?Qu¨¦ queda de los 600 millones de d¨®lares invertidos por la ONU para construir pueblos sin pobreza?
Se supon¨ªa que inyectando gran cantidad de dinero en localidades remotas durante 10 a?os se acabar¨ªan la desigualdad, el hambre y las enfermedades en ?frica. ?Qu¨¦ ha conseguido el prestigioso proyecto? Visitamos una de las Aldeas del Milenio
El camino que conduce al pueblo discurre por una pista de chatarra oxidada flanqueada por altas palmeras y mangos de amplias copas. Se supone que el destino es una aldea aquejada de las grandes calamidades de la humanidad: pobreza, hambre y desigualdad. Y tambi¨¦n se presum¨ªa que a base de dinero se pod¨ªa conseguir su salvaci¨®n. Entre los ¨¢rboles se levantan las casas aisladas, rodeadas de hierba que crece hasta la altura de la cadera. Algunos tejados son de chapa ondulada; la mayor¨ªa est¨¢n hechos de paja.
Mbola es un asentamiento disperso situado en el coraz¨®n de Tanzania.?Antes solo se pod¨ªa acceder a la poblaci¨®n por un sendero de tierra, y la gente ten¨ªa que recorrer 13 kil¨®metros en bicicleta o en una de las pocas motos disponibles a trav¨¦s de la vegetaci¨®n. "Aqu¨ª te jugabas literalmente la vida a diario", explica Gerson Nyadzi. "La carretera que hay ahora salva vidas. Ha habido embarazadas que se han desangrado de camino al hospital", explica.
Nyadzi fue durante 10 a?os el director de un programa cuyo objetivo era nada menos que lograr que el desarrollo alcanzase todos los ¨¢mbitos de la vida de pueblos como este.
Pobres con dinero
?Por qu¨¦ siguen muriendo ni?os de enfermedades que tienen cura? ?C¨®mo es que millones de personas siguen acost¨¢ndose con el est¨®mago vac¨ªo? En 2005, el exsecretario general de la ONU Kofi Annan y el economista Jeffrey Sachs dieron una respuesta sencilla a estas preguntas vitales. Seg¨²n ellos, los pobres necesitan dinero. Calcularon una cifra concreta: entre 101 y 127 d¨®lares (90 y 114 euros) por a?o y habitante llevar¨ªan avances enormes a la poblaci¨®n de lugares como Mbola.
Si se invert¨ªa anualmente esta cantidad a lo largo de 10 a?os, la vida de miles de millones de seres humanos mejorar¨ªa de manera duradera. Esta era la premisa que quer¨ªan verificar en 13 localidades de 10 pa¨ªses del ?frica subsahariana en el marco del proyecto Aldeas del Milenio. El programa se propon¨ªa demostrar que se pod¨ªa acabar definitivamente con la pobreza.
El proyecto recibi¨® financiaci¨®n de m¨¢s de 200 instituciones, fundaciones y empresas, entre ellas el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, Nestl¨¦, Unilever o la Fundaci¨®n Pepsi. Madonna, Angelina Jolie y Bono le hicieron publicidad, mientras que Tommy Hilfiger le dedic¨® una colecci¨®n. Eran Bendavid, profesor de la Universidad de Stanford, calcula que se inyectaron unos 600 millones de d¨®lares (538 millones de euros).
La duda es si los problemas estructurales se pueden resolver con dinero. Hace cuatro a?os que el proyecto concluy¨®, y en Mbola el balance es ambivalente. Por un lado, fue un aprendizaje ambicioso que trajo cambios al pueblo; por otro, supuso nuevas dificultades.
Los directores del proyecto que formaban parte del equipo de Jeffrey Sachs, miembro del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia en Nueva York y responsable de la supervisi¨®n cient¨ªfica del programa, hicieron p¨²blicos entusiastas informes que elogiaban la iniciativa calific¨¢ndola de "soluci¨®n a la pobreza extrema" y "s¨®lida base para el crecimiento sostenible". En sus conclusiones, publicadas en 2018 en la revista m¨¦dica The Lancet, hac¨ªan hincapi¨¦ en "los importantes efectos positivos en el campo de la agricultura, la alimentaci¨®n, la educaci¨®n, la salud maternoinfantil, el sida y la malaria, as¨ª como en el suministro de agua y en la higiene".
