El c¨¦sped despu¨¦s de regarse
Hundido tras una ruptura amorosa, Marcos Giralt Torrente se cruza en un bar de Madrid con Joe Strummer.
EN 1984, EN MAYO, me dej¨® mi primera novia y pas¨¦ semanas encerrado en mi cuarto escuchando ¡®Lost in the Supermarket¡¯, de los Clash. The Clash era el grupo de referencia en el ambiente pospunk en el que nos mov¨ªamos y es normal que eligiera una canci¨®n suya para pasar el duelo. Se me escapa por qu¨¦ esa en particular, la tercera de la cara 2 del ¨¢lbum London Calling. En ella, un chico nacido en un s¨®tano de los suburbios lamenta su soledad y falta de carisma, mientras se pierde en el supermercado buscando infructuosamente una nueva personalidad.
Una de las sorpresas que depara envejecer es descubrir que nos hemos hecho mayores que quienes nos influyeron o fueron nuestros referentes. En 1986 cumpl¨ª 18 a?os, me acuerdo bien porque se celebr¨® el referendo de la OTAN y vot¨¦. Segu¨ªa el ¨²ltimo curso de bachillerato en un colegio privado al que hab¨ªa llegado rebotado de otros, y acababa de terminar con una chica de 24 que hab¨ªa hecho de nuestra diferencia de edad la excusa para humillarme. No dispon¨ªa de una cuadrilla de amigos a la que regresar, y me aficion¨¦ a salir solo. Ten¨ªa familiaridad con la noche y pod¨ªa presumir de experiencia amorosa, pero los habituales de los bares a los que iba ten¨ªan algunos a?os m¨¢s que yo y me faltaban aptitudes para forzar complicidades con camareros y DJ. Era t¨ªmido. Mi m¨¦todo de seducci¨®n, la espera atenta: preguntar, escuchar, sonre¨ªr, hablar poco pero sentidamente, mirar a los ojos y hacer re¨ªr con una iron¨ªa o una excentricidad. Fecundo en el cara a cara pero inf¨¦rtil ante un auditorio numeroso.
Ese mismo a?o de 1986, Joe Strummer ten¨ªa 34 a?os. Acababa de disolver The Clash, dos a?os despu¨¦s de causarles un da?o irreparable expulsando al bater¨ªa y dejando ir a Mick Jones, el otro letrista y el m¨¢s dotado musicalmente del grupo; y hab¨ªa viajado a Granada, una ciudad que estaba en su imaginario por influencia de una antigua novia espa?ola, porque las crisis personales con frecuencia se inauguran con viajes y ¨¦l estaba empezando una. No s¨®lo por la culpa. Echaba de menos a sus antiguos compa?eros, ten¨ªa la energ¨ªa necesaria y el ansia de embarcarse en una nueva aventura, pero le faltaba el proyecto. Como dijo en una ocasi¨®n, y alguien apunt¨® en una libreta, ten¨ªa la mejor chaqueta de motorista pero iba a todas partes andando. En Granada har¨ªa amigos y se empe?¨® en producir el primer disco de la banda local 091, raz¨®n por la que recal¨® en Madrid durante varios meses. Su periplo espa?ol, que se prolongar¨ªa en sucesivos viajes, est¨¢ descrito en dos documentales que recomiendo: Quiero tener una ferreter¨ªa en Andaluc¨ªa y I need a Dodge! Joe Strummer on the run.
Ese a?o naci¨® su segunda hija, Lola, y cuando su mujer se puso de parto en Inglaterra ¨¦l estaba tomando copas en el King Creole, un bar de Malasa?a al que sol¨ªa ir despu¨¦s de La V¨ªa L¨¢ctea. Soy meticuloso con los detalles porque los dos bares los frecuentaba yo en la misma ¨¦poca. Lleg¨® a Inglaterra a tiempo de entrar en el quir¨®fano, aunque pag¨® el precio ¡ªlas prisas, las copas de espera hasta que saliera el primer vuelo¡ª de perder un coche que pasar¨ªa a?os buscando, el Dodge al que alud¨ªa el t¨ªtulo de uno de los documentales. Lo dej¨® olvidado en un garaje y nunca record¨® en cu¨¢l.
