Tachar y tachar
Ser¨ªa estupendo que el af¨¢n de viajar obedeciera al deseo de ver y conocer. Pero las marabuntas observan a trav¨¦s de sus m¨®viles, fotograf¨ªan y ya est¨¢.
HACE TIEMPO que las autoridades (con los alcaldes a la cabeza) decidieron que las ciudades ya no eran para sus habitantes, y la cosa va a m¨¢s y m¨¢s, a toda velocidad. Las han convertido en negocio, en decorado, en discoteca, en parque tem¨¢tico, en estadio para actividades ¡°l¨²dicas¡± de una exigua e insaciable parte de la poblaci¨®n, en terreno alquilable al codicioso sector hostelero, que invade las aceras sin freno y priva de espacio a los ciudadanos. Echan tambi¨¦n de sus casas a los inquilinos, permitiendo la plaga de los pisos tur¨ªsticos. Demasiados caseros poco previsores prefieren una barah¨²nda de cambiantes grupos et¨ªlicos y sin sentido de la conservaci¨®n, antes que residentes fijos y cumplidores que cuidan los pisos como si fueran propios porque es en ellos donde viven. Digo ¡°poco previsores¡± porque no creo que esta eclosi¨®n de hordas vaya a durar eternamente. Eso s¨ª, si me equivoco, nuestras ciudades ser¨¢n arrasadas y destruidas.
No me explico el fen¨®meno, por lo dem¨¢s. Madrid (que no es Venecia ni Florencia, Roma ni Praga ni Par¨ªs, Barcelona ni hoy Lisboa) est¨¢ lleno de masas en todas las ¨¦pocas del a?o. Veo por el centro incontables grupos de veinte, cuarenta u ochenta turistas en enero, febrero, octubre o noviembre, no digamos en los meses de vacaciones tradicionales. Son alemanes, italianos, franceses, japoneses, chinos, rusos, americanos de toda edad (no s¨®lo jubilados ni s¨®lo estudiantes). Me pregunto si no trabajan, c¨®mo es que tantos disponen de tantos d¨ªas libres en cualquier estaci¨®n. Porque hay que suponer, adem¨¢s, que si el desfile es constante por Madrid, m¨¢s lo ser¨¢ por las capitales mencionadas. Y si uno va a otras menos famosas, se encuentra el mismo panorama, no hay rinc¨®n libre y a salvo. Tambi¨¦n se pregunta uno c¨®mo es que, si las clases medias est¨¢n empobrecidas (seg¨²n todos los informes econ¨®micos), se desplazan ¨¦stas sin parar. Los vuelos no cuestan nada, ya s¨¦, pero hay que sumarles las comidas y cenas y cervezas y tapas (las terrazas y los bares est¨¢n a reventar), el alojamiento, el transporte y la compra de horrorosos souvenirs, cuyas tiendas proliferan en detrimento de los comercios ¨²tiles, esenciales para los habitantes. ?De d¨®nde salen el tiempo y el dinero? Y, sobre todo, ?de d¨®nde proviene este enloquecido af¨¢n por moverse de aqu¨ª para all¨¢?
Ser¨ªa estupendo que obedeciera al deseo de la gente de ver, conocer y ¡°adquirir cultura¡±, por mal que suene esta expresi¨®n. Pero llevo mucho observando a estas termitas y no parece que sea el caso. Casi ninguna mira nada directamente y con sus limpios ojos, sino que lo observan todo unos segundos (exagerado, el verbo ¡°observar¡±) a trav¨¦s de sus m¨®viles, lo fotograf¨ªan y ya est¨¢. En su momento coment¨¦ las penosas im¨¢genes de huestes ciegas ante La Gioconda, haci¨¦ndole fotos y sin dignarse admirar el cuadro. Otro tanto sucede con Las Meninas y cualquier pintura medio c¨¦lebre. Uno dir¨ªa que lo ¨²nico que desean estas marabuntas es tachar. Tachar de unas extra?as listas que se las ha persuadido de confeccionar: ¡°Madrid, ya he estado; Par¨ªs, visto; Bali, me he ba?ado; Praga, fotografiado el puente y colgado en mi cuenta de Instagram; Venecia, pateada un rato y ensuciada por mis desperdicios¡¡± Todas estas tachadas, ?qu¨¦ nos queda por hollar? La man¨ªa de presumir ante los conocidos colgando fotos en las cretinoides redes, ¡°Mirad d¨®nde estoy¡±, es una de las m¨¢s absurdas que ha conocido el mundo, porque ah¨ª donde est¨¢ cada cual, ha estado o va a estar ma?ana media humanidad. Nada tiene ning¨²n m¨¦rito, nada puede ya dar envidia, nada es raro ni ins¨®lito, todo es trillado. Viajar ha perdido su aura, es lo m¨¢s vulgar que hoy se puede hacer. Y nada se libra. Los diarios, en sus versiones digitales, est¨¢n plagados de imbecilidades del tipo: ¡°Los diez pueblos de Espa?a que no se debe usted perder¡±. Los diez restaurantes o tascas, los diez libros, las diez iglesias, las diez cervezas, las diez playas, los diez puentes, las diez cascadas, y as¨ª hasta el infinito. Hay unas greyes (bovinas) que apuntan religiosamente todas estas arbitrariedades, y que luego las van tachando como posesos. ¡°Bueno, ya hemos pisado Bu?uelos de la Churrer¨ªa, vamos al siguiente pueblo, que es Homil¨ªa de las Tortillas y est¨¢ s¨®lo a 200 km; nos faltar¨¢n nada m¨¢s Batracios, Gorrinera y Retortijones, que al parecer son de f¨¢bula¡±. Bu?uelos se ha convertido en un lugar imposible, como Batracios y Lupanar, lo mismo que la Playa de los Eunucos y la de Gozmendialarrainzar y la de L¡¯Esgarrifat. La gente se agolpa al borde de precipicios ¡°que no se puede usted perder¡±, se hace selfies a codazo limpio y alg¨²n turista se despe?a en el intento. Debo de ser muy mala persona, porque cuando esto ocurre me cuesta que me d¨¦ l¨¢stima. Qu¨¦ quieren, lo ¨²ltimo que deseo es la destrucci¨®n de las ciudades y los pueblos y los paisajes, de las playas y los monumentos y los parques y los cuadros. Si por lo menos fuera para contemplarlos y disfrutar de ellos¡ Pero no, eso es lo que pocos hacen, f¨ªjense bien. La mayor¨ªa tan s¨®lo tacha mentalmente: una cosa menos en mi interminable lista de ¡°obligaciones¡±. Y otra y otra y otra; y otra m¨¢s.?
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