Devueltos a Espa?a
El Reglamento de Dubl¨ªn trunca las vidas de las personas refugiadas que han pasado por Espa?a en busca de un futuro. La parroquia San Carlos Borromeo les ofrece un nuevo comienzo
Ya la fachada de la Iglesia aclara que no se trata de un templo cualquiera. En el muro de al lado se despliega un grafiti: ¡°Salvar vidas no es un delito¡±, en alusi¨®n a la criminalizaci¨®n creciente de las personas defensoras de derechos humanos. Al final del parque situado a lo largo de la Avenida de Entrev¨ªas, se alza, como un basti¨®n inquebrantable, la parroquia de San Carlos Borromeo.
Es mi¨¦rcoles por la ma?ana y el acceso principal est¨¢ cerrado. Contin¨²o hacia un lateral y entro por una peque?a puerta. Me recibe sonriente Mazen*. Es sirio y lleva m¨¢s de un a?o y medio en Espa?a. ¡°Ahora trabajo aqu¨ª¡±, dice con orgullo. Hab¨ªa conseguido llegar hasta Alemania, pero fue devuelto en base a normativa europea, el Reglamento de Dubl¨ªn, que establece que se debe pedir asilo en el primer pa¨ªs al que se llega, salvo excepciones.
Lo peor no fue dejar la nueva vida en Alemania, sino llegar a Espa?a y verse en la calle. ¡°?Para qu¨¦ me hacen volver aqu¨ª, si no respetan mis derechos?¡±, se pregunta. Otra norma europea, la Directiva de Acogida, exige a los gobiernos que garanticen las condiciones materiales m¨ªnimas de vida a las personas solicitantes de asilo mientras se tramite su solicitud. Afortunadamente, la parroquia de Vallecas le abri¨® sus puertas, como a tantos otros a los que todav¨ªa acoge ante la pasividad de la Administraci¨®n central y el colapso de los servicios municipales.
Nos dirigimos al recinto que anta?o fue la iglesia. En la entrada, un cartel: ¡°Esto es una vivienda. Respetemos la intimidad¡±. Por encima de la puerta, en la alta pared, hay un Guernica pintado a todo color, como tratando de mostrar que, a pesar de todo, hay esperanza. Esta morada peculiar es el hogar temporal de m¨¢s de 15 personas, desde familias sin padres a hombres solos. Los bancos de la iglesia, en otros tiempos ocupados por feligreses, conforman el per¨ªmetro de cada familia; peque?os cuadrados donde se distribuyen dos o tres colchones sobre el suelo y donde cada uno planta sus pertenencias. Es media ma?ana y apenas hay una o dos personas.
Mohamed y su familia llevan en la parroquia desde el 6 de junio, despu¨¦s de que la Oficina de Asilo y Refugio les denegara un lugar de acogida
En la parte de arriba del edificio est¨¢ la estancia que hace de sala de estar y de comedor. A trav¨¦s de una abertura, comunica con la cocina. Me encuentro a Mustaf¨¢*. Su rostro, desgastado, se ilumina con una sonrisa. Solo habla ¨¢rabe y kurdo as¨ª que nos comunicamos por se?as. Lo primero, la hospitalidad. Estoy en su casa. Me ofrece un t¨¦: ¡°de este, este o este¡±, me dice se?alando las cajas apiladas que se encuentran en uno de los armarios de la cocina.
Mientras tanto, en la sala, Mohamed barre concienzudamente. Esta es, seguramente, la parte menos costosa despu¨¦s de un viaje imposible a trav¨¦s de Sud¨¢n, Libia, Melilla, Alemania y de vuelta a Espa?a. Mohamed tuvo que dejar Siria junto con su mujer, ahora embarazada de ocho meses, y sus tres hijos, de 10, ocho y dos a?os. Mohamed y su familia llevan en la parroquia desde el 6 de junio, despu¨¦s de que la Oficina de Asilo y Refugio (OAR) les denegara un lugar de acogida. El Samur Social, colapsado, tampoco les pudo ofrecer una alternativa y tuvieron que pasar la noche en la calle. Afortunadamente, la sociedad se ha movilizado y la Coordinadora de Barrios y la Red Solidaria de Acogida les apoyan en su d¨ªa a d¨ªa en la parroquia.