¡°Joe Strummer parec¨ªa delicado, atormentado y
perspicaz. ?l fumaba y preguntaba y yo respond¨ªa¡±
La ¨²nica noche que lo vi en Madrid lo vi en el Malandro, un bar de est¨¦tica m¨¢s l¨²gubre, como su nombre sugiere, que los citados antes. Yo estaba en un extremo de la barra, sentado en un taburete con la espalda apoyada en la pared, y ¨¦l me llam¨® desde el centro ¡ªcamisa setentera, chaqueta de le?ador a lo Jack Kerouac, pelo engominado hacia atr¨¢s, aspecto de rocker¡ª cuando ya hab¨ªa consumido una cerveza escrut¨¢ndolo a escondidas. Me mir¨®, levant¨® la mano en la que sosten¨ªa un cigarrillo y la agit¨® en su direcci¨®n. Delante de ¨¦l ten¨ªa un vaso redondo, de co?ac, que desentonaba con los vasos largos de tubo en los que se serv¨ªa todo lo dem¨¢s, los combinados y la cerveza.
Baj¨¦ del asiento, dobl¨¦ la esquina de la barra y me aproxim¨¦.
¡ª?Est¨¢s perdido en el supermercado? Venga, te invito a una cerveza ¡ªhablaba un espa?ol muy deficiente, entremezclado de palabras inglesas, con acento marcad¨ªsimo, y a m¨ª no s¨¦ qu¨¦ me extra?aba m¨¢s, si que Joe Strummer estuviera en un bar de Madrid invit¨¢ndome a una cerveza o la broma con la canci¨®n que tan bien conoc¨ªa¡ª. ¡®Lost in the supermarket?¡¯ ¡ªinsisti¨® tras prolongarse mi silencio¡ª. Cre¨ª que sab¨ªas qui¨¦n era. Me estabas observando.
¡ªPerdona. S¨¦ qui¨¦n eres ¡ªtitube¨¦ su nombre¡ª. Pero t¨² en Madrid, aqu¨ª¡ Y esa canci¨®n¡
¡ªEsa canci¨®n la escrib¨ª para mi amigo Mick Jones. Es su infancia ¡ªten¨ªa una mirada alegre e incisiva en la que se vislumbraba el empe?o en sobreponerse a qui¨¦n sabe qu¨¦ precipicios, y con ella me escudri?aba y segu¨ªa pendiente de lo que suced¨ªa detr¨¢s de m¨ª¡ª. Pero t¨² no est¨¢s perdido de esa forma. T¨² eres de los barrios altos, como yo. Tienes suerte. S¨®lo est¨¢s buscando y buscar no es malo. Salvo que no encuentres nada.
No estaba borracho o no lo parec¨ªa. Si le hubiese tapado los ojos y le hubiese pedido que describiera el local y a los clientes presentes, estoy seguro de que lo habr¨ªa hecho a la perfecci¨®n. Me intimidaba que las antenas que le sobresal¨ªan de todos los poros estuviesen ahora orientadas hacia m¨ª. Me refugi¨¦ en el humor y le cont¨¦ la historia del duelo amoroso que hab¨ªa superado escuchando su canci¨®n. Me sirvi¨® para dejarle claro, de paso, que era heterosexual. Lo hice mal, atropelladamente, y, quiz¨¢ porque no entendi¨® bien, no apostill¨® nada. Pero pregunt¨®:
¡ª?Qu¨¦ hac¨¦is los de tu edad en esta ciudad para divertiros? ?D¨®nde est¨¢n tus amigos?
¡ªEn sus casas, supongo.
Mi respuesta le gust¨®, porque enmudeci¨® un instante y luego le pidi¨® al camarero que me pusiera la cerveza.