Un ejemplo de inversi¨®n fallida en Mbola es el rotundo fracaso de la venta de miel a pesar del inter¨¦s de la poblaci¨®n local. Es evidente que los responsables de la iniciativa no tuvieron suficientemente en cuenta la realidad del lugar
Sin embargo, a este an¨¢lisis lleno de palabras halag¨¹e?as le llovieron las cr¨ªticas. En 2011, transcurrida la mitad del tiempo que deb¨ªa durar el programa, varios cient¨ªficos externos ya demostraron la existencia de deficiencias estad¨ªsticas e interpretaciones err¨®neas. "Debido a los fallos de los m¨¦todos de evaluaci¨®n, es imposible saber si el proyecto ha cumplido sus objetivos". Por ejemplo, faltaban datos anteriores al inicio del programa y grupos de referencia de pueblos que no hab¨ªan sido incluidos en ¨¦l, se?alaron los especialistas.
Desde sus inicios, Aldeas del Milenio hab¨ªa sido objeto de descalificaciones que afectaban m¨¢s directamente a sus fundamentos. Seg¨²n estas, la idea de que para combatir la pobreza hac¨ªa falta un "buen empuj¨®n" ¡ªlo que equivale a decir inversiones millonarias¡ª impon¨ªa a la poblaci¨®n de los lugares seleccionados una concepci¨®n del desarrollo elaborada a priori en los despachos de los investigadores, sin ninguna relaci¨®n con la realidad de los pueblos.
En kinyamwezi, la lengua local, Mbola significa "picadura de abeja". La regi¨®n es famosa por su miel oscura. Antes, sus habitantes cog¨ªan de los ¨¢rboles los panales formados por enjambres salvajes haci¨¦ndolos caer al suelo. Con el programa se cre¨® una cooperativa de apicultores cuyos miembros fueron equipados con colmenas artificiales y trajes de protecci¨®n. Los 196 apicultores empezaron a recolectar hasta 2.000 litros anuales de miel de 360 colmenas, cuenta Shaban Lusiga, uno de los trabajadores locales.
Hoy en d¨ªa quedan 30 empleados y 20 colmenas. Muchas las robaron, cuenta el apicultor, pero la mayor¨ªa se pudrieron debido a la humedad del aire, y las termitas se las comieron. Tambi¨¦n fue dif¨ªcil establecer una cadena comercial eficaz para llevar la miel desde los campos hasta mercados que resultasen lucrativos, se lamenta Lusiga.
Un ejemplo de inversi¨®n fallida en Mbola es el rotundo fracaso de la venta de miel a pesar del inter¨¦s de la poblaci¨®n local. Es evidente que los responsables de la iniciativa no tuvieron suficientemente en cuenta la realidad del lugar. En la actualidad, Lusiga ha vuelto a vender su miel como hab¨ªa hecho siempre: al borde de la calle, en botellitas de licor hervidas.?
Tampoco con el tabaco
Encima de la cabeza de Omari Jumanne Dengus cuelgan miles de hojas de color marr¨®n claro como una colonia de murci¨¦lagos dormidos. La puerta del cobertizo de adobe est¨¢ ennegrecida por el fuego. Dengu cuelga su cosecha para que fermente. Tiene 47 a?os y lleva la mitad de su vida cultivando tabaco. En Mbola, las hojas y su contenido de nicotina son una maldici¨®n y una bendici¨®n al mismo tiempo. En la zona se cultiva tabaco de Virginia con efectos desastrosos para el medio ambiente. La raz¨®n es que, para fermentar las hojas con un aroma ahumado, hay que secarlas sobre las llamas del fuego, y los cultivadores obtienen el combustible talando el bosque.
Los agricultores venden su cosecha a la asociaci¨®n Alliance One International o directamente al fabricante de cigarrillos Japan Tobacco International. "Cuando el proyecto estaba en sus comienzos y quisimos incluirlas en ¨¦l, las tabacaleras se mostraron esc¨¦pticas", recuerda Gerson Nyadzi. "Ten¨ªan miedo de perder a sus agricultores".
"El mundo de los donantes es un mundo muy cruel"
Jeffrey Sachs, uno de los impulsores del proyecto Aldeas del Milenio defiende los resultados de la iniciativa. En un mail asegura que el programa "predijo correctamente que peque?as cantidades de ayuda (aproximadamente 100 d¨®lares per c¨¢pita en los precios actuales) pueden brindar beneficios significativos en m¨²ltiples ¨¢reas de necesidades vitales cruciales: salud, educaci¨®n, infraestructura, agricultura y desarrollo comunitario".
Como muestra, adjunta la evaluaci¨®n publicada en The Lancet. "El proyecto finaliz¨® en 2015, cuando finaliz¨® la financiaci¨®n y nunca afirmamos que las aldeas ser¨ªan autosuficientes a partir de ese a?o", explica Sachs. "El mundo de los donantes es un mundo muy cruel. El gobierno de los Estados Unidos no proporciona la ayuda necesaria, ni tampoco los superricos. Esta falta de fondos no es culpa del Proyecto de Aldeas del Milenio, que de hecho demostr¨® los beneficios de innumerables intervenciones", contin¨²a. El economista se muestra muy en¨¦rgico al destacar los resultados del proyecto: "No acepto la cr¨ªtica de que los esfuerzos de desarrollo como el que supuso esta iniciativa fracasan. Culpo a los ricos y c¨®modos de este mundo a quienes les importa poco la dif¨ªcil situaci¨®n de los pobres".
Los responsables del programa intentaron ofrecer a los campesinos alternativas atractivas al tabaco, como por ejemplo semillas de girasol para extraer aceite alimentario. Sin embargo, igual que hab¨ªa ocurrido con la miel, fue dif¨ªcil montar cadenas de distribuci¨®n para los nuevos productos, reconoce Nyadzi.
En lugar de eso, a muchos cultivadores de tabaco, como Omari Dengu, se les entregaron hornos de fermentaci¨®n mejorados que les permit¨ªan quemar ramas peque?as, y no solo troncos enteros. De ese modo se proteg¨ªan los bosques. Adem¨¢s, los agricultores se comprometieron a repoblarlos plantando cada a?o 55 ¨¢rboles nuevos por hect¨¢rea. Las iniciativas puntuales han resultado una buena alternativa a los cambios totales. El ejemplo de los hornos de secado m¨¢s eficaces muestra que no siempre son necesarias grandes intervenciones para impulsar las mejoras.
La causa principal de que el tabaco sea el producto agr¨ªcola m¨¢s importante de la zona es que, hasta ahora, no hay otro que proporcione m¨¢s ingresos. "El a?o pasado gan¨¦ unos ocho millones de chelines con mi hect¨¢rea y media de tierra", calcula Dengu. Al cambio, esta cifra equivale a apenas 3.000 euros para una familia de 12 miembros, lo cual en Tanzania es mucho dinero. "La pregunta es si el tabaco enriquece a quienes lo cultivan", objeta Nyadzi. "Mire las casas. A pesar de todo, la gente sigue viviendo en la pobreza. El negocio no es estable, los precios cambian de a?o a a?o. La econom¨ªa se tiene que diversificar, los agricultores no tienen que cultivar solamente tabaco".
Hamsa Martin Singa es un ejemplo de c¨®mo salir adelante sin este producto. Desde que dej¨® de cultivarlo, siembra al lado de su casa plantones de naranjos, limoneros y mangos que vende a las plantaciones de los alrededores. El agricultor ha cogido una de las mosquiteras que se repartieron a miles mientras dur¨® el proyecto, y en lugar de ponerla en su cama la ha extendido sobre los bancales en los que planta guindillas. As¨ª protege sus plantones de los par¨¢sitos en vez de a su familia de la malaria.
En los m¨¢rgenes de sus tierras cultiva ma¨ªz que muele para hacer gachas. "Gracias a los fertilizantes y las semillas del proyecto podemos recolectar mucha m¨¢s cantidad", celebra.
El proyecto ha dado algunos buenos resultados duraderos. Sobre todo las campa?as de anticoncepci¨®n y planificaci¨®n familiar, prevenci¨®n de la malaria y medidas higi¨¦nicas han sido un ¨¦xito
Empresas como Monsanto, que tambi¨¦n formaron parte del programa Aldeas del Milenio, llevaron sus semillas y sus fertilizantes a Mbola. El primer a?o los distribuyeron gratuitamente. Esta clase de campa?as son blanco de las cr¨ªticas, ya que los agricultores no pueden reproducir las semillas para la siguiente temporada como hac¨ªan tradicionalmente, lo cual los hace dependientes de las multinacionales agr¨ªcolas.
Pero a Singa las novedades le convencieron, y el segundo a?o compr¨® las semillas de buena gana. "Aqu¨ª el hambre ha pasado a la historia". Los agricultores de Mbola permanecen al margen de las cr¨ªticas; lo que les interesa es que sus campos, la mayor¨ªa de pocas hect¨¢reas, produzcan la mayor cantidad de alimento posible. Singa opina que ya se ver¨¢ si las nuevas variedades dan buen resultado a largo plazo. De momento tiene otro problema: "En el pueblo seguimos sin cobertura para los tel¨¦fonos m¨®viles".
La cl¨ªnica resiste
"Antes, en Mbola la gente siempre estaba enferma porque beb¨ªa agua sucia de las mismas balsas al aire libre en las que abrevaban a las cabras y las vacas", recuerda Damian Cleopa Kindole, de 37 a?os y director de la cl¨ªnica del pueblo construida en 2009 con el dinero del programa. Desde entonces pueden reconocer all¨ª mismo al microscopio los agentes pat¨®genos de la malaria. Junto con una comadrona, que el ¨²ltimo a?o asisti¨® 268 partos, y otro m¨¦dico, que visita los pueblos de los alrededores utilizando una moto como ambulancia, Kindole atiende a 2.300 pacientes de ambos sexos.
Desde que el proyecto termin¨® hace cuatro a?os, ocho de los antiguos 11 empleados se han marchado. "El Gobierno no pod¨ªa seguir pagando los sueldos del personal de la cl¨ªnica que antes costeaba el programa Aldeas del Milenio", lamenta el director, que a?ade que la mayor¨ªa de los m¨¦dicos y enfermeros se han ido a la ciudad. Actualmente trabajan all¨ª en hospitales privados o para las ONG.
No obstante, el proyecto ha dado algunos buenos resultados duraderos. Sobre todo las campa?as de anticoncepci¨®n y planificaci¨®n familiar, prevenci¨®n de la malaria y medidas higi¨¦nicas han sido un ¨¦xito. "La mortalidad infantil ha descendido dr¨¢sticamente".
En 2018, el prestigioso profesor de Medicina de la Universidad de Stanford Eran Bendavid hizo un balance igualmente positivo del programa, sobre todo en lo que a atenci¨®n m¨¦dica se refiere. "La mejor demostraci¨®n del buen empleo de las inversiones es la mejora de los cuidados a las madres y de los valores relativos a la salud en general".
Nyadzi opina que no est¨¢ claro cu¨¢ntas de estas mejoras se mantendr¨¢n a largo plazo. "En algunos ¨¢mbitos, el proyecto ha demostrado que hay avances que se pueden conseguir con muy poco". Sin embargo, "desde que el proyecto termin¨®, casi todo ese dinero falta".
Este art¨ªculo fue publicado originalmente en alem¨¢n en Der Spiegel (Globale Gesellschaft)
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