La ma?ana pasa perezosa. Es ¨¦poca estival y no hay escuela, as¨ª que los ni?os merodean entre los adultos a la espera de encontrar algo que les entretenga. Por la tarde les han prometido que les llevar¨¢n a la piscina y esperan con impaciencia el momento. Laith, el hijo mayor de Mohamed, es serio y resuelto, a veces brusco en el trato, excepto cuando recupera la ni?ez en el juego. Ahora se entretiene con su hermano, riendo, mientras pinta unas caretas. ¡°Uuh, uuuh¡±, exclama. No habla castellano y llama mi atenci¨®n con cualquier ruido. Quiere que le vea con su obra de arte. Sus brillantes ojos azules se adivinan entre los agujeros de la cartulina. Marisa*, una ni?a venezolana de su misma edad, lleva una semana en Espa?a. Su madre le ha dicho que vienen buscando ¡°un futuro mejor¡±. Me mira directamente a los ojos al repetir sus palabras, analizando mi reacci¨®n, como tratando de averiguar si algo as¨ª es posible.
San Carlos Borromeo es el hogar temporal de m¨¢s de 15 personas, desde familias sin padres a hombres solos
De repente, se oye el sonido de una guitarra el¨¦ctrica. Es Farid*. De su tierra natal, en T¨²nez, viaj¨® hasta Suecia. No conoc¨ªa las reglas europeas y se fue al pa¨ªs que mejor futuro le ofrec¨ªa. La guitarra emite unas notas d¨¦biles, solitarias, al afinarla; luego, un punteado del rock and roll de los a?os cincuenta inunda la habitaci¨®n. Dan ganas de bailar. Entonces cambia de tercio y suena Still Loving you de Scorpions y Nothing else matters, de Metallica. Farid tiene cita en unas semanas en la Oficina de Asilo y Refugio para solicitar acogida y un plan de futuro: empezar¨¢ tocando en la calle para conseguir alg¨²n dinero. Por esto, cuando por la tarde todos vayan a la piscina, ¨¦l seguir¨¢ practicando. Se siente bien en Espa?a: ¡°aqu¨ª puedes ser diferente y no pasa nada¡±, afirma sonriendo.
Belal, sin embargo, no es de la misma opini¨®n. Este palestino lleva demasiado tiempo sin rumbo. Pas¨® brevemente por Espa?a y continu¨® hacia el norte, como los dem¨¢s. Ha vivido en la calle. Ahora, desde que le han devuelto a Espa?a, ya no ve salida. Los d¨ªas pasan, amargos, sin ninguna perspectiva. Ni siquiera tiene dinero para cortarse el pelo, y el calor aprieta. Quiere saber si hay alguna ayuda para volver a su pa¨ªs. Las hay, pero hacerlo puede suponer un gran riesgo, ya que est¨¢ amenazado de muerte. Le recomiendo seguir esperando a que le asignen una plaza de acogida e inicie un itinerario de integraci¨®n en Espa?a. A pesar de que el sistema de asilo solo tiene unas 8.000 plazas para las m¨¢s de 55.000 solicitantes, la espera llegar¨¢ en alg¨²n momento a su fin y, mientras tanto, seguir¨¢ contando con el apoyo de la parroquia. Pero ¨¦l lo tiene claro. En su pa¨ªs, al menos tiene una casa. Sus palabras a¨²n resuenan en mi cabeza: ¡°prefiero que me maten all¨ª que morir aqu¨ª lentamente¡±.
*Los nombres de estas personas son ficticios por petici¨®n de ellas mismas, para proteger su privacidad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.