La democracia de los idiotas
Los ciudadanos no votaron mal en abril, fueron los l¨ªderes quienes antepusieron su mediocridad a la interpretaci¨®n de los deseos de los votantes y confundieron el inter¨¦s general con sus particulares ambiciones
Un interesante y provocador art¨ªculo de Daniel Innerarity en estas mismas p¨¢ginas, pon¨ªa el acento en recordar que todas las instituciones de la democracia se basan a fin de cuentas en la gesti¨®n de la ignorancia. Demasiadas veces se olvida que el sistema, lejos de aportar por s¨ª mismo soluciones a los conflictos, no es sino un m¨¦todo bastante elemental en su enunciado: se trata de que los gobernantes sean elegidos y/o destituidos por la voluntad ciudadana mediante elecciones peri¨®dicas, libres y secretas. De modo que la democracia no garantiza la soluci¨®n de los problemas, antes bien ella misma constituye tambi¨¦n uno de ellos, pues se limita, y no es poco, a establecer por consenso un procedimiento, unas normas de actuaci¨®n, que permitan hasta donde es humanamente posible imaginar la igualdad de los ciudadanos en la toma de decisiones. Especialmente en la designaci¨®n de sus representantes en el poder. Pero si la democracia no es la soluci¨®n a nada debe ser en cambio la condici¨®n de todo en un pa¨ªs que aspire a gobernarse en libertad.
Otros art¨ªculos del autor
No me parece superflua esta reflexi¨®n cuando es general el menosprecio hacia la clase pol¨ªtica, la mediocridad recurrente de su liderazgo, y la apropiaci¨®n indebida de las instituciones que tratan de llevar a cabo quienes lo ejercen. Muchos se quejan de que haya hoy tantos pa¨ªses gobernados por idiotas. No empleo el t¨¦rmino con ¨¢nimo ofensivo o de insulto, sino en la acepci¨®n segunda que registra el diccionario de la RAE: ¡°Engre¨ªdo sin fundamento para ello¡±. No es dif¨ªcil atribuir dicha condici¨®n a personajes tan peculiares como Trump, Boris Johnson, Bolsonaro o Quim Torra. En nombre quiz¨¢s de las pol¨ªticas de g¨¦nero se acaba de sumar tambi¨¦n a tan deplorable formaci¨®n Isabel D¨ªaz Ayuso, recientemente aupada a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Pero en todo caso, idiotas o no, han sido elegidos por sus conciudadanos. De modo que en ¨²ltima instancia no son ellos la causa, sino la consecuencia de lo que sucede en nuestro entorno. Y tambi¨¦n el resultado de los desajustes en el sistema que, de no atajarse a tiempo, pueden acabar grip¨¢ndolo.
La presunci¨®n de que en democracia gobiernan habitualmente los mejores o los m¨¢s ilustrados est¨¢ completamente fuera de lugar. Basta echar una mirada al comportamiento de muchos presidentes de pa¨ªses emblem¨¢ticos de la libertad para darse cabal cuenta de las debilidades humanas de los poderosos. Nixon era un fel¨®n que grababa a ocultadillas las conversaciones con sus visitantes; Lyndon B. Johnson defecaba ante los ojos asombrados de algunos de ellos, para demostrarles su poder; Reagan apenas era capaz de leer informes de extensi¨®n superior a un folio; Clinton estuvo a punto de ser expulsado de la presidencia despu¨¦s que una joven becaria le practicara una felaci¨®n en el mism¨ªsimo Despacho Oval; Mitterrand simul¨® un atentado contra ¨¦l para promover una imagen suya de hero¨ªsmo; Andreotti mantuvo oscuras relaciones con la Mafia¡ Y as¨ª podr¨ªamos continuar con innumerables ejemplos de personajes cuyo comportamiento moral censurable o su afasia intelectual no impidieron que tomaran en ocasiones decisiones beneficiosas para la comunidad que gobernaban. Naturalmente ha habido y hay tambi¨¦n gobernantes ilustrados y no corruptos, admirados en ocasiones por sus ciudadanos, incomprendidos y vapuleados por ellos en las urnas otras veces.
Todas estas circunstancias generan la sospecha de que el pueblo puede equivocarse a la hora de votar y ya se han o¨ªdo voces de algunos l¨ªderes, en la reiteraci¨®n de nuestra permanente campa?a electoral, apelando a los espa?oles para que el pr¨®ximo noviembre elijamos bien, o sea cambiemos nuestro voto porque, visto lo visto, el que dimos en abril no sirve a la comunidad. Esta suposici¨®n de que el error o la falta corresponde al comportamiento de los electores y no al de los elegidos no es nueva. Ya en las segundas elecciones democr¨¢ticas de la transici¨®n que dieron la victoria a la UCD frente a las expectativas triunfalistas del PSOE, el que luego fuera vicepresidente del gobierno Alfonso Guerra declar¨® abiertamente que el pueblo espa?ol se hab¨ªa equivocado. Por no haber votado a los socialistas, se entend¨ªa. Como si unas votaciones democr¨¢ticas fueran un concurso televisivo, doble o nada, en el que hay que dar las respuestas correctas, en vez de expresar la libre voluntad de los votantes.
