Los lenguajes identitarios
Algunos grupos utilizan determinadas palabras no tanto por su significado como por su simbolismo
El Diccionario de la Lengua Espa?ola no acoge el adjetivo ¡°identitario¡±, que sin embargo est¨¢ bien formado y responde a los criterios del genio del idioma. El radar acad¨¦mico no capt¨® con la suficiente intensidad este vocablo, que se usa en antropolog¨ªa, etnolog¨ªa y otras ciencias sociales. Lo escribiremos aqu¨ª como adjetivo para acompa?ar al sustantivo ¡°lenguaje¡± y referirnos as¨ª a un tipo de l¨¦xico que se constituye en s¨ªmbolo de una ideolog¨ªa o de un grupo, cuyos miembros lo adoptan a veces con una doble intenci¨®n: por un lado, identificarse p¨²blicamente y entre s¨ª mediante esas palabras; y, por otro, propiciar que su colectividad rechace a quienes no se doblegan a su uso.
En los lenguajes identitarios tal como los entendemos en este texto, determinadas palabras adquieren el papel de s¨ªmbolos, funcionan como insignias que el hablante se pone en su solapa con la idea de mostrar que son ¡°la verdad¡±. Porque, como escribi¨® el profesor Wenceslao Casta?ares en su Historia del pensamiento semi¨®tico (2014. Vol. 1), ¡°el s¨ªmbolo tiene un claro sentido identitario, al tiempo que normativo: en ¨¦l se recoge de forma sint¨¦tica la doctrina verdadera¡±. El s¨ªmbolo es as¨ª la bandera a la que debe engancharse una colectividad para sentirse como tal.
La ropa, los adornos, los himnos, los escudos¡ forman lenguajes identitarios cuando se usan para significarse como miembros de un grupo. Y, por supuesto, tambi¨¦n la palabra. Bastan apenas una decena de ellas, pero repetidas con intensidad, para constituir un l¨¦xico identitario.
El ensayista franc¨¦s Jean Pierre Faye analiz¨® este fen¨®meno en su monumental obra Los lenguajes totalitarios (Taurus, 1974, 980 p¨¢ginas), y observ¨® c¨®mo determinados grupos proh¨ªben a los otros el uso de ciertos vocablos mientras imponen los suyos.
A veces esos procesos no se mantienen siempre, y el l¨¦xico identitario pasa de prestigioso a proscrito, como sucedi¨® por ejemplo con la propia palabra ¡°totalitario¡±, nacida entre los fascistas italianos que propugnaban la ¡°transformaci¨®n total¡± de la vida p¨²blica. O con el vocablo ¡°fascismo¡±, inventado por Mussolini a partir de la palabra ¡°fascio¡±, un t¨¦rmino que en la Italia del XIX formaba parte del lenguaje de la izquierda.
Los nazis identificaron con el neologismo volkischer al aut¨¦ntico nacional del pueblo, id¨¦ntico consigo mismo (Faye, 304), que se opone al diferente. Y de ah¨ª saldr¨¢ el volksgenosse, el camarada del pueblo: de nuestro pueblo. T¨¦rminos inventados que m¨¢s tarde se traducir¨ªan a otras lenguas (y ya fuera del control nazi) con el equivalente ¡°racista¡±.
Por su parte, Victor Klemperer (el maestro jud¨ªo que retrat¨® las palabras del nazismo que sufr¨ªa) recuerda en su obra La lengua del Tercer Reich (edici¨®n de 2001, p¨¢gina 70) el af¨¢n de los seguidores de Hitler por bautizar, por introducir expresiones nuevas; y describe ¡°sus burdas frases muchas veces construidas de forma lesiva para la lengua alemana¡±.
As¨ª, seg¨²n relata Klemperer, la palabra ¡°fan¨¢tico¡± (que se usaba hasta entonces con sentido cr¨ªtico) se convirti¨® en positiva para los nazis. Los dem¨¢s prefer¨ªan decir ¡°apasionado¡± cuando se elogiaba el entusiasmo de alguien, pero eso precisamente los pod¨ªa marcar como ajenos a la identidad adecuada.
