Palabra de vicepresidenta: Carmen Calvo y la igualdad de g¨¦nero
Todo lo que tiene que ver con el lugar de las mujeres en la sociedad es sometido a un escrutinio no solo m¨¢s severo sino tambi¨¦n en muchos casos carente de fundamento
Una de las estrategias cl¨¢sicas del patriarcado es cuestionar la palabra y, con ella, la autoridad de las mujeres. Resulta muy f¨¢cil, desde la perspectiva androc¨¦ntrica que controla (o pretende hacerlo) el mundo, echar por tierra el testimonio de ellas, por m¨¢s que tengan a sus espaldas una formaci¨®n, una trayectoria profesional o una inteligencia que las avale. De esta manera, es m¨¢s f¨¢cil que la etiqueta de la verdad caiga del lado de los hombres, tal y como nos demuestra, sin ir m¨¢s lejos, la larga historia de una Justicia en la que el testimonio de las mujeres siempre ha valido menos que el nuestro.
Una de las estrategias cl¨¢sicas del patriarcado es cuestionar la palabra y, con ella, la autoridad de las mujeres
Todav¨ªa hoy, y a ejemplos muy cercanos nos podemos remitir, es menor la credibilidad de las mujeres, a las que en muchos casos hay jueces que parecen considerarlas como responsables de los delitos que sufren. Algo sobre lo que por cierto nos ilustra de manera prodigiosa Margaret Atwood en su m¨¢s que recomendable Alias Grace. Partiendo de estos presupuestos, que siguen dotando de contenido a una cultura masculina de la que nos nutrimos profesores, opinadores y ciudadanos en general, es f¨¢cil detectar todav¨ªa hoy c¨®mo las opiniones o los juicios de las mujeres, por m¨¢s que incluso ostenten cierto poder, son sometidos a un escrutinio m¨¢s severo y, en muchos casos, rebatidos sin la m¨¢s m¨ªnima argumentaci¨®n. Una sola frase contundente puede servir para dejar sin aliento lo que una ciudadana ha querido hacer p¨²blico. Es muy habitual que haya un var¨®n dispuesto a enmendarle la plana, incluso aunque carezca del bagaje profesional o intelectual que le permitir¨ªa situarse a la misma altura. No importa: ser hombre acredita de por s¨ª un estatus de privilegio y de prestigio. En la balanza de los discursos, el suyo tiende a pesar m¨¢s. Y s¨¦ bien de lo que hablo porque soy hombre y, por tanto, formo parte de la mitad privilegiada. Un estatuto, por cierto, que deber¨ªamos empezar a cuestionarnos si de verdad creemos en la igualdad.
Hace apenas una semana se cuestion¨® a Carmen Calvo, la vicepresidenta del Gobierno, cuando dijo que la Constituci¨®n espa?ola no reconoce la igualdad entre hombres y mujeres. Es evidente que el hecho de que dicha sentencia fuera pronunciada por una mujer que, antes que pol¨ªtica, ha sido y es profesora de Derecho Constitucional, no a?ade nada al cuestionamiento de la verdad. Pero en diversos foros pareci¨® claro que Carmen Calvo hab¨ªa mentido al comentar ante un auditorio m¨¢s amplio lo que lleva a?os explicando en la Facultad de Derecho de C¨®rdoba.
No estar¨ªa mal repasar, por ejemplo, algunos de los trabajos que desde hace d¨¦cadas han hecho las profesoras que integran la Red Feminista de Derecho Constitucional para constatar c¨®mo justamente uno de los d¨¦ficits de la Constituci¨®n de 1978 es la ausencia de las mujeres en cuanto ciudadanas y s¨ª, el no reconocimiento de la igualdad de mujeres y hombres. La Constituci¨®n espa?ola lo ¨²nico que hace es incorporar el principio de igualdad formal y de no discriminaci¨®n (en el art¨ªculo 14), as¨ª como la igualdad material en el 9.2, pero no contiene de manera expresa un principio que, a mi parecer, deber¨ªa ser estructural en una democracia: el de la igualdad plena de las dos mitades que componen la ciudadan¨ªa. O, lo que es lo mismo, el principio de paridad como fundamento no solo de la parte org¨¢nica o institucional de la Constituci¨®n, sino tambi¨¦n de todo el cat¨¢logo de derechos fundamentales.
