Del compromiso ambiental al ecoagobio
Tres meses despu¨¦s de publicar en EL PA?S una serie de art¨ªculos sobre su experimento de vivir sin pl¨¢sticos, la autora cuenta c¨®mo intent¨® aplicar ese aprendizaje con su familia en verano y reconoce sus dificultades: ¡°Soy m¨¢s sostenible que antes, pero me siento culpable todo el rato¡±
LA FOTO NO puede ser m¨¢s mona. Mi ni?a peque?a mira con desconfianza al mirlo que picotea su tostada. Apenas hay cobertura en la caba?a del profundo bosque portugu¨¦s donde estamos de vacaciones, pero es tan mona la foto que se la mando a una amiga. Horas despu¨¦s se carga su respuesta en el WhatsApp: ¡°Pl¨¢stico???¡±. Tengo que volver a abrir la imagen para entender a qu¨¦ se refiere: en la mesa, adem¨¢s del mirlo descarado y la ni?a graciosamente contrariada, hay una botella de agua en la que no hab¨ªa reparado.
Este es el nivel de escrutinio al que me veo sometida desde que hace tres meses publiqu¨¦ en el EL PA?S una serie de art¨ªculos titulados Diario de mi semana sin pl¨¢sticos. Desde entonces, cada vez que olvido la cantimplora y pillo un botell¨ªn en el comedor del curro noto las miradas de decepci¨®n de mis compa?eros. Lo mismo en la m¨¢quina de caf¨¦. Ya casi no bajo al Carrefour Express ¡ªantro de perdici¨®n pl¨¢stica¡ª y, si no puedo evitarlo, vuelvo a casa haciendo equilibrismos con la fruta en las manos, no vaya a pedir bolsa y me pille alguien que conozco destruyendo los oc¨¦anos. Desde junio, compro pa?ales desechables como quien va a pillar droga.
Soy m¨¢s sostenible que antes, pero me siento culpable todo el rato. Adem¨¢s de una irresponsable, ahora soy una hip¨®crita. Me merezco el escarnio. Y t¨² tambi¨¦n.
El Diario de mi semana sin pl¨¢sticos fue un experimento a ra¨ªz de una iniciativa viral que llamaba al boicoteo de los pl¨¢sticos de un solo uso. En los diferentes cap¨ªtulos de la aventura fui la loca de los t¨¢peres (por ir al s¨²per con tarteras para que me metiesen el embutido) y la pirada que preguntaba en Twitter d¨®nde encontrar papel de v¨¢ter que no fuese envuelto (el consejo m¨¢s repetido: r¨®balo en el trabajo). Encontr¨¦ una tienda de detergentes a granel para no volver a comprar un bote de Fairy en mi vida y acab¨¦ fabricando mi propio champ¨² s¨®lido.
Pens¨¦ que me iban a llover cr¨ªticas por todas partes: de los m¨¢s ecologistas, por fr¨ªvola y por llegar tan tarde; de los m¨¢s pasotas, por pesada. Solo recib¨ª empat¨ªa. Nunca me ha llamado tanta gente para darme ¨¢nimos con un reportaje. Imagino que todos estamos ah¨ª, intentando mejorar.
Aquello fue un curso intensivo sobre lo mal que compramos en mi casa. Eso ya lo sab¨ªamos, la revelaci¨®n fue la ligereza con la que tom¨¢bamos mil malas decisiones al d¨ªa. Tres meses despu¨¦s, ?hemos cambiado de h¨¢bitos?
A ver. Algunos.
Las cantimploras de agua y las bolsas de tela son ahora uno m¨¢s de la familia. Lo de ir al mercado con t¨¢peres lo hacemos solo a veces. Intentamos comprar la pasta, el arroz y las legumbres a granel, pero con frecuencia pinchamos. Para el papel higi¨¦nico tenemos vistas un par de webs para encargarlo online en cajas de cart¨®n y reciclado, porque el propio papel blanco-suave-cuatro capas (por muy envuelto en papel que vaya) es un dispendio ecol¨®gico, y, s¨ª, le estamos dando alguna oportunidad, con pudor, al bid¨¦. Siempre que hay una opci¨®n en cristal para leche, yogures, guisantes¡ optamos por el vidrio. Rellenamos los botes de todos los detergentes y hace tres meses que en la ducha solo usamos pastillas de jab¨®n y champ¨² s¨®lido (comprado en tienda coqueta). Salvo un d¨ªa de vacaciones que fuimos a un hotel y arramplamos con todos los botecitos en plan org¨ªa. Lo mejor es que el asunto ha servido de excusa para desterrar por completo del hogar los huevos Kinder Sorpresa.