El peligro consiste en que ese l¨¦xico propio se use para rechazar a quienes no lo siguen
Aquel lenguaje identitario implicaba incluir a la vez que excluir, y por eso el hertz (hercio), la unidad de medida de la frecuencia de sonido, no pod¨ªa denominarse en Alemania con ese nombre jud¨ªo (el de Heinrich Rudolf Hertz, su descubridor). Y tambi¨¦n eran contrarios a la identidad correcta los nombres propios extra¨ªdos del Antiguo Testamento, por lo que constitu¨ªa una temeridad bautizar a una beb¨¦ como Sara.
Entre nosotros, el franquismo se apropi¨® por su parte de palabras como ¡°patria¡±, ¡°paz¡±, ¡°caudillo¡±¡ incluso se adue?¨® del nombre de Espa?a.
El lenguaje de ETA tambi¨¦n tendi¨® a construir una identidad, con un amplio l¨¦xico que no conven¨ªa incumplir en seg¨²n qu¨¦ ¨¢mbitos, so pena de correr riesgo f¨ªsico. No exist¨ªan en ese lenguaje ni asesinatos ni atentados de ETA, sino ¡°acciones¡±; ni terroristas, sino ¡°gudaris¡± o ¡°activistas¡±.
Aunque los totalitarios fueran maestros en el arte de la manipulaci¨®n ling¨¹¨ªstica, el l¨¦xico identitario se ha convertido en herramienta de muy distintas fuerzas sociales, a menudo muy alejadas del fascismo; y a veces involucradas en luchas justas y democr¨¢ticas, incluso de car¨¢cter transversal a ideolog¨ªas y bandos.
La izquierda espa?ola tard¨® en pronunciar durante la Transici¨®n la palabra ¡°Espa?a¡±, a la que sustitu¨ªa con frecuencia por el t¨¦rmino ¡°el Estado¡± o por la locuci¨®n ¡°el Estado espa?ol¡±. En la Transici¨®n, el t¨¦rmino ¡°dictadura¡± corr¨ªa de boca en boca entre los progresistas, mientras que la derecha prefer¨ªa hablar de ¡°el r¨¦gimen anterior¡±. Cada parte adoptaba su propio vocabulario simb¨®lico.
Los partidos nacionalistas que existen en Espa?a han producido una gran cantidad de l¨¦xico identitario. Un ciudadano vasco que dice ¡°Iparralde¡± o ¡°Euskadi Norte¡± se identifica de una manera muy distinta a la del vecino de su misma calle que pronuncie ¡°el Pa¨ªs Vasco franc¨¦s¡±. Asimismo, se da una diferencia identitaria entre quienes se refieren a la lengua vasca como ¡°euskera¡± y quienes hablen del ¡°vascuence¡±. (Este t¨¦rmino castellano procede del lat¨ªn vasconice; es decir, que etimol¨®gicamente ¡°hablar vascuence¡± es hablar ¡°a la manera vasca¡± o ¡°vascamente¡±; sin que nunca tuviera sentido despectivo; pese a lo cual se ha presentado como peyorativo desde una perspectiva identitaria).
Los lenguajes identitarios conquistan espacios, y es dif¨ªcil criticarlos si forman parte de una lucha justa
De su parte, el l¨¦xico identitario nacionalista catal¨¢n se refleja ahora por ejemplo en quien hable de ¡°presos pol¨ªticos¡± en lugar de ¡°pol¨ªticos presos¡±; o se refiera a Puigdemont como ¡°exiliado¡± en vez de ¡°fugitivo¡±.
