Mantenerse alerta
Que al final no seamos dominados por herramientas tecnol¨®gicas que debieran estar a nuestro servicio. Con esta idea, Marcos Giralt Torrente abre esta serie de autor sobre el impacto de la tecnolog¨ªa
Mis primeros textos los escrib¨ªa a m¨¢quina y, como no soportaba los tachones, constantemente los pasaba a limpio. Sin el ordenador dom¨¦stico, habr¨ªa tenido que elegir entre mi poco productiva neurosis y mi carrera literaria. Y sin Internet, habr¨ªa enviado este art¨ªculo por fax, como hac¨ªa con los primeros que escrib¨ª. En mi adolescencia, cuando empezaba a salir por las noches, mi madre no me pon¨ªa l¨ªmite horario a condici¨®n de que la llamara por tel¨¦fono cada 45 minutos, lo cual me obligaba a pasar m¨¢s tiempo en la cola de cabinas telef¨®nicas que con mis amigos. Entonces, est¨¢bamos obligados a ser puntuales, pues las citas se concertaban desde el tel¨¦fono de casa y no hab¨ªa modo de avisar si surg¨ªa un contratiempo o simplemente cambi¨¢bamos de planes. Ahora basta un whatsapp enviado media hora antes para librarnos de ser considerados unos maleducados. Recibo mucha m¨¢s correspondencia que cuando esta viajaba en sobre y papel ¡ªno hay filtros, cualquier chorrada te llega¡ª, pero a cambio puedo despacharla en los ratos perdidos de autob¨²s y metro. Est¨¢n a mi alcance peri¨®dicos del ¨²ltimo conf¨ªn de la Tierra, pero, los que leo, los leo mal. Los propios peri¨®dicos no son lo que eran. Han ganado inmediatez y contenido pero han perdido la forma. El espacio limitado del papel obligaba a una contenci¨®n que redundaba en un mayor cuidado estructural y estil¨ªstico incluso de la nota m¨¢s insignificante. Hoy rige la premura y mucho de lo que leemos parece papilla sin digerir o un pegado tras otro de sucesivas actualizaciones. Con un par de clics sobre el teclado dispongo de variados diccionarios que han desplazado a los que antes reposaban sobre mi mesa, y con unos pocos m¨¢s sobre mi tel¨¦fono m¨®vil podr¨ªa encontrar pareja sexual para esta noche. Y sin embargo, el otro d¨ªa me qued¨¦ incomunicado en un hospital, porque 1, se agot¨® la bater¨ªa de mi m¨®vil, y 2, aunque hubiera pedido uno prestado, mi memoria no guardaba el n¨²mero telef¨®nico de la persona a la que deb¨ªa llamar. Compro en Internet billetes de viaje, ropa para mi hijo, menaje dom¨¦stico, libros y cosas variopintas (lo ¨²ltimo, el bot¨®n de la cisterna del retrete), veo pel¨ªculas y escucho para trabajar m¨²sica que me sirven plataformas online, y de cada cosa que compro, de cada cosa que hago, voy dejando un rastro ingente, como atestiguan los banners que me saltan al navegar y la publicidad que abarrotan a diario mi cuenta de correo mala, aquella que doy cada vez que tengo que rellenar un formulario obligado.
Todos nos hemos preguntado qu¨¦ habr¨ªa sido del mundo si los totalitarismos del siglo pasado hubieran contado con las herramientas de la era digital. Desde que se tuvo conocimiento de la influencia de Cambridge Analytica en el triunfo de los partidarios del Brexit y de Trump, se ha hecho evidente que las amenazas est¨¢n m¨¢s pr¨®ximas de lo que imagin¨¢bamos. Nos hemos resignado a la precarizaci¨®n del trabajo que ha tra¨ªdo esta ¨²ltima transmutaci¨®n del capitalismo y parece que seguiremos as¨ª cuando se agudice con la pr¨®xima revoluci¨®n de la rob¨®tica. Mientras evitamos preguntarnos qu¨¦ puede estar fragu¨¢ndose en los s¨®tanos paragubernamentales de pa¨ªses como China, EE UU, Rusia o Israel, cada vez m¨¢s pr¨®fugos de las industrias de Silicon Valley nos alertan acerca de los ingenieros que dise?an las aplicaciones tecnol¨®gicas, j¨®venes inmaduros en su mayor¨ªa, narcisistas con difusos valores y nula formaci¨®n human¨ªstica para articularlos, que son exprimidos a fondo hasta vaciar su mente de todo aquello que no les sirva en su feroz lucha por dar con la idea que produzca millones. Y los campos en los que intervienen son amplios: desde los l¨²dicos y de socializaci¨®n solo en apariencia inocuos hasta la seguridad y la ingenier¨ªa gen¨¦tica. Nadie se para lo suficiente a considerar si lo que producen est¨¢ bien dise?ado, contiene puertas traseras o es ¨¦ticamente aceptable, pues quienes deciden quieren sacarlo al mercado sin demora para adelantarse a la competencia. Cuando Zucker?berg fue interrogado en la C¨¢mara de Representantes americana por el uso que hizo Cambridge Analytica de datos privados recopilados en Facebook se comprometi¨® a establecer los controles que antes, se colige, evit¨® instaurar.
