C¨®mo sobrevivir a San Ferm¨ªn superados los cincuenta
Un periodista de ICON rememora, 20 a?os despu¨¦s, las fiestas de Pamplona. ?Han cambiado mucho las cosas?
Estoy en Pamplona, en San Ferm¨ªn, algo que no suced¨ªa desde hace m¨¢s de 20 a?os. Estoy a un d¨ªa del chupinazo, y esto hace a¨²n m¨¢s a?os que no pasaba. Qu¨¦ tiempos. A¨²n recuerdo mis primeras fiestas en esta ciudad. Fui con mi cuadrilla de San Sebasti¨¢n en autob¨²s al mediod¨ªa con la idea de comer, ir a los toros, pasar la noche de juerga, ver el encierro y volver por la ma?ana en otro bus. Pinch¨¦ en los toros. Sal¨ª de la plaza a hombros medio inconsciente y amanec¨ª en la plaza del Castillo gracias a la manguera de los barrenderos. Bueno, pues este a?o tambi¨¦n voy a dormir en la plaza del Castillo. Casualidad.
Mis amigos Edu e Yvonne me han invitado a dormir en su casa porque son as¨ª de majos y porque ignoran los recuerdos que me trae la dichosa plaza. En realidad, despu¨¦s de tantos a?os, me han convencido para venir ofreci¨¦ndome un plan que, sobre el papel, poco tiene que ver con las excursiones kamikazes de mi perdida juventud. Es un plan de se?ores mayores (afortunadamente, sin ni?os de por medio), aunque ya el viernes estamos a punto de echarlo a perder. Tras dejar la maleta en casa, a las nueve de la noche, nos vamos a tomar algo. Enseguida nos juntamos con un mont¨®n de amigos suyos que calientan motores en la parte vieja. A Patxi lo conozco de mis a?os de estudiante en la Universidad de Navarra. Hay alguna otra cara que me suena, pero a los diez minutos ya es como si todos fu¨¦ramos colegas de toda la vida.
Una ca?a sigue a la otra, un pincho de tortilla aparece en mi mano. Se hace de noche. Da la una y ah¨ª seguimos tan a gusto. Con la emoci¨®n y los nervios de los encuentros y reencuentros, tengo cuerpo para seguir tomando la espuela de bar en bar. Hay gente en las calles, pero me consta que esto no es nada comparado con c¨®mo se va a poner toda la parte vieja ma?ana. Se est¨¢ a gusto y se puede andar. Bert, un belga flamenco que a estas alturas es m¨¢s pamplonica que el chorizo de Pamplona, me cuenta en perfecto castellano que la primera vez que vino se pensaba que para correr los encierros hab¨ªa que llevar dorsal, como en las carreras populares. Es un no parar. Tambi¨¦n recuerda que hace unos a?os la Polic¨ªa tuvo que sacar del recorrido a una yanqui de rasgos asi¨¢ticos que pretend¨ªa correr delante de los toros con patines. Podr¨ªamos tirarnos as¨ª toda la noche, pero al final se impone la cordura y nos retiramos todos a tiempo razonablemente enteros. Nos vamos a la cama con una verbena col¨¢ndose a todo volumen por las ventanas del dormitorio. Nadie dijo que dormir aqu¨ª fuera f¨¢cil, pero al menos junto con la pachanga entra una brisa muy agradable.
Dentro de una hora habr¨¢ empujones y vasos derramados en todas direcciones. Yo ya lo hice una vez. Pero como le dec¨ªa Arya a la muerte en 'Juego de tronos', ¡°hoy no¡±
A la ocho de la ma?ana ya se nota cierto trasiego fuera. Ir y venir de personas vestidas de blanco con el pa?uelico en la mu?eca o asom¨¢ndose de alg¨²n bolsillo. Desayunamos tranquilos, poni¨¦ndonos al d¨ªa con un caf¨¦ y recordando aventuras pasadas, antes de salir a dar una vuelta. He pasado mil veces por estas calles de lo viejo, pero me han cambiado todos los bares y me cuesta orientarme. Hay mesas corridas en las puertas de algunos bares con gente haciendo acopio de fuerzas. Tortillas, chistorra, chuletas de cordero sobre planchas¡ Y alcohol. Quien no bebe vino toma sidra o cerveza. Los guiris, que son legi¨®n, no s¨¦ si acaban de descubrir la sangr¨ªa o el kalimotxo, pero lo que es seguro que est¨¢n abrazando con pasi¨®n esta nueva fe.
Poco antes de las once me acerco a la plaza del Ayuntamiento, zona zero del chupinazo, y ya est¨¢ pr¨¢cticamente llena. Hay impaciencia y muchos selfis. Si no recuerdo mal, dentro de una hora habr¨¢ empujones y vasos derramados en todas direcciones. Yo ya lo hice una vez. Pero como le dec¨ªa Arya a la muerte en Juego de tronos, ¡°hoy no¡±. Vuelvo a casa de Edu e Yvonne, que ya han quitado los muebles del sal¨®n, y la fiesta ya ha empezado. Hay una mesa enorme con jam¨®n, tortilla y dem¨¢s. De la cocina surgen bandejas con bocadillos de magras con tomate, que no pueden faltar. El champ¨¢n y el cava tampoco. Y todav¨ªa queda m¨¢s de media hora para el arranque oficial. Madre m¨ªa.