La aparici¨®n de Podemos ha tendido asimismo a crear un lenguaje identitario de sus inscritos, c¨ªrculos y confluencias. As¨ª, por ejemplo, en el l¨¦xico de sus dirigentes adquiere preponderancia la expresi¨®n ¡°el jefe del Estado¡± frente a la m¨¢s com¨²n forma ¡°el Rey¡±. (Los dirigentes de Podemos no suelen nombrar de una manera neutral nada de lo que discrepan). Y vemos sus referencias al ¡°bloque mon¨¢rquico¡± para englobar a los partidos constitucionalistas (reduciendo as¨ª la Constituci¨®n a un solo asunto: la Monarqu¨ªa). Otros rasgos de su lenguaje identitario han sido expresiones como ¡°el r¨¦gimen del 78¡±, ¡°la casta¡±, o ¡°la vieja pol¨ªtica¡±.
Tambi¨¦n hemos conocido estos lenguajes simb¨®licos en grupos cuyos miembros se identifican entre s¨ª al margen de la pol¨ªtica, como pandillas de j¨®venes, presidiarios, juristas, expertos en mercadeo o inform¨¢ticos¡ Sobre todo entre inform¨¢ticos.
En los ¨²ltimos a?os (y solap¨¢ndose con algunos de los casos rese?ados aqu¨ª) asistimos a una nueva incorporaci¨®n a estos lenguajes identitarios: la del movimiento feminista. As¨ª, las duplicaciones de g¨¦nero habituales en los sustantivos ("todos y todas", ¡°ciudadanos y ciudadanas¡±, etc¨¦tera; aunque no tanto con ¡°los ricos y las ricas¡±, "los poderosos y las poderosas" o ¡°los corruptos y las corruptas¡±) definen, o no, a quien comparte las reivindicaciones por la igualdad de la mujer. La persona que emplee un lenguaje duplicador ser¨¢ tomada como feminista; y de ese modo se puede levantar cierta desconfianza hacia quien no lo haga.
Se da una diferencia identitaria entre quienes dicen ¡°euskera¡± y quienes utilizan ¡°vascuence¡±
Otros t¨¦rminos que empiezan a constituir un lenguaje identitario feminista mediante su uso conjunto y reiterado son ¡°patriarcado¡±, ¡°heteropatriarcado¡±, ¡°androcentrismo¡±, ¡°sororidad¡±, ¡°empoderamiento¡± o ¡°g¨¦nero¡± (¡°violencia de g¨¦nero¡±, por ejemplo); expresi¨®n eufem¨ªstica ¨¦sta, por cierto, en la cual, si se invocaran los mismos criterios que conducen a las duplicaciones, se deber¨ªa criticar la ¡°invisibilidad¡± del sexo al que pertenece quien comete esa violencia.
Varios de esos vocablos son necesarios, sin embargo, para acompa?ar y extender las reivindicaciones feministas y nombrar lo que se denuncia, pero eso no impide que contribuyan a conformar t¨¦cnicamente un l¨¦xico identitario.
Quiz¨¢s la palabra m¨¢s definitoria de este nuevo lenguaje identitario sea ¡°jueza¡±. Y nos detenemos en ella porque su evoluci¨®n se est¨¢ produciendo ante nuestros ojos contempor¨¢neos y nos sirve para radiografiar de primera mano estos procesos.
En espa?ol, el g¨¦nero de los sustantivos lo marcan el art¨ªculo o los adjetivos con los que concuerdan, no necesariamente su morfolog¨ªa. As¨ª, decimos ¡°la modelo¡±, ¡°la canguro¡±, ¡°la contralto¡±, ¡°la sobrecargo¡±, ¡°la soprano¡±, ¡°la mano¡± (femeninos terminados en o)¡, y ¡°el pediatra¡±, ¡°el esp¨ªa¡±, ¡°el fisioterapeuta¡±, ¡°el internauta¡±, ¡°el d¨ªa¡± (masculinos terminados en a); y ¡°el jeque¡±, ¡°la esfinge¡± (ejemplos terminados en e, pero uno masculino y el otro femenino).