Desde mis 51 a?os de hoy apenas aprecio diferencia entre el rockero reconocido mundialmente que paseaba su inquietud por los bares de Madrid en los que sonaba su m¨²sica y el adolescente, ignorante de c¨®mo ser¨ªa su vida, que todav¨ªa era yo.
No me sucedi¨® mucho m¨¢s con ¨¦l. No tengo un dato revelador que aportar al anecdotario. Tal vez s¨®lo este: que, superado el primer impacto, no pas¨® de ser una noche m¨¢s, menos excitante que otras y m¨¢s agradable que la mayor¨ªa, el vislumbre de una persona delicada, atormentada y perspicaz. ?l fumaba y preguntaba y yo respond¨ªa.
El punk que amaba Espa?a
En esta ¨²ltima entrega de la serie de verano sobre escritores que homenajean a sus creadores de referencia, Giralt? ?Torrente recupera la estancia en Espa?a de Joe Strummer, el legendario cantante de The Clash. Su relaci¨®n con este pa¨ªs ven¨ªa de lejos: ¡®Spanish Bombs¡¯ (1979) plasma su fascinaci¨®n por Federico Garc¨ªa Lorca, Andaluc¨ªa y la guerra civil espa?ola.
He conocido un n¨²mero considerable de noct¨¢mbulos, yo lo fui durante una larga ¨¦poca, y puedo decir que, dejando a un lado a los depravados, a los imb¨¦ciles, a los alcoh¨®licos y a los que no se soportan a s¨ª mismos, casi todos empiezan a serlo porque el d¨ªa no les basta, porque quieren m¨¢s. En unos ese ¨ªmpetu inicial, esa curiosidad, acaba por sucumbir al alcohol y al mal sue?o, y en otros es precisamente lo que los preserva de los peligros nocturnos, lo que les hace beber unas copas menos, retirarse un rato antes para no perderse el d¨ªa. Creo que Strummer era de estos. Si se lo propon¨ªa, seguramente pod¨ªa ser quien m¨¢s beb¨ªa, pero m¨¢s a menudo preferir¨ªa estar en condiciones de proseguir su b¨²squeda por la ma?ana.
Me fui del Malandro al llegar unos amigos suyos. Por supuesto cont¨¦ la historia en mi entorno y pocos me creyeron. Entonces, sin Internet, no era tan f¨¢cil rastrear a alguien. Me pregunto si, al margen de los de Granada, los dem¨¢s peri¨®dicos dieron noticia de su estancia en la Pen¨ªnsula. Todo lo que he mencionado de su vida en Andaluc¨ªa y Madrid lo he conocido despu¨¦s.
Muri¨® en 2002, con 50 a?os, cuando volv¨ªa a estar al frente de una banda de la que se sent¨ªa orgulloso, The Mescaleros, y grababa su tercer ¨¢lbum. En ese momento yo ten¨ªa 34, la misma edad de ¨¦l en nuestro encuentro, y estaba becado en Berl¨ªn para escribir mi tercer libro. Imagino que me enter¨¦, pero no lo recuerdo.
Su verdadero nombre eraJohn Graham Mellor.
Hab¨ªa tenido una primera infancia itinerante y ex¨®tica, debido al desempe?o como diplom¨¢tico de su padre, y un hermano, que se suicid¨®, con el que hab¨ªa compartido a?os de internado.
Desde 1989 celebraba sus cumplea?os en un bar de moteros en el parque natural del Cabo de Gata, en Almer¨ªa, el Bar de Jo.
Strummer significa rasgueador.
?Qu¨¦ cosas he dejado olvidadas en los garajes? ?Por qu¨¦ esta inquietud que me recorre siempre? ?Cu¨¢nto durar¨¢ y a qu¨¦ precio? Los ni?os en los pasillos y las tuber¨ªas en las paredes emiten ruidos que me hacen compa?¨ªa. Gente lejana hace llamadas a larga distancia. ?Es el c¨¦sped m¨¢s verde despu¨¦s de regarse? ?De verdad el silencio nos hace sentir solos?
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