, una espiral de colas, tarjetas, n¨²meros, fechas y papeles que nunca son los correctos. Sin casa no hay empadronamiento, sin empadronamiento no hay arraigo, sin arraigo no hay opciones de alojamiento institucional, ni de contrato laboral, ni nada. Protocolos dif¨ªciles que exigen antig¨¹edad a quien solo tiene la calle.
Anas y Omar suelen almorzar en el curso y cenar en un comedor social. Los fines de semana deambulan. Entre semana est¨¢n ocupados con los cursos y las continuas visitas al Servicio Social de Urgencia del Ayuntamiento de Bilbao. Las colas interminables que tantas veces acaban con puertas cerradas y los mensajes que, a veces, les cuesta entender, son su d¨ªa a d¨ªa.
Cuando conoc¨ª a Omar ten¨ªa un dolor en el pecho, pero no se atrev¨ªa a ir a un ambulatorio. Pensaba que no le iban a atender por carecer de tarjeta sanitaria. En Euskadi, contradiciendo al PP de Rajoy, la ley de 2012 dice que las personas en situaci¨®n administrativa irregular deben ser atendidas en todos los casos, pero la realidad que se encuentran en los ambulatorios es variada: personal administrativo sin la informaci¨®n legal correcta o con prejuicios xen¨®fobos que, en no pocas ocasiones, les cierran las puertas a la atenci¨®n sanitaria. Muchas personas migrantes acaban asumiendo como la norma la experiencia de alg¨²n compa?ero al que no se ha querido recibir. Eso, unido a su situaci¨®n irregular y el desconocimiento del idioma, les frena a la hora de acudir a los centros de salud. Dos d¨ªas por semana, la ONG M¨¦dicos del Mundo les ofrece servicios de asesoramiento y acompa?amiento.?
Despu¨¦s de muchas vueltas, Omar logr¨® el empadronamiento y tarjeta sanitaria solicitada, adem¨¢s de pasaporte. Un privilegiado.
Adem¨¢s, desde hace tres semanas y gracias a un colectivo de acogida ciudadana, los dos amigos duermen bajo techo. Cuatro d¨ªas en el piso de un voluntario, otros cuatro en el de otro, cuatro m¨¢s en Karrantza, en casa de una pareja que les llev¨® a pasear por el monte... Al volver a la casa de esta ¡°pareja tan maja¡±, Omar se anim¨® a grabar en el estudio de m¨²sica de su anfitri¨®n una canci¨®n que escribi¨® en Marruecos tras la paliza recibida por su hermano. De aquel miedo y aquella impotencia ha nacido su letra. Es lo que Omar quiere contar sobre su vida, sobre sus razones, sobre los porqu¨¦s de cruzar el mar con sus sue?os como ¨²nico salvavidas.
Hace unos d¨ªas, Omar estaba esperando a Anas para ir a la localidad de Sopuerta, donde unos voluntarios les iban a acoger en su casa durante el fin de semana. Anas nunca lleg¨®. La polic¨ªa municipal de Bilbao le detuvo para identificarle por en¨¦sima vez, pero en esta ocasi¨®n fue diferente. Le insultaron, le humillaron y se sinti¨® maltratado. No lo denunci¨® porque sabe que sin marcas f¨ªsicas no tiene nada que hacer. Ese viernes, Anas recibi¨® la visita de un familiar que vive y trabaja en Madrid hace a?os y el chico le rog¨® que le sacara de aqu¨ª. No aguantaba m¨¢s. ¡°Quiero irme a casa¡±, suplic¨®, y ahora est¨¢ en T¨¢nger. Omar lo sigue intentando y ahora parece que la posibilidad de un albergue est¨¢ cada vez m¨¢s cerca.
*Cuando este texto fue escrito, Omar segu¨ªa esperando. A d¨ªa de hoy, tras las peticiones de una entidad social, con ayuda de educadores y cartas de recomendaci¨®n por su buen comportamiento, Omar tiene plaza en un albergue en Bilbao. Como Omar siempre dice: "poco a poco".
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