No es mucho, ya lo s¨¦. Cada vez que compro un brik de leche, y compro bastantes, pienso avergonzada en esos activistas antiplasticarios que guardan sus escas¨ªsimos residuos ANUALES en un tarrito de cristal, apenas los bl¨ªsteres de las medicinas. Los nuestros son gestos m¨ªnimos, un cambio de mirada, peque?as decisiones facilonas (¡°?Cucharilla para el helado?¡±, ¡°No, gracias¡±), y sin embargo en casa los viajes al contenedor amarillo se han reducido casi a la mitad. Aun as¨ª, vivo cada viaje como un peque?o fracaso. Reciclar antes me aliviaba la conciencia, ahora lo veo como una farsa. Tengo tatuado el mantra que m¨¢s me repitieron durante aquella semana: ¡°El mejor residuo es el que no se genera¡±. Hemos mejorado, pero la cantidad de basura pl¨¢stica que genera mi hogar ¡ªdos adultos, dos ni?os¡ª me parece m¨¢s repugnante. Me agobia.
¡°?Qu¨¦ es peor, un pepino envuelto en pl¨¢stico u otro desnudo que ha viajado m¨¢s kil¨®metros?¡±
Tambi¨¦n me agobian los lineales del s¨²per. Las filas perfectas de coloridos envases entre los que podr¨ªa elegir c¨®mo ensuciar menos el mundo si supiese hacerlo. Nadie sabe. Hacer una compra lo m¨¢s sostenible posible es una yinkana de decisiones para la que ni los expertos tienen respuestas claras: depende del material del envase y de si este mezcla varios, y de los datos que te creas sobre cu¨¢nto se recicla en realidad, pero tambi¨¦n de la huella de carbono del proceso de fabricaci¨®n y de reciclado de cada material o de si lo que envuelve es un producto de proximidad o no¡ Al l¨ªo de los envases s¨²male el mel¨®n de la huella de carbono. Me indigna que no haya un c¨®digo de color, como un sem¨¢foro tipo ¡°salvar el planeta for dummies¡±. ?Qu¨¦ es peor, un pepino envuelto en pl¨¢stico u otro desnudo que ha viajado m¨¢s kil¨®metros para llegar a mis temblorosas manos?
Me enrabieta que a¨²n se vendan cosas como queso con lonchas de pl¨¢stico entre las lonchas de queso, bollitos envueltos individualmente dentro de bolsas m¨¢s grandes, manzanas solitarias en barquetas de poliesp¨¢n, cubiertos de pl¨¢stico, pajitas¡ Cosas que deber¨ªan estar prohibidas. En serio, si fuimos capaces de dejar de fumar en los bares, podemos vivir sin pajitas. Tambi¨¦n sin coches en las ciudades, te lo digo yo que tengo un di¨¦sel viejo (solo para los fines de semana, me consuelo a m¨ª misma) con el que en un a?o no podr¨¦ llegar a mi casa en el centro de Madrid. Ni tan mal, si no me lo proh¨ªben, nunca renunciar¨ªa a ¨¦l. Igual que seguir¨ªa fumando en los bares. Como si no hubiera ma?ana. Yo necesito leyes.
Con el viejo y contaminante di¨¦sel hemos llegado al bosque portugu¨¦s. Haber venido en avi¨®n hasta Oporto, o haber decidido ir con los ni?os a Tailandia, por ejemplo, habr¨ªa sido peor para nuestra huella. Leo: ¡°1.400 millones de viajeros internacionales son responsables del 8% de las emisiones del planeta¡±. Mentir¨ªa si dijese que no hemos cogido un avi¨®n por eso. No, hemos venido en coche porque era m¨¢s barato y nos ven¨ªa bien. Pero ya hay cada vez m¨¢s gente que decide no viajar en avi¨®n por la emergencia clim¨¢tica; en Suecia, donde van siempre con el reloj de la sensatez adelantado, hay hasta un t¨¦rmino: flygskam, verg¨¹enza a volar. Leo: ¡°Alguien que vuela de Londres a Nueva York genera las mismas emisiones que un europeo medio al calentar su casa durante un a?o entero¡±. Y dejo de leer porque quiero volver a Nueva York con los ni?os. Y porque, la verdad, no s¨¦ cu¨¢nto gasto, ni en dinero, ni en ¨¢rboles, calentando mi casa en un a?o. Dramas del primer mundo. Quiz¨¢s en el futuro los ciudadanos tengamos un presupuesto asignado de CO2 seg¨²n el cual habr¨¢ que elegir si viajar o pasar fr¨ªo. Lo ¨²nico que s¨¦, te lo digo desde el privilegio burgu¨¦s, es que, sea como sea, siempre ser¨¢ peor para los pobres.
