Erdogan: las grietas del l¨ªder supremo
El presidente de Turqu¨ªa es exponente del nuevo autoritarismo populista. Su tir¨®n se apoya en el mito del l¨ªder de los de abajo perseguido por los de arriba. La democracia, para ¨¦l, es un instrumento para mantenerse en el poder
"Sult¨¢n, dictador islamista, enemigo de Occidente¡". La lista de atributos dedicados a Recep Tayyip Erdogan en cualquier foro de debates espa?ol es larga y poco halag¨¹e?a. Incluso durante la d¨¦cada pasada, cuando Turqu¨ªa avanzaba hacia la integraci¨®n en la UE, la figura del entonces primer ministro y ahora presidente turco suscitaba poca simpat¨ªa. Y los recientes enfrentamientos con diversos Gobiernos europeos solo ha contribuido a tornar su imagen en la de un potentado de tintes medievales.
Pero Erdogan no es un sult¨¢n ex¨®tico. Es la personificaci¨®n de lo que los alemanes llaman el zeitgeist, el esp¨ªritu de los tiempos. Se le puede encontrar semejanza con la figura del h¨²ngaro Viktor Orb¨¢n o la del polaco Jaroslaw Kaczynski, como apunt¨® recientemente la premio Nobel Herta M¨¹ller: l¨ªderes que surgieron en la democracia, supieron llegar a la c¨²spide gracias a los votos de tendencia rupturista y se alimentan ahora del calor de un movimiento de masas que ellos mismos crearon.
Erdogan fue un islamista exaltado en su juventud, all¨¢ en los setenta y ochenta, dentro de una corriente mundial inspirada en la revoluci¨®n iran¨ª y en la lucha contra la invasi¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n, y que entonces ve¨ªa a Occidente como un enemigo cultural. Mut¨® en islamista posmoderno en los noventa, al entender que los ideales europeos de libertad de expresi¨®n y democracia eran un aliado en el esfuerzo por romper las estructuras de poder anquilosadas de su pa¨ªs. Erdogan y el partido que fund¨®, el AKP, llevaban la bandera de la democracia liberal en la d¨¦cada de los dos mil¡ para acabar cabalgando la nueva ola de la derecha populista, que ya ha adquirido carta de naturaleza en media Europa.
Cada papel que Erdogan ha representado en su carrera pol¨ªtica lo ha interpretado de manera tan convincente que ¨¦l y los suyos han terminado por cre¨¦rselos. Pero ser¨ªa miope no reconocer que tras esta capacidad de correr con los tiempos hay algo m¨¢s grande que el deseo de mantenerse en la c¨²spide. El poder ejerce una atracci¨®n fatal en Erdogan, por supuesto, pero es tambi¨¦n una herramienta para hacer realidad su visi¨®n de Turqu¨ªa como naci¨®n y del islam como ideolog¨ªa mundial. ¡°La democracia es un tranv¨ªa: cuando llegas a tu parada, te bajas¡±, se cuenta que dijo el hoy presidente turco en 1996. El poder, la democracia, son instrumentos al servicio de una causa.
Esta causa (dava) consiste en hacer Turqu¨ªa grande de nuevo como cabeza y gu¨ªa de un inmenso orbe isl¨¢mico. En cierto sentido, Erdogan quiere recuperar el concepto del Imperio Otomano, pero no, como creen algunos, para otorgarse el t¨ªtulo extempor¨¢neo de sult¨¢n ni para modificar fronteras, sino para revivir su esp¨ªritu en una forma acorde al siglo XXI: con Turqu¨ªa como potencia geopol¨ªtica de primer orden, admirada y seguida en sus pasos por todas las naciones de mayor¨ªa musulmana. Una especie de versi¨®n propia de la doctrina Monroe que vendr¨ªa a proclamar desde Ankara: ¡°El mundo isl¨¢mico para los musulmanes¡±, con esa ciudad o Estambul como centro de ese poder.
Fue islamista exaltado en su juventud y mut¨® en islamista posmoderno en los noventa
En este ascenso hacia el puesto de gu¨ªa supremo de la sexta parte de la poblaci¨®n mundial, Erdogan ha mostrado una enorme capacidad de conectar con las masas populares. Criado en un barrio humilde, supo hacer ver a los sectores menos favorecidos del pa¨ªs que era uno de los suyos, v¨ªctima de las injusticias de ¡°los de arriba¡±, acosado y perseguido por su deseo de servir al pueblo. El m¨¢s claro ejemplo ocurri¨® cuando la justicia turca lo despoj¨® en 1998 de su cargo de alcalde de Estambul y lo conden¨® a 10 meses de c¨¢rcel por haber le¨ªdo un poema nacionalista con referencias religiosas. Fue precisamente esa sobrerreacci¨®n del establishment lo que convirti¨® el movimiento minoritario en el que militaba Erdogan en un movimiento de masas, igual que lo fue el ignorar las demandas de las clases populares (har¨ªan bien en tomar nota los mandatarios europeos, porque si Erdogan fue la respuesta al desgobierno, la corrupci¨®n y la crisis de los noventa en Turqu¨ªa; el Brexit, Trump y otros ejemplos de la nueva derecha populista son hijos de ignorar a los agraviados durante la crisis y las anteriores d¨¦cadas de liberalizaci¨®n sin frenos).