Est¨¢ fuera de lugar la presunci¨®n de que gobiernan habitualmente los mejores o los m¨¢s ilustrados
Dado que la democracia es un r¨¦gimen basado en la opini¨®n p¨²blica, la cosa se complica adem¨¢s con las distorsiones que se producen como consecuencia de las redes sociales y la eclosi¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas. Los tertulianos y tuiteros m¨¢s extravagantes se han convertido en or¨¢culos de sabidur¨ªa, influencers (influyentes) halagados por los candidatos aunque a veces el origen de su prestigio no sea otro que el tama?o de su culo. Este es el caldo de cultivo predilecto de los enemigos de la democracia que pretenden sustituirla o censurarla en nombre de la excelencia. El terror desatado por el ecosistema de Internet entre los guardianes de la ortodoxia anal¨®gica es muy parecido al que recorri¨® Europa tras la invenci¨®n de la imprenta que permiti¨® la libre interpretaci¨®n de la Biblia. Y est¨¢ bien definido por las pol¨ªticas educativas que pretenden prohibir el uso de tel¨¦fonos inteligentes a los menores como ¨²nica respuesta<TB>a los problemas que su difusi¨®n masiva genera. Tambi¨¦n se quemaron libros despu¨¦s de Gutenberg y pasaron cientos de a?os, plagados de guerras y sufrimientos de la poblaci¨®n, hasta que el poder pusiera en pie un sistema que restableciera de alguna forma la jerarqu¨ªa de la Ilustraci¨®n.
Los ciudadanos no votaron mal en abril, fueron los l¨ªderes quienes antepusieron su mediocridad y endiosamiento pueril a la interpretaci¨®n de los deseos de los votantes. En vez de aceptar y ejercer el mandato recibido, se apoderaron de las voluntades ajenas a fin de interpretarlas en su exclusivo beneficio, confundiendo con descaro el inter¨¦s general con sus particulares ambiciones. Ah¨ª reside el motivo fundamental del desapego que siente el electorado hacia la clase pol¨ªtica, incapaz como es de hacer autocr¨ªtica, y sustituir a sus demediados l¨ªderes tras el fracaso colectivo al que nos condujeron en los pasados comicios. La expulsi¨®n de los disidentes de los partidos, la tendencia al autoritarismo interno en todos y cada uno de ellos, los rencores ideol¨®gicos y personales, la b¨²squeda de la confrontaci¨®n en vez del acuerdo, y la apropiaci¨®n partidista y est¨²pida del significado de la democracia, cuyas reglas de juego exigen una interpretaci¨®n com¨²n, son signos recurrentes de la enfermedad que aqueja al sistema.
Nada de esto ser¨ªa muy grave en la democracia de los ignorantes que Innerarity evoca, o la democracia de los peores, como la define F¨¦lix Ovejero, si no nos encontr¨¢ramos ante un desaf¨ªo formidable a nuestra unidad territorial. Aunque no triunfar¨¢, pues si llegara a hacerlo acabar¨ªa con el propio Estado, amenaza en cambio con enquistarse largo tiempo para desgracia de toda la ciudadan¨ªa. Ni el anterior presidente de Gobierno ni el que lo es ahora en funciones quisieron enfrentarse a la cuesti¨®n, ni tienen aparentemente un proyecto pol¨ªtico que ofrecer al respecto. Pero como Felipe Gonz¨¢lez se?alara en p¨²blico hace bien poco, es incomprensible y lamentable que el futuro pol¨ªtico est¨¦ en manos de una sentencia judicial sobre acciones delictivas contra la Constituci¨®n y el Estatuto de Catalu?a. Frente a lo que el presidente en funciones dijo el mismo d¨ªa que se supo de la repetici¨®n electoral, ¨¦l no ha de lidiar con las consecuencias pol¨ªticas de una decisi¨®n de los tribunales, sino con las consecuencias judiciales de decisiones e indecisiones de los pol¨ªticos. Hace ahora dos a?os la ¨²nica respuesta que el Estado democr¨¢tico fue capaz de dar a la insurrecci¨®n fue la del Tribunal Supremo, independientemente de las severas y razonadas cr¨ªticas que comparto respecto al uso abusivo de la prisi¨®n preventiva. El Poder Judicial y la autoridad del jefe del Estado vinieron a colmar el vac¨ªo de la pol¨ªtica. No cabe duda por eso de que ambos van a ser objetivo a destruir por los enemigos de la democracia. Ojal¨¢ que esta no se comporte de nuevo como la de los idiotas y nuestros l¨ªderes sean esta vez coherentes con el resultado de las elecciones, de modo que no antepongan sus fantas¨ªas nocturnas a la p¨¦rdida del sue?o.
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