Son los art¨ªculos, los adjetivos o los pronombres los que tambi¨¦n definen el sexo de ¡°juez¡± y de las personas representadas en el llamado ¡°g¨¦nero com¨²n¡± (el que comprende palabras v¨¢lidas tanto para el masculino como para el femenino). Es decir, en esos casos el sexo se manifiesta mediante las concordancias, no por su flexi¨®n morfol¨®gica de masculino y femenino: joven, hu¨¦sped, m¨¢rtir, criminal, amante, corresponsal, comensal, c¨®nyuge, profesional, agente, alf¨¦rez, ujier, confidente, int¨¦rprete, cantante, paciente, c¨®mplice, reh¨¦n¡
Pero ninguno de estos sustantivos ha experimentado la presi¨®n que se ha ejercido sobre ¡°juez¡± para a?adirle una a a su base, si bien se han dado casos similares, quiz¨¢ de menor intensidad, con ¡°concejala¡±, ¡°edila¡± y ¡°fiscala¡± (pero no con ¡°criminala¡±, ¡°comensala¡± o ¡°corresponsala¡±, por ejemplo).
El franquismo se apropi¨® de t¨¦rminos como ¡°patria¡±, ¡°paz¡±, ¡°caudillo¡± e incluso ¡°Espa?a¡±
La variante de ¡°juez¡± terminada en a entra en el Diccionario Manual acad¨¦mico en 1989 (referida solamente al cargo de juez y no a ¡°la mujer del juez¡±), mucho antes, sorprendentemente, de que su uso estuviera extendido; y en 1992 lo hace en el Diccionario Usual (pero en esta ocasi¨®n para compartir el significado con ¡°la mujer del juez¡±). Se produjo as¨ª un extra?o caso de anticipaci¨®n acad¨¦mica del que se extra?ar¨ªa en 1996 el entonces director de la docta casa, Fernando L¨¢zaro Carreter, seg¨²n le comentaba a Joaqu¨ªn Vidal en una entrevista para ELPA?S: ¡°Se introdujo antes de que yo fuera director y no tengo la menor idea de qui¨¦n la trajo. (¡) ¡®Jueza¡¯ es realmente espantoso y estamos intentando llegar a un acuerdo para eliminarla del diccionario¡±.
Desde que en 1978 toma posesi¨®n la primera juez espa?ola (Josefina Trigueros, en Navalmoral de la Mata) y hasta los a?os noventa, la opci¨®n ¡°la jueza¡± apenas se activ¨® en Espa?a, quiz¨¢s debido a que no a?ad¨ªa ninguna informaci¨®n frente a ¡°la juez¡±. Porque el mismo significado tienen ¡°la juez¡± y ¡°la jueza¡± y ¡°las jueces¡± y ¡°las juezas¡±; y ¡°los jueces y las jueces¡± frente a ¡°los jueces y las juezas¡±. La visibilidad de la mujer juez es id¨¦ntica en las tres comparaciones. Y el margen de hipot¨¦tica ambig¨¹edad en estos casos no difiere del que se produce con otros vocablos similares (¡°oficiales de polic¨ªa¡±, ¡°pacientes del hospital¡±, ¡°j¨®venes entusiastas¡±), resuelto casi siempre por el contexto.
El corpus acad¨¦mico de textos publicados entre el origen de la lengua y el a?o 1975 (el llamado CORDE, con m¨¢s de 250 millones de registros de todo el ¨¢mbito hispano) ofrece un solo caso de ¡°la jueza¡±, y referido a la esposa de un juez (en un texto de Emilia Pardo Baz¨¢n), por ninguno para ¡°la juez¡± como relativo a esa profesi¨®n. Obviamente, las jueces brillaban entonces por su ausencia. El corpus que comprende el periodo 1975-2004 (el CREA, con 160 millones de palabras) muestra ya 591 casos de ¡°la jueza¡± frente a 873 de ¡°la juez¡±. Y finalmente, el corpus del siglo XXI (o CORPES, con unos 230 millones), invierte el resultado: 1.552 registros de ¡°la jueza¡± (opci¨®n que sale ganadora) por 1.204 de ¡°la juez¡±. (La mayor¨ªa de los casos de ¡°la jueza¡± procede de peri¨®dicos de Argentina y Chile; con un centenar de registros en Espa?a, donde el uso de este t¨¦rmino no es amplio hasta la segunda mitad de los noventa).