Espoleado por un deseo de revancha personal ante estas ¨¦lites econ¨®micas y culturales que no le aceptaron ni siquiera cuando lleg¨® avalado por los votos de millones, Erdogan ha sabido utilizar esta emoci¨®n y convertirla en sentimiento de una masa de votantes que se reconoce en su figura. Votantes que lo jalean y sienten como victoria propia cuando los due?os de imperios empresariales que antes lo desde?aban se pliegan humildemente a sus deseos. ¡°Ahora vienen mansos como ovejitas¡±, ha dicho de sus antiguos adversarios. La imagen del hombre pisoteado y humillado capaz de levantarse e imponerse, con mano dura, ante sus enemigos encarna un ideal para sus seguidores.
Casi dos d¨¦cadas despu¨¦s de llegar al poder, y pese a centralizar en sus manos buena parte de los resortes de la maquinaria del Estado, Erdogan sigue explotando en sus discursos la imagen de un l¨ªder de abajo, perseguido por los de arriba. Pero al mismo tiempo ha dise?ado unos mecanismos de control que convierten su posici¨®n de poder en ya casi inexpugnable, utilizando el islam como medio de educaci¨®n y control de masas. No la fe tradicional de la poblaci¨®n de Anatolia, sino una ideolog¨ªa basada en un islam de nuevo cu?o entendido como militancia pol¨ªtica y fuertemente identitario.
Con todo, las formas de Erdogan no son las de la dictadura del mariscal Sisi en Egipto, de la dinast¨ªa Asad en Siria o de las monarqu¨ªas absolutistas del Golfo. M¨¢s se parecen a las de los nuevos hombres fuertes en Rusia y Europa del Este, en la India de Modi o las Filipinas de Duterte, lo que algunos acad¨¦micos han dado en llamar ¡°autoritarismo competitivo¡±: nuevas formas de reg¨ªmenes h¨ªbridos.
En las ¨²ltimas d¨¦cadas ha mostrado su enorme capacidad de conectar
con las masas populares
Estos mecanismos de poder se edifican sobre la democracia: sirven para revalidar en todas las elecciones su mandato con al menos el 50% de los votos. Por supuesto, el campo de juego no est¨¢ nivelado. Una inmensa maquinaria medi¨¢tica, vinculada al poder mediante prebendas y contratos p¨²blicos, y un empleo desacomplejado de todos los recursos a su disposici¨®n convierten cada campa?a electoral en el show de un solo hombre: virtualmente no existe nadie m¨¢s que Erdogan en las noticias turcas. A esto se a?ade la persecuci¨®n a los candidatos de la oposici¨®n, a los periodistas cr¨ªticos, a cualquiera que pueda socavar su imagen. Pero cuando se recuentan las papeletas, el resultado es que el 50% del pueblo le ha dado el voto.
Si bien el l¨ªder turco ha edificado un sistema capaz de mantenerlo en el poder hasta que le sea humanamente posible, eso no quiere decir que no existan grietas. En nuestro libro La democracia es un tranv¨ªa (Pen¨ªnsula, 2019), arg¨¹imos que las principales debilidades de Erdogan son la polarizaci¨®n pol¨ªtica que ¨¦l mismo ha fomentado con su ¡°democracia del 50%¡± y los pobres resultados econ¨®micos de los ¨²ltimos a?os, despu¨¦s de tres lustros en los que la gesti¨®n econ¨®mica era el punto fuerte del AKP.
Ha logrado edificar un sistema capaz de mantenerlo en el poder, pero existen grietas
El origen de esta crisis econ¨®mica hay que buscarlo en esa pretensi¨®n de Erdogan de controlar minuciosamente cualquier apartado de la vida aun cuando escapa a su comprensi¨®n, as¨ª como al haber fiado la mayor parte de sus cartas al cemento y la construcci¨®n, que le permiten mantener engrasada su maquinaria de relaciones clientelares. Todo ello ha desembocado en la crisis de la divisa turca de 2018, que ahora se ha trasladado al bolsillo de los consumidores.
En pol¨ªtica, el haber apostado al conmigo o contra m¨ª (el sistema presidencialista que entr¨® en vigor en 2018 favorece el bipartidismo y el frentismo) tambi¨¦n puede convertirse en un obst¨¢culo. Hasta ahora, la oposici¨®n a la que Erdogan tilda de ¡°traidora¡± y de servir a oscuros intereses extranjeros ha concurrido dividida en tres bandos ¡ªsocialdem¨®cratas, nacionalistas e izquierda vinculada al movimiento kurdo¡ª, lo que ha posibilitado las victorias del mandatario turco, incluso cuando no alcanzaba la mayor¨ªa absoluta en votos. Y si esta primavera se ha percibido un cambio de tendencia, con el paso de las alcald¨ªas de Ankara y Estambul a la oposici¨®n, no es tanto porque el pueblo haya dado la espalda a Erdogan, sino porque sus rivales han sabido unirse. No hay que olvidar que si bien media Turqu¨ªa ama a Erdogan, nunca ha sido mucho m¨¢s que esa media Turqu¨ªa.
Andr¨¦s Mourenza e Ilya U. Topper son autores de ¡®La democracia es un tranv¨ªa. El ascenso de Erdogan y la transformaci¨®n de Turqu¨ªa¡¯, publicado por la editorial Pen¨ªnsula.
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