Por mi condici¨®n de padre tal vez tiendo a mirar con preocupaci¨®n el futuro. Creo, en cambio, que los pesimistas somos muchos y que ni si quiera es algo novedoso. La misma incertidumbre la sintieron en otras ¨¦pocas quienes se vieron involucrados sin quererlo en conflictos o vivieron cambios y revoluciones. Con la invenci¨®n de la escritura sil¨¢bica perdimos la memoria de los aedos y ganamos la posibilidad de almacenar nuestro conocimiento y transmitirlo ilimitadamente. Todo el desarrollo t¨¦cnico de Occidente, el derecho incluido, vino de all¨ª y de la herencia socr¨¢tica. Ese cambio fue lento y silencioso, porque durante siglos, hasta la invenci¨®n de la imprenta, dej¨® fuera a la mayor¨ªa. Ahora nos encontramos en los umbrales de un cambio al menos igual de profundo, solo que nos alcanza sin distinci¨®n a casi todos y experimentamos los avances a un ritmo vertiginoso. Sin embargo, nuestra capacidad de concentraci¨®n no es ya la que era y el libro que nos espera en la mesilla nos atrae menos que el port¨¢til o la tableta. Nos estamos haciendo perezosos para ciertos esfuerzos y en la medida en la que cambien nuestros h¨¢bitos, que nuestra lectura se disperse siguiendo links que nos abocan a una digresi¨®n perpetua, en no muchas generaciones podr¨ªa afectar a nuestra forma de pensar, alterar nuestras facultades cognitivas. Y ocurre que todo lo que nos ha tra¨ªdo hasta aqu¨ª, toda la arquitectura conceptual en la que se basan nuestras instituciones democr¨¢ticas y nuestra misma posibilidad de ser aut¨®nomos, vigilantes y cr¨ªticos, procede de nuestra habilidad para relacionar entre s¨ª viejos conocimientos hoy seriamente amenazados por la seducci¨®n de lo nuevo.
Los ingenieros que dise?an las aplicaciones no se preguntan si lo que hacen contiene puertas traseras o es aceptable
Pertenezco a la generaci¨®n que vio llegar a las casas las primeras consolas de juegos y que pas¨® horas sueltas del final de su infancia alternando en los recreativos la palanca del comecocos con la de los marcianitos. La que descubri¨® el walkman, dud¨® entre los sistemas de reproducci¨®n de v¨ªdeo VHS y Beta, creci¨® con un aparato de teclas duras, el contestador autom¨¢tico, que recog¨ªa los mensajes telef¨®nicos en una cinta y se familiariz¨® con el PC bordeando la veintena. Desde hace unos a?os proliferan los demagogos de una reforma educativa que reoriente la ense?anza media al empleo, para instruir a los alumnos en las nuevas tecnolog¨ªas y la cultura empresarial. Este ar?t¨ªculo est¨¢ tambi¨¦n escrito contra ellos. ?Qui¨¦n los paga? ?Qu¨¦ intereses defienden? A los ni?os no es necesario adiestrarlos en las herramientas del futuro porque el futuro es suyo y vienen con ¨¦l puesto. Porque es la ¨²nica oportunidad de d¨¢rselo antes de que elijan por s¨ª mismos, en la ense?anza obligatoria debiera fortalecerse todo aquello que estimule su pensamiento abstracto, su capacidad reflexiva, su conocimiento del mundo. M¨¢s historia y m¨¢s filosof¨ªa en todas sus formas, m¨¢s literatura, m¨¢s cine, m¨¢s pintura. Que al final no seamos dominados por herramientas que debieran estar a nuestro servicio, que sepamos dotarnos de instituciones p¨²blicas vigorosas que de verdad velen por nosotros, que la raz¨®n econ¨®mica no se imponga siempre sobre el altruismo, que no veamos partir un d¨ªa las naves en las que los poderosos escapen de un planeta consumido, depende en buena medida de eso. Ojal¨¢ fuese tan grande nuestro poder.
Marcos Giralt Torrente es escritor. Su ¨²ltimo libro es ¡®Mudar de piel¡¯ (Anagrama).
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