?Y por qu¨¦ se ha ido extendiendo entre nosotros la opci¨®n ¡°jueza¡± como hemos visto? Pues porque s¨ª que a?ade algo frente a ¡°la juez¡±: a?ade identidad. Y su expansi¨®n general en los medios informativos espa?oles coincide con la eclosi¨®n de la justa lucha feminista, todav¨ªa inacabada.
Pero tal presi¨®n no se ha dado por razones gramaticales o de significado, sino por motivos extraling¨¹¨ªsticos. ¡°Jueza¡± no funciona como una palabra sino como un s¨ªmbolo.
Alg¨²n d¨ªa, cuando ¡°jueza¡± sea la opci¨®n que domine en el uso de los hispanohablantes (la tendencia as¨ª lo indica), dejar¨¢ por ello mismo de representar un papel identitario: una insignia carece de valor peculiar cuando la lleva todo el mundo.
Si la igualdad deseable entre hombres y mujeres no se hubiera alcanzado a¨²n cuando ¡°jueza¡± se convierta en ¨²nica opci¨®n de uso, la presi¨®n pasar¨¢ quiz¨¢s a otros vocablos del ¡°g¨¦nero com¨²n¡±, para los cuales se buscar¨¢ su femenino espec¨ªfico y reivindicativo. Este efecto domin¨® (Dwigth Bolinger, 1980) se detendr¨¢ previsiblemente, sin embargo, si el feminismo gana antes la batalla por la igualdad real. Cuando esa victoria se d¨¦, el lenguaje dejar¨¢ de ser un objetivo; porque los nuevos contextos, y con ellos las mujeres, se habr¨¢n apoderado de significantes que antes eran discriminatorios (como ya pas¨® con ¡°patrimonio¡± o ¡°patria potestad¡±, por ejemplo).
Los lenguajes identitarios sirven para agrupar a los miembros dispersos que defienden una causa, para resaltar su uni¨®n; para avanzar en la conquista de espacios. Y se hace muy dif¨ªcil criticar esa lucha justa por quien comparte sus principios.
Por tanto, nos limitaremos aqu¨ª a se?alar los riesgos de los cuales se nos alerta desde las ciencias sociales: Que los postulados de la adhesi¨®n identitaria reclamen la exclusi¨®n de quienes no la compartan (como indicaba el editorial de Gazeta de Antropolog¨ªa de marzo de 2008). Y que esos t¨¦rminos, seg¨²n nos previno Roland Barthes, funcionen como un sociolecto que ¡°da seguridad a todos los individuos que est¨¢n dentro¡± mientras ¡°rechaza y ofende a los que est¨¢n fuera¡±, creando un discurso ¡°en el que no hay lugar para el otro. De ah¨ª la sensaci¨®n de asfixia, de enviscamiento [irritaci¨®n], que puede provocar en los que no participan de ¨¦l¡±. Porque el car¨¢cter intimidante de un sociolecto no act¨²a solo hacia los que est¨¢n excluidos, tambi¨¦n es limitador para quienes lo comparten (Roland Barthes, El susurro del lenguaje, 2009: 153-156).
As¨ª pues, el riesgo en el empe?o de construir una corriente identitaria puede anular la pluralidad interna en la sociedad que comparte de hecho tal identidad, y expulsar de ese modo a quienes incluso aspiraban a sentirse parte en esa lucha.
Esto guarda su l¨®gica interna en las corrientes totalitarias, pero no debe suceder en aquellas que nacen de postulados democr¨¢ticos, en las cuales se puede admitir y considerar iguales a quienes defienden la misma causa con distintas palabras. Para ello, eso s¨ª, hace falta que el lenguaje identitario, cualquiera que sea su objetivo, funcione como una leg¨ªtima elecci¨®n de cada persona y no se convierta nunca en una imposici¨®n social que se cobra como precio la exclusi¨®n de los otros.
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