Es muy habitual que haya un var¨®n dispuesto a enmendar la plana a una mujer
A diferencia de lo ocurrido en otros pa¨ªses de nuestro entorno, en los que sus textos constitucionales han sufrido reformas en las ¨²ltimas d¨¦cadas con el objetivo de incorporar justamente ese principio, el nuestro contin¨²a lastrado por una mirada androc¨¦ntrica, tanto en el lenguaje como en el fondo. Recordemos que las mujeres solo est¨¢n en la Constituci¨®n como esposas (art. 32) y como madres (art. 39), adem¨¢s de como sujetos expresamente discriminados en el acceso a la Jefatura del Estado. De hecho, hasta el a?o 2007 nuestro ordenamiento careci¨® de una ley en la que expresamente se reconociera que ¡°las mujeres y los hombres son iguales en dignidad humana, e iguales en derechos y deberes¡± (art. 1 LO 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres). Un principio que, como bien nos record¨® Carmen Calvo, no est¨¢ en la Constituci¨®n y que va m¨¢s all¨¢ de la tutela antidiscriminatoria, que s¨ª que por supuesto est¨¢ en el texto de 1978, y que tiene que ver con el estatuto de ciudadan¨ªa.
Recordemos, en este sentido, c¨®mo el Tribunal Constitucional tuvo que resolver en 2008 el recurso planteado por el PP contra la obligaci¨®n de que las listas electorales tuvieran una representaci¨®n equilibrada de ambos sexos. Un recurso al que el TC tuvo que responder haciendo malabarismos interpretativos con los art¨ªculos 14 y 9.2, a falta de un art¨ªculo constitucional en el que de manera rotunda se afirmara la igualdad de g¨¦nero y, con ella, la de acceso a los cargos p¨²blicos representativos.
De ah¨ª que la necesaria reforma constitucional sobre la que llevamos hablando tantos a?os las y los constitucionalistas deber¨ªa tener como uno de sus objetivos prioritarios la incorporaci¨®n principal y transversal de la perspectiva de g¨¦nero, as¨ª como la proclamaci¨®n de la paridad como uno de los principios estructurales del Estado social y democr¨¢tico de Derecho. As¨ª se analiza con todo lujo de detalles en el reciente volumen colectivo que, coordinado por la catedr¨¢tica Yolanda G¨®mez, se ha publicado con el t¨ªtulo de Estudios sobre la reforma de la Constituci¨®n espa?ola de 1978 en su cuarenta aniversario.
Por lo tanto, no ser¨¦ yo quien cuestione las posibles chapuzas que este gobierno se ha visto obligado a realizar en una coyuntura parlamentaria ciertamente endiablada, como tampoco me atrever¨ªa a justificar del todo los desv¨ªos procedimentales que se han tratado de compensar en funci¨®n de los fines perseguidos, pero s¨ª que me irrita especialmente que todo lo que tiene que ver con el lugar de las mujeres en la sociedad sea sometido a un escrutinio no solo m¨¢s severo sino tambi¨¦n en muchos casos carente de fundamento. Sobre todo porque, como ocurre en el art¨ªculo comentado, una simple frase podr¨ªa dar lugar a desmontar lo que constituye buena parte del aliento ¨¦tico de un gobierno que ha hecho de la igualdad de g¨¦nero uno de sus ejes principales. Adem¨¢s de, por supuesto, desprestigiar a una mujer que ocupa un cargo p¨²blico y a la que resulta muy f¨¢cil acusarla de mentir.
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