?Vosotros de qu¨¦ habl¨¢is con vuestras parejas? #CacaCrisis pic.twitter.com/wwptB3hvvn
— Patricia Gos¨¢lvez (@patigosalvez) June 5, 2019
Por ver qu¨¦ tal lo har¨ªa en el escenario dist¨®pico (o no tanto), he probado varias de esas calculadoras online que te explican c¨®mo de mal lo haces todo. Si eres microecon¨®micamente lerda, como es el caso (?qu¨¦ certificaci¨®n tiene tu nevera? NS/NC; ?cu¨¢ntos litros de agua consume tu hogar al a?o? NS/NC), son un l¨ªo. La que m¨¢s me gusta es una de la BBC que tiene dibujos y comparaciones divertidas y espeluznantes al mismo tiempo. Solo calcula la huella de lo que comes. Nuestro consumo familiar aproximado de leche al a?o equivale a 3.515 duchas y destruye 10 pistas de tenis de tierra. El de carne de res sumar¨ªa lo que conducir 11.000 kil¨®metros, calentar una casa brit¨¢nica durante 447 d¨ªas o volar ocho veces ida y vuelta de Londres a M¨¢laga. S¨ª, no hemos volado hasta aqu¨ª, pero nos hemos puesto ciegos de bife com batatas como hooligans de chiringuito, as¨ª que no s¨¦ qu¨¦ es peor.
Igual deber¨ªa dejar de perder el tiempo tomando microdecisiones (o agobi¨¢ndome por no tomarlas) sobre la huella de mi familia y pasar a manifestarme diariamente para pedir m¨¢s leyes, m¨¢s prohibiciones y m¨¢s impuestos. Pero si usar el bid¨¦ me da pereza, ni te cuento el activismo. Mejor lo dejo en manos de una adolescente a la que algunos todav¨ªa tienen los huevos de llamar agorera. Mira, no, un sistema que destruye sus recursos hasta el punto de no retorno es obsceno, y en su base no est¨¢ la libertad del consumidor, sino en el margen de beneficios de las corporaciones. La respuesta ha de ser colectiva, pol¨ªtica y urgente. Pero algo habr¨¢ que ir haciendo en casa para que no te lleven los demonios.
La Asociaci¨®n Psicol¨®gica Americana define la ¡°ecoansiedad¡± como ¡°el miedo cr¨®nico al desastre medioambiental¡±. Un desorden que produce estr¨¦s, ataques de p¨¢nico, insomnio o p¨¦rdida de apetito. La sufren las personas directamente afectadas por el cambio clim¨¢tico, quienes han perdido su forma de vida por la sequ¨ªa, su hogar por un cicl¨®n o su salud por una boina de poluci¨®n irrespirable. Pero tambi¨¦n quienes se sienten superados por una emergencia ante la que se ven impotentes. A m¨ª el sue?o, y sobre todo el hambre, no me lo quita nadie, pero no me extra?a que se llenen las consultas de ecoansiosos. A poca ciencia que leas, t¨¦rminos como ¡°transici¨®n ecol¨®gica¡± o ¡°sostenibilidad¡± resultan tan f¨²tiles como jactarse de haber dejado de comprar huevos Kinder. El apocalipsis est¨¢ a la vuelta de la esquina y aqu¨ª seguimos como la orquesta del Titanic, bailando al ritmo del hilo musical en el rinc¨®n eco del h¨ªper.
Dicen los expertos en cambio clim¨¢tico que tan problem¨¢tico es lanzar un mensaje demasiado positivo como otro demasiado negativo. Ambos paralizan y desmotivan a la ciudadan¨ªa: en un extremo, el negacionista ¡°pues no es para tanto¡±; en el otro, el apocal¨ªptico ¡°para qu¨¦ hacer nada si ya no hay nada que hacer¡±. La mayor¨ªa vivimos entremedias, calmando el desasosiego con peque?os gestos, esperando un milagro, tratando de aportar un granito diminuto de arena. Por ejemplo, escribiendo un texto triste de vacaciones sobre los pat¨¦ticos intentos de una sola familia por consumir un poco menos y un poco mejor. Pero hay d¨ªas que me parece m¨¢s sensato asumir el fin del mundo, dejarlo todo, instalarnos los cuatro en el profundo bosque portugu¨¦s, aprender a hacer compost y hervir el agua del pozo para no tener que comprarla embotellada. Tampoco servir¨ªa para nada, pero al menos las fotos con los mirlos me quedar¨ªan perfectas.
EL PA?S forma parte de Covering Climate Now, una iniciativa global de m¨¢s de 220 medios de comunicaci¨®n enfocada a poner atenci¨®n en la crisis clim¨¢tica.