Me hab¨ªan avisado que todos los a?os se apunta a este sarao alg¨²n que otro donostiarra y la primera en la frente. Cuando solo llevo dos o tres copas de Moet, aparece ?ngel. Nos conocemos de toda la vida y de casi todas las noches, pero a los dos nos sorprende encontrarnos en este terreno. Abrazos y brindis. ?l prefiere la sidra de nuestra tierra que se ha tra¨ªdo en el bus. Yo reconozco que he venido de gorra. He preguntado 20 veces a los anfitriones si compraba algo y no me han dejado. Yo qu¨¦ s¨¦ por qu¨¦ les he hecho caso.
Como a la mitad los conozco ya de la noche anterior, las conversaciones y yo fluimos de un grupillo a otro mientras la plaza del Castillo se va llenando de gente. No es lo mismo que ver el chupinazo en la del Ayuntamiento, pero es mucho m¨¢s grande y una pantalla gigante trae la se?al en directo. La gente levanta al cielo el pa?uelico rojo mientras Jes¨²s Gar¨ªsoain, en nombre de la popular banda de m¨²sica La Pamplonesa, se dirige al gent¨ªo antes de prender el cohete. Son las doce y esto es Pamplona. Besos, m¨¢s abrazos, m¨¢s brindis entre los congregados en la casa mientras la calle enloquece.
Pero la cosa se anima a lo bestia cuando pinchan 'Somos la revoluci¨®n', de Ska-P. Con lo que ha sido esta ciudad de rock radical vasco y lo pentan unos de Vallecas, reflexiono entre sorbos
Y llega el momento m¨¢s temido, tras reunir valor, hay que salir a la calle. Salir del portal ya es una odisea. Hay que avanzar a empujones y sin perder de vista a los dem¨¢s, lo que no es nada f¨¢cil porque todo el mundo va igual vestido. Aun as¨ª conseguimos abrirnos paso, guiados por Idoia y Aitor, y llegar hasta la puerta del bar Don Hilari¨®n, en la calle Estafeta. Tengo una ca?a en la mano que debo tapar constantemente porque la gente arroja agua desde los balcones. Podr¨ªa ser peor. Unos metros m¨¢s atr¨¢s he visto a un gracioso disparando desde una ventana su bota de vino. A la mayor¨ªa de los mozos la verdad es que todo esto les da igual porque ya llevan la ropa toda mojada. Del bar salen casi todo el rato ritmos latinos, entre los que se cuela La venda, tema que nos abri¨® una nueva herida en Eurovisi¨®n. Pero la cosa se anima a lo bestia cuando pinchan Somos la revoluci¨®n, de Ska-P. Con lo que ha sido esta ciudad de rock radical vasco y lo pentan unos de Vallecas, reflexiono entre sorbos.
Dice mi amigo Edu que San Ferm¨ªn son momenticos. Un momentico en casa, otro de aperitivo, otro en los toros¡ Bueno, pues otro momentico es ir a comer, que ya son las cuatro de la tarde. Aqu¨ª no hay guerra. Salimos tranquilamente por detr¨¢s de la plaza de toros y cruzamos el Arga por una pasarela huyendo del foll¨®n. Comemos pochas, alcachofas y rabo de toro en un jard¨ªn con front¨®n y piscina alejados del mundanal ruido. Jam¨¢s pens¨¦ que tan cerca de la fiesta pudiera estarse tan lejos. A la hora de las copas, la gente incluso se tira la sombra para dormir una siesta. Esto hace unos a?os, me digo, hubiera sido impensable.
Qui¨¦n lo iba a decir. La placidez en la que transcurre la tarde casi me parece un exceso, un lujo anacr¨®nico. Hay gente que incluso se ha quitado la camisa y se ha puesto a jugar a pala en el front¨®n mientras yo, sentando en la hierba, doy buena cuenta del tercer gintonic de sobremesa. No salimos de ah¨ª hasta las diez de la noche. Volvemos a la guerra y ahora ya no hay reglas. Intento comprar tabaco en un bar y un chaval se me cuela sin miramientos. ¡°Qu¨¦ espabilado¡±, digo y el t¨ªo se enfrenta a m¨ª muy borracho y ofendido. La cosa no pasa de ah¨ª, pero est¨¢ claro que va siendo hora de que los se?ores mayores nos vayamos a la cama y dejemos a la chavaler¨ªa que vaya a lo suyo.
Adem¨¢s, cada vez que me cruzo con un grupo de chavales con barbitas perfiladas y b¨ªceps y pectorales enormes, y son unos cuantos, me resulta imposible no ver en ellos a la condenada Manada de violadores. Es un prejuicio, lo s¨¦. Seguro que si los viera en el metro vestidos de calle ni se me pasar¨ªa este pensamiento por la mente, pero el da?o est¨¢ hecho. Y me consta que no soy al ¨²nico al que le ha pasado